“SI NO SE SALVAN LOS MEXICANOS, NO SE SALVA NADIE”
Desde “La región más transparente”
Asumo como título para lo dicho por uno de los personajes de la novela de Carlos Fuentes (1928) “La región más transparente” (1958), publicada en la víspera del cincuentenario de la Revolución Mexicana (1910 – 1960) -el acontecimiento más importante del siglo XX en México-, y del siglo y medio de su Independencia (1810 – 1960), ahora que recientemente se acaban de celebrar, cincuenta años después, el centenario de esa Revolución (1910 – 2010) y el bicentenario de la Independencia (1810 – 2010), de lo que pudo haber sido y no fue suficientemente. En nuestra región, que viene desde el norte tropical y se extiende hasta el sur, se afirma, como una paradoja de la historia que “nuestra memoria tiene un equilibrio inestable” porque “no podemos vivir sin pasado, pero no podemos vivir con el pasado”. Lo pasado está vivo y actualizándose, nos atormenta; el porvenir sigue siendo un deseo inconcluso.
El escritor Heriberto Yépez señala que “la Revolución mexicana fracasó, que no fue un fallo económico o político, sino ético y cultural”. México es hoy la duodécima economía más importante del mundo ¡qué bueno!, sin embargo, más de un tercio de sus habitantes se encuentra en condiciones de pobreza en una sociedad plagada de profunda iniquidad, ¡qué lamentable! Durante los últimos cincuenta años la población ha crecido acelerada y desordenadamente hasta cuatro veces creándose en algunas de sus principales ciudades, un hacinamiento sin límites, una congestión urbana insoportable y el caldo de la violencia exacerbada por el crimen organizado transnacional, la impunidad, la corrupción y la impotencia institucional y social. Persiste el atraso feudal a pesar de la reforma agraria que en el contexto revolucionario de principios de siglo fue la principal reivindicación campesina; junto a la revolución industrial y la era de la información, coexisten en el mismo escenario nacional varias olas del desarrollo que se confrontan y colapsan.
Es ahora la aspiración más común de los mexicanos tener un futuro sin violencia; más de la mitad de la población piensa que las cosas son peores ahora que hace un siglo, aunque a pesar de toda la carga actual con la que se evalúa el pasado, las cosas realmente son menos malas que antes pero indudablemente pudieron haber sido mejores y se quedaron muy por debajo de las expectativas sociales que se construyeron sobre el 7% (un millón de muertos en una población de catorce millones de personas) de la población mexicana sacrificada durante aquellos prolongados sucesos de la Revolución Mexicana que antecedió a todas las del fenecido siglo XX.
En “La región más transparente”, el autor parte de lo que percibía como la realidad histórica mexicana, lo que puede ser una novela o un ensayo novelado de la Revolución, de lo que juzgó era “una revolución traicionada”, como un gran experimento social, confuso y accidentado, visto medio siglo después, “las cosas han sido peor. La afrenta se ha convertido en una lucha descarnada por el poder”. Una década después Gabriel García Márquez escribió en “Cien años de soledad”, la pregunta que Aureliano Buendía hace a su compadre: “Dime una cosa… ¿Por qué estás peleando? … contestó: por el partido liberal… Dichoso tú que lo sabes… Yo, por mi parte, apenas ahora me doy cuenta que estoy peleando por orgullo… lo importante es que desde este momento sólo luchamos por el poder”.
La narración de Fuentes es una traspolación de personajes ficticios y reales, anónimos y públicos, voces, escenarios y acontecimientos, de desencantos, desconfianzas, frustraciones, demagogias y esperanzas en busca del México posible, soñado, utópico e imposible, retomando los derroteros urbanos y dándole vida a la ciudad que se expande incontrolable en esa mezcla colonial, opresiva, aprovechada, desigual e intrigante. Una especie de “profecía de la derrota” (Vicente Quirarte), o “un panel alegórico de la ciudad de México. El retrato moral de un campamento humano inmerso en el caos narrativo…” (Nélida Piñón).
El título de la novela es del escritor mexicano Alfonso Reyes Ochoa (1889 – 1959), por lo que fue la transparencia del aire de una ciudad construida sobre una laguna que ya no es ni será, porque ahora, según escribe Sergio Ramírez, es “la ciudad excéntrica oscurecida por los humos industriales”. Para Fuentes esos aires “no garantizan la transparencia de sus pobladores, amantes del disfraz, urgidos por hacer de los suyos días enmascarados, por aparentar, por buscarse sin encontrarse…”, porque “siempre hemos querido correr hacia modelos que no nos pertenecen, vestirnos con trajes que no nos quedan, disfrazarnos para ocultar la verdad: somos otros, otros por definición, los que nada tenemos que ver con nada…”. Sin embargo: “Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”.
