REGULACIONES PÚBLICAS NECESARIAS
Las sociedades integradas por personas que tienen mayor sentido de la responsabilidad y respeto hacia el otro, requieren, seguramente, menos regulaciones y normas obligatorias, en todo caso sus leyes y normativas podrán ser mas breves y precisas, en cambio, cuando en la sociedad tiene poco desarrollo el sentido de la responsabilidad, del deber y respeto al otro, cuando se presume que el otro actuará para su provecho sin detenerse ante el interés legitimo ajeno, entonces, en tales casos las regulaciones requieren ser mas extensas y con mayor cantidad de detalles y consideraciones. Sin embargo, también es sabido, fácilmente comprobable en muchas de nuestras sociedades, que esas excesivas (aunque siempre insuficientes) regulaciones no son aplicables porque suele predominar la cultura de la evasión o del atajo, de buscar al conocido, al amigo, al pariente o al correligionario, para simplificarlo o hacer que la obligación pase de largo.
El exceso de regulaciones más que una señal de orden es una muestra de la incapacidad social para respetar a los otros y del deterioro de la confianza. Cuando a pesar de la regulación vigente nos damos cuenta que no se cumple, con facilidad concluimos que la regulación, norma, ley (ordinaria o constitucional) no sirve y proponemos o hacemos otra, ponemos en vigencia otra y pensamos –ilusamente- que la nueva ley solucionara el problema sin percatarnos realmente que el problema somos nosotros, es cultural y social, la capacidad de cumplir con nuestras obligaciones, obligaciones desde el poder publico y privado, desde los distintos ámbitos de la sociedad: económicos, comunitarios, familiares…
Como alguna vez escuche decir al dr. Mariano Fiallos Oyanguren, jurista, magistrado y maestro, “la ley no es como el Génesis, dijo Dios: hágase la luz, y la luz se hizo. Puede promulgarse una ley, pero esta por si mismo no tiene la capacidad de hacer lo que enuncia el texto”. Somos las personas quienes hacemos posible la ley.
Regulaciones sobre la tenencia y uso de las armas, sobre el consumo, distribución y venta de licor, sobre la publicidad, las imágenes, sobre la violencia que se comercializa.
Ninguna regulación es efectiva si no se cambia el comportamiento cultural de quienes ejercen poder en cualquiera de sus formas: político, económico, social, ni de los ciudadanos que integran la sociedad. Solamente las sociedades que tienen ciudadanos conscientes de su rol, comprometidos con su obligación ante ellos y el colectivo, pueden requerir menos regulaciones. Desde la visión religiosa del cristianismo se podría afirmar, según Pablo, que la única ley es el amor, es decir, si hay amor, no se necesita leyes, pero cuando prevalece la falta de amor, entonces, las leyes, con su carga obligatoria, impositiva, coercitiva y sancionadora, requieren surgir y a veces abundar en exceso. Escribió el polémico escritor Fernando Vallejo: “en Colombia hay que hacer una ley: prohibir que se vuelva a hacer leyes, porque de tantas que hay que nadie las conoce ni las cumple”. Eso que escribió refiriéndose a su país de nacimiento, seguramente podría aplicarse a muchos otros.
Realmente uno se pregunta ¿para qué sirven las leyes? Es una regulación necesaria ante la falta de obligación, sentido del deber y respeto al otro. Pero, lamentablemente son instrumentos muy vulnerables ante el poder, porque es el poder quien las hace y el poder no suele hacer nada que lo limite y amenace con restringirlo. Entonces es obvio que el poder dominante lo suele hacer a su medida, las acomoda, en muchos de sus textos, para preservarse y acrecentarse. ¿son justas las leyes? ¿Quién afirma eso? Solo quienes las hacen y quienes la usan porque por naturaleza las leyes, por provenir del poder formal, son justas para quien las hace y pueden ser injustas para quien se aplican implacablemente.
Mayor desigualdad requiere mayor regulación del Estado para proteger a grupos vulnerables.