Acertijos y crítica social en la novela policial
“Uno de los raros divertimientos intelectuales que aún le quedan a la humanidad es la lectura de novelas policíacas”. Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935).
De niños, es común que se quiera ser policía, o bombero, usar pistola y conducir carros de policía. Los padres nos compraron y nosotros compramos a nuestros hijos, carros pintados de policía; nos gustan los desfiles, las ceremonias de policías y soldados, las marchas, las bandas y las escarapelas… Nos despierta curiosidad el misterio y la trama de lo que no entendemos, por ello alrededor de un crimen o de un accidente de tránsito, la gente se aglomera, no para auxiliar a las víctimas, sino para ser espectadores del acontecimiento. La nota roja en televisión y las páginas de sucesos, gozan de gran audiencia y lectura; aumenta cuando las fotos e imágenes son crudas.
La literatura requiere agudeza para que, captando ese interés masivo, transforme la “nota roja”, los “sucesos”, en textos con valor literario, que proporcionen algo más que noticias sensacionales, que lleven, -como en su origen el género buscó y sigue siendo válido-, cosas dichas de manera inteligente, que provoquen la imaginación para descifrar un acertijo.
Mario Urtecho, poeta, escritor y editor, incursiona con Mala Casta en la novela policial, género de la intriga y la infamia, poco cultivado en la literatura nicaragüense. Sobre el título el autor afirma que “casta significa ascendencia, linaje, se aplica a un grupo que forma una clase especial y que tiende a permanecer separada de los demás…. Mala Casta está en siete parlamentos de el Güegüense, dicho por éste para increpar a su hijo putativo don Ambrosio, quien se pone a favor del mandamás y llama mentiroso a su padre, cuando éste ofrece su cajonería de oro, sus doblones de plata y otras cosas de la supuesta mercadería que dice tener”.
El texto de género policial está llamado “a decir y hacer cosas inteligentes”, a plantear y resolver acertijos; suele llamar la atención pública, mueve a la lectura masiva y, en ocasiones, su producción prolifera para un lector morboso, ansioso por encontrar diversión en la violencia, la traición, la sangre, la muerte, la corrupción, la noche, el enigma, el desamparo, la soledad, el sexo, la seducción, la intriga, la conspiración, … Ante la proliferación se puede caer, como se ha caído, “en el arrabal”, que según el académico Héctor Malverde (Guía de la novela negra, 2010), es lo que se degrada y no vale la pena, puede no decir “cosas nuevas e inteligentes”.
Los títulos de las obras acostumbran tener una intención. Es común que el nombre anuncie la tragedia. Una de las autoras más populares, Agatha Christie, escribió “El asesinato de Roger Ackroyd” (1936). Chandler la ha criticado por “la mediocridad narrativa y la pobreza de sus diálogos”, y otros han reconocido su “habilidad para construir tramas complejas”, ¿quién que se diga curioso lector no ha incursionado alguna vez por estas páginas de la vieja escuela, de la edad dorada de la novela policial? Poe, uno de los mejores escritores del relato corto de la literatura universal, escribió “Los asesinatos de la calle Morgue” (1841). Dickens, publicó “El misterio de Edwin Drood” (1870), y el inglés Geoffrey Household, “Animal acorralado” (1939).
Algunas novelas policiales siembran desde el inicio, aires de misterio. Anuncian en el título el asunto a resolver: asesinato, hallazgo del cadáver, escena del crimen… El comienzo de “Mala Casta” es fúnebre: “minutos antes de la una de la madrugada”, “siluetas sumergidas en el abismo”, “escarpado sendero”, “les daban apariencia de susto”.
