EL HOMBRE DETRÁS DEL ESCRITOR
“Solo cuando a uno se le ha agotado ya lo que tenía que contar, cuando oye en su interior el profundo silencio que se produce al callarse todos los recuerdos, los libros, las historias y la memoria, puede ser testigo de cómo se eleva su propia voz”. El libro negro, Orhan Pamuk.
Jorge Eduardo Arellano Arellano tiene una privilegiada memoria para guardar datos, nombres, acontecimientos y referencias sobre los que lee, escribe, investiga y habla, es un curioso e inquieto investigador que incursiona en los más diversos tópicos. Casi no hay acontecimiento importante ocurrido en el pasado, y a veces olvidado, histórico, cultural o literario sobre el cual no haya escrito una nota o profundizado en el análisis de una publicación. Es sin lugar a dudas el escritor más polifacético y prolífero de Nicaragua no solo durante las últimas décadas sino quizás de toda nuestra vida nacional, aunque haya sido hasta ahora, insuficientemente reconocido. Más allá del reconocimiento humano necesario, pasajero, tardío y muchas veces circunstancial, se requiere la satisfacción personal por la realización y el placer del acto mismo de leer y escribir, de crear y recrear la historia, la literatura y el pensamiento. El hacerlo, sin esperar nada, es suficiente, lo demás, si acaso, vendrá después.
Las huellas dejadas en el largo e intenso trecho recorrido y las que seguirá dejando en el sendero por andar, son imperecederas, constituyen un legado extenso de aprendizajes y enseñanzas, que se acumulan en miles de páginas y centenas de libros, revistas y periódicos, tanto nacionales como extranjeros. Va dejando sobre su marcha una escuela en donde varios desde su alero, se han guarecido en la claridad a través de las luces que arroja, a pesar de las incomprensiones y normales contradicciones, le han buscado y le seguiremos buscando, es un obligatorio referente.
- E. Arellano ha creado y derribado paradigmas, nuevos hitos ineludibles se han levantado a través de sus textos, identificando calificativos sobre los acontecimientos, formas de interpretar y entender la historia, siempre inconclusa, y sobre la literatura, afortunadamente cambiante, sin contar con toda la verdad, ha expuesto indiscutiblemente, parte de ella. Su secuela es como el reflejo de un cometa que habiendo nacido en la Granada provinciana y conservadora de mediados del siglo pasado, en un país de provincia, brilla limitada en el horizonte a pesar de su luz. Tiene una sed insaciable por aprender y otra, que le es complementaria, por contar, un mal contagioso del que afortunadamente también disfrutamos otros(as).
Escribe con premura, con la urgencia que se tiene ante el tiempo que transcurre incansable. Diserta sobre poesía, novela, ensayo y teatro, desde la literatura, la geografía, la historia, la sociología… Se asoma para narrar sobre el béisbol, las costumbres, el folklor, la religiosidad, la genealogía, la arqueología, la arquitectura, la pintura, el periodismo,… Es acucioso, detallista, documenta sus escritos con fechas, números y precisiones. Es además un creador de narraciones breves y extensas, anecdotarios, de poesías y ensayos, de relatos de ficción y diversificadas interpretaciones de las realidades. Explora el imaginario social, cultural e histórico de la identidad heterogénea nicaragüense, observa y capta su entorno y lo interpreta de manera constante a partir de lo que oye, ve y siente, capta las ideas que le inquietan y le despiertan la imaginación vinculando los acontecimientos y atando los cabos sueltos.
No ha estado ajeno a los vaivenes políticos de la historia vivida, los ha observado y desde su manera de entender el mundo, este nuestro mundo pequeño que nos rodea y adsorbe, se ha adaptado a los escenarios cambiantes desde su racionalidad histórica, social, política y literaria. Ha puesto la mirada atenta para identificar y caracterizar los rasgos de las épocas, desde sus esquemas, marcando inflexiones y precisando lo aceptable e inaceptable, lo común y especial, lo distinto. Ha reinterpretado, discriminado, seleccionado criterios y sucesos resaltando unos y obviando otros. Recoge parte de la memoria de tiempos y momentos como parte de los recuerdos individuales y colectivos en la lucha inacabada por recuperar, construir, reconstruir la memoria (impuesta o asumida) que determina nuestra identidad cambiante e imprecisa.
