INSTRUMENTO LITERARIO CONTRA LA PROHIBICIÓN
“Lo que más la fatigaba, hoy me atrevo a confesarlo, era el miedo a mis ideas” André Gide
La Iglesia Católica, a través de la Inquisición (1564) o Santo Oficio, publicaba el Index librorum prohibitorum donde señalaba los libros prohibidos, catalogados como “perniciosos para la fe”, que no debían leerse y se condenaban a las llamas y al silencio. La obra de André Gide (1869 – 1951) fue incluida en la lista negra, fue el único galardonado con el Premio Nobel de Literatura (1947) proscrito hasta que, afortunadamente, la oscurantista y medieval práctica eclesial, fue suprimida en 1966 por Pablo VI como consecuencia de los aires que ventilaron a la Iglesia después del Concilio Vaticano II (última edición fue en 1948).
Sabemos que lo prohibido, en cualquier ámbito de la vida suele llamarnos la atención, talvez por eso me interesé en conocer al escritor francés y busqué sus libros. Encontré, entre otros, una novela corta que me imagino, solo por el nombre pudo “ameritar” prohibición: “El inmoralista” -sospecho que los censores no la leyeron, es suficiente fijarse en el título y en la última página-, publicada en 1902, al inicio fue un fracaso, pero después, alcanzó fama convirtiéndose en una de las narraciones más notables del autor. Su obra literaria ha estado enfocada al abordaje de los dilemas de su propia vida, fue a inicios del siglo XX inspiración para escritores como Albert Camus y Jean Paul Sartre.
André Paul Gide fue un “protestante ateo”, un “ateo furibundo que no admitía la existencia de ningún dios como excusa”, líder del pensamiento liberal francés y de lo que algunos llamaron la “moral inmoral francesa”, un adelantado de su tiempo que asumió la defensa de los derechos de los homosexuales y confesó con valentía su inclinación sexual. Contrajo matrimonio con su prima con quien no consumó su relación, tuvo después una hija. A partir de su amistad con el conocido escritor Oscar Wilde, autor de la novela “El retrato de Dorian Gray”, comenzó a reconocer su orientación homosexual (1894).
“El inmoralista” comienza con la inclusión de un versículo del Salmo 139: “Yo te alabo, ¡oh, mi Dios!, porque me has hecho una criatura tan admirable”. El relato se refiere a cuatro amigos: Michel, Denis, Daniel y yo –el narrador-, quienes se han jurado lealtad, una especie de pacto, acudirán todos ante el llamado de alguno. A partir del aviso de Michel, intelectual, inteligente y fuerte, de holgada posición económica por la herencia del padre y a quien no veían desde hacía tres años, acudieron a una ciudad de Argelia en donde reside, la novela es la historia que Michel cuenta a sus amigos sobre su vida. Refleja el conflicto personal, moral y psicológico recreado en diversos paisajes y pueblos del norte de África recorridos por el protagonista y su esposa. A los amigos los recibió sin mostrar alegría, se dirige a ellos en estos términos: “Habéis acudido a mi llamada, tal y como yo hubiera acudido a la vuestra. … No quiero otro socorro que este: hablaros. Porque me hallo en un punto tal de mi vida que ya no puedo ir más allá”.
Michel desde su fe hugonote, después de una grave enfermedad –la tuberculosis- que lo pone al borde de la muerte, al recuperar la salud se convierte en un apasionado en el cuido de su salud corporal, admira la belleza física y sensual del cuerpo humano que percibe en los jóvenes de Biskra, ciudad de Argelia. Es cuidado por su esposa a quien dice querer, ella después enferma y muere.
En el relato insinúa su admiración por la belleza de los jóvenes, a unos pastores y otros que encontró en los pueblos por donde pasó en busca de salud y descanso, “bajo su manto flotante, una desnudez dorada”, “el niño guardaba un hato de cabras; estaba sentado, casi desnudo”. Reconoce “Uno, sobre todo, me atraía: era bastante guapo, grande, nada estúpido, pero se movía únicamente por el instinto…” Señala que “algo se ha quebrado en mi voluntad”, su fortuna ha quedado disminuida. “Mi único esfuerzo entonces constante, era, pues, el de rechazar o suprimir de un modo sistemático todo lo que creía deber tan solo en mi pasada educación y a mi primera moral”. Ese era “el misterio de mi lenta transformación”.
Se va produciendo en él un cambio personal que observa y acepta, algunas preferencias modifican su manera de ver y sentir las cosas. Al final concluye: “Aquí vivo con casi nada. Un hostelero medio francés me prepara algo de alimento. El muchacho que al entrar habéis hecho huir me lo trae por la noche y por la mañana, a cambio de algunas monedas y de caricias. … Su hermana… acude a Constantinopla a vender su cuerpo a los que pasan… Es muy bella y, las primeras semanas, permitía yo que, algunas veces, pasara la noche junto a mí. Pero una mañana, su hermano, el pequeño Alí, nos sorprendió juntos en la cama. Se mostró muy irritado y no quiso volver durante cinco días… ¿Sería, pues, que estaba celoso?… Ella no se ha enfadado, pero cada vez que me la encuentro, ríe y bromea porque prefiero al muchacho a ella”. Finaliza la novela, la confesión del personaje es en parte la del autor.
El escritor es homosexual, lo aceptó públicamente, defendió con entereza su realidad personal y la de otros, confrontó la moral y el poder social, político y religioso de su época. Dicen que es una “opción sexual”, desde mi posición no lo comprendo así. El diccionario de la lengua española define “opción” como “elección, posibilidad de elegir entre varias cosas; cada una de las cosas que pueden elegirse”, para “optar” es condición tener alternativas, pero pregunto ¿es para quien tiene una inclinación homosexual o lesbiana decidir asumirla o no si quiere tener una vida sexual que es un derecho humano? Desde niño he tenido simpatía e inclinación natural hacia las mujeres, no fue algo a lo que opté conscientemente, solo ocurrió en mi proceso de desarrollo emocional y físico. Desde la escuela conocí a compañeros y compañeras cuyas inclinaciones fueron diferentes y con el tiempo, algunos(as) asumieron y reconocieron su preferencia hacia personas del mismo sexo y otros guardan el terrible silencio, dada la prohibición social, religiosa y cultural, los prejuicios que prevalecen en nuestro entorno. No creo que en ellos(as) haya sido “opción” o “decisión” asumir que, siendo hombres, les gustan las mujeres, o siendo mujeres, gustan de los hombres, es un proceso humano que ocurrió, por razones que ignoro, quizás biológicas, genéticas y/o psicológicas. Mientras las religiones los condenan, la sociedad los margina, los individuos los agreden y las leyes los excluyen, estos seres humanos, hombres y mujeres iguales a nosotros, pero con inclinación sexual distinta, sufren discriminación, los que se revelan y los que se ocultan, en el sigilo algunos guardan las apariencias, sufren encerrados en un cuerpo ajeno que siente y piensa diferente. La cultura machista, la idiosincrasia vulgar de nuestro medio se burla de ellos y ellas, muchos sufren la angustia de un encierro que los ahoga. Sus derechos nos demandan respeto, su naturaleza humana nos exige solidaridad y compromiso.