INSEGURIDAD, VIOLENCIA Y ESPECTÀCULO
En nuestra época de predominio de las comunicaciones electrónicas que trasladan imágenes y sonidos en tiempo real, en donde las escenas de lejanos lugares pueden llegar en el momento mismo que ocurren a cualquier rincón del mundo, cada día nos transformamos en “espectadores del dolor ajeno” como diría Susan Sontag, desde la comodidad de un restaurante, la sala de una casa de habitación o la privacidad del dormitorio, se observa el daño, la enfermedad, el delito, la muerte, la destrucción y la tragedia de otros(as) sabiendo que nosotros estamos cómodamente sentados viendo el peligro que acecha. La forma en que esas imágenes son tomadas, seleccionadas, minimizadas o magnificadas y finalmente trasladadas repetitivamente al “consumidor” lleva impregnada ineludiblemente la subjetividad del medio de comunicación que por mucho que insista en que “trasmite con objetividad lo que ocurre”, impone un enfoque, un comentario, un énfasis que tratará que el receptor asuma.
La manera en que la noticia se trasmite, se comentan los hechos o se analizan los fenómenos, puede sesgar, condicionar y manipular la percepción social tan diversa que cada vez puede estar mucho más lejos de la presunta realidad, tan difícil de identificar, evasiva, cambiante y heterogénea, ¿a quién interesa ahora eso.? En la imprecisa era postmodernista es más importante la imagen que los hechos, lo virtual que lo real, el hoy que el mañana, lo fugaz que lo permanente (¿habrá algo permanente?), “una imagen dice más que mil palabras”. Lo cotidiano se hace espectacular; lo extraordinario o dramático puede ser cotidiano de tanto verlo. El “receptor” es bombardeado por una infinita continuidad de informaciones, no tiene tiempo para asimilar ni pensar, rápidamente indigesta su conciencia e inconsciencia, va asumiendo una sensación de angustia, indiferencia, inseguridad o caos que se aloja en su propia subjetividad que le puede llevar al estrés, al temor infundado, a la desconfianza o a la pérdida de sensibilidad por el mal que otros(as) sufren y también teme sufrir, aunque sepa está ocurriendo lejos. Es lamentable como se puede ver sin inmutarse la agonía de una persona víctima de un disparo con arma de fuego, que se desangra por la lesión provocada por un machete, que yace atropellado por un bus en la vía pública, o una mujer despiadadamente maltratada por el marido o una niña que sufre los padecimientos de una dolorosa y prolongada enfermedad…
Los medios de comunicación en su diversidad de formatos y contenidos, en su legítimo interés comercial y de competencia, pueden perder, dado el contexto, su original rol de educación e información social responsable. Acechan a la víctima, denigran a la persona y ahogan al espectador. Hay poco tiempo para pensar en eso. Los “límites éticos” se han confundido tanto que cualquier cosa: cierta o falsa, imaginada o fundada, horrenda e inhumana… puede ser dicha y mostrada. Todas las formas ceden cada vez más ante la influencia arrolladora de quienes presentan imágenes y videos en movimiento y a color, la influencia de la televisión e Internet es más beligerante. Las formas escritas y radiales tienen una influencia menor en la percepción social de inseguridad. Diversas encuestas de opinión han identificado que existe relación directa entre percepción de inseguridad por la violencia criminal y quienes se informan o ven las noticias con frecuencia a través de la televisión. La relación de percepción de inseguridad y quienes se informan (leen o escuchan con frecuencia) a través de los medios radiales y escritos, no es tan evidente. Las nuevas generaciones casi no leen, es la televisión la que consume su tiempo de distracción; a través del Internet hacen sus investigaciones escolares sin necesidad de recurrir a los libros impresos.
Las instituciones encargadas de la seguridad pública y las políticas estatales en materia de seguridad ciudadana, deben influir indudablemente en la reducción del riesgo de las personas a ser víctimas de un delito cualquiera principalmente los más graves, pero también deben generar confianza y credibilidad, proporcionar información con transparencia y objetividad, dar respuesta eficaz ante los hechos que ocurren. Reconocer la verdad de los riesgos ayuda a prevenir con responsabilidad social. Evadir la obligación, ocultar o falsear los hechos, aumenta el riesgo a que las cosas se agraven. El enfoque de los medios de comunicación es fundamental, pero es principal el de funcionarios(as) gubernamentales de transmitir mensajes ponderados que, sin ocultar la verdad e informando con prontitud, utilicen un lenguaje de respeto, no alarmista ni amarillista ni ofensivo. A veces los mismos voceros oficiales enfatizan un contenido y tono de caos, miedo e impotencia ante la violencia que los medios exacerban; ellos mismos reflejan la inseguridad. Se enseñan modus operandis que otros(as) copian, se estigmatizan comportamientos y etiqueta a personas injustamente. El receptor, en su humana y morbosa ansiedad, espera detalles sobre el asalto, el asesinato o la violación; con frecuencia, quien transmite el mensaje, se presta al juego para satisfacer la perniciosa ansiedad popular.
Hay una brecha en aumento entre hechos delictivos y percepción de inseguridad. Ello obedece a que la seguridad ciudadana no es simplemente la ausencia, disminución o aumento de hechos, es decir de mayor probabilidad a ser víctima de un delito, sino que es inseparablemente la percepción que se tiene sobre los hechos, la respuesta que espera de las instituciones (no es homogénea, depende mucho de la posición socioeconómica del denunciante) y la confianza y credibilidad que las personas tengan de las instituciones encargadas. Las personas son más vulnerables cuando tienen condiciones sociales y económicas deterioradas, cuando carecen de influencia ante cualquier forma de poder. El caso más emblemático sobre brecha percepción-hechos en Centroamérica, se observa en Costa Rica, en donde a pesar que el país tiene la tasa delictiva más baja de la región y el funcionamiento de sus instituciones más estable, la percepción de inseguridad de los(as) ciudadanos(as) es similar a la de Guatemala (con problemas de gobernabilidad y tasas delictivas cuatro veces mayores). Las personas son más exigentes, perciben que la seguridad se ha deteriorado y tienen desconfianza en las instituciones de la seguridad pública. Ningún país del Istmo escapa a esa preocupación. ¿Qué pasa en Centroamérica que los ritmos de crecimiento de la violencia delictiva, la desconfianza e inseguridad tienen ritmos más rápido que en otras regiones del mundo?