LA SEGURIDAD, OTRO DERECHO HUMANO PENDIENTE
El 10/diciembre/1948, hace sesenta años, se aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, un hecho histórico asumido desde las naciones del mundo y que incluyó, entre otras cosas, algo que podríamos decir es obvio, pero en la práctica cotidiana no lo es: “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (artículo 3). Cuatro siglos antes, el 2/junio/1537, el Papa Pablo III emitió la Bula “Veritas Ipsa” sobre la dignidad humana de los hombres, en la cual “reconocía que los indios tenían alma y eran seres humanos”, se declaró que, siendo hombres, tienen derecho a su libertad, a disponer de sus posesiones y a abrazar la fe que debía serles predicada con métodos pacíficos, evitando todo tipo de crueldad. Sabemos que, a pesar de aquel enunciado eclesiástico reconociendo la evidente verdad, los nativos del nuevo continente fueron casi exterminados, despojados, desarraigados y sometidos por la fuerza en nombre del Rey y la fe.
Después de esta declaración de las naciones del mundo, durante los sesenta años transcurridos hasta llegar a nuestro tiempo, sin duda algo ha mejorado, pero es demostrable que millones de seres humanos continúan padeciendo la exclusión a una vida digna, la ausencia de una libertad legítima y la carencia de seguridad en su persona para desarrollarse integra y dignamente.
La humanidad debe con justeza celebrar sesenta años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como un hito, más simbólico que real, como una voluntad que no termina de ser plena: se aleja para unos y parece propiedad exclusiva de otros. Hay que lamentar que las naciones poderosas, los poderosos de los países pobres, los líderes de las organizaciones que tienen en sus manos los hilos del poder económico, político, religioso y cultural, no han logrado (ni querido) hacer prevalecer en esta “casa nuestra que cohabitamos”, los derechos fundamentales e irrenunciable de hombres, mujeres, niños, niñas y adolescentes, con sus diferencias y similitudes de raza, creencia, posición, opción política, religiosa y sexual. Ver la declaración hacia atrás, observar el camino recorrido, identificar sobre su senda, los estragos causados a millones de seres humanos, ver en el escenario de este año que termina y visualizar en los próximos, las heridas, el duelo y el olvido, la tierra arrasada, las voces silenciadas, la impotencia ante la arbitrariedad, la intervención, la guerra, las masacres, la hambruna, la violencia criminal creciente, la concentración excluyente del poder político y económico, la farsa y la democracia diseñada a la medida del control de minorías privilegiadas, la corrupción pública y privada que usufructúa los beneficios colectivos y se roba las esperanzas, la pobreza que carcome como un cáncer en medio de la opulencia indiferente, no puede dejar otra cosa que culpa e irresponsabilidad por no hacer lo que se debió hacer, por no seguir haciendo lo que se debería. Culpa debe ser deuda, no un sentimiento volátil y pasajero, las deudas hay que saldarlas ¿Será eso un día posible?
El mundo no es un lugar seguro para todos y todas. El comportamiento de los seres humanos, los gobiernos, las empresas y el “desarrollo excluyente” han vuelto inseguro el mundo natural, y este, en los estertores de sus padecimientos, regresa inseguridad creciente a los causantes, no como una venganza premeditada, sino como una consecuencia inevitable; estragos que fluyen parejos, contra quienes tienen más responsabilidad y contra quienes menos o ninguna, esos últimos, suelen ser quienes sufrirán sus perniciosas consecuencias primero y directamente, sin refugio ni auxilio.
La violencia de unos estados contra otros, la violencia del estado contra sus ciudadanos, la violencia del mercado y las grandes corporaciones financieras, la violencia de quienes controlan el poder en cualquiera de sus formas imponiéndose a otros(as), la violencia destructiva o defensiva, desde lo público y lo privado, desde la justificación inventada a la medida de quien puede y manipula las creencias y aspiraciones sencillas y legítimas, acompaña inseparable nuestra historia de antes y ahora, desde lo local y lo global.
La población mundial era de 2,600 millones de personas (1948), ahora somos 6,600, 2.5 veces mas; los recursos siguen concentrados, los alimentos escasos porque los niveles privilegiados de consumo y exceso de los habitantes de los países ricos y de minorías en países pobres, absorben desigualmente la riqueza. En Nicaragua, éramos 1.2 millones (1948), ahora, habitamos este país que los conquistadores españoles llamaron “El Paraíso de Mahoma” por su exuberante belleza y abundancia natural, 5.5 millones de habitantes, 4.6 veces mas; 65% de los nicaragüenses están en situación de pobreza y pobreza extrema. En América Latina, 110 mil personas mueren por la violencia criminal cada año; una cantidad dos veces más grande trunca anónima y silenciosamente sus vidas por la desnutrición, la falta de atención médica y el abandono.
Celebremos entonces (si algo hay que celebrar) con responsable preocupación. Compromiso se necesita más que celebración, acciones más que loables intenciones. ¿Qué será posible? ¿Qué estamos construyendo para este siglo desde nuestra convivencia cotidiana en el mundo y en nuestro pequeño país donde habitamos?