DE CUENTOS Y EXTRAÑAS Y COTIDIANAS HABLADURÍAS
“Nada es incierto en cielo abierto, y lo que sube, baja, anuncia la baraja.”
Mario Urtecho (Diriamba, 1954), obtuvo mención de honor por sus relatos de ficción en ocasión del 50 Aniversario del Banco Central de Nicaragua con el libro de sesenta narraciones breves y no tan breves titulado “Clarividencias”. Oficioso con el texto y las construcciones gramaticales, ha cuidado su propia edición en esa ocupación adicional de corrector por la que ha pasado sobre numerosos escritos ajenos.
A partir del título “Clarividencias”, nombre del último cuento incluido en la publicación, se puede insinuar que hay entre sus páginas, algo de misterio, leyenda y magia. La búsqueda eterna e inconclusa del hombre sondeando explicaciones, encontrándolas o, como es común, inventándolas para después contarlas. El cuento es una necesidad humana y una virtud por cuanto resuelve parte de esas carencias inagotables. Lo que no se cuenta no es, lo que se ha contado, ha comenzado a ser. Así son las cosas y así las reafirma el escritor desde su verídica ficción. A esa multitud de incomprensiones cotidianas y trascendentales agrega el colorido de las pinturas de Rafael (Olaf) Gámez Montenegro, nacido en Estelí, residiendo en Alemania, quien ilustra el libro con imágenes imaginarias que son sombras, luces, gritos, rostros, abstractos, de locura y razón, de existencia e infinito, cercanas y lejanas.
En “Clarividencias”, doña Cruz de Mayo, mujer del siglo antepasado, pidió a su hija Matilde que no la llorara porque “regresaría a este valle de lágrimas para acompañarla y protegerla”, la madre tuvo dones clarividentes. A fines de 1930, estando Matilde embarazada, se fue con su marido a pasar una temporada en Managua. El 28 de marzo de 1931 se levantó sobresaltada por una pesadilla en donde la niña le pedía que se fueran de la ciudad. Así lo hicieron. Tres días después un terremoto devastó la Capital. Fue bautizada como Ana de la Cruz y desde temprano mostró el mismo don de la abuela. Conoció las propiedades de las plantas medicinales, se convirtió en la matrona del pueblo, la buscaban por “consejos o remedios para curar los males del cuerpo y del alma”. Vio en sueños “al muchacho disparándole al General”, se lo contó al comandante, quien le dijo que estaba loca, pero al ocurrir el histórico suceso de 1956 en León, fue detenida bajo el argumento que “como lo mataron de verdad debía pagar su delito, para ver si así dejaba de andar soñando mierdas”.
Los leoneses, a pesar que el tiempo tiene la fatal consecuencia del olvido, recuerdan aún a Abraham Paguaga (1872 – 1956), maestro, filósofo, médico, sicólogo y místico de grandes inquietudes, reconocido por Azarías Pallais y Alfonso Cortés, fallecido en el mismo año del Principio del fin de la Dictadura, fue, al igual que los personajes del relato anterior, desde sus sueños e intuiciones, un hacedor de premoniciones, curaciones y consejos.
En la brevedad y extensión de sus narraciones hay diversidad, desde la nota roja de los diarios, hasta lo absurdo captado de la imaginación. Reiteradamente todo es posible ocurra, en lo que se empecina en afirmar, en su Diriamba natal, de la que no es fácil separar sus experiencias, vividas o imaginadas, de sus “Remembranzas” ¿Qué importa la diferencia? Allí sintetiza lo posible e imposible, si no ocurre allí, casi en ningún lugar podrá ser. En “Ícaro Nicaro” a fines del siglo XIX, narra sobre la aventura de un joven de la villa de Diriamba, en “Nicaragua, donde lo insólito siempre ha sido parte de su vida cotidiana”, respaldado más “por el entusiasmo que por la solidez de sus conocimientos”, anunció con bombos y platillos su intensión de volar al igual que las aves. Fracasó en el primer intento, pero planificó volverlo a hacer para cumplir su palabra, “declaró que no todos los pájaros vuelan al primer intento”. Viene a mi recuerdo la novela de Saramago, “Memorial del convento” (1982), en donde Baltasar Sietesoles ayudado por su mujer Blimunda diseñan una máquina voladora, eterna aspiración recogida incluso en los esbozos de Leonardo da Vinci, para remontarse en la aventura de los cielos, cosa que no sabía es que, este tal Parrales de Diriamba lo había intentado y tal vez logrado antes.
