KAWABATA Y LAS BELLAS DURMIENTES
“Buen japonés de maduro pensamiento
¿Cómo lograste mostrarnos
la virtud de ciertas miserias
y el alma de criaturas y cosas
que creíamos sin alma?
Claudia Lars (El Salvador, 1899 – 1974)
¡No conozco Japón! Pero, a través de la literatura, que “es una ventana al mundo”, me asomo a ese entorno distinto que la globalización acerca y modifica y que, más que un país, es una manera de pensar y una historia de esplendores y tragedias.
Después de leer “Memoria de mis putas tristes” (2004) de García Márquez que cuenta la historia de un anciano nonagenario que se enamora de una adolescente en un prostíbulo, conocí la novela de Yasunari Kawabata (1899–1972) “La casa de las bellas durmientes” (1961), que seguramente inspiró al Nobel colombiano en su polémica narración, sin quitar los méritos de su extraordinaria carrera literaria, de la que nos hemos divertido y aprendido, a la que América Latina le debe una manera de interpretarse.
El rostro de Kawabata en la solapa de sus libros, muestra las huellas del tiempo marcado por la desventura personal: hombre delgado, de fingida sonrisa, ojos fijos, rostro rígido y gris, con un cigarro en la mano y una soledad noctámbula, su kimono oscuro y su frente amplia, refugiado en la lectura y la escritura, por donde vierte recuerdos y sueños, en la búsqueda de lo que no termina de saber, hasta que, cansado de vivir, puso fin a sus días con el suicidio, salió de este tiempo para esperar, según cree desde las tradiciones orientales, una próxima oportunidad. ¿Está entre nosotros, volvió o volverá?
Al recibir el Nobel reflexionaba: “El discípulo Zen se sienta largas horas en silencio inmóvil, libre de toda idea o pensamiento. Abandona su propio ser y entra en el reino de la nada. No es la nada o el vacío de Occidente. Es, más bien, lo contrario, un universo del espíritu en donde todo se comunica libremente con el resto, trasciende los límites, es infinito.” En ese estado de meditación “el énfasis está menos colocado en la razón y el argumento que en la intuición, en la sensación inmediata”. Parece mentira, pero me convenzo, siempre hay que volver a lo simple y al referente de partida, cuando en el camino nos perdemos.
Fue el primer escritor japonés en recibir el Nobel de Literatura (1968). Nació cuando Japón se abría a Occidente, su obra refleja la tristeza que le acompaña desde la muerte de sus padres y la desaparición de sus seres cercanos cuando era niño, el resplandor de la escritura budista, la tradición medieval nipona, el nacionalismo, las imágenes líricas y sugerentes de un despertar que no fue ajeno a las tragedias que van desde el terremoto de Tokio (1923) que devastó la ciudad, el expansionismo imperial, la Segunda Guerra Mundial y las bombas atómicas en Nagasaki e Hiroshima (1945).
Los ojos afligidos de Kawabata vuelven cuando el país sufrió uno de los terremotos y tsunami más destructivo del siglo (11/3/2011) agravado por la radioactividad de las “modernas” plantas nucleares. Es contradictorio su esplendor. Preserva en su cultura una forma de ser y hacer, incomprendida en el pensamiento y la práctica del otro lado del mundo, a pesar de la influencia externa, allá la abundancia se enlaza a la tragedia. Resurge como “sol naciente” después de la noche, la visión sobre la vida es distinta, esa laboriosa, disciplinada y persistente nación, de rasgos imperiales actuales y ancestrales, saturada de industria, tecnología y empuje económico capitalista, pierde el equilibrio, muestra agotamiento ¿o decadencia?: “…hay cosas que poseen lo que se llama el paso del tiempo, una cualidad que se adhiere aun en las piedras” (1959).
Su obra intentó la armonía entre el individuo, su entorno y la naturaleza, del vacío que yace dentro y afuera. Buscó la belleza y los vericuetos de la sicología humana, particularmente la femenina, en simbolismos oníricos, autobiográficos e inconclusos, en los relatos breves “Historias en la palma de la mano” (1923–63), reconoce “haber pasado mucho tiempo interpretando los rostros ajenos…, luego de perder a mis padres y mi hogar cuando era un niño, y verme obligado a vivir con otros”. Aprendió a “Honrar a la mujer tanto como a la frágil vasija”. En “un mundo sin sonido”, conversa con el interior de una muchacha que baja sola la colina, “Pon tu alma en la palma de mi mano, como si fuera una bola de cristal. Yo la bosquejaré con palabras” (La flor blanca, 1924). “Volveré a nacer como gorrión y me casaré contigo en mi próxima vida” (El arreglo de boda de los gorriones, 1926). El ser humano no puede vivir para hacer a otros infelices. Un personaje femenino, “en sus delirios nocturnos”, era “incapaz de soportar la soledad de permanecer despierta en plena noche”, se sentía “aplastada por el poder de la indignación y el resentimiento masculino”. Admira el otoño, recrea en su poética narrativa los cerezos, las flores, el amor y las máscaras.
“Mil grullas” (1949-52) gira alrededor del rito tradicional del té, fluye sin un plan preconcebido al estilo de Joyce, Proust y Cortázar en Rayuela, en una lengua que tiene una particularidad para los hombres y otra para las mujeres. Las muchachas estudian para esa ceremonia. Es un relato sensual y de remordimiento. En la ciudad de Kamakura, Chikako tiene una mancha como la palma de una mano que cubre la mitad del pecho izquierdo, puede notarse en su kimono abierto; no se había podido casar por la seña de nacimiento…
La mujer, personaje en la narrativa de Kawabata, ahora yace en un lugar donde las jóvenes duermen y los hombres las contemplan desnudas, son un objeto insensible que se usa y deja… “mis putas tristes” son “las bellas durmientes” ¿Copió Gabriel García Márquez la idea de su novela?, primero fue la obra de Kawabata y treinta y tres años después la de GABO. Ambas tienen en la breve narrativa de ficción, similar trama. En la primera: Eguchi, de sesenta y siete años, se acuesta y contempla a una bella muchacha de cabello largo, desnuda y narcotizada, “convertida en juguete viviente”, era “una prostituta virgen”. Por ellas pagaban al entrar para verlas y dormir a su lado; los caballeros seniles decían que tenían sueños felices en aquel que no era un burdel ordinario, después de tomar el sedante que le proporcionaban. Ellas no sabían con quién pasaban la noche, ellos no podían hacer nada más que verlas, besarlas y tocarlas, según las reglas. Pensó violar las reglas, morir con el cuerpo de una muchacha en la cama, se le ocurrió estrangularla para sentir su aroma; tomó las píldoras y durmió, al despertar la joven estaba fría, no hizo nada, pero murió; la mujer encargada le pidió silencio; tal vez la joven era alérgica; sacó el cuerpo del lugar ofreciéndole que siguiera durmiendo con la bella de al lado que estaba sola.
¿Abuso sexual y femicidio? Ambos ancianos, según la legislación actual de muchos países, podrían ser objeto de la acción penal. Los personajes de literatura no son sujetos penales, hacen y deshacen ¿Condenamos a los autores? Incluyamos a Vladimir Nabokov, por Lolita y El hechicero: un hombre de cuarenta se casa con la viuda enferma porque se enamoró de la hija de doce. La culpa no trasciende. Las novelas incursionan en complejas e indecibles elucubraciones del comportamiento humano, sin restricciones por edad ni normas que en la soledad nos contemplan desnudos y nos asusta.