Vivimos en el mundo de los símbolos que forman parte de nuestra historia, en un mundo caótico y cambiante que no terminamos de comprender. Hay fechas que, revestidas de un patriotismo romántico y abstracto, son simbólicas como el 15 de septiembre, el día del Grito y el de la Independencia ¿Qué viene después?… los fantasmas y lo fantástico, los recuerdos, los mitos, las leyendas, la tradición, todo lleva al fin a la necesidad de una “ficción verdadera” como Tomás Eloy Martínez lo definió y que Carlos Fuentes, en la que fue su primera novela, recrea no sólo para México, sino para América Latina y más próximamente para Mesoamérica. Las vidas individuales que se hacen historia y las vidas colectivas que se anulan y olvidan y sobre las que se asciende en la escalinata del poder y sus excesos. Una historia que podría enriquecer culturalmente a todos es a la vez la que empobrece al anclarnos en un pasado ambiguo que parece inamovible.
México es grande, muy grande. Sus fronteras culturales su influencia social y política, se extiende más allá de sus fronteras territoriales, principalmente en la región mesoamericana que abarca a Centroamérica que es un espacio dominado por una cultura desde un origen común y una evolución compartida, desde el proceso precolombino que perduró durante la arrogante colonización española, hasta el actual, patriarcal, neocolonial, autoritaria, neoliberal, democrática y global que no se sabe exactamente hacia dónde va. Su fracaso cultural y ético trastoca el nuestro.
Historia, literatura, vida política, económica y social han estado indisolublemente vinculadas a la influencia mexicana. Que no es la incidencia formal de un estado hacia otro, sino el reflujo impreciso de una condición sociocultural y geográfica ineludible, la ósmosis geográfica de territorios y sociedades próximas e interdependientes. México sigue siéndolo lo que es a pesar del espacio perdido o involuntariamente cedido, a pesar que otros actores relevantes se posicionan en la geopolítica y la economía desde América del Sur.
Son los mexicanos quienes imponen principalmente las pautas del español que hablamos. El español de México prácticamente está determinando el futuro de nuestra lengua, pues una de cada cinco personas que hablan español como lengua materna, son mexicanos. Muchas de nuestras costumbres relacionadas a la alimentación, al vivir, al vestir, al pensar, decir y hacer, tienen similitudes o dependen de esa relación histórica en espacios compartidos.
Ahora viene otro asunto que quizás medio siglo antes no se calculaba, pero, podría haber sido pronosticado ante la vulnerable presencia de un estado y una sociedad fragmentada, construida sobre un suelo pantanoso, cubierta ahora por el humo de la contaminación medio ambiental y social: la inseguridad colectiva o la colectividad insegura que abarca de manera creciente de un extremo a otro a la “región más transparente”, con raras excepciones territoriales y temporales. En donde la violencia criminal organizada impone un nuevo ritmo y un nuevo rostro a la catástrofe acumulada, en donde el Estado o nuestros estados, la sociedad y sus distintos componentes, enfrentan a un nuevo y más fuerte adversario que, siendo producto de ellas, ha contagiado a las mismas instituciones públicas y privadas, penetrando sigiloso y abiertamente, a través de la corrupción y descalificación de la función pública, privada, social, religiosa y política conformada y alimentada a partir del compadrazgo, las apariencias y sus nuevas y creativas formas, que sin superar las viejas, se revisten de la modernidad y posmodernidad.
Nuestra historia ha sido una historia de rupturas más que de integración nacional. Ha habido muchos intentos dejados a medio camino que después de fracturar el orden social y político, acabaron sustituyéndolo bajo un nuevo escenario, en un rumbo aparentemente diferente pero igualmente excluyente, la evolución social para beneficiar a unos y olvidar a otros. Quizás por eso, Fuentes escribe, y puede ser asumible para la región: “México es algo fijado para siempre, incapaz de evolución. Una roca madre inconmovible que todo lo tolera”.
