EL DE LOS HECHOS Y LAS PALABRAS EVANGELIZADAS
“Dad gracias a la llama por su luz, pero no os olvidéis de la lámpara que permanece pacientemente en la sombra”. Rabindranat Tagore (poeta indio, 1861 – 1941).
La imagen del hombre alto, espigado y calvo, con la espalda un poco arqueada, vestido de sotana negra y sombrero arrugado a quien en ocasiones dedicaban una oración o recordaban a partir de alguna anécdota cotidiana, fue en mi niñez una visión frecuente y próxima. Mi padre, quien trabajó en la Aduana de Corinto desde fines de la década del cuarenta, compartió durante algunos años, por la conocida generosidad del Párroco de la iglesia de Santo Tomas, la misma pieza del padre; por su cercanía y profesión de músico tocando el violín, acompañó desde su juventud muchas misas, anécdotas y tertulias al carismático Azarías Henry Pallais (1884 – 1954) quien fue un confeso entusiasta y amante de la música y la literatura clásica y de la cultura popular. Recordando a Alejandro Vega Matus, el poeta escribió que los músicos estaban en el penúltimo peldaño subiendo de la tierra al cielo, en el último escalón ubicaba a los santos (1939). Cultivó en vida y siguió desarrollando después de su muerte: gratitud, admiración, respeto y veneración. Fue quien casó a mi padre con mi madre (1950) y fue padrino de bautizo de mi hermano mayor (1951). En la vieja y modesta casa de Mercedes Oviedo (abuela materna) y donde residía la familia en Chinandega, aquel curita de pueblo de andar quijotesco de andariegos pies franciscanos, vestir raído y empolvados zapatos negros de baqueta ordinaria, asiduo visitante de las casas de los pobres, tomaba en ocasiones una siesta en un sencillo pero limpio catre, se le remendaba o lavaba su desgastada sotana y comía lo que decía era el fruto de la cocina exquisita de la Maruquita, como le decía a María Rosa Lara. Durante muchas ocasiones, sobre una mesita de madera, alta y redonda, escribía en hojas sueltas sus sermones, esbozaba sus poemas o simplemente se apoyaba para comer o leer.
Algunos de sus poemas, en la cotidianidad familiar, eran repetidos como si fueran letanías u oraciones, no sólo por su belleza rítmica y armonía, sino también por su profundidad cristiana y humana. Aquel sencillo sacerdote, más allá de la erudición indiscutible de sus palabras habladas y escritas, de esas palabras evangelizadas con las que tituló uno de sus pocos libros publicados en 1927, trascendió al palabrerío que pudiera quedar vacío para evangelizar los hechos, su vida fue consecuentemente llena y sus palabras no quedaron huecas como las que en reiteradas ocasiones señaló era “el negocio redondo de los políticos palabreros, que se sientan y se levantan para hablar” (1926). Desde el púlpito, durante los sermones que enunciaba con voz clara y pausada, abría sus largas manos elásticas y cruzaba los brazos mientras en el tono mayor y menor que le caracterizaba, decía esas olorosas palabras del “ungüento de Nuestro Señor”… Denunciaba lo inútil de los discursos, “las cosas de los hombres hacen mucho ruido”; apreció tanto el silencio, “silenciosamente, viviendo su vida sencilla”, insistiendo en afirmar que “Las obras del vicio son públicas y ruidosas; las de la virtud, escondidas y silenciosas” (1923). Fue seducido, según lo reconoció por “la palabra de San Agustín: La justicia de los hombres es la justicia de los injustos”.
Dijo: “tengo fama de vago entre las gentes burguesas y estacionarias” (1923) por el simple hecho de ser distinto y vivir la pobreza, la caridad y la solidaridad cristiana, por vivir bíblicamente en un mundo egoísta que le era extraño y a la vez tan conocido. Hombre modesto y místico, académico crítico de las academias, artesano de letras, caminante sobre largos caminos áridos, acompañando a todos en su soledad, cura de pueblo con puertas abiertas, de hablar profundo y hacer concreto. Católico convencido y disciplinado, obediente, ortodoxo y dogmático, fiel a sus principios por enunciarlos y profesarlos con diáfana claridad. Sin embargo comprensivo, tolerante y flexible ante la miseria humana, los ladronzuelos, los borrachos, las prostitutas, los excluidos y los débiles… Siempre tomó una posición clara (a veces atrevida) ante las cosas, la historia, la sociedad y la política, ante lo nacional e internacional, no se quedó al margen de su tiempo, a pesar de lo que hoy podríamos interpretar en dependencia de quien valore, como sus “errores” de apreciación, tuvo la virtud de quien habla de frente sin doble cara, defiende lo que cree y persiste en su verdad mientras honestamente cree en ella: “Porque ya pasó y para siempre la vergüenza de las horas neutras”. En sus glosas hay expresiones sobre un enfoque tradicional del rol de la mujer: “Los mares son para el hombre y las islas para la mujer” (1923) y “La mujer está hecha para la vida silenciosa del hogar”. Tampoco ocultó su inicial consideración por el dictador español Francisco Franco – tal vez por estar insuficientemente informado- : “… Y nadie piensa que aclamar a Franco en un Congreso Eucarístico es blasfemia”… (1939) “Franco defensor de la Iglesia española”…, “nuestros leyenda-negrista odian a Franco, con un odio que no es humano, si siquiera animal ni vegetal…”
Se expresó contra Voltaire, Vargas Vila, los enciclopedistas, los masones, los ocultistas, los fanáticos, los comunistas, los ateos, el anticlericalismo,… Amó siempre: la vida y obra de Francisco de Asís, su Brujas de Flandes (“un gótico muy de mi gusto, y por atrevido y por flamenco”), la arquitectura, la literatura francesa y española, la pintura flamenca y europea, los clásicos griegos y latinos; fue católico comprometido, pequeño, obediente y mariano, … Admirador de Darío, un vidente de los raros, de quien dijo en el discurso de sus exequias (1916): “¿No veis que le ha sido dado el privilegio de las altísimas cumbres: un poder milagroso semejante al poder de la luz: virtud multicolora y multiforme, de transformar la arcilla en piedras preciosas, de poblar los desiertos, y de sembrar la comedia de la vida en el silencio de las tumbas?”; simpatizante de Sandino por rebelde y antiimperialista. Inicialmente expresó su apoyo a Somoza García (1936) -como lo hizo el vanguardista Pablo Antonio Cuadra-, para caer después desencantado y llegar a ser un crítico directo e incisivo que produjo enojos e inconformidades en la cúpula gobernante.
Otto Schmidt publicó en marzo de 1955 las primeras anécdotas después de su muerte repentina; había superado una operación de apendicitis el 6 de septiembre de 1954 y se sentía muy triste por haber sido impedido de asistir al centenario de la Proclamación dogmática de la Inmaculada Concepción de María en Roma. La extinta Editorial Nueva Nicaragua (1986) publicó con un prólogo de Ernesto Cardenal una de las Antologías poéticas más completas del poeta leonés. El poeta trapense candidato pendiente al Premio Nobel de Literatura, dice de Pallais: “Poeta y sacerdote, en él no puede separarse lo uno de lo otro. Su poesía estuvo impregnada de su sacerdocio, y su sacerdocio de su poesía”. José Arguello Lacayo bajo el título “Un pobre de Jesús” (2000) nos entregó un estudio biográfico y floridas anécdotas, incluyendo escritos en prosa y poemas. Ahora, el mismo autor, estudioso de la vida y obra del ilustre leonés, ha publicado “Palabras Evangelizadas – Prosas” (Hispamer 2010) con más de cuatrocientas páginas que incluyen algunos de los mismos textos y otros inéditos del ejemplar sacerdote, maestro, orador, poeta y prosista, con un Epílogo de Julio Valle-Castillo quien enfatiza la heterogeneidad propia del autor contemporáneo: “arcaico, clásico, medieval e innovador o revolucionario, sencillo y complicado, transgresor de los géneros literarios y las formas elocutivas mayores y menores…”. Recientemente también fue vuelto a publicar “Caminos” (2004) con sus versos místicos y largos endecasílabos que casi llegan a las estrellas, los que por su largo andar iluminan la oscura multitud –de la que siempre quiso huir el poeta: lo oscuro y la multitud-. Jorge Eduardo Arellano lo define como un “auténtico continuador de Rubén Darío”; el académico y prolífero escritor e investigador afirma que “su poesía es una predicación incansable de la verdad cristiana, jubilosa y franciscana de comunión interna con las cosas…”. Con sobrada y tardía razón, el VI Festival Internacional de Poesía de Granada (15-20 febrero 2010) ha sido dedicado a Azarías Pallais, el poeta místico. Su obra poética y su prosa son para los hispanohablantes, continuidad y ruptura, innovación y conservación, originalidad y expansión.
En sus versos y en su prosa insuficientemente conocida, pero afortunadamente rescatada en ésta publicación, hay típicas construcciones y expresiones que son “muy suyas”, palabras y combinaciones que reiteradamente construye y que estampan su firma aun sin ponerla: “Hay estados con minúscula… y hay Estados Unidos con mayúscula…”; “Y abriendo su libro de mayúsculas…”; “Mayúsculas floridas para el Misal…”; “al masón como un enemigo de primera clase, con mayúscula, declarado…”; “un cielo azul muy de Provenza y muy de Nicaragua…”; “…muy mar negro y muy rojo al mismo tiempo…” Podríamos decir de él: “Retórica y poética, prosa y verso, palabras y silencio: eso es todo”, lo mismo que escribió sobre Rubén al referirse a alguno de los versos de Los motivos del lobo: “…y el santo de Asís no le dijo nada / le miró con una profunda mirada…” Así fue ese “loco y andante…”, con vida de visionario, resplandeciendo en la “humana comedia”. Repito según la introducción del libro publicado por Schmidt en 1955: “AZARÍAS, así nomas, con esas mayúsculas floridas…” muy suyas y ahora, gracias a Dios, muy nuestras.