ANTOLOGÍA de Franklin Sequeira Argeñal, poeta, Chinandega.
PRÓLOGO
“…maestro que das tu pan y te mueres de hambre
que das tu palabra y te muerde el silencio”
Franklin Sequeira A.
El poeta me pide que escriba un prólogo sobre una Antología que es una vida sobre la marcha, no sé qué decir. Veré qué sale cuando lea; entonces leo, he leído los versos despacio, gota a gota, no puedo recurrir a la prisa al leer los versos como en la prosa, de una sentada; los versos son tramposos, esconden cosas, condensan grandes extensiones en una expresión, el texto no lo dice todo, siempre tiene la delicada malicia de esconder algo, detrás de la letra, al otro lado del signo ortográfico, hay una máscara que se desnuda… ¿Qué sentía el poeta cuando escribió? ¿Cómo apreciar el empuje de su mano cuando se deslizaba apresurada sobre el papel vacío? Rubén Darío escribe: “…como el mensajero que la luz conduce, / en el vago desierto que forma / la página blanca!” Eso es lo que quiero descubrir, no la forma, sino el fondo, al ser humano escondido detrás de las páginas, que, habiendo vaciado el contenido de su pluma, en la tinta negra inmovilizada, se asoma y vive, “para enfrentar la vida”, ¿Qué es, sino eso la poesía?
Un poeta es un mensajero de su propio interior y de su contexto, es portador de sensibilidades y sensaciones, de experiencias vividas y ajenas, traslada a palabras, en la brevedad del verso, la intensidad, esconde en el ritmo, la metáfora y la figura abstracta, la idea concreta, la raíz profunda oculta en las profundidades oscuras, sólida y porosa, húmedas y secas de la tierra.
Franklin Sequeira es un poeta dentro de quien se aglomeran inquietas voces que se ve obligado a expresar en la búsqueda de su identidad y estilo, en la recuperación incansable del sosiego. No se enreda en el propio palabrerío, encuentra un orden en el caos, una luz en el túnel, una rendija en la tapia alta y sólida de lo desconocido, de las injustas rejas, sin atormentarse, sacó una esperanza. Desde las limitadas circunstancias de la vida que no terminan, gracias a la existencia, de agotarse, es un lector, un conversador, un acucioso observador de lo propio y lo ajeno, un interiorizador del mundo que le circunda, se pregunta, guarda silencio, dice y hace, es un buscador de sueños, un caminante de caminos andados y un incansable abridor de trochas. Es, como escribe Frankl Viktor, “el hombre en busca del sentido”, según lo dice Nietzsche, “si tienes un porqué, encontraras el cómo”. Franklin tiene qué decir, entonces encontrarás las palabras, su orden, su racionalidad, descifrara el laberinto que guarda y en el cual existe. Ha vivido y vive, tiene entonces algo qué contar, a su manera, en sus SONETOS de AMOR (1994) y LAURELES (1989) de la temprana juventud, en la “fecundidad poética que anida en su pecho”, que no se agota, a medida que sale, abunda. Vuelve a “su pequeña musa” en lo que reconoce su “fantástica demencia”. Siempre, como sabemos, “hay algo de locura en el amor y hay algo de amor en la locura”. El poeta ama, entonces, algo de loco tiene, el poeta es loco, entonces algo de amor le abraza. Su “alma divaga y sueña” en el ego de sus poemas. En la noche alguien le dicta los versos, no sabe si duerme o está despierto. Vuelan los nombres de su pasado, presente que, sin irse nunca, le acompaña, el recuerdo ¿Qué es la existencia en el olvido? ¿Qué de atroz es el recuerdo vacío?
Vislumbra en sus versos a los maestros, menciona a Antonio Machado con su “lenguaje silvestre”, a Cervantes, con su pluma de vida e ironía, es, igual que su obra, “un quijote andante, persistente y terco”. Tiene la compostura de Azarías Pallais, quien recorrió casi descalzo, cubriendo su humildad con su túnica raída, las calles de Chinandega y Corinto: “Ser loco y ser andante de edad media, / vivir una vida de visionario, /resplandecer en la humana comedia, / como los rubíes del incendiario.”
Teme a la soledad, pero la necesita, no la quiere, pero la busca, en ella encuentra la inspiración, la descubre entre sus brazos, en “la tarde pálida”, pasa bajo el PÓRTICO ( ) de sus pesares, es nocturna. Una dosis de tristeza le acompaña como la sombra IN SITU ( ). Quiere escuchar el canto de sí mismo y tararear su propia melodía, añora el silencio, su silencio. Erige sus altares, transpira su religiosidad comprometida, sus dudas y preferencias, agradece desde la fe, lo que desconocemos y apenas sospechamos. Hay una plegaria, la de un preso, un preso en la cárcel que es su propia cárcel, las rejas impuestas y las construidas con el propio esfuerzo del miedo a la libertad. Estando dentro, somos libres, estando afuera, estamos encerrados, he allí el dilema. Adentro se sufre, el temor a la muerte, las pasiones, la escasez, el miedo, afuera aguardan la misma pesadumbre.
Franklin critica el sistema de lo injusto, de la justicia que imponen quienes bajo el silencio levantan el brazo para activarlo como una maquinaria inclemente, mecánica e indiferente, igual que la “Colonia penitenciaria” o en “El proceso” del otro Frank cuyo apellido fue Kafka.
El poeta quiere cuidar de la estética, la armonía y el ritmo, surge un verso sencillo y fluido, que, al entonarse, algunos brillos esconde, la forma. Sin detenerme en ello, digo, que quien lea los versos, conoce a un ser humano que encuentra, en la letra y la lectura, en la escritura, un refugio, una tribuna, un grito en la multitud del cual queda a lo lejos, después de colarse entre las calles calurosas de su pueblo natal, Chinandega, el eco que se difunde en la cúspide sombría, encumbrada y amenazante del San Cristóbal.