Navegando el Bósforo: donde cambió la historia
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Navegando el Bósforo: donde cambió la historia

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October 4, 2019

Estambul, Turquía.
Domingo 29 de septiembre de 2019.

En saludo a la escritora Rosario Fiallos Oyanguren
León, Nicaragua.

“Me preocupa la identidad de la ciudad, la forma en la que cambia,
no sólo en los mapas y grandes monumentos,
sino también en las pequeñas historias.”
Orham Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006.

Por circunstancias impredecibles, por las cosas que ocurren y se entrelazan, dejándome llevar por ellas, tuve la extraordinaria oportunidad de navegar el Bósfoto y recorrer las aglomeradas y legendarias calles de Estambul en esta primera semana de otoño. Durante este tiempo, viví, percibiendo y reconstruyendo en mi memoria y emociones, un momento que parece efímero y pasó, pero sus recuerdos quedaron impresos y los comparto.
La televisión nacional transmitía noticias y recomendaciones preventivas a la población en el caso de sismos. Dos fuertes temblores (26.9.19; Richter: 5.7 y 4.7), seguidos de múltiples réplicas, con epicentro en el mar de Mármara, asustaron a los habitantes y turistas. Sismólogos alertaban por la activación de una de las estructuras geológicas más peligrosas del mundo y sobre un eminente movimiento telúrico para los próximos años producto de la tensión tectónica entre las placas de Euroasia y Anatolia. La dinámica cotidiana, a pesar de la advertencia, no se perturbó.

El Bósforo, estrecho o garganta de 30 kilómetros de longitud, divide Europa, al oeste, y Asia, al este, divide a Turquía y separa la parte europea y asiática de la ciudad de Istambul (del griego: “Is ten polin”: “a la ciudad”), asumido –quizás por desconocimiento, según lo que decían los viajeros bizantinos: “voy a la ciudad”-, como nombre de la metrópoli por los conquistadores turcos, capital histórica, aunque ahora el centro político del país de mayor poder económico y militar de la región, sea Ankara desde 1923.

El Bosphoro (del griego: bous: buey; poros: viaje, pasaje, paso; “el pasaje del buey”), como lo nombraron los colonos griegos que fundaron Bizancio en la entrada del estrecho, al lado oeste, más de seis siglos antes de Cristo, ha sido un paso codiciado por su ubicación privilegiada. El llamado “Cuerno de Oro” es un emplazamiento que forma un puerto natural espectacular, situado al inicio del estrecho de Bósforo o de Estambul, comunica el mar de Mármara con el mar Negro, en la orilla europea del estrecho. Tiene 7.5 km. de largo y 760 mts. de ancho. El Bósforo es la salida del mar Negro (Karadeniz en idioma turco; черное море -Chernoye moré-, en ruso), hacia el mar de Mármara y, pasando por el estrecho turco de Dardanelos (61 km), desembocar en el mar Egeo y llegar al Mediterráneo. Es salida al mar de las actuales naciones de Bulgaria, Hungría, Rumanía, Rusia, Ucrania y Georgia, paso estratégico de Asia a Europa y viceversa, una llave clave para las conquistas militares, la influencia política y cultural y el comercio, por lo que a lo largo de la historia ha sido apetecido por los imperios y las grandes potencias.

En Bizancio, ciudad griega, capital de la provincia de Tracia, en el siglo IV a.C., durante el reinado de Filipo, rey de Macedonia, quien expandía el imperio en las ciudades helénicas, fue obligado a replegarse después de un largo asedio. Los bizantinos, con ayuda de los atenienses, lograron la victoria frente a los macedonios. Se creó la leyenda de la intercesión de la diosa Hécate Fósforos quien dicen: “agitó las antorchas en la noche, despertó los ladridos de los perros y a los soldados para defenderse”. En recuerdo del acontecimiento se levantó un monumento que fue símbolo de la ciudad: la media luna; fue acuñado en sus monedas y, en el siglo XV, el imperio Otomano lo asumió. Muchos rasgos de la cultura bizantina grecorromana se fusionaron con las culturas de Asia Central, fueron parte de la identidad étnico-cultural-religiosa, el símbolo se volvió representación del Islam. Al crearse Turquía –Türkiye- (1923), después del fin del imperio Otomano (1299-1922), como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, la nueva nación lo asumió como emblema nacional.

