“LOS MOVILES DE TONO”
Del escritor guatemalteco Antonio Móbil (1930)
Subiendo las empinadas gradas de un viejo caserón del centro de la Ciudad de Guatemala, después de atravesar un árido pasillo me encontré con un hombre ameno, de escaso cabello blanco y con gratos recuerdos de Nicaragua y los nicaragüenses; piensa que “los nicas son tan francos y directos que desde que los conoces se te meten en el alma”, me refiero a Don Tono Móbil como acostumbró que le dijeran. Pasa, según confiesa con picardía, en estas oficinas que es ahora la editorial que administran sus hijas, sus momentos de ocio mientras lo permitan. Me ha entregado un ejemplar de su último libro: “Los MOVILES de TONO”, presentado entre amigos en ocasión de su 76 cumpleaños, es, como lo ha confesado: “recuento de décadas transcurridas con plenitud y sin melancolía”. Prometí leerlo y habiéndolo hecho, me motivo expresar con brevedad sobre el agradable sabor que en mi paladar de lector ha dejado.
Se confunde en ello su vida personal y la historia del país donde le tocó nacer que como dice es “esta cabecita de alfiler perdida en el mapa. No sé si fue buena o mala suerte. Pude haber nacido en cualquiera de las ciudades infinitas del mundo”; y más adelante define: “la patria no es únicamente el lugar donde naces sino donde te quieren bien”; se mezcla lo ocurrido y presuntamente vivido, lo pasado y recordado, lo real e imaginado, queda claramente marcado por allí el destello fugaz dejado por la cola del cometa que sigue su curso contagiado de luz e infinito, dice: “siempre vuelvo a mi gente, a mis problemas, a este cotidiano sobrevivir que no cesa y me sujeta”. Se reúnen en este libro en un diversificado encuentro: memorias, experiencias y olvidos que no han dejado de decirse.
Revelado queda el hombre de “imaginación inquieta”, la vida “vista pasar bajo el aguacero”, la soledad disfrutada a lo grande desde la niñez, los caminos recorridos y probados, la escuela que “fue la cárcel de mis sueños”. Están allí, como si fuera ahora, con la diferencia que los numerosos muertos de hoy son por la violencia criminal creciente, incontrolable ante la impotencia de los ciudadanos y el Estado, antes bajo la sombra Ubico, Romeo Lucas y de otros personajes siniestros “Vivos recuerdos de una época que solía ser paz de cementerio”.
No fue ajeno a nada, se salvó afortunadamente de la indiferencia. Estuvo en el octubre revolucionario de Jacobo Arbenz, en el ejemplo de decencia política de Juan José Arévalo en su temprana juventud, vio los miedos generados y el peligro identificado por quienes quisieron determinar la historia a “que otros países del traspatio latinoamericano quisieran imitar gestos soberanos”; hubo rebeldía, exilio, traiciones, persecución y decepciones. La muerte rondó clandestina en las desfavorables condiciones de la democracia frustrada después del golpe interventor de 1954.
Cultivó el espíritu bohemio, visitó en sus aposentos “el amor y las pasiones que llevas escondidas entre la nostalgia del futuro que nunca vivirás”, expresó sus ideas con franqueza, “la noche se esfumaba entre política, libros y amores”. Reconoce que tuvo: “vida alegre en este país tan triste”. Entre libros escritos, escritores y pintores reconoce haberse dedicado a su trabajo “entre sobresaltos y alarmas”.
En su casa, según me ha contado el poeta Luis Rocha, conserva una variada colección de figuras, esculturas, adornos de búhos, de todas las formas y procedencias. Algo revela esa afición que no cuenta en “Los MOVILES de TONO”, ese animal, símbolo de sabiduría, de muerte y rapiña, enlace entre lo oscuro y lo visible, que invita a un viaje al mundo de lo sobrenatural y los mitos, de hábitos nocturnos y sedentarios, al que los precolombinos veían como símbolo del poder político y religioso, como un águila nocturna de gran intuición y alto vuelo. Hay en Tono Móbil un ave de vista aguda que con sigilo intuitivo ha revisado lo andado y se ha atrevido a escribirlo. Un hombre que cuenta sobre las percepciones del tramo de vida que vive, tiene, independientemente de lo extraordinario, la virtud de darle a los hechos, un sentido real, humano y concreto. Los sucesos no son ajenos a las personas, sin ellas no hay historia, ni nada que contar.