OPORTUNIDAD Y EJEMPLO A LOS JOVENES: SEGURIDAD CON DESARROLLO
A raíz de un artículo que escribí titulado “Jóvenes víctimas: culpa social más que personal” (junio 2011), una amiga educadora me comentaba sobre el porqué muchas veces nuestros jóvenes buscan el mal camino. Cuenta que un muchacho, le preguntó: “¿usted sabe que las personas que se drogan no son malas? ¿Sabe qué los impulsa a eso?” en el momento dice comprendió, por el tono de su voz y su mirada, que tenía algún problema por lo que le pidió le explicara. Respondió: “a veces los jóvenes lo hacen porque no tienen quien los escuche en casa, nadie les da atención y muchas veces sus padres no les ponen mente cuando les quieren decir alguna cosa que les está pasando, entonces lo más fácil es drogarse, tomar la calle; esa es la solución aparente que encuentran por la falta de afecto y atención”. El joven preguntó que si eso era malo; le respondió: “aceptar el camino de la droga no era bueno porque su problema no se le iba a resolver, al contrario, lo que haría es agravarlo, que lo que le queda es la cárcel, el hospital o el cementerio”. Le dijo, según me cuenta, que cuando tuviera necesidad de ser escuchado buscara a alguien de su confianza para que le oriente y no destruir su vida.
La conversación, dice la educadora, fue larga, privada y durante ella el muchacho habló de cosas varias. Dice que le da gracias a Dios por esa plática. Percibió que algo hizo que el joven se sintiera reanimado. Él le confirmó que la conversación fue un momento de desahogo y esperanza. Dos días después lo vio cambiado, más alegre, reanimado, un pequeño consejo y el tiempo que le dedicó para escucharle, le habían hecho bien. Finalmente me comentó: “pienso que, si en nuestra sociedad las personas nos preocupáramos un poco más para atender a los jóvenes y no excluirlos cuando nos buscan, se les podría ayudar para que no caigan en ese mundo oscuro de delinquir, de drogas y licor; todo aquello que les afecta a ellos y a sus familias y de allí a la sociedad, ellos necesitan ser escuchados con afecto”.
¿Cuántos casos como estos podemos encontrarnos cotidianamente en nuestro vecindario, en los semáforos y en las calles de nuestras ciudades sin percatarnos de la tragedia que hay detrás? No podemos ser indiferentes, ni sordos ni ausentes ante nuestras responsabilidades. Un niñito al nacer es dulce, inocente, totalmente dependiente. No podemos aceptar que nace malo, borracho, drogadicto, pandillero, ladrón, asesino. Simplemente es un ser indefenso, abierto a aprender todo lo que tiene en su entorno, adsorbe todas las conductas, lenguajes, actitudes, creencias, prácticas, de quienes le rodean. Si los padres abandonan a un hijo, están muy ocupados o se fueron del país en busca de trabajo, durante esa ausencia, en esa etapa de aprendizaje, pregunto: ¿De dónde y de quien aprenderá, qué sensaciones, resentimientos, miedos y valores adquirirá? La familia, los vecinos, la sociedad y el estado son responsables de lo que los niños y niñas aprenden; ellos asimilan de allí la cultura y el comportamiento.
Los niños, niñas y adolescentes requieren atención desde temprano, tiempo y afecto, buscan ser escuchados, comprendidos y motivados. Necesitan más que acciones autoritarias y coercitivas que refuerzan viejos esquemas sociales y reproducen la exclusión, la desigualdad y el resentimiento, oportunidades reales, efectivas, para educarse, divertirse, desplegar sus capacidades creativas y desarrollarse. Hay algo que es fundamental e ineludible de parte de los adultos a los jóvenes: el ejemplo. ¿Cómo somos como personas, ciudadanos, empleados públicos o empresarios? Ese espejo, más allá del discurso y el consejo que se lleva el viento, es lo que ven lo que realmente seguirán.
Hay más jóvenes consumiendo droga en los barrios ahora que hace veinte años (es una preocupación común desde el estado y la sociedad), no solo porque somos casi dos millones de habitantes más, sino porque circula más drogas por nuestro territorio y existe una influencia externa en todos los ámbitos más global. Ya no es solo la marihuana de la década del setenta y ochenta, sino las drogas sintéticas y químicas que dejan remanentes crecientes en nuestro territorio en su tránsito hacia los grandes mercados de Estados Unidos y Europa. Los muchachos(as) en Nicaragua consumen principalmente crack, una cocaína adulterada, más barata y dañina. También usan pegamento de zapato (de viejo uso) ¡qué triste es ver en un semáforo o en la salida de un lugar público, a la orilla de la acera, a un niño adsorbiendo pega de un vaso! Tengo, al ver eso, una sensación de culpa e impotencia, una responsabilidad colectiva e individual desde la generación a la cual pertenezco. Muchos recurren a ese escape para liberarse de las tensiones personales, del abandono, de la desesperanza, de la carencia de oportunidades, del conflicto social.
Así como la cultura, la política, el comportamiento social y la violencia que se manifiesta hoy es una herencia de antes, la de mañana será un producto ineludible que comienza a acumularse y perfilarse ahora.