Tiene la disciplina, no común en estos ámbitos de la creatividad contemporánea, de ser sistemático, ordenado en la definición de su orden, insistente, constante, casi obsesivo en sus propósitos, aunque diverso. Tiene un ordenamiento de su vida y de su actividad cotidiana, ha construido una rutina particular que asume desde la hora de levantarse cuando el día se ha posesionado firmemente hasta prolongar su jornada creativa y de búsqueda, más allá de las noches, cuando casi espera al amanecer que lo sorprenda y por fin, lo lleve a la cama. Encuentra, al igual que el destacado escritor japonés Yasunari Kawabata (1899 – 1971), Premio Nobel de Literatura 1968, en el insomnio de sus elucubraciones, la respuesta y la motivación que le empuja a escribir de prisa, con palabras precisas y sin pérdida de tiempo. En la diversidad, a veces, se dispersa, su inquieta curiosidad lo lleva a numerosos aspectos del conocimiento por donde, en ciertos casos, apenas tendrá la oportunidad de sondear para después abandonar o dejar pendiente y quizás, continuar después. Algunos le han criticado por eso, por no concentrar su esfuerzo, por no quedarse en una sola cosa, pero ¿Cómo pedir esa característica a alguien que es profundamente inquieto y husmea, como un acucioso investigador, sobre cualquier cuestión que le despierte su atención, aunque tenga que dejar después parte de sus cometidos porque otras nuevas e inquietantes cuestiones le han vuelto a capturar?
Desde muy temprano descubrió su vocación y se sumergió en ella a plenitud. Las seis décadas y media transcurridas han engrosaron su contextura y canearon su pelo castaño claro, el cuerpo, en donde habita su alma creativa e inquieta, fue asimilando los pesares acumulados y lidiando con ello, mientras su espíritu joven y fresco, continuó con los ímpetus persistentes de la juventud que no cabe en el restringido espacio que le acoge y requiere expandirse siempre inquieta. Como un niño curioso, desde que lo fue y sigue siendo, se esconde la terquedad que lo tiene donde está.
Es polémico en lo que dice, hace y escribe, cuestiona, a veces le falta tacto, se lo dicen, no siempre escucha, pero no se confundan, atiende y asume en la quietud de su privado otoño, en el propio enjambre de libros, folletos, revistas y recortes por donde es difícil caminar en el interior de su biblioteca que es el escondite de su pensamiento sensible y emprendedor, en esa estantería de legajos de papel, montones de archivos clasificados, entre las mesas que se rebalsan de textos, en un orden que no cualquiera entiende, es capaz de encontrar la referencia exacta que extrae del libro preciso que requiere consultar. La multitud de impresos que le acompaña y a la que, a pesar de la limitación del espacio, se le siguen sumando otros, cada uno, tiene una marca, están subrayados, con anotaciones al margen –maña común que comparto- y pedazos de hoja, recortes pegados al inicio o al final, que complementan lo escrito en el devenir constante de lo que no se sabe y se vuelve a interpretar.
La biblioteca ha sido rebasada en sus limitaciones, no cabe nada más, los textos han ascendido al techo e invadido la sala, el comedor, los sillones, las sillas, sólo han quedado libre dos muebles, en donde se sienta y desde donde su esposa, Consuelo Pérez Díaz, siempre atenta como su sombra, detrás de su sombra, le acompaña y le comprende en las incomprensiones que a los seres humanos son comunes a pesar que deberíamos tener la capacidad de decir: “soy humano y nada de lo humano me es desconocido”. Habiendo encontrado la Consuelo de sus años, desde la mitad de la vida que lleva viviendo, ella, habiendo abandonado las aulas con sus matemáticas precisas y versátiles, y las canchas deportivas que recorría con agilidad atlética, se ocupó en el silencio de mujer devota y dedicada alrededor de la particular dinámica de este singular intelectual que, indudablemente sin ella, no continuaría con el largo aliento que tiene para escribir, leer y averiguar tanto. El escritor encuentra allí el cálido afecto necesario y se regocija con la sonrisa de sus hijos que adornan su vida agitada entre las ideas, el lenguaje, el debate y el conocimiento.