A Hécate, diosa de la mitología griega, asociada a los cruces de camino y caminos de entrada, “diosa de las encrucijadas”, para el alejamiento de los espíritus malignos la colocaban en entradas de las casas y las ciudades, la vinculaban con detener el curso de los ríos o comprobar la trayectoria de las estrellas y la luna, era venerada en la antigua Tracia. Su representación clásica es con una antorcha, una llave y una serpiente. Una moderna referencia es la estatua de La Libertad que se erige frente al océano Atlántico, en la entrada de Nueva York.

Bizancio, al igual que todas las ciudades griegas, cayó bajo la tutela o el control del imperio Romano en el s. II a.C. Sufrió diversas invasiones de los bárbaros y tuvo períodos de decadencia. El emperador Constantino I, El Grande, en el año 324 d.C. venció a su rival, el coemperador Flavio Liciano, quedando como único monarca. Refundó la ciudad e inició el embellecimiento arquitectónico de la vieja colonia, la nombró ciudad de Constantino: Constantinopla (11 de mayo, 330 d.C.) y la convirtió en capital del Imperio. Constantino cesó la despiadada persecución de los cristianos, permitió que se expandiera y convirtiera en religión oficial del Imperio (Edicto de Milán, año 313 d.C. firmado por los emperadores de Occidente y Oriente, Constantino y Licinio).

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En la actual ciudad turca de Edirne (antigua Adrianápolis, reconstruida por el emperador romano Adriano, 125 d.C., parte del imperio bizantino), frontera con Bulgaria, yace una pequeña iglesia ortodoxa búlgara (hoy museo), dedicada a Constantino y Helena proclamados santos por las iglesias católica, luterana y ortodoxa. El sultán Selím II ordenó construir en el siglo XVI una enorme mezquita (minaretes más altos de Turquía) en Edirne, ciudad conquistada por los otomanos en el año 1362, y que fue capital del imperio hasta 1453 cuando trasladaron la sede del poder turco a Constantinopla.

En la vieja ciudad de Plovdiv (declarada capital de la Cultura Europea 2019), Bulgaria, otra iglesia con la misma dedicación, recuerda el paso del emperador y su madre, convertidos al cristianismo. La emperatriz Elena erigió el templo en el año 337, en el sitio donde en 304 fueron decapitados los mártires búlgaros Memnos y Severino y otros treinta y ocho sufrieron por la fe en tiempo de la persecución romana.

Fueron las provincias romanas de Tracia y Anatolia, en Asia Menor, -hoy parte de Turquía-, territorios donde se expandió el cristianismo primitivo, allí fundaron las primeras comunidades, entre ellas Esmirna, Éfeso y Colosas. Ciudades como Antioquía (aquí inició la predicación cristiana a no judíos o gentiles) y Nicea (sede del primer concilio, año 325), marcan el inicio de la historia cristiana, sin embargo hoy, al pasar la frontera de Bulgaria (62% cristianos, 60% ortodoxos cristianos; católicos menos del 1%), hacia el Este, predomina, –bajo protección y promoción oficial-, la religión musulmana (96%), los cristianos turcos representa 0.2% (1.6 millones de 82 millones de habitantes, apenas 35 mil son católicos). El cristianismo no es reconocido por el Estado por lo que, aunque no hay persecución, tienen limitaciones para poseer seminarios, escuelas y lugares de culto. En las calles de Estambul solo observé un símbolo cristiano, dos pequeñas cruces de madera en una modesta puerta de una vivienda en un escondido callejón. Ningún templo del cristianismo que se expandió aquí en su origen es visible ahora.

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Percibo que para muchos búlgaros cristianos y no creyentes de inicio del siglo XXI, haber permanecido en su fe a pesar del yugo otomano de casi cinco siglos, no haber renegado del cristianismo y preservarlo en las generaciones siguientes, fue casi inseparable de su identidad nacional, la actual pertenencia a las iglesias cristianas, particularmente a la tradicional congregación ortodoxa, es sentido como actitud histórica digna y vínculo cultural y patriótico.

Una visión amplia de las dramáticas condiciones de vida de los esclavos cristianos en la época otomana, el valor de conservar la fe o abjurar de ella, fue presentada por el escritor turco Orhan Pamuk (Estambul, 1952) en la novela histórica desarrollada en el contexto del siglo XVII: El astrólogo y el sultán (1994). Un veneciano y joven cristiano, estudioso de las matemáticas y la astronomía es capturado por piratas turcos y llevado como esclavo a Estambul.

