VIDAS TRUNCADAS, CONSECUENCIAS Y RETOS EN CENTROAMÉRICA
FORO SOBRE SEGURIDAD CIUDADANA
En Guatemala veintisiete campesinos fueron asesinados por sicarios de los Zetas y el narcotráfico (Petén, mayo 2011), en El Salvador fue incendiado un microbús por mareros quienes calcinaron a diecisiete ocupantes (Mejicanos, junio 2010), en Honduras supuestos pandilleros masacraron a diecisiete personas en un taller de zapatería (San Pedro Sula, septiembre 2010), en Nicaragua un joven de último año de arquitectura fue apuñaleado frente a la UNI (Managua, mayo 2011) y cinco mujeres fueron fue encontradas muertas y algunas violadas en distintos lugares en el transcurso de una semana (Jinotega, Estelí, Río San Juan, Nueva Segovia, Managua; mayo 2011), en Costa Rica un pistolero mata a un cambista (Pavas, mayo 2010) y un taxista es víctima de homicidio y robo agravado (Alajuela, marzo 2011, en Panamá supuesto líder pandillero y narcotraficante colombiano fueron acribillados desde un vehículo en marcha (Colón, mayo 2011). Son víctimas de hechos con distinta complejidad y organización, han sido realizadas con frialdad por el crimen organizado, por delincuentes comunes, por venganza, violencia intrafamiliar, pandillas, borrachos, drogadictos… ¿Qué razones inmediatas y causas profundas están detrás de estas vidas truncadas?
Las muertes violentas son más que un registro estadístico, conllevan una tragedia humana inesperada e inútil que deja duelo, huérfanos, viudas, tristeza, rencor, venganza y numerosos traumas personales, familiares y sociales inmediatos y de mediano plazo insuficientemente previstos. La delincuencia afecta a la sociedad y al modelo democrático; la violencia en su máxima expresión mata, deteriora gravemente la convivencia y arrastra traumas, reproduce para el futuro una carga destructiva de ignorados efectos. Evitar los daños fatales provocados por la delincuencia, es uno de los principales retos de la seguridad ciudadana y la justicia, es inseparable al fin del Estado que es el bien común. Preservar la vida y la integridad física de las personas es un derecho humano primario, fundamental e inmediato a preservar.
En Centroamérica perdieron la vida por la violencia delictiva más de dieciocho mil personas en el año 2010, de los cuales el 36% en Guatemala, el 26% en Honduras, 24% en El Salvador, 6% en Panamá, 5% en Nicaragua y el 3% en Costa Rica. En el año 2000 esta cifra no llegaba a la mitad de la actual; la tendencia es preocupante. El Estado se muestra limitado en prevenir y dar respuesta efectiva a lo ocurrido. ¿Qué consecuencias para el presente y el futuro generan esta cantidad creciente de victimas en la región?
La guerra dejó incontables muertes y destrucciones, afortunadamente Centroamérica la superó al poner fin al conflicto armado y lograr la “paz”, sin embargo, ahora hay una “nueva guerra”, más dispersa, imprecisa y sin sentido que deja tantas o más victimas que antes. El fin del conflicto generó efectos lamentables a los que quizás no nos preparamos suficientemente, las consecuencias inmediatas de la postguerra crearon un caldo de cultivo para el incremento de la violencia delictiva con altas tasas de homicidio, dejando una región con sociedades, institucionalidad y estructura socioeconómica vulnerable, fragmentada, con altos niveles de desconfianza, con muchas demandas sociales insatisfechas, alta desigualdad, a lo que se suma la inmigración, la deportación, la crisis económica internacional, la dependencia externa, los errores de política interna y la amenaza creciente del crimen organizado global que utiliza estos territorios como tránsito, pero también como destino. Los estragos de poderes y sociedades autoritarias, etnocentristas, excluyentes, oligarcas, colonialistas y patriarcales, consolidados durante décadas anteriores, quedaron en evidencia al concluir la guerra. En algunos grupos sociales se ha acumulado resentimiento, desprecio por la vida; faltan oportunidades, decae la solidaridad. El Estado incipiente y ausente por su impotencia interna, reformado, pero no transformado, se muestra agotado y rebasado por las circunstancias.
Pregunto: ¿a este ritmo caótico de muertes violentas incrementado a más del doble en una década, qué consecuencias se están construyendo? ¿Cómo se traslada el rencor, el resentimiento, el ánimo de venganza, el abandono y en general los duelos en los familiares cercanos y en el colectivo social de estas víctimas? ¿Cómo se van a reproducir sus efectos y cómo cortarlos? Lo lamentable es que es un ciclo que se desarrolla en espiral y si no se revierte la tendencia y más aún, si no se reducen sus efectos en las dieciocho mil familias directamente afectadas por la violencia delictiva el año recién pasado y los otros miles de los años precedentes, ¿qué podemos esperar después? ¿Cómo se agravará el problema y qué distorsiones padeceremos después?
Centroamérica tiene algunas salidas, la crisis actual de inseguridad puede ser una oportunidad, se requiere un “nuevo pacto social”, un “nuevo gran acuerdo de paz” que construya, lo que dice (y falta mucho por lograr) el Protocolo de Tegucigalpa (1991) “una Región de paz, desarrollo, libertad y democracia”. La delincuencia organizada y común, la pobreza y la corrupción pública y privada, son las principales amenazas a la seguridad democrática. La Asamblea General de OEA (XLI período de sesiones, El Salvador, 5 – 7 junio 2011) abordará la seguridad regional y los desafíos del Continente para combatir la delincuencia y el crimen organizado, la Conferencia de Estrategias de Seguridad (SICA – Guatemala 22 – 24 junio) para las políticas regionales contra el crimen organizado y movilizar a la cooperación internacional para la “Estrategia de Seguridad de Centroamérica”; el Curso Interdisciplinario en “Derechos Humanos, Justicia y Seguridad – derecho de las víctimas y función policial” del IIDH (Costa Rica, agosto 2011), son espacios políticos y académicos que pueden contribuir al rumbo de una nueva visión de humana de integración y desarrollo. Esperamos vayan más allá de la formalidad y la publicidad vacía de acciones y discontinua. Durante la última década la integración regional, como un asunto tangible y no formal de cumbres, pronunciamientos y actas, se ha visto interrumpido y estancado por diversas razones. Los avances extraordinarios de la década del noventa fueron desacelerándose. Se requiere retomar un renovado aliento, el dolor suele unir a los seres humanos, puede unirnos a nosotros.
Hay problemas impostergables que requieren soluciones integrales e integradas en esta poco significativa y crítica región del mundo, una es sin dudas la inseguridad ciudadana, la amenaza creciente de la delincuencia organizada, el fortalecimiento de las instituciones de la seguridad y la justicia, lo que pasa por un replanteamiento de la institucionalidad y del modelo del estado que debe enfatizar el abordaje social, descentralizado y equitativo para superar el modelo político representativo por uno efectivamente participativo. Se requiere quizás una revolución de nuevo tipo en las instituciones políticas y particularmente las de la seguridad ciudadana y la justicia. La región requiere forzar la construcción de una nueva conciencia centroamericana basada en la solidaridad y la equidad, bases fundamentales del desarrollo sostenible y la paz duradera. Las cosas requieren repensarse y evitar seguir haciendo más de lo mismo. Ojalá así sea. Fue factible finalizar el conflicto bélico, ahora puede frenarse esta nueva forma de conflicto armado no convencional. Si se pasa del decir al hacer, si se superan los prejuicios y localismos, si se ven las cosas que nos unen en la tierra común, la historia, la cultura y principalmente la gente, es posible.