Personajes

POETA COTIDIANO DEL AMOR Y DEL HUMOR

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November 7, 2014

A un siglo de nacido, a dos de apagar la luz

-Con qué amoroso amor llueve esta lluvia, amor,

-Sí. Así llueve el amor, también, como la lluvia.

-¿Así como la lluvia el amor llueve?

-Llover la lluvia es como amar, mi amor.

“Diálogo con Doña Julia cuando llueve” (J. C. Vega)

  Los primeros recuerdos de don José Cuadra Vega (Granada, 21/2/1914 – Managua, 16/12/2012), se remontan a fines de la década del sesenta, desde cuando los niños y adolescentes, vecinos de la colonia Centroamérica, lo veíamos pasar en las tardes con su camioneta Fiat, blanca, station wagon, conducida con extraordinaria lentitud, los muchachos corríamos detrás y llegábamos primero que él. Al contrario de enojarse, incentivaba el alboroto y muy atento al timón, saludaba complacido. Lo identifiqué, en primer lugar, por el humor, un hombre mayor que nunca lo perdió, incluso, mucho después, durante sus últimos años, postrado en la cama, reconociendo que: “Josecito está enfermo, de muy delicada enfermedad”, era capaz de soltar cualquier ocurrencia y provocar sonrisas.

Cuando cursaba la primaria con su nieto Manolo Aguilar Cuadra, acompañante inseparable de don José y doña Julia, visitamos con frecuencia su casa, doña Julia cocinaba y compartimos la mesa familiar. En ocasiones encontramos a Josecito entre los estantes de su biblioteca, tecleando con la máquina de escribir mecánica, una reliquia que le acompañó hasta su última morada, porque estuvo, en la misa de cuerpo presente, al lado del ataúd. Preguntábamos: “don José ¿y por qué esa mancha roja en la frente?, respondía, según la ocurrencia: “es un taconazo de doña Julia, por venir tarde, por andar de parranda con los amigos, o con las mujeres malas…”. Me di cuenta que el hombre generoso y risueño, capaz de bromear con seriedad, era también poeta. A veces, se levantaba del apartado rincón para leer en voz alta algunos de sus versos o simplemente para decir, con picardía, alguna frase con doble sentido que provocaba la risa maliciosa de los visitantes. Cuando “Manolito”, su nieto, era un hombre, decía: “perro al guaro y bravo a su portañuela”, al leer o escuchar algo que le parecía muy lúcido, pelaba los ojos, estiraba la boca y agregaba: “parece bruto, pero no lo es, todo lo contrario” …

En el transcurso del tiempo, leyendo y conversando, cultivé cariño y respeto a quien tuvo la dicha de transitar casi un siglo con una actitud serena y afable. La mayoría de sus años fueron saludables, solamente durante los últimos cuatro, impedido de movilizarse, lamentó, sin caer en la angustia, la “enferma – edad” que no la deseaba a nadie. En días cercanos a uno de sus últimos cumpleaños, dijo: “Tengo tantos años que me sobran, los puedo regalar, tomá, te los doy ¿Cuántos querés? ¡Quién aguanta las filas de los pedigüeños, si saben que los estoy regalando!”.

