Monseñor Lezcano, presidente del Congreso
Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, el primer Arzobispo de Managua al crearse la Arquidiócesis en diciembre de 1913, hace un siglo, fue además un destacado académico y político durante la primera mitad del siglo XX. Se desempeñó como diputado en la Asamblea Constituyente durante los convulsionados e inestables años tras la renuncia forzada de Zelaya (1909). Fue un influyente diputado conservador y llegó a se ser presidente del Congreso durante varios años, durante los cuales su voz fue reconocida por sus persistentes, polémicos y lúcidos argumentos.
El Diario El Comercio, el 19 de diciembre de 1914, publicó una breve entrevista al recién nombrado -apenas un año antes (2/12/1913)-, Arzobispo de Managua:
“En el palacio Arzobispal
Monseñor Lezcano nos recibió con cortesía. Nos disculpamos por la interrupción, mientras el mecanógrafo tecleaba en el aparato; pero el señor Arzobispo nos obligó á tomar asiento…
- No tenga usted cuidado. Estoy para servirle
Entonces, en pocas palabras, expusimos el objeto de nuestra visita.
- ¿Ocupará usted, Monseñor, su puesto de Presidente del Congreso, durante el mes para el que fué electo?
- Ya lo dije á mis compañeros de Cámara. Las ocupaciones de mi jurisdicción apostólica me lo impidieran. Tengo que hacer muchas excursiones y no me será posible atender á la labor parlamentaria; allí habrá quien me sustituya.
Monseñor Lezcano nos dijo que ya se le había concedido el permiso solicitado por él, después de presidir la instalación del Congreso, y nos habla de la sorpresa que experimentó cuando varios representantes llegaron á invitarlo para que ocupara su asiento de diputado.
- Me creía en el olvido –dice la primera autoridad eclesiástica de Nicaragua- cuando se apareció la comisión en mis habitaciones. No me fué posible rehusar; y cuando, ya en el recinto de la Cámara por unanimidad los senadores y diputados me eligieron Presidente, no pude expresarles mi agradecimiento, tal como quería, por la tan señalada é inmerecida muestra de distinción… Es cariño que me tienen ellos. Y si llegué al Congreso, fué porque pensaba que con mi número se llenaría el quorom que hacía falta.
Monseñor José Antonio Lezcano y Ortega, antes de recibir la investidura de Arzobispo, ocupó su puesto de diputado en los debates de la Asamblea Constituyente. Allí dejó oír su palabra, defendiendo sus convicciones.
Cuando se trató del asunto religioso, por el que excluía á los sacerdotes de los cargos de representantes, no pudiendo hacer prevalecer su deseo que la mayoría adversaba, el diputado Lezcano se retiró de las sesiones, junto con otros miembros de la Representación. De aquella fecha, en que se dilucidó la Carta Fundamental, data la ausencia de Monseñor.
Volvemos á hacer otras preguntas:
- En el caso de debatirse asuntos que se relacionen con la religión de la cual es usted apóstol ¿llegará á ocupar su puesto?
- Es posible, joven. Entonces tendría que conciliar mi espíritu de representante con el sagrado ministerio de que estoy investido por la gracia de Dios. Trataría del bien de mis fieles, de los intereses de la Iglesia y de la Nación, sin herir susceptibilidades.
En ese momento, el secretario hace una pregunta. Entra un portero con un vaso de goma extranjera; el reloj continúa en su eterno tic-tac.
- No lo interrumpo más, Monseñor. Quedo muy agradecido por la molestia que le he ocasionado.
Y nos ponemos de pié.
Antes de estrechar su mano, nos acompaña hasta la puerta de salida, prodigándonos de frases amables.
Nos despedimos satisfechos. Vuelve el señor Lezcano á su escritorio, en donde brilla, formado por nácares y cristales multicolores, el escudo arzobispal con su cordero, su fuente y sus cordones santificados.”
Casi un mes después, el 14 de enero de 1915, el Diario El Comercio informa:
“Se reelige la directiva.
En la sesión de ayer de las cámaras reunidas, á moción del senador Cuadra, se acordó por unanimidad que continuase fungiendo en el mismo periodo la misma directiva, la que es presidente Monseñor Lezcano.
Es esta una merecida muestra de consideración y respeto al Ilustrísimo Prelado, cuya presencia en este alto puesto es timbre de honor para las cámaras, por sus preclaras virtudes y por su poderosa y bien cultivada inteligencia. Es, además, sentar precedentes de la inconveniencia de está, eligiendo con frecuencia nueva directiva”.