CASA Y TRAVESÍA DEL POETA QUE VIAJA
Martha Leonor González, poeta y escritora, crítica literaria y comunicadora, ha presentado su libro LA CASA DE FUEGO, como una hilera de poemas luminosos y flameantes, que agrupados, en serena caminata avanzan y se juntan a los “cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar”, para alumbrar, en su propia orilla, para reflejarse “en la azul inmensidad”. En la portada, una flor roja, su tallo: alambres de púas, el fondo: negro, con los colores de las llamas de un fuego que brota entre las ideas de las páginas: rojo, negro y amarillo. Dice: “todos tienen una casa en llamas / aunque no la nombren / un travesaño podrido / el infiernito que los quema… Desde Ciudad Juárez: “En los muros tu nombre, / toda rosa / es deshojada y cae”.
Soy lector común de prosa y de versos, escribo, cuando se puede y quiere. Para mi, la poesía son palabras que crean figuras y en la brevedad y la armonía muestran intensamente sentimientos, un sentido simple o profundo, común o extraordinario que nos abre, como una ventana, nuevos horizontes interiores y exteriores, ocultos, obvios y pendientes. Encuentro eso en el lenguaje llano, despojado de retórica, plagado de recuerdos que se trasmiten y despiertan otros en una cadena interminable de verdades que no terminan de completarse, van y vienen, regresan y son… Unas se identifican más con el lector que otras, calan, dejan huella o pasan ligeras. De estos versos, me quedan algunos, como llamaradas de fuego que a veces queman y en otras, me proporcionan el agradable calor en la noche fría y oscura.
En la casa, según Martha Leonor, los “árboles tienen nombres” “los abuelos buscan migajas / barren el sol con los dedos” “se emparentan los días”. Agrega: “En la casa de la infancia / hay un sueño escondido / y no le encuentro…” ella, desde estas páginas, ha regresado a buscarlo: “Son los rostros de esta casa / que me hablan,” La niña busca y encuentra: “con mis versos /invento un paraíso de amigos / hermanos con cangrejos en el pecho / el azul mas azul…” La casa, tiene paredes, gentes, recuerdos idos que no terminan de irse porque van con nosotros: “en esta habitación / hay metáforas acorraladas”.
El poeta viaja en un barco, es su barco. Hace una y otra travesía, “este es mi barco, dice la niña” “la niña era traviesa”, como señala Rubén. “En lo alto de esta proa, / lejana de madre / lejana de amores / lejana de amigos / cerca de la mar”. Algo nos arrastra en las travesías, sobre el misterio del mar “y lo que soy”.
Lo común de buscar “en que túnel reposa tu grito, / donde puedo encontrarte” “Por eso esta palabra que es silencian, / te busca entre las ventanillas de los buses, / bullicioso mercado de vendedora de flores”.
Mujer que habla entre las páginas escritas con sencillez y amable tono, camina… “Sigo por el camino / como una mujer que hila abismos / que marca la hora de su partida. / Martillo las piedras que me dejaste / luego las trago / las guardo en mi corazón / como autentico tesoro de mis días. / He coleccionado estas piedras…”