Después de casi dos siglos de declive, el imperio Romano dividido en dos partes por Diocleciano en 284 d.C., la región de Occidente cayó a fines del siglo V como consecuencia de su expansión, su propia descomposición y el asedio de los bárbaros. Subsistió durante casi mil años, el imperio Romano de Oriente, o imperio Bizantino, con su capital Constantinopla, heredero político de la cultura greco-latina y judeo-cristiana.

El Islam, la última de las tres grandes religiones monoteístas que tienen origen en el patriarca Abraham, el padre común en la fe, junto a la judía y la cristiana, inició con la predicación de Mahoma a inicio del siglo VII (622) en la Meca (actual Arabia Saudita) y se extendió con rapidez en un territorio donde la mayoría de las tribus eran politeístas, impulsada por la conversión de los líderes políticos y militares árabes y del Oriente, quienes asumieron, -igual que el cristianismo en su área de influencia-, la obligación de imponer y expandir su creencia a través de la despiadada conquista militar y como instrumento de control y unificación.

En este escenario no puedo dejar de recordar que hace 800 años, en1219, san Francisco de Asís (1181-1226) viajó al mundo musulmán para evangelizar y predicar la paz. Aún el imperio Otomano no había surgido, otro poder imperial prevalecía. Se entrevistó en la ciudad de Damietta, delta del Nilo, con el sultán de Egipto y Siria Al-Kamil, sobrino del poderoso sultán Saladino. San Buenaventura describió el extraordinario e inusual encuentro: “El sultán preguntó: ¿Por qué los cristianos predican el amor y hacen la guerra? A Francisco se le salieron las lágrimas y respondió: Porque el amor no es amado”. Al parecer, el sultán nunca había conocido a un cristiano pacífico y devoto, no guerrero, y le impresionó. Francisco y Al-Kamil “defendieron la paz y la tolerancia en una atmosfera de guerra durante las cruzadas, dan un ejemplo de diálogo interreligioso y de comprensión mutua” (fray F. Nadeem o.f.m., provincial de Frailes Capuchinos, Pakistán, enero 2019).

El año 1453 es considerado por muchos historiadores como el fin de la Edad Media e inicio de la Edad Moderna (aunque esa impuesta concepción eurocentrista, no tiene nada que ver con lo que es hoy el continente americano, en donde lo que llaman “edad media” no existió). Es parte de los antecedentes históricos que marcan la decadencia del mundo medieval y el surgimiento del Renacimiento (fines del s. XV-XVI) en las artes y las ciencias, principalmente al norte de Europa, desde donde se expandió por el mundo. Se inició un período que cambió la historia de la humanidad, el fin de aquel tiempo y el inicio de otro. Terminó con el último vestigio del Imperio Romano, se delinearon nuevas fronteras, se impuso el Imperio Otomano en parte de Europa del Este, Asia Occidental, Medio Oriente y norte de África, marcando su influencia cultural. El Islam se consolidó como religión oficial desplazando de Oriente, por la fuerza, al cristianismo, a sus creyentes los consideraban “infieles” que deberían ser sometidos-convertidos o exterminados.

El cisma (año 1054) entre las iglesias romana y ortodoxa extendida en el decadente imperio Bizantino con sede en Constantinopla, limitó geográfica, política y militarmente el apoyo de Roma y sus aliados europeos frente a la expansión de los turcos en el siglo XV. Era el Papa Nicolás V (1447-1455), cuya grandeza de su pontificado al estabilizar la iglesia romana y su influencia en Europa, se vio opacado por la caía de la capital bizantina que fue percibida como una catástrofe para el mundo cristiano y griego. El último emperador bizantino Constantino XI (1449-1453), fue derrotado por el sultán Mehmed II después de sitiar la ciudad durante casi dos meses.