En marzo de 2011, pasado su cumpleaños 97, murmuró un “mensaje al oído”, con el énfasis en tercera persona para referirse a él, evadiendo, para confundir al otro: Decile, a los queridos amigos Danilo Aguirre y a Luis Rocha, que Josecito Cuadra Vega está realmente jodido, ahora sí, de verdad jodido, se jodió el poeta, cinco meses lleva en esta cama, de veinticuatro horas cada día. Ya le perdió el miedo a la muerte. Para colmo de males, Josecito tiene rato de no bañarse, de la manera en que siempre le gusta hacerlo, sentado en una silla, en el baño, con el chorro de agua cayéndole, porque, el agua potable ¿sabes qué es? No ha venido durante varios días a su casa en la colonia Centroamérica, así que, con su balde y su panita, se echa, a cómo puede, sus poquitos de agua, por la escasez de la que padece. Ahora le faltan muchas cosas, incluso casi está olvidando cómo se escribe la palabra “hambre”, no recuerda si es con “h” para decir: “ambre”, con “v” y “n” para sonar: “anvre”, porque para él, es una necesidad que ya ni siente, honestamente ya ni le interesa sentir. Chepito ya no aguanta, ni al alma ni al cuerpo que le acompañan por noventa y siete años, no le hacen caso en nada; a veces hasta se le entromete, un tal “Aljaimer”, que le lleva a no recordar cosas tan importantes y que ha hecho todos los días por tanto tiempo, como la que es casado con doña Julia; entonces ocurre algo imprudente, ha mandado a llamar a alguna para que lo acompañe en sus largas e insoportables noches, sin embargo, de repente, se percata del lamentable error, cuando vuelve la vista a su lado observa a su doña Julia dormidita y recuerda de repente todo, mientras al otro lado, está la otra”.

Hizo del humor, lo cotidiano, e incorporó en su poesía, una maliciosa sonrisa, agradable, aguda y mística. Sin ánimos de ofender a nadie, criticaba sin herir, se reía, sin burlarse, se burlaba sin dañar. Conservó, a pesar de la carga de los años, picardía juvenil y ocurrencias vigorosas en sus poemas, en las pláticas y en el quehacer diario.

Hombre creyente, cultivó sin excesos una quieta devoción personal a lo supremo, en lo simple y en la rutina. Recibía en su casa, cada sábado en la mañana, la comunión, cerrando los ojos Josecito, suspirando recogido, con la hostia consagrada se quedaba así, en ese estado trascendente, con las manos en el pecho hasta cuando se deshacía en su boca y en su alma, fundiéndose en uno, con Él.

Ciudadano comprometido, solidario y con sensibilidad social. Hablaba con cualquiera, sin discriminar a nadie, tolerante, amigable y respetuoso, saludaba a todos en la calle, cuando todavía salía o cuando, mientras le fue posible, era llevado por los andenes de la Centroamérica en silla de ruedas.

Alcanzó la encumbrada cima de los noventa años, continuó conociendo todas las noticias qué ávidamente leía en los diarios. Sobre el bombardeo de Estados Unidos y sus aliados a Bagdad, escribió una “postalita”: “A Jorgito Bush” (NAC, 17/2/2007), agradeciendo su amable invitación para sobrevolar Irak: “Jorge W. Bush, el más esclarecido, antibelicista y antiterrorista de todos los tiempos, pasando por Atila, Rey de los Hunos y azote de Dios en la tierra…”. Unos días después de la publicación, comento muy serio: “desde hace días, unos hombres vestidos de negro y de anteojos oscuros rondan mi casa, se paran por la esquina y vuelven a pasar enfrente, son de la CIA que, dada mi amistad cercana con Jorgito Bush, han decidido protegerme, ¿o vigilarme, ante el peligro que represento?”.

Vivió y disfrutó la vida durante larguísimo tiempo, en lo común y extraordinario, en las noches y los días con doña Julia, con sus hijos y descendientes, con cantantes, músicos, poetas y escritores de diversa especie, amigos desinteresados, vecinos ocurrentes, en las conversaciones prolongadas, en los recuerdos que no lo abandonaron, en el café con leche tibia de la mañana, con las frutas frescas, dulces y suaves, la comida variada y suculenta, las cervezas calientes, las mujeres guapas y sensuales, las escapaditas y las reprendidas, los libros buenos, los poemas propios y ajenos, la lectura de los diarios, los programas televisivos, las canciones y los bailes, los innumerables acontecimientos que vio pasar y en los cuales fue un activo espectador durante casi un siglo.

