Inutilidades
Escribimos “Mínimos necesarios”, “Derribar las apariencias”, “La simplicidad esencial” “La lentitud necesaria” y “Elogio a lo sencillo, menudo y cotidiano”, ahora, complementariamente compartimos, como parte de un todo aun inconcluso, con el título “Inutilidades”, estas líneas que esperamos contribuyan a la reflexión personal en el tiempo que -desde nuestras distintas experiencias-, nos toca vivir.
Lo mínimo, simple, sencillo, menudo, cotidiano y lento, no es inútil en sí mismo, todo lo contrario, allí radica la verdadera utilidad de la vida. Las apariencias, la prisa, los excesos, lo complicado, el lujo,… son por sí mismo inútiles ¿Qué es lo útil? Lo que trasciende, lo que perdura, lo que sirve más allá de ahora, lo que es ético y pertinente, no es una carga incómoda, lo que no desvirtúa nuestra naturaleza esencial, lo que es transparente, lo que contribuye en la búsqueda inagotable de la felicidad, que a pesar de nuestras confusiones, no está lejos ni es inalcanzables, radica en nosotros, en el espacio inmediato.
Como útil no me refiero al objeto que se usa, guarda o tira, sino a aquello que da sentido a la vida, no son el propósito de la vida misma, deberíamos vivirla en cada momento más allá del momento, sin esperar nada, con serenidad. Lo que no sobra, lo que no es excesivo, lo que hace bien a uno y a otros(as), cae indudablemente en la categoría de lo útil a lo que nos referimos.
escribió en Utopía que el placer más importante es la salud, porque sin ella ningún otro es importante, ni belleza ni sexo ni comida ni bebida ni dinero ni poder ni fama tienen sentido. En la salud física, mental, espiritual y social, radica el criterio de utilidad trascendente y esencial.
Estimado lector o lectora, le invito a revisar lo que hizo durante el último año, aun menos, durante el último mes, menos aun, durante las últimas veinticuatro horas, pregúntese ¿Qué quedó? ¿Qué le dio satisfacción verdadera y duradera? ¿Dónde y cuándo encontró paz y serenidad? Ese pequeño instante que quizás parece tonto puede ser el más útil de todos, repítalo, eso es lo importante. El resto, quizás no sirven para nada, entonces ¿Por qué los hacemos? ¿Por qué dejamos que nos consuman? ¿Por qué nos absorben demasiado esas inutilidades? Hay, sin duda, “inutilidades necesarias”, asuntos que uno requiere hacer por obligación social o familiar, por compromiso laboral o político, pero, ¿realmente son obligaciones? ¿De qué nos podemos deshacer y qué conservar? ¿Podríamos hacer lo mismo con sentido distinto, categorizándolas diferente, de tal manera que dejen de ser estorbo y proporcionen agrado? ¿Cuál sentido le damos a lo que nos sucede, a los éxitos y fracasos, a las alegrías y las tristezas?
Lo más inútil de las inutilidades es la “envidia”, más dañina que robar, porque al menos quien toma lo ajeno se queda con el “bien” usurpado, pero quien tiene envidia no recibe nada y se carcome por dentro. Igual a la “avaricia”, el “egoísmo” y la “ira”, actitudes que explotan dentro y destruyen, se manifiestan hacia fuera y dañan. Pecado ante Dios, dirán los creyentes, son males sociales que causan desigualdad y violencia, provocan la destrucción humana y del medio ambiente, dirán otros.
Guardar por acumular es inútil, compartir es importante. Los excesos, los rencores, resentimientos y odios no deberían acumularse, hay que deshacerse de ellos, son inutilidades. ¿Qué tengo para compartir desinteresadamente? Tiempo, afecto, sentimientos, conocimiento, palabras, dinero, comida, gestos, “Mas bienaventurado es dar que recibir”, dijo Jesús según el libro de los Hechos. Recibir lo verdaderamente útil es bueno.
Las inutilidades, inútilmente se acumulan y contaminan. ¿Cuántos zapatos, vestidos, adornos, libros, dinero, activos y similares están en sus gavetas, closet, estantes, carteras, cajas y bancos sin uso porque no gustan, no quedan o son excesivos? ¿Qué sobra y se acumula…? Veamos nuestro entorno y saquemos conclusiones… ¿Tenemos más de lo que necesitamos para vivir –incluso con comodidad- mientras otros no tienen ni lo mínimo necesario para subsistir?
Trabajar tanto y olvidar a los padres, a los hijos y a la pareja, dedicarse al activismo religioso, social y político, absorbido frenéticamente por los ritos y las apariencias, olvidando a los más cercanos, a las personas del entorno, a la familia, al prójimo… Quedamos en la forma, en la apariencia y olvidamos lo esencial. “Candil de la calle y oscuridad de la casa”. Omisión o acción sin considerar al ser humano que es el propósito, el fin de todo, de la política, de la religión, de la sociedad, de la familia…, no tiene sentido, es realmente inútil.