Desde diversas opiniones y mi modesta apreciación, las novelas latinoamericanas que mejor describen nuestro siglo XX y que en su esencia sigue siendo válidas durante la primera década del nuevo siglo que no hemos terminado de comprender, por haber marcado pautas en la literatura, por la validez de los escenarios comunes que trascienden a una nación y abarcan un periodo representativo, por lo perdurable de las imágenes, acontecimientos y personajes que señalan anclas referenciales y permiten acercarnos a la con frecuencia incomprensible naturaleza de la vida política, social y cultural latinoamericana, variada y abundante y a la vez caótica y llena de contrastes, más allá de la clasificación académica de realismo mágico, de costumbrismo y de la novela histórica, pueden ser: El señor Presidente (Miguel Ángel Asturias, Guatemala; 1946), Pedro Páramo (Juan Rulfo, México; 1955), “La región más transparente” (Carlos Fuentes, México; 1958) y “Cien años de soledad” (Gabriel García Márquez, Colombia; 1967). Seguramente no están todas, podría ser que haya otras y otros autores que conviene considerar, pero indudablemente, están infaltablemente, los antes mencionados.
En el caso de “La región más transparente”, Fuentes explora “quiénes somos, cual es el grado de nuestras contradicciones, de nuestra moralidad cívica, de nuestros escrúpulos”, no deja de ser “la metáfora del Continente” (Piñon). Historia, idioma, cultura, dramas, nos son comunes y a la vez diferenciados. Podríamos sustituir el nombre del país por el de región, México es la región, la región es más que México, he allí la búsqueda de nuestra identidad y pertenencia diversa, similar y contradictoria.
Casi cincuenta años después de su primera novela, publicó “La silla del águila” (2003), en donde actualiza y confirma lo narrado desde el tono maquiavélico con que se reviste el relato coloquial de los hechos: “En política no hay que dejar nada por escrito… Un político no debe dejar huella de sus indiscreciones, que eliminan la confianza, ni de su talento, que alimenta la envidia… Te lo digo a boca de jarro: todo político tiene que ser hipócrita. Para ascender, todo se vale. Pero hay que ser no sólo falso, sino astuto”. Tanto antes como ahora, “la concepción de la política y de las relaciones de poder que de ella emanan” (J. L. Cebrián) son una constante en los escritos del escritor mexicano, están los mismos protagonistas involucrados en similares acontecimientos y prácticas reiterativas.
Hablamos el mismo idioma, pero no nos entendemos suficientemente, ¿será por la grandeza del Continente, por la pequeñez mezquina, acaparadora y cortoplacista de sus líderes o por la anulación excluyente e indiferencia de sus habitantes? Estamos juntos desde que nacimos, bajo las influencias precolombinas de mayas, nahual, mexicas y otros grupos, incluyendo los traídos como esclavos desde África, “Y, nos guste o no guste, llevamos tres siglos de cultura católica, cristiana, marcada por los símbolos, los valores, las necesidades, los crímenes y los sueños de la cristiandad en América” (Fuentes, “Los cinco soles de México”, 2000). Es una “paradoja de las relaciones entre nuestros pueblos, tan distintos y tan similares, tan sometidos a tantas tiranías y tan decepcionados por tantas revoluciones” (J. L. Cebrián).
Desde las celebraciones del Centenario y el Bicentenario, están sobre la mesa los acontecimientos que perturban actualmente a México, la violencia exacerbada en parte de su territorio, las operaciones de los carteles de la droga y los Zetas, las manifestaciones del crimen organizado en el tráfico de personas, armas, activos y mercancías ilícitas, la fragilidad del estado en sus expresiones centrales y locales, no nos pueden ser ajenos. No somos imperturbables a lo que allá sucede, porque nunca lo hemos sido, porque estamos estrechamente vinculados a su historia y cultura, a sus causas y consecuencias, porque todo ello nos une, más allá de las diferencias artificiales; persisten nuestros vicios, defectos, riesgos y vulnerabilidades, virtudes y fortalezas, esperanzas y retos comunes.
Si México pierde, todos perdemos, si triunfan, triunfamos ¡Viva México! Si México se enrumba hacia un despeñadero, todos, tarde o temprano, sufriremos las consecuencias. Nuestras diferencias son tan pequeñas, nuestras ataduras profundas. En la cultura del comportamiento político y social hay factores comunes que corren por las venas vitales de nuestra existencia, están en nuestros rasgos y señas, son casi genéticos. De generación en generación, rígidos, transformables y evolutivos.