VÍSPERA DEL CENTENARIO DE ZACARÍAS GUERRA
Pretendo, a partir de esta publicación, iniciar el rescate de la figura de Zacarías Guerra, cuyo nombre se conoce, pero se ignora y se confunde quién era, perdemos de vista cómo fue su vida y cómo construyó la decisión consciente y digna de elogio que se conoció después de su muerte. No hablaremos en esta ocasión de su obra benefactora que le trasciende un siglo, porque como dijo el poeta Carlos Martínez Rivas, refiriéndose a sí mismo: “mi obra se defiende sola”.
El 6 de mayo de 2014 se cumplirá el primer centenario de su muerte ocurrida en 1914. Sus funerales fueron muy poco concurridos, el impacto en Managua que le sacó del silencioso anonimato y obligó a las autoridades y a los habitantes de la ciudad a reivindicarlo, fue porque, al abrir y leer su testamento, elaborado el 8 de junio de 1909, cinco años antes, puso en evidencia que trabajó con dedicación durante la última etapa de su vida para hacer posible lo que legó: “es mi única voluntad que mi capital se invierta en un asilo o casa para niños huérfanos…”.
José Zacarías Guerra Rivas nació el 19 de marzo de 1859, día de la festividad de San José, su madre, la joven Dolores Rivas Guerra, de quien se conoce poco, murió cuando su único hijo era un niño, por lo que terminó de criarlo una tía materna. Era hijo ilegítimo de Benjamín Guerra Bellarte (1831 – 1896), con quien, aunque fue reconocido, tuvo una relación distante. La madre, emparentada con los Guerra, seguramente fue víctima de la crítica social y, el niño, de la recriminación de muchos de su familia paterna, lo que marcó su comportamiento apartado y huraño, quizás desconfiado, desde su infancia. Ambos padres eran de familias autóctonas de Managua y de posición económica acomodada. La condición de “hijo bastardo”, la ausencia del padre y la orfandad de madre, afecta a las personas de distinta manera, principalmente en la segunda mitad del siglo XIX, ello influyó en su personalidad. Compartía el mismo origen de hijo ilegítimo de los ex gobernantes Frutos Chamorro, conservador, y José Santos Zelaya, liberal.
Al nacer, su madre era adolescente y su padre, el Licenciado Benjamín Guerra, era un joven de 25 años, soltero, quien al poco tiempo contrajo matrimonio con Rosa Camacho con quien tuvo tres hijos, tuvo una ascendente carrera profesional, académica y política que le llevó, durante el último período de los treinta años conservadores, al cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y de Instrucción Pública (1889 – 1891) del presidente Roberto Sacasa, designado para concluir el período por la muerte del titular Evaristo Carazo. Guerra renunció por la reelección de Sacasa porque consideró alteraba el orden constitucional; fue conservador con ideas liberales, murió a la edad de 65 años. En enero de 1867 fue fundada una universidad cuyo rector fue el maestro Indalecio Bravo (iniciador de la primera escuela de enseñanza superior en 1860) y el vicerrector fue el Licenciado Guerra; aquí posiblemente estudió Zacarías.
Influenciado por el entorno, vivió los acontecimientos de su tiempo. Era conservador por tradición, fue síndico municipal de la ciudad de Managua a fines del siglo XIX y desempeñó varios puestos en el ayuntamiento. Cuando nació en 1859, Managua tenía trece años de haber pasado de villa a ciudad y de ser designada Capital de la República, su población era de ocho mil habitantes; en 1914, había casi veinte mil.
Estudió en Managua y Granada, era un lector acucioso, autodidacta y hábil en los negocios. Desde su juventud se interesó por la caficultura de gran prosperidad en las Sierras. Compró la hacienda Las Delicias a Miguel Caldera quien a su vez la adquirió de Leandro Zelaya, considerado el pionero de los caficultores porque sembró el primer arbolito de café en las Sierras de Managua cuando se acogió al programa de incentivos de Frutos Chamorro en 1853. Adquirió varios lotes y casas (a su muerte poseía seis) para rentar en Managua, prestaba dinero y recibía en garantía joyas y bienes inmuebles. Habitaba en una de ellas, sobre la 6ta. Calle Noroeste, calle del Triunfo.
Era un hombre apartado y huraño, nunca se casó ni tuvo hijos, vivió solo, con escasas amistades y casi ninguna relación familiar, trabajador dedicado, asistía regularmente a la misa dominical en la Parroquia de Santiago Apóstol, -después Catedral-. Era considerado tacaño, criticado por avaro, de escasa habilidad para relacionarse, todo ello le ganaba antipatías por lo que fue con frecuencia objeto de burlas de niños, jóvenes y adultos quienes mancharon las paredes de su casa con ofensas y le causaron desaires públicos sin que de su parte hubiera ninguna reacción agresiva para vengarse o dañar a otros. Era de vestir elegante y pulcro, de comportamiento respetuoso, amante del orden y la limpieza, precavido, con alto sentido de la responsabilidad.
Murió de diabetes a los 55 años. Su testamento, abierto por el juez segundo civil del distrito de Managua el sábado 9 de mayo de 1914, además de expresar su voluntad de crear con su capital un asilo para los niños huérfanos, dejó, como únicos legados personales, cinco mil pesos para su tía materna doña Mercedes Rivas viuda de Murillo y cinco mil para su hermana de padre doña Rosa Guerra. Incluyó una lapidaria y contundente indicación: “protesto de que se contraríe mi voluntad o quieran anular ésta bajo cualquier pretexto, malditos sean mil veces, cualquier ciudadano que pueda impedir el cumplimiento de este testamento…”