La neblina del ayer
La última vez que estuve en La Habana (1989), la ciudad tenía, y supongo conserva, aroma añejo, un encanto particular mezclado a nostalgia y recuerdos suspendidos en el tiempo, es como si la gente viviera a un ritmo distinto, lo mismo vuelve a mi memoria al leer la novela “La neblina del ayer” (2005) del cubano Leonardo Padura (1955). Creó al inspector Mario Conte, personaje de sus novelas policiales, es el narrador cubano contemporáneo más conocido, cuyas obras, por la habilidad de retratar lo cotidiano de Cuba y remontar, desde la ficción al pasado y al presente, evidenciar problemas sociales y humanos que trascienden su ámbito geográfico y época, salió del Caribe que rodea la Isla, que en su momento, según Hemingway, fue la que mejor inspiración trajo a su creación literaria, por lo que su figura de bohemio y marinero, quedó en la “Bodeguita del medio” y en la finca “La Vigía”.
Conte dejó desencantado el trabajo de investigador hace trece años, pero no ha perdido el instinto del oficio que se carga hasta la muerte; ahora se dedica a comprar y vender libros viejos lo que le permite enfrentar las penurias materiales, dice: “disfruto de mis pequeños placeres, lo más lejos posible de todo lo que huela a poder”. Encontró una valiosa biblioteca en una casona de El Vedado en donde habitan Amalia Ferrero y su hermano Dionisio, viven con su madre de noventa y un años, enferma de los nervios. La propiedad perteneció a Alcides Montes de la Oca, adinerado empresario a quien la progenitora de los Ferrero sirvió como ama de llaves; después de la Revolución abandonó el país y murió (1961) en un accidente en Estados Unidos, desde entonces se encerró lamentando no haber acompañado a quien dedicó su vida.
El país tiene escasez y penuria, la necesidad obliga a sus propietarios a vender los libros conservados desde los antepasados y que no han tocado en cuarenta y tres años. Los libros esconden secretos del lector, marcas, anotaciones o escritos. Dentro de un recetario de cocina editado en 1956 encontró una carta que una mujer dirige a un hombre, habla del hijo que vive “a plenitud su aventura revolucionaria” y de la hija que “parece retraída”. Hay un recorte de Vanidades (1960): “El adiós de Violeta del Río”, bella mujer que en la cumbre de su carrera dejó el escenario. Los hallazgos lo intrigaron por Violeta, pensó que quizás continuara viviendo en Cuba bajo otro nombre. Era “una voz dormida en el pasado,… que lo estaba esperando…”. Preguntó a Amalia, ella dijo no conocerla. Localizó y escuchó el único disco que grabó la bolerista de cabaret. Un día no cantó más y desapareció. Se empecinó en saber quién era la mujer “que se tragó la historia”. Rogelito, un viejo percusionista dijo que “era una hembra de campeonato,… de dieciocho o diecinueve años”, el chisme fue que se retiró porque “se iba a casar con un tipo rico”. Silvano Quintero, periodista de El Mundo, escribía sobre la farándula. Dicen que Violeta se suicidó en 1960, ¿o la suicidaron? Enamorado como un loco, la bautizó como la “Dama de la Noche”. Vivía en un apartamento de lo mejor de Miramar. Alcides Montes, de unos cincuenta años, tenía uno debajo, los vio juntos, sospechó que eran amantes. Vio también a la bailarina Flor de Loto, dueña de centros nocturnos.
A los pocos días encontraron a Dionisio apuñalado por la espalda. No hubo robo, sospechó que era alguien conocido. Hablaron con la hermana, faltaban seis libros o ¿los cambiaron de lugar? No eran costosos, debían tener algún significado especial. Conversó con sus excolegas de la policía, él y sus socios eran sospechosos. Asumió el reto de averiguar quién había matado a Dionisio, relacionó todo con Violeta, con la carta, con los Montes de la Oca, con el pasado atormentándolos. Dedujo que la madre enferma debía saber algo.
Entró en rincones de la ciudad en los que no había vuelto desde que dejó la policía, allí “la degradación era generada por las mayores carencias”, “se preguntaba cómo era posible que en el corazón de La Habana existiera aquel universo pervertido”, de cantinas, prostíbulos, estafadores, miseria, promiscuidad y todo tipo de ilícitos para sobrevivir. Buscó a Juan, el Africano, recién salido de la cárcel para que le ayudara a localizar a Flor de Loto. El informante apareció muerto, pero dejó una pista que le permitió localizarla. Se llamaba Elsa Contreras, ahora es la anciana Carmen, era una puta que bailaba desnuda. En el año 55 cambió su vida cuando unos empresarios mafiosos que querían desarrollar un proyecto turístico en el litoral la buscaron para que fuera “manager” y crear una agencia con muchachas que “no podían ser putas con malos hábitos”, debía reunir a las mejores y más educadas mujeres que prestaran servicios exclusivos. Era amiga de Violeta –Catalina-, “sin tener que putear” podría ayudarla en el negocio. La llevó a una reunión, Alcides se enamoró de la joven y le cambió la vida.
A fines de 1959 todo dio vuelta de repente, Violeta anunció su retiro del espectáculo y Alcides preparó su salida de Cuba con ella. La encontraron muerta en el apartamento, dijeron que fue suicidó. Alcides se fue. Nemesia, la ama de llaves, tenía dos hijos, se encargaba de lo que necesitaba el señor principalmente cuando enviudó, administraba el apartamento de Violeta.
En la biblioteca estaba la clave. Violeta no se suicidó, a Dionisio lo mato alguien relacionado a ese misterio, los libros escondían secretos inconfesables que quizás Amalia conocía y la madre perdía en la memoria. Pidió conversar con ella, la encontró desnuda como un cadáver viviente que respiraba. Amalia, preguntó: ¿Cuándo nos