Antiguas profecías señalaban que la capital del imperio Romano de Oriente, que comenzó con Constantino, cuya madre era Helena, terminaría con otro emperador de similar nombre y cuya madre también sería Helena, como efectivamente ocurrió. También decían que la ciudad caería después de un eclipse lunar. En la noche del 24 de mayo el eclipse lunar trajo para los habitantes de la cercada ciudad lamentables presagios y desánimo, quienes pensaban que, mientras la luna brillara, no serian vencidos. En el sitio se impuso la superioridad cuantitativa de la fuerza militar otomana, frente a la férrea defensa de los bizantinos protegidos por las legendarias murallas; ambas partes creían que Dios estaba de su lado, por un lado, el dios de los cristianos y en el otro, el de los musulmanes. El joven de 21 años, Mehmed II (1431-1481), séptimo sultán de la casa de Osman, llamado después el Fatih (el Conquistador), utilizó contra los inexpugnables muros milenarios fuego de cañones y demostró que las murallas medievales podían derrumbarse.

El día de la derrota, antes del asalto final, el Emperador y su pueblo cristiano rezaron por última vez en la patriarcal iglesia ortodoxa de Santa Sofía, el mayor templo de la cristiandad hasta entonces (previo a la construcción en Roma de la catedral de San Pedro, 1506-1626), el que fue convertido en la mayor mezquita del imperio Otomano por orden del sultán a partir de ese día. El 29 de mayo de 1453 (calendario juliano), fue conquistada la antigua ciudad griega, romana, bizantina y cristiana poniendo fin a una etapa e iniciando otra. Fue nombrada Istambul. Durante siglos, Occidente continuó llamándola Constantinopla, incluso ahora, aunque con menos frecuencia. Es curioso que un rótulo calado en madera en Belchin, pequeña y antigua villa búlgara, indica con una flecha: “Constantinopol 1,565 km”.

Enfrente al actual museo Hagia Sophia (Ayasofya: Santa Madre Sofía), fue erigido el Palacio de los Sultanes (Topkapi: Palacio de la Puerta de los Cañones), sede del imperio Otomano desde 1465 hasta 1853. En Edirne, adelante de la hermosa mezquita, se erige una imponente estatua del sultán Mehmed II, el Fatih (el Conquistador), montado sobre su caballo, alzando su bastón de mando y empuñando su espada al cinto.

Al ver en perspectiva la estatua ecuestre de Mehmet II, frente a la mezquita de Selim, da la impresión que, vista de frente, es mayor que la mezquita que se erige cincuenta metros atrás. Recordé lo que desde la ficción histórica narra Pamuk en Me llamo rojo (1998) donde “el ilustrador oriental ve la pintura como una representación platónica e idealizada, no busca reproducir la realidad como la ven los ojos sino como la ve Dios”, es el sistema filosófico de Estambul del siglo XVI, no podrían concebir el criterio de la “perspectiva” en el arte o la arquitectura, ninguna imagen o estatua de este tipo podría subsistir frente a un edificio dedicado a Alá.

La dinastía Otomana, dinastía Osmanlí o Casa de Osmán, prevaleció durante seiscientos veintitrés años (1299-1922), fue una de las más poderosas durante la Edad Media y la Edad Moderna, fundada por Otmán I (1281-1326), fue el último Mehmed VI (1918-1922), y sobresalió, entre otros, quien llevó a su máxima expansión y poderío al imperio, Solimán (Süleyman I) el Magnífico (1520-1566), hijo del sultán Selim I, su antecesor, y padre de Selim II, quien le sucedió.

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Hay entre esos accidentes geográficos, monumentos, diseños arquitectónicos y arte, vestigios pasados, comportamientos culturales y religiosos, y dinámica social y económica, no solo acontecimientos sino millones de historias anónimas individuales y colectivas pasadas y presentes. ¿Cuántos sufrimientos? ¿Cuántas tragedias? Guerra, heroísmo, esclavitud, masacres, expansión, poder, destrucción y creación… Las conquistas fueron sangrientas y despiadadas; las injerencias, bloqueos, intervenciones e invasiones “modernas” continúan siéndolo, a pesar del “derecho internacional” al que suelen ser inmunes los poderes imperiales. Las personas inexistentes y actuales, las que se fueron y quedan, hombres y mujeres, niños y niñas, familias y pueblos fragmentados, dispersados y desarraigados… ilusiones y esperanzas posibles y truncadas… ¡tantas vidas!, ¡tantas almas! (como contabilizaban los comerciantes de esclavos)…