En su apariencia y contextura, en su silencio y reacción de hombre impulsivo, es un sensible y romántico soñador que encuentra en la investigación y la literatura, en el entendimiento por el cual transita y no acabará nunca de completar ni llegar, el refugio de la vida, el motivo de su existencia que más allá de ahora, se prolonga. Cuando uno escoge un motivo, a veces, tiene que renunciar a otros, privilegia un por qué y descuida el resto. Se vuelve eso lo esencial y lo restante, complemento. ¿Podremos equivocarnos en esta discriminación y selección de cosas? Errores o certezas humanas en todos estos nuestros techos de frágil cristal.
Desde su modesta residencial, en su cuidada puntualidad, en el silencio y la soledad de su reducido espacio que no le limita, cada día descubre algo nuevo, sacia su inagotable curiosidad en lo que escribe y lee, vuelca en sus textos las inagotables líneas que brotan de su mente y se desplazan incansables en el papel, olvidándose a veces, de él mismo, de quién es y de dónde viene, hacia dónde va y vamos. Hay en su práctica una dedicación absoluta una renuncia que le ahoga en sí mismo, y renace después en cada obra. Encuentra en ese mundo su existencia, en su timidez, en la timidez que esconde y a veces muestra discreta, pero evidente, en la sencillez que aguarda y que quiere aparentar distinta, está un hombre sensitivo que se abotaga de letras e información, que mana textos a borbollones, aunque después quede vacío y se vuelva a llenar con más curiosidades y nuevos textos a los que todos obligatoriamente recurrimos. No puede pasar desapercibido ni puede dejar de ser citado por quien escriba casi en cualquier ámbito literario o histórico, no es posible obviarlo.
El músico por vocación que ejecuta el violín con pasión, encuentra en los movimientos rítmicos de su arco, en el sonido que brota de sus cuerdas y vibra en el caparazón de madera compacta y delicada, el sentido de su vida, espera las horas que pasan para encontrar en esos momentos, el regocijo que le renueva. Mi padre, Publio Bautista Díaz (Chinandega, 1927 – 2009), violista desde los ocho años, cuando cayó enfermo, tres meses antes de morir, se dio cuenta que el brazo con el que sostenía su apreciado instrumento y los dedos, con los que marcaba los acordes, no le respondían, entonces dijo: “he perdido el violín”, esa fue su sentencia, habiendo perdido el arte que le acompañó toda la vida, anunciaba irremediablemente su fin en este trecho caminado. Un pintor, como el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919 – 1999), que recuerda el poeta Guillermo Rothschuh Tablada (Juigalpa, 1926) en “Tela de cóndores” (2005), encuentra en los colores y formas que van saliendo de sus manos de artista, las figuras que recrean sus ojos y que le inundan el alma, es como el aliento de vida que brota del lienzo, que, habiendo salido de él, regresa. El escritor, y más este amigo descubriendo y construyendo ideas, tiene como refugio las letras, el texto, la disertación, necesita ser escuchado, leído y recordado, tiene, al igual que muchos, como lo reconoció algunas veces el poeta Carlos Martínez Rivas (Guatemala, 1924- Managua,1998), según lo contado por Manlio Argueta (El Salvador, 1935), el temor al olvido, al olvido ajeno, la angustia agobiante por ser olvidado, a pesar de reconocer que “mi obra se defiende sola”; es este el miedo al extravío propio, olvidarse o descuidarse uno por vivir recordándolo todo.
