El riesgo de las niñas
Todos los ámbitos de la vida humana, incluso los más lamentables y repugnantes, son inseparables a la literatura. Publio Tercero escribió el proverbio latino: “Hombre soy; nada de lo humano me es ajeno”.
A veces olvidamos, no vemos o no queremos ver, aunque por fortuna, en el comportamiento de los hombres no es común, porque a pesar de los defectos, prevalece la sensatez y el equilibrio, pero es necesario reflexionar sobre lo que nos muestra un relato del escritor de origen ruso Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899 – Suiza, 1977), “El hechicero” (1939), preludio de una obra más extensa, la más conocida del autor, “Lolita” (1955), de la que hablaremos en otra ocasión. Nabokov, de origen aristocrático, abandonó Rusia con su familia por temor a los bolcheviques (1919) y se exilió en Alemania, en 1940 viajó a Estados Unidos y adoptó la nacionalidad norteamericana.
Según estadísticas de la Policía de Nicaragua, no muy distintas, en términos proporcionales al resto de países, las niñas menores de trece años, tienen mayor riesgo a ser víctimas de un delito cualquiera que los varones en igual edad. Las mujeres en general, son más víctimas de delitos que victimarias, es decir, sufren en mayor proporción la violencia delictiva y han sido causantes de menos delitos, esta tendencia, según referencia de los últimos quince años, se ha acentuado.
La vulnerabilidad de las niñas al acoso, incesto, violación y abuso sexual, al maltrato psicológico y físico, a la violencia intrafamiliar, confirma la discriminación de género y la fragilidad en esas edades, no es nuevo, pero es más evidente hoy porque existe mayor acceso a la información y, la sociedad y el Estado son más sensibles al problema.
“El hechicero” es un cuento largo o una novela corta, escrita con brevedad y precisión, con palabras cuidadas y metáforas elaboradas, relata, en un lenguaje no erótico, las inclinaciones voluptuosas de un hombre de cuarenta que se enamora de una niña de doce a quien conoce en un parque de una ciudad europea. El individuo se acerca a la anónima niña francesa, conoce a la madre, una viuda achacosa de cuarenta y dos, con quien decide casarse, “adquiría los derechos propios del padrastro”, era el pretexto para estar cerca de la hija, “avanzaba con un objetivo concreto”, aunque “no sabía cuál sería el mejor modo para sacarle partido a esos derechos”. Pregunta: ¿enfermedad o delito? Arthur, de origen centroeuropeo, el trastornado, cínico y despreciable personaje, dice: “me encuentro a gusto entre los niños en general,… sé que yo sería un padre amantísimo en el sentido corriente de la palabra y hasta ahora no he sido capaz de averiguar si esto es un complemento natural de lo otro, o una contradicción demoníaca”. Era la pedofilia criminal del hombre, sus aberraciones físicas y psicológicas, sus anomalías sexuales.
Pensó cómo deshacerse de la mujer y quedarse con los derechos de la huérfana. La madre se sometió a una operación, le hizo jurar al marido que “trataría a la niña como si fuese propia” en el caso que algo le llegara a pasar; la mujer salió bien de la intervención, lo que decepcionó al esposo, pero, poco después, recibió complacido la noticia que la paciente había dejado de existir. Imaginó los años posteriores al lado de la niña, para “saborear cada una de sus etapas”. Decidió partir de viaje con la hija para apartarse de los conocidos y hospedarse en diversos hoteles. Pensó en la manera meticulosa en persuadirla, la observó dormida, vio su desnudez, no pudo contenerse, ella despertó, gritó y trató de salir, se soltó de sus brazos, él huyó despavorido, algunos lo vieron, alertados por los gritos, terminó bajo las ruedas de un camión.
Es una obra refinada y precisa que muestra, desde la literatura, la complejidad trágica y sicosocial de un fenómeno viejo y vigente, que es capaz de destruir la vida inocente de las niñas y que observamos, a pesar de la gran cifra oscura. Ocurre en el hogar y en la calle, abusos cometidos por personas del círculo familiar y afectivo cercano, del vecindario y la escuela, por desconocidos y parientes. Las niñas y niños son vulnerables, requieren protección especial.
Cuando fui funcionario de la Policía, conocí, a través de las partes policiales y del relato directo de algunas personas cercanas a víctimas de violación o incesto, las dramáticas consecuencias de los actos que sufrieron. También supe de casos similares en Centroamérica, Estados Unidos, España y Suecia, cuando estudié sus experiencias policiales. El problema no es exclusivo de países en vías de desarrollo, ocurre en países del primer mundo, en diversos contextos sociales, es un mal endémico del que ahora, por fortuna, existe una legislación más clara, pero todavía mucha oscuridad y silencio, limitada capacidad institucional y social de actuar y proteger, incluso frialdad e insensibilidad ante el dolor que sufren.
Las víctimas de familias adineradas o relacionadas al poder en cualquier forma, suelen guardar el escándalo y “resolverlo” en privado. La Policía conoce –delitos con mayor cifra oscura-, los casos de víctimas provenientes principalmente de familias pobres, quienes, además suelen ser re victimizadas, quedan expuestas a la nota roja de algunos medios de comunicación.
Conozco mujeres adultas, -es probable que ustedes identifiquen a alguien- que cuando niñas –incluso es posible que alguna que lea este escrito fue víctima-, sufrieron violación por sus padres, padrastros, hermanos o tíos…, mujeres que al narrar lo ocurrido –me solidarizo con ellas-, vuelve el recuerdo imperecedero, se desencajan y lloran, son evidentes las heridas que no han sido curadas, causadas por la incursión violenta en sus cuerpos y por el daño irremediable a su integridad moral y afectiva, incluso por aquellos de quienes esperaban protección y cariño y, recibieron, en uno o varios actos incomprensible, violencia que lesionó lo profundo de su sensibilidad humana y autoestima, muchas habrán recuperado sus vidas, otras, aun sin saberlo o sin decirlo, llevan la carga del pasado.
A veces vemos rostros y miradas, percibimos comportamientos y actitudes: obsesión por el aseo, frecuente lavado de manos o partes del cuerpo, distracción, miedo a enfrentar a la gente, pena excesiva y vergüenza inexplicable, miedos desconocidos, dificultad para una relación íntima, facilidad al llanto, modo pasivo y sumiso, inseguridad, autoestima deteriorada, es posible, que detrás exista una violación o abuso. Con frecuencia no sabemos las historias tristes que guardan las niñas y niños, y desarrollan, quizás protegidos por el olvido y el tiempo, algunos adultos, ellos y ellas reclaman solidaridad afectiva.