La caída o conquista de Estambul en manos de los otomanos bloqueó para Europa y el Occidente cristiano el paso hacia Oriente, ello creó una condición objetiva, la necesidad de buscar rutas comerciales distintas para la India y China, por lo que surgió el interés de aventurarse en la expedición de Cristóbal Colón por los Reyes Católicos que avanzaban en unificar su imperio, la reconquista de la península y la expulsión de los moros del territorio que habían ocupado por casi ocho siglos. El descubrimiento de América o la invasión Castellana (12 de octubre de 1492) que exterminó pueblos y culturas originarios en lo que han llamado el “nuevo mundo”, es otra fecha de referencia que marca el fin de una era. ¡El fin de aquel tiempo! En todo caso este fue consecuencia del otro, o ambos, separados por 39 años –apenas un instante-, son sucesos vinculados que marcan el cambio de época. La cultura greco-romana y judeo-cristiana, se expandió a Occidente y no a Oriente, quedó reducida, con expresiones limitadas, más históricas que actuales, en la cultura y en el territorio que comienza en Edirne, provincia turca fronteriza a Bulgaria, hasta el sur y el Este.

Ocaso y llamado a la oración

Cae la tarde, al Este el resplandor del sol apenas se ve, el horizonte se pinta de naranja y amarillo difuminándose en el cielo celeste intenso que comienza a opacarse. El brillo decadente salpica las aguas ondulantes del profundo mar de Mármara, las modestas olas golpean con suavidad las rocas de la orilla, la espuma blanca y gris se arremolina con brevedad a medida que la anchura se estrecha en el Bósforo. El ruido de los motores de unas pequeñas lanchas que surcan orilladas es traído como susurro ininterrumpido por el viento fresco que circula en ráfagas ocasionales, unos enormes barcos se remontan imponentes hacia el mar, otros lanchones, yates diversos y embarcaciones con turistas a bordo se observan a lo lejos… Un grupo de personas sentadas y de pie, dispersas a lo largo del borde de concreto, pescan desde la orilla. Una bandada de gaviotas vuela uniforme casi a ras del agua, pasan unas y vienen otras, las hermosas aves se posan confiadas e inmóviles en las piedras que sobresalen y en la borda de las embarcaciones, quizás acostumbradas a ser observadas, descansar y continuar su rumbo recurrente y sin prisa.

En Estambul, Ciudad y recuerdos (Pamuk, 1995), el escritor turco cuenta sobre los paseos de domingo en la calle junto al Bósforo, el “recuerdo de imperios hundidos”; a principios de los años setenta percibe que “en la ciudad gobierna la amargura”, habla del “islam político” y del impedimento a que las minorías puedan expresarse, desde lo cotidiano recorre las memorias de origen y expresa sus percepciones del entorno. No percibí, casi cinco décadas después, esa amargura, todo lo contrario, una ciudad que se ventila con los vientos del Este y del Oeste.

Desde abajo se ve cómo la urbanización se eleva por las colinas desde ambas orillas, los árboles, las casas y edificios van escalando y sobresalen múltiples alminares esbeltos, verticales y sobrios coronados por una dorada media luna que refleja el resplandor de las luces y los rayos decadentes del sol, torres grises y amarillentos de las numerosas mezquitas que bordean las cúpulas oscuras o azuladas, algunas metálicas, que de noche, se rejuvenecen por los reflectores mostrando, desde la distancia, un panorama majestuoso y antiguo, exótico y moderno, de religiosidad, mística y arte. Parece, a veces, que el tiempo se detuvo y quedaron las escenas preservadas para siempre, y otras, que la implacable consecuencia de los siglos, se ha llevado todo dejando solo los restos para el recuerdo de la ciudad contemporánea sobrepuesta sobre otras múltiples, al menos de las cuatro referencias anteriores: la de los colonizadores griegos, la de Bizancio, la de Constantino, la Istambul del imperio Otomano…

Van a ser las 7 p.m., desde el alminar o miranete próximo, a través de los parlantes instalados en lo alto, se escucha la confesión de fe del almuédano, encargado de llamar a la oración a los fieles (Salat). Antes debía subir a la torre y desde allí, a viva voz, cantar o recitar el llamado a orar. Ahora lo puede hacer desde un micrófono abajo o con la voz grabada, no es necesario subir a la torre, desde un equipo de sonido reproducen el canto que se repite cada día. Desde todos los alminares se van agregando y mezclando las voces, parece un coro en varias tonalidades que desde distintos lugares se expande como murmullo disonante por la ciudad mezclándose al ruido urbano ininterrumpido de una de las urbes más pobladas del mundo, con 15 millones de habitantes. Era el cuarto de los cinco llamados a la oración del día: la de la puesta del sol (maghrib). Esto es lo que, en árabe, dice el canto islámico (azhan):