Al regresar a casa, después de unas semanas en el hospital (2010), dijo, que no estaba bien, sino que todo enclenque: “¡Ay los médicos!, son tan buenos, me han tratado tan bien, les estoy muy agradecido, pero tengo que decirlo, no saben nada de estos malestares. Ellos hacían exámenes, tocaban aquí y allá, decían que era una cosa y después otra, que un dolor aquí y otro al otro lado…  estaban confundidos. Yo les revelé la verdad para que no anduvieran tan enredados, miren, lo que tengo es una enfermedad incurable, la “enferma–edad”. ¡Es terrible!, es un mal que no se lo deseo a nadie…”.

POETA COTIDIANO DEL AMOR Y DEL HUMORDoña Julia está a su lado acostada, abre los ojos, vuelve a ver y saluda, uno habla, pero como que no es con ella, dice Chepito. “Está sorda la Julita, no oye, a veces olvida las cosas.  ¡Pobre mi doña Julia! además la pobre, tiene mis mismos males, compartimos nuestra incurabilidad, que menos mal, no es contagiosa, pero es mortal; ella puede caminar y se levanta a ver televisión en la sala, a mí me cuesta hacerlo. Algunos anhelan llegar a estos años, yo los regalo, si alguien desea la ancianidad, se la doy enterita ¿no te acordás de aquel cumpleaños cuando te dije que podría regalar algunos años en racimos para los amigos y que, por tu imprudencia de andar contando estas infidencias, se me armó la gran romería de pedigüeños en las afueras de mi casa? Ahora, con esto que te digo, si te atrevés a divulgarlo, a saber cuántos ingenuos vienen por la ancianidad que quiero regalar completita…”.

Por la arrogancia de los años acumulados que dan derecho a la impuntualidad, al descuido, a olvidar la prisa y la pena, a no desatender el cansancio, don José pide, con un bostezo, ante la prolongada visita, la siesta de media mañana; entonces salgo; él queda allí sufriendo y a la vez gozando, sus indeseados y contradictoriamente anhelados privilegios.

Otra tarde, conversando, tomé una foto a Josecito en su cama, y le mostré a doña Julita el rostro del poeta, con la picardía que no puede esconder, ella, al descubrirlo, detrás de la sonrisa que apenas esboza, sonrió. Capturé el momento en una fotografía, y la mostré al poeta. Él, enfocó sus ojos sobre la imagen, pidió que me acercara y dijo, como para que nadie escuchara: “¡qué bien está la Julita! Decile que ya no me divorcio”.

 

José Cuadra Vega, es, como José Coronel Urtecho escribe, junto a él y a Luis Rocha Urtecho, poeta del amor doméstico y conyugal, han hecho de las esposas, personajes de la poesía –al igual que a ellos-. Son creadores de devotos libros y “perfectos manuales de poesía doméstica, matrimonial, uxórica”.

 

Julia Robleto Pérez (20/6/1914 – 23/9/2011), nombrada como doña Julia, fue convertida en protagonista de sus versos, nació cuatro meses después que Josecito –el otro personaje, ambos, unos solo-, y murió un año y tres meses antes. Partieron irremediables, “Por este mismo camino desconocido / por do venimos, cuando llegamos / desde la Vida, desde la Vida / hacia la muerte,…”. Años atrás, el poeta escribió:

 

De cuando un día, al despertar Don José

Le pareció que su Doña Julia estaba muerta

“Doña Julia está muerta, me parece.

No.

Sólo parece, nada más,

que ella está de cierto muerta.

Voy a tocar entonces a Doña Julia sólo

para ver si es verdad

que está muerta Doña Julia.

No.

Tibio y dulce esta su cuerpo tibio y por

sus arterias elásticas aun corren

                                su sangre todavía

como un río

de jugo dulce de naranjas tibias”.