Cosas así están dichas en sus narraciones: …la fotografía deja aprisionada el alma en el papel; los efectos del hielo del muerto se reducen con un litro de guarón; las embarazadas no deben revelar los meses de gestación, menos la fecha de parto, “información valiosa para quien quisiera malograrle la criatura”. “Los indígenas sabían que una bruja habitaba en las entrañas del volcán Masaya…”,
Los poetas son clarividentes y creadores. De allí salió “el amor, la risa, la música, los sueños, la poesía, los orgasmos, las aves multicolores…”. Desde “Planos cósmicos”, reconoce que “alucinantes fueron mis viajes”, comprendiendo que “la vida y la no-vida discurren sobre sendas inconscientes”. Las fobias eliminadas rondaron de miedo y por fin fueron derrotadas y sometidas “a cautiverio perpetuo”. Los sueños, los insomnios y las resacas del amanecer visitan algunas de sus elucubraciones. En “Lejos del crepúsculo” Lucas, otra vez desde Diriamba, experimentó viajes astrales, desprendimientos corporales, vuelta a vidas pasadas y por fin se quedó en el futuro, “No era la primera vez que lo expulsaban del mundo de los sueños”, se metió entre sus libros, no le creyeron que del sueño había traído armas antiguas y ropa ensangrentada; se remontó al año 2204 en un entorno distinto al propio, cuando los delitos dejaron de ser plaga social porque la ingeniería genética y la sicología social desarrollaron un sistema conectado a la célula fotoeléctrica de cada persona que alertaba ante el intento de delinquir; para ese entonces, los libros eran objetos de colección. El hombre se trasladó con viejos libros que quiso entregar en una biblioteca, en un país que no conocía, pero donde decidió quedarse para terminar lo que le faltaba vivir. El momento de su partida en el sueño, quedó grabado en una videocámara que había instalado y que después de más de dos horas de filmación, captó un intenso resplandor, la levitación del cuerpo y su difuminación en el vacío.
No falta en sus líneas “Sandino”, “ser de gran elevación espiritual” y los remanentes de la lucha antisomocista y de las décadas de antes y las que siguieron después. “Lo extravagante es habitual en la conducta política nicaragüense” … “A los liberales corresponde la paternidad histórica de la primera invasión norteamericana”. En “Reencarnaciones” habla de “¡Políticos guatuseros!”, por las múltiples manos, piernas y dobles caras… En “Las Segovia” se recuerda al Ciro Molina quien fuera sancionado por la Secretaría Política ante los resultados de la presentación de una obra que le habían encargado, en donde, “el ánimo de los actores se acaloraba”, el “pueblo” capturó al muchacho disfrazado de serpiente interpretando al somocismo, lo estaban asfixiando, “el muchacho se escapó entre la rechifla del público”. “…estoy convencido que, en verdad se nos escapó el somocismo… ¡y continúa haciendo de las suyas!”.
Nicaragua está llena de cuentos de caminos, de aparecidos y apariciones, de premoniciones y clarividentes, de mitos y leyendas transmitidos de viva voz y “al alcance de la mano”, de viejos y recientes acontecimientos, urbanos y cotidianos en donde los decires y cuechos, completan no sólo la información que falta, sino que recrean, humorizan, satirizan y magnifican los sucesos que terminan siendo aceptados como parte inseparable de la cultura política, social, comunitaria y religiosa, según lo han contado Fernando Silva, Sergio Ramírez, Lizandro Chávez, Alejandro Bravo, Carlos Alemán Ocampo, Jorge Bautista, Mario Urtecho y algún tiempo antes, Juan Aburto. Urtecho, desde la poesía metafísica de Cortés, explora ahora también, dentro de algo más, el cuento metafísico.