Allahu Akbar (x 4): «Alá es grande, Alá es grande»
Ashhadu an la ilaha illa Allah (x 2): «Testifico que no hay más dios que Alá»
Ashadu anna Muhammadan Rasool Allah (x 2): «Y testifico que Muhammad es el mensajero de Alá»
Hayya ‘ala-s-Salah (x 2): «Acudid a la oración»
Hayya ‘ala-l-Falah (x 2): «Acudid a la salvación»
As-salatu Khayrun Minan-nawm (x 2): «La oración es mejor que dormir»
Allahu Akbar (x 2): «Alá es el más grande»
La ilaha illa Allah: «No hay más dios que Alá»
(Ver: desde la mezquita Azul, Estambul: https://www.youtube.com/watch?v=8lxPPBaL_tw)

La mayoría de las personas continúan su actividad rutinaria, los vehículos en la congestión de la hora pico, siguen su curso contaminante de ruido y humo. En las mezquitas, los hombres por un lado y las mujeres, con la cabeza cubierta con el hiyab – algunas también con el rostro tapado que solo deja espacio para los ojos-, por otro, entran al inmenso salón alfombrado para orar, previamente han debido hacer las abluciones: el lavado con agua, como acto religioso, de la cara, la boca, las manos y los pies, signo visible de purificación. En la entrada de cada mezquita hay un espacio para tal propósito.

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Unos pocos hombres corren o caminan de prisa atendiendo el llamado. Aún se escuchan los versos flotar por el aire… Unas mujeres, caminando sobre la acera, se ajustan la manta que cubre la cara para entrar a tiempo a la oración que está por iniciar en la mezquita. Una señora recia y dos jóvenes delgadas salen de prisa del área de abluciones, sus trajes negros descienden flojos sobre sus cuerpos indescifrables, cubren totalmente sus rostros, solo se observa, en una de ellas, los lentes que escondían sus luminosos ojos claros entre las negras pestañas… “Ojos bellos de ojeras cercados: / ¡ya veréis los palacios dorados / de una vaga, ideal Estambul,/…” (Rubén Darío, A una novia).

Entonces recordé Nieve (Pamuk, 2001), novela contemporánea que narra las contradicciones humanas en muchos lugares del mundo islámico. Se refiere al regreso en pleno invierno de un poeta después de doce años de exilio político en Alemania, por sugerencia de un amigo que labora en un periódico de Estambul, viaja a la ciudad de Kars, al extremo noroeste del país, para investigar el suicidio –vedado en el Islam- de varias jóvenes debido a la prohibición de usar el velo en la escuela.

En las calles, quizás una de cada cuatro mujeres, jóvenes y mayores, llevan el velo, hace cincuenta años, según me comentan, la mayoría lo usaba, no hacerlo implicaba ser rechazada o excluida, la sociedad es ahora más abierta y tolerante en este entorno de predominio musulmán. El Islam es la segunda religión más numerosa del mundo y la que tiene mayor crecimiento, se estima que para el año 2050 superará en creyentes a las religiones cristianas.

A la orilla de la acera por donde camino, un hombre de mediana edad, se aparta del andén hacia el área con grama del decorado bulevar que bordea la ciudad frente al Mármara, se quita los zapatos, vuelve su rostro hacia el Este y se inclina lentamente hasta posar su frente en el suelo mientras murmura con devoción una oración.

Navegando el Bósforo: donde cambió la historiaHan cesado las voces que transmitían desde los parlantes de los múltiples minaretes coronados por una media luna metálica, sólo queda el ruido particular del atardecer urbano que se prolonga en la intensa y diversa actividad nocturna, similar a casi cualquier capital occidental. En el interior de las mezquitas, durante los momentos que siguen, los creyentes que han acudido al llamado, oran…

Pamuk tiene varias novelas que muestran contextos de fines del siglo XX. En La vida nueva (1995), el autor presenta un panorama sombrío y polémico. Osman, un estudiante, para acercarse a una joven que le gusta y a la que ha visto leer un libro, decide comprarlo para leerlo. El libro le cambiará la vida, lo llevará a viajar en autobús a través de Turquía cotidiana no exótica que experimenta una rápida modernización y a la vez un proceso de radicalización religiosa. En otra novela, El libro negro (1990), Galip, abogado de Estambul, es abandonado por su esposa Rüya por lo que vaga entre la complejidad social-política-religiosa de la ciudad buscándola. Una frase, entre otras, que generó conflicto al irreverente autor frente a la comunidad de creyentes en La vida nueva: “Tú tratas de encontrar la causa primera de todo ¿verdad? Buscas todo aquello que es puro, verídico, o que no está corrupto. Pero no hay ninguna causa primera. Es inútil lanzarse a la búsqueda de una clave, de una palabra, del original del cual somos simples copias”.