Los escritores llegan primero a la escena del delito, saben y averiguan más que policías, fiscales, forenses y jueces. En su origen, hay una perspectiva que cuestiona el entorno social y político, una especie de crónica que señala al sistema en donde el gánster y la mafia se enfrentan al justiciero, al detective solitario, persistente, descuidado, de agudo olfato, de vida desordenada con dificultades personales, profesionales y económicas. La novela policial tiene la virtud de plantear un enfoque crítico sumergiéndose en el bajo mundo, más allá de las apariencias, escarba y presenta la descomposición que a veces vemos y que, desde la sociedad y las instituciones no queremos reconocer. Es la virtud del género: cuestiona las relaciones de poder, las relaciones con la ley las vulnera y las desmitifica. Realmente, el interés de la “novela negra” no es solucionar un enigma, o identificar el laberinto que lleve a la salida del caso, sino que presentar los conflictos humanos y sociales, de convivencia, entre instituciones y personas, entre personas y normas, muchas de ellas formales y mentirosas.
Urtecho afirma que: “Toda creación literaria tiene intención y Mala Casta, denuncia delitos cometidos en la realidad social, política e institucional de Nicaragua y otros países”. Escribe: “El progreso carece de misericordia. Si llegase a ser construido el canal en Nicaragua, existe el peligro que destruya no sólo la fauna sino toda esa inmensa fuente de agua potable que en la actualidad consumen miles de personas de los municipios de la ribera…”.
La novela detectivesca, llamada negra, simplemente porque en los años veinte del siglo pasado surgió en Estados Unidos, en medio de la explosión social y económica, y después en Francia, en la Editorial Gallimard, junto a Malraux, Camus y Sartre, publicaron, desde 1945, diversas traducciones que llevaban “pasta de color negro”, se denominaron “Serie Noire” (“Serie Negra”) y que el cine, con Hitchoock, terminó de fijar el calificativo de “negro”. El término ha entrado en desuso, en parte para “evitar etiquetar un color”, por eso tampoco debemos decir “cifra negra” sino “cifra desconocida” (delitos no denunciados), que es lo que la novela policial presenta, lo que no se sabe y si se sabe, se conoce poco, y si se conoce, no se habla. El negro en la portada de Mala Casta no tiene nada que ver con el género, es preferencia del autor.
La crítica social evidencia el soborno, botín “normal” de policías, judiciales, políticos y funcionarios públicos y privados, rasgo de la novela detectivesca que no volveremos a llamar “negra”, para evitar sesgos, porque morena y simpática, es la hábil doctora y capitana de policía, la Sherlock Holmes nicaragüense, que el autor nombra: Malika Scott Müller, quien “convencida de que todo sospechoso es culpable mientras no pruebe su inocencia”, no piensa volver, porque decidió aprovechar las circunstancias al desenmarañar el intrincado caso de narcotráfico, de empresarios(as) y funcionarios corruptos de saco y corbata, para “montarse en el barco” y obtener los beneficios que su pensión de retiro no podría ofrecerle. Las condiciones personales e históricas, los accidentes institucionales y políticos, las tragedias familiares, van fortaleciendo, o degenerando, la adversidad es la prueba de la verdad, de allí salen los héroes y los mafiosos. El sistema muestra vulnerabilidades y fortalezas, el poder y el dinero tienen posibilidades de derribar las leyes y las restricciones.
Las telenovelas e historietas importadas, han despertado la atención del cine, la televisión y las editoriales, principalmente las relacionadas con crimen organizado y narcotráfico, en donde, lamentablemente, en contraposición con las características clásicas del género, donde el detective representaba el bien y el delincuente el mal, donde el problema se presentaba como la necesidad de averiguar un crimen para revelar la verdad, en la novela actual, por sus contenidos y formas, esos límites son difusos. En la era de la información y del postmodernismo, los roles se confunden; el lector o espectador termina enredado e identificando al mafioso como héroe y rindiéndole culto, suele salir airoso de la adversidad, y aunque caiga “en las garras de la justicia”, es percibido, como víctima del sistema, un ídolo al que hay que rescatar de la “maltrecha y malintencionada justicia”.