La tierra está preñada de dolor tan profundo
“…Que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del
corazón del mundo…”
Rubén Darío, Canto de Esperanza (1904)
La tierra, nosotros y lo que existe, evolucionamos, desde siempre cambiamos. No hay que esperar que algo pase porque realmente ya ha estado pasando, transformando lo físico, lo material, espiritual, terrestre y universal.
No todos lo percibimos igual, aunque hay hechos innegables que vale atender sin pánico, sin manipulaciones ni intereses de espectáculo.
Es esperanza del cambio necesario. En la simplicidad y el silencio radica la grandeza y la verdad que buscamos.
El clima está alterado en todos los rincones geográficos. Las condiciones planetarias se modifican. No todo es nuevo, han ocurrido cambios cíclicos visibles, paulatinos y drásticos antes. Ahora, con siete mil millones de habitantes, con las comunicaciones que permiten información abundante e inmediata y la ciencia explorando explicaciones insuficientes, los acontecimientos adquieren resonancia.
Estudios afirman que la frecuencia vibratoria del planeta ha incrementado (resonancia Shumann pasó de 7.8 Hz. -1980-, a 12 en 2011).
Hay deterioro medio-ambiental, socio-económico y humano; el modelo de desarrollo y el estilo de vida impuesto, muestran signos de agotamiento. Preocupa el calentamiento global, la contaminación, la desforestación, las guerras locales y las amenazas de conflictos mundiales; hay hambrunas, la humanidad se desgasta en crisis y desequilibrios que se juntan y escalan.
La Academia de Ciencias de Rusia, a través del científico, Jabibulá Abdusamatov, anunció el inicio de un nuevo período glacial que se prolongará dos siglos. Afirma estudiar la periodicidad de la actividad solar, observar que la tierra acumula calor y comenzará a enfriarse a partir del 2014, y llegará al pico en 2055. Aunque hay, desde distintas fuentes, planteamientos contradictorios, las versiones científicas y religiosas, comprobadas y especulativas, espirituales y materiales; confirman que el planeta y la humanidad están en un proceso acelerado de cambios, continuando el camino evolutivo que vivimos desde los inicios.
Puede percibirse como el fin, pero, realmente son continuidad, la oportunidad de pasar a otro nivel de desarrollo; algunos hablan de cruzar de una dimensión inferior a otra superior, de un estado de conciencia a otro. Para que lo nuevo comience lo viejo debe terminar.
Participemos con actitud positiva de las posibilidades que desde dentro de nosotros se ofrecen a partir de la inagotable energía que fluye en el Universo.
La acumulación cuantitativa llevará a cambios cualitativos según la Ley de la Dialéctica; el desenlace es necesariamente inevitable, no podemos seguir donde estamos, haciéndonos daño; el mundo enfermo dará a luz una oportunidad de vida. La cura del planeta y de la humanidad requiere superar la voluntad individual por una suprema; el destino humano es despertar a la vida interior consciente, asumir el propósito de su existencia trascendental.
Desde distintas creencias se afirma que nuestro rumbo es el aprendizaje hacia la plenitud, superar las etapas que transitamos, aprender como individuos y colectivo. Cambiar es oportunidad de desarrollo, necesario para la Tierra y sus habitantes, quienes debemos sacudir los lastres de las contaminaciones egoístas. Hay que despertar la espiritualidad ahogada por el insoportable ruido contemporáneo.
Sintonicémonos con los cambios necesarios. Restaurarnos es pasar a una humanidad distinta, próxima a lo que esperamos; es “cielo nuevo y la nueva tierra”.
El Universo busca lo armónico y justo. Aunque el maltrato humano hacia la naturaleza y el comportamiento conflictivo del hombre ha generado violencia, guerra, destrucción, devastación, muertes, hambre, enfermedad, dolor y exclusión; lo que tiene consecuencias sobre nuestra subsistencia y convivencia terrestre.
Estos fenómenos son parte de la evolución por el equilibrio del planeta en donde nos movemos, aunque no lo percibamos, a la velocidad de 1,674 kilómetros por hora en la rotación sobre el eje terrestre, y a la inimaginable rapidez de 107,000 kilómetros por hora en traslación alrededor del Sol.
A la par de pronósticos diversos es indudable que surge la esperanza, se abren caminos para que la humanidad encuentre una vida renovada, solidaria y trascendente; sensitiva y tolerante, sustentada en la misericordia hacia los seres humanos y vivos, materiales e inmateriales, ante el universo, el microcosmos, los que conviven con nosotros; y para que nos integremos en equilibrio y armonía, basados en la única ley universal, la del amor que Jesús insistió y Pablo expresó en sus cartas: “Si no hay amor, vana es vuestra fe”.
Del dolor del parto viene la luz, es el preludio de la alegría de una vida nueva.