En las noches se escucha frecuente el ritmo contagioso de una popularizada canción de hace más de tres décadas: Istambul, del grupo de rock alternativo estadounidense They Might Be Giants (Ver: https://www.youtube.com/watch?v=H9xiZv_Z5NA):
“Istambul was Constantinople
Now it´s Istambul, not Constantinople
Been a long time gone; Oh Constantinople
Now it´s Turkish delight on a moonlit nigth”.
…/…
Istambul, en el escenario inmediato y parcial que percibí, sigue siendo una urbe cosmopolita, con abundante y creciente tránsito terrestre y acuático, comercial y turística, una de las más populosas del mundo como fue la antigua Constantinopla, durante la Edad Media y después centro del poder otomano, con las desigualdades humanas no superadas deambulando por las calles, entre opulencia y miseria, pordioseros y pordioseras, multitudes caminando de prisa por las calles, vehículos y buses congestionando las vías, metro y tranvía fluyendo por rieles superficiales y subterráneos, prosperidad económica evidente (IDH 2018, puesto 61: Alto), entre la multiculturalidad y la necesidad de orden para coexistir, conviven también con la diversidad del comportamiento humano y la exclusión, sus conflictos políticos, nacionalistas, étnicos y religiosos, la migración creciente del sur y del Oriente, los flujos humanos de mercancías en un territorio de paso y asentamiento, la inmensa carga de la historia, entre la fe y la indiferencia, entre tradición, identidad y globalización, desde sus propios límites y conflictos, con los paradigmas por los que Occidente suele interpretar e imponer modelos al resto del mundo. No parece haber sido escenario reciente (Estambul y Ankara, julio 2016) de un fallido golpe de Estado.

Una ciudad y un país que no es occidental aunque tiene su vista puesta hacia allá en la solicitud de adhesión (2005) a la Unión Europea (3% del territorio de Turquía se encuentra en Europa), pero que tampoco es totalmente Oriente, se debate en un escenario geográfico y cultural entre ambos, enfrascada en sus particularidades de múltiples identidades contradictoras y afines.

La práctica religiosa del islam en muchos aspectos parece ser instrumento del poder político y económico, unificador y pragmático, de convicción, pertenencia o conveniencia. La filiación religiosa queda registrada en el documento de identidad y no se permite cambiar.

Las novelas y ensayos del escritor turco Pamuk, me han permitido asomarme, a través del relato y la ficción, a la historia y la cultura desde la distancia de espacio y tiempo, ahora, en el breve vista de estos sitios, vinculo lo leído allí y en otras fuentes, incluso las referencias iniciales conocidas en la escuela, -recibidas con asombro e insuficientemente comprendidas-, cuando me despertaron la afición por la historia, lo percibido antes se suma a lo percibido ahora, en esta nueva época cuyos vestigios y consecuencias del pasado, a pesar que todo cambia, persisten.

Estambul prevalece después de más de dos mil seiscientos años, en un mundo que no es ajeno a la era virtual y de la información, al consumismo occidental, de característicos Mall, con tiendas saturadas de ofertas y marcas transnacionales, cinemas y comida rápida, a los nuevos y viejos conflictos geopolíticos, a las confrontaciones armadas y al terrorismo próximo, a las amenazas de expansión y a las oportunidades, riesgos y amenazas de subsistencia humana en nuestra Casa Común que debe ser la preocupación fundamental ¿Cómo prevalecemos como raza humana en las complejidades, contradicciones y coincidencias actuales?

“¡Oh pueblos nuestros! ¡Oh pueblos nuestros!
Juntaos en la esperanza y en el trabajo y la paz.
No busquéis las tinieblas, no persigáis el caos,
y no reguéis con sangre nuestra tierra feraz”.
Rubén Darío (Pax, 1915).

 

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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