Un error social común es cuando se pregunta o nos preguntamos quiénes somos, solemos mencionar el nombre, los cargos y títulos, esa prolongada lista de calificativos que algunos suelen mencionar, diría por la característica herencia de la colonia española, que a pesar que creemos ha pasado, está incrustada irremediablemente en nuestra cultura. Necesitamos preguntarnos ¿Quiénes somos realmente?, en este caso ¿Quién es Jorge Eduardo Arellano, el ser humano que yace dentro y apenas vemos por fuera, el que escribe y habla con fluidez y cordura, el del comentario preciso esclarecedor? Esa es una pregunta que no terminaremos de responder, tal vez ni él sabrá con exactitud contestar, podrá explicar sobre la novela o la poesía nicaragüense, sobre la historia de alguna época de nuestra historia o de algún acontecimiento, o explorar el pensamiento de Sandino o Bolívar, analizar la obra Dariana y sus repercusiones imperecederas, o unos relatos breves de ficción, etc., pero en este asunto, tendrá la más difícil e imprecisa respuesta. Cuando escribí mi primer novela Rostros ocultos (2005), traté de descubrir a las personas más allá de sus “títulos”, desde la observación cotidiana, a través de lo que vemos y no sabemos, por sus comportamientos, gestos y apariencias, por lo sustantivo que ocultamos dentro, tratando de no ser indiferente a la esencia de quienes nos rodean, por eso, intencionalmente, ni nombre di a mis personajes. Una segunda novela inédita, ya lista, quizás vuelva parcialmente sobre el mismo camino. Esto sigue siendo, no un asunto de libros ni de cosas ni de hechos, sino fundamentalmente de personas. A través de estas hojas me asomo y escribo desde la subjetiva percepción que me es ineludible y con la constructiva intención de descubrir la fuente por la cual brota tanto conocimiento, tanto caudaloso destello. Sin haber pretendido aquí trazar un retrato, simplemente es una aproximación, todavía lejana, a la persona. La filosofía budista, con su sabiduría milenaria, recoge una enseñanza que afirma en síntesis que “conocer a otros es ser hábil, conocerse a sí mismo es ser iluminado”. Hacia allá quisiéramos ir, tal vez alguna vez lleguemos…
Más que un nombre, un oficio, una posición académica y una ocupación hay en Jorge Eduardo un hombre incansable que hace, siente y piensa, que comete errores y sufre, que se alegra y motiva, que tiene los altibajos y las necesidades tan humanas, tan cotidianas. Un hombre que esconde en la elocuencia su sencillez, en la respuesta intempestiva, quizás incorrecta, criticable, su propio conflicto, el conflicto común que manifestamos de manera distinta, que se nos escapa sin control en la búsqueda inagotable del sentido profundo y corriente de las cosas, de “buscar en la vida”, como escribió el siquiatra austríaco Viktor Frankl (1905 – 1997), fundador de la logoterapia quien pasó tres años de su vida en un campo de concentración: “por qué para encontrar el cómo”.
Cada quien requiere un motivo para hacer y para ser. Podríamos no saberlo, pero existe, y mientras exista, existimos. Si se extingue, nosotros, junto a ello, nos extinguimos. La literatura, la escritura, la curiosa e insistente investigación, de este académico, ex diplomático en Chile, maestro, poeta, crítico literario y ensayista, es la expresión del motivo que le impulsa a despertar cada mañana. Tiene miedo al anonimato y al olvido, quiere huir de su propio olvido y se nombra en silencio con el nombre que sin llegar a ser plenamente él, al menos lo representa en las limitaciones de los fonemas y los signos que no terminan de trascender al sentido real y profundo de la existencia en el camino que nos ha tocado recorrer.
Publicado http://www.temasnicas.net/unaltoenelcamino.pdf
Editado por Aldo Guerra. Revista No. 42, octubre 2011: “Un alto, en el camino”,
Homenaje a Jorge Eduardo Arellano en su 65 cumpleaños.