EL MEJOR MOMENTO DEL DÍA
“Siento su canto que vuela / con el viento y se va, / y su canto me envuelve, / y me dejo envolver.” (Huellas del otoño, fjbautista).
Es el amanecer el mejor momento del día. Quizás durante una hora, desde la primera claridad, de la oscuridad brota y se asienta la luz, sopla el aire renovado, los pájaros cantan, las flores revientan, el agradable resplandor se divisa al Este. La noche oscura, fría y silenciosa, es superada por la cálida luz, origen de vida. Se despierta el espíritu renovándose las esperanzas y propósitos, la naturaleza recibe la energía que fluye. Vivimos cotidianamente esta experiencia -no erremos en desaprovecharla-, mientras caminemos por el camino en el cual andamos, después de 24 horas, volvemos a ella.
Similar ocurre cada 25,625 años, cuando el Sistema Solar circula alrededor del centro de la Vía Láctea, es un día galáctico, que al igual que el día que estamos acostumbrados a ver, tiene amanecer, mañana, medio día, atardecer y noche. Cinco ciclos de 5,125, según los cálculos mayas. De agosto 3114 a.C. a diciembre 2012 es la noche, última parte del día galáctico. Al concluir, al igual que la jornada terrestre, comienza, con magnificados beneficios por la inmensidad de lo desconocido, por la magnitud del centro solar al cual nos aproximamos, cinco millones de veces mayor que nuestro Sol, el amanecer. La primera hora, probablemente los primeros instantes del amanecer galáctico, en el movimiento de traslación en la Vía Láctea, serán más de mil años solares.
La Tierra, en donde los humanos somos minúsculos seres vivos, -similares en proporción a los microrganismos que habitan nuestro cuerpo y permiten desarrollar los procesos biológicos y químicos-, está en el Sistema Solar, girando alrededor de su centro, el Sol, inmenso con respecto a nosotros, pero insignificante en relación al Universo.
El Sistema Solar es junto a millones de astros, agujeros y partículas, parte de la Vía Láctea, galaxia con diámetro medio de cien mil millones de años luz, navegando en el Espacio cuyos límites ignoramos, pero que junto a cien mil millones de galaxias menores y mayores, se expande desde el Bing Bang que la ciencia concibe y cuyo momento no puede explicar. Sabemos y comprendemos muy poco. Diversas interpretaciones religiosas y místicas ven allí el soplo divino. Ante la falta de comprobación el conocimiento humano enmudece, parece que todo fue a partir de una densísima partícula que concentraba la materia, la energía y el calor universal, y de repente… ¡Hágase la luz! y vino la explosión…
La traslación de la Tierra dura un año: 365.25 días. La traslación del Sistema Solar alrededor del centro galáctico, según el cálculo astronómico Maya y las comprobaciones científicas, es de un poco más de 25 mil años. El movimiento y el tiempo de los astros en el Universo y nuestra existencia, tienen características circulares según las antiguas culturas de las cuales todavía tenemos mucho por descubrir y aprender. Desde la oportunidad de conocer Tiwanaku, Teotihuacán, Joyas de Cerén, Copán y Tikal percibí, más allá de los libros, desde el entorno y el aire que allí se respira, la sabiduría olvidada y apenas conocida de nuestras civilizaciones precolombinas. El calendario maya de la Cuenta Larga cubre el último ciclo del día galáctico, concluye, según la homologación con nuestro calendario, el 21/12/2012 e inicia un nuevo día. Vivimos fracciones de segundo previos y posteriores al amanecer, son instantes imperceptibles en las inmensidades astronómicas. Tenemos el privilegio, en la breve existencia humana, de presenciar el fin de un ciclo y el inicio de otro.
Te deseo lo que necesitás, no más ni menos para que no te hagás daño. Disfrutá el beneficio de cada amanecer en Navidad y Año Nuevo. Te invito a que cada mañana, observés cómo se extingue la oscuridad y cómo vuelve la claridad en lo visible y oculto, lo que vemos por fuera y pasa adentro. ¡Percatémonos! Eso mismo, ocurre en la inmensidad de la Galaxia. Cada día terrestre en una oportunidad, podemos ser mejores personas renovándonos bajo la fresca luz solar. En cada día galáctico la humanidad puede aprovechar la energía del inmenso sol, despertar con nueva conciencia después de la prolongada noche, asumir renovados compromisos y actitudes, en el proceso continuo de evolución del que somos parte inseparable: “cambiaría en el momento / el tiempo por quedarme, / e irme / en el preciso instante que se esfuma…” (Huellas del otoño).