 

Ahora, su muy amado, estaba solito e íngrimo, acostado, llora en silencio su lucidez, sufre el muy sensitivo hombre, en la fragilidad de su cuerpo gastado y en su soledad temporal, resignado espera, dolido, sin poder levantarse ni moverse con libertad como hasta hace unos años lo hacía, tal y como lo expresó cuando tuvo la gentileza de escribir en una libreta de apuntes, que tiene encima de su mesita de noche al lado izquierdo, -su lugar en la cama- después de leer, –antes de su publicación-, mi poemario “Huellas del otoño”: “Estoy escribiendo estas líneas aquí, en mi cama de enfermo (enfermo de muy delicada enfermedad)…”

 

A pesar de las inquietudes, de sus correrías por allá y por aquí, de poeta curioso y sensitivo, fue un eterno y confeso enamorado de doña Julia. Mujer sencilla, callada y comprensiva, “amantísima esposa y amante fiel”, diría Chepito. Ella, revelada en sus poemas, no solo como musa, sino cómplice, coautora, escuchaba sus versos, los censuraba e insinuaba omisiones o agregados, vivieron inseparables sus versos comunes.

Reunía las palabras cuidadas y precisas, poeta de la palabra, jugaba con ellas en sus aproximaciones cotidianas, con sabor y olor a alcoba, a comida casera y a tierra mojada, retoños frescos y matutinos, sacudidos por el viento de la madurez que no lo doblega.

En los últimos años, ella, aunque a veces confundía sus recuerdos, era sana, sonriente, se movía por su cuenta, se bañaba y sentaba en la mecedora, veía televisión. Él, acostadito en su cama, rara vez se levantaba, leía todavía sin usar anteojos cada mañana los periódicos y a veces escribía, en pocas líneas, sus ocurrencias. Ellos hacían las siestas juntos, comían, se acompañaban en un diálogo intermitente e intenso, en donde las señas, los silencios y los susurros son capaces de decirlo todo, cuando han pasado casados desde 1939, juntos, desde aquella vez que Chepito, tan romántico, imaginativo y travieso, se atrevió a darle un beso indiscreto y sensual, hasta cuando la muerte los separó, setenta y dos años después.

 

Es una bendición haber vivido tanto, más que angustiarse, hay que agradecer. Vivieron casi un siglo. Él, al final, doliente y triste, quedó sin decir palabras, con las manos rosándose el pecho, con una expresión que parece haber renunciado al humor, no pudo asistir a la vela ni al entierro para dar su último adiós. Después de tanto tiempo juntos, la muerte, esa anfitriona implacable, necesaria y certera, los separó y a la vez permitió reencontrarlos, irremediablemente, quince meses después: “– Y hasta en el cielo entonces, Doña Julia. / – Y hasta en el cielo entonces, Don José. / Amén”.

 

La Hora

“-Ya es la hora de apagar, Doña Julia.

-Sí. Ya es la hora de apagar ciertamente, Don José.

-Ya se oye el canto de los grillos en la noche, Doña Julia.

-Que se apaguen los grillos y se encienda mi sueño, Don José” …

 

Al final del prolongado camino emprendido con persistencia, una cosa queda, la principal, fue hombre sincero y humano, potente, diría Darío, sensitivo, aprendamos de la huella que deja, fue, no por obligación, sino por espontánea cotidianidad, viviendo el tiempo que le tocó vivir, poeta místico del amor y del humor.

¡Y que el resto se muera, de ganas!, dijo, alguna vez.


 

 

 

 

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FRANCISCO JAVIER BAUTISTA LARA
Managua, Nicaragua

Comparto referencias de mis libros y escritos diversos sobre seguridad, policía, literatura, asuntos sociales y económicos, como contribución a la sociedad. La primera versión de esta web fue obsequio de mi querido hijo Juan José Bautista De León en 2006. Él se anticipó a mí y partió el 1 de enero de 2016. Trataré de conservar con amor, y en su memoria, este espacio, porque fue parte de su dedicación profesional y muestra de afecto. Le agradezco su interés y apoyo en ayudarme a compartir.

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