REUNIDOS EN LA DIVERSIDAD
Bajo el título de Antología Literaria de Chinandega, se han reunido, con una escasa muestra de su diversidad, distintas personas que escriben poemas, narran y cuentan. Se agrupan, según lo expresamente nombrado, por ser chinandeganos(as), por su entusiasta afición a la literatura y por algo más que no se dice, pero que es lo principal: por su terquedad ante las adversidades, según se vislumbra de lo escrito, esa persistencia inagotable de la que brotan las ideas y los versos y a partir de la cual, adquiere sentido la vida.
Inmerecidamente, ante tantos vigores juntos y no dispersos, como escribió Darío, expreso en estas líneas lo que pretenden sea el prólogo o prefacio pero que prefiero llamar un simple agregado. No quisiera que fuera antepuesto ante ninguna obra, sino que me gustaría vaya, como realmente es, después, muy después de lo que va adelante que es lo que veinte entusiastas escritores, entre ellos cinco mujeres, han dejado fluir sobre el blanco papel que esperó ávido y silencioso: la plegaria, el canto, el dolor, las culpas, las nostalgias, el amor, el agradecimiento, la admiración y lo cotidiano.
María Gertrudis Montes canta desde su mística devoción en su alegre primavera con las flores que corta y deshoja sobre el camino y que el tiempo no se atreve a dejar en la lejana juventud. Roberto Larios esculpe las letras sobre el cemento fresco de las paredes y pisos que repella, aprende, como sigue aprendiendo, bajo la sombra vasta y truncada del Cosigüina.
¿Anduvo Guillermo Izaguirre un día surcando y escarbando la tierra mientras cantaba, cuando de repente las cuerdas de una guitarra temblaron de la emoción? ¿Encontró acaso el poeta a esa Beatriz que el Dante escondió en la Divina Comedia? José Gutiérrez desde la prosa breve quisiera ser un niño, con el candor del niño que juega a los bomberos con sus sirenas y atavíos, hace, pregunta, educa, escucha, habla, vuela y cura.
Son estos los “del cabello blanco como la piel del armiño…” los que pasaron antes, los que anduvieron primero.
Wassylicio Sauceda hace de la vida un teatro, informa y desde el derecho se atreve, a buscar la ficción para reconocer que es un vencedor en el duelo externo e interno en el que no se vale ser hombre de piedra. Wilfredo Martínez, un día mientras registraba unas cuentas escuchó una melodía en un rinconcito del alma; afuera llovía, pero por dentro, bajo un resplandeciendo sol, brotó el verso que necesitaba en su vida.
Pedro Díaz es maestro y escribe cuando alguna musa dariana de cabello suelto, mirada cristalina y profunda lo visita en la noche disfrazada de sueño, o en el aula o desde los acontecimientos históricos sobre los cuales narra. Ricardo Ramírez prolífero escritor de poemas y ensayos quien desde la comunicación social descubre que la soledad está en el alma y en mayo, cuando cae la lluvia, nace la esperanza con los retoños tiernos.
Luz Marina Díaz desde su religiosidad descubre la vena de sus versos, a través de las líneas de su mano pone las palabras sobre el camino, entonces cree, canta y sueña. Aprovechando la brevedad, Eduardo Soriano, condensó la amplitud de una vez, aprovechó la fuerza del viento para espantar sus fantasmas que se esconden en secreto debajo de la almohada.
Azucena Cornejo desde su prosa lúcida y sencilla revela en las imágenes de sus cuentos y ensayos, cosas insólitas y travesuras, la sorpresa en lo cotidiano y la indiferencia ante esas cosas que parecen grandes. A Oscar Urey le gustan, por obligación, las cuentas que hace como contador, las ve pasar y cuando se sale de ese mundo de cuadros y cifras, entonces escribe, se ríe y conversa, se enamora un día y al otro también.
Catalina Tigerino también cuenta sus cosas cuando quiere contarlas, es maestra, quiere ser rebelde, rehace los textos, escribe poemas, los borra, los bota y los vuelve escribir, busca el tesoro escondido que le aguarda en un rincón. Bajo su sencilla figura de Quijote andante se levanta Franklin Sequeira, el poeta y narrador persistente que no se cansa y sigue, que se levanta siempre como de un maléfico sueño con una estrella en la mano, como de inspirado maestro que da su palabra y se muerde en silencio. Tuvo la iniciativa de juntar a estos veinte bajo el mismo pórtico.
Gerardo Gayo es la exótica combinación de oftalmólogo, narrador y pintor, se ríe de la risa, pero en la seriedad de sus versos, se enamora y olvida, articula las palabras y las deja sueltas para darles sentido, juega béisbol y disfruta de las mieles sabrosas mientras camina. Dionisio Moya tiene la afición de poeta y la vocación de maestro en esas cosas raras y abstractas de los números y las leyes de la física, que a pesar de ello, descubrió que son tan cercanas a la literatura, entre la sencillez y la soledad, en el peso del silencio forzado cuando parece que las luces son tristes, de repente llega un rayo de sol perfecto.
Humberto Hernández es maestro y poeta, de esos que cuentan cuentos y regalan flores, que suelen premiar y olvidar el castigo, quienes, en un viento apacible, abrazan, que sonríen, que descubren lo bueno entre los errores, mientras corretea en la inspiración de sus sensitivos interiores. Más allá del psicólogo que escribe poemas, Lesther Martínez es una especie de ave voladora que no renuncia a los sueños deseados a pesar de los miedos, toma nuevas fuerzas, confía y anda por allí.
Alejandra Romero refleja en su sonrisa su profesión de dentista, pero además de eso escribió cuentos infantiles para despertar en los niños el vigor de la niña que acoge por dentro, hay en ella una ola que duerme en la sombra o el néctar de una flor de donde brota la música. Fresneld Rodríguez se desvela escribiendo en las páginas blancas que le amarran la boca y le atan las manos, escucha el trueno o el murmullo al oído, iluso y cansado, se duerme después.
“¡Y el hombre, / a quien duras visiones asaltan, / el que encuentra en los astros del cielo / prodigios que abruman y signos que espantan…” (Rubén Darío)
¿Qué más puedo decir, si ellos(as) son quienes lo han dicho todo? Me corresponde irremediablemente guardar silencio, me aparto de su camino, me quito la gorra para verlos pasar, que sigan ellos(as) como efectivamente han seguido, yo, me sumaré detrás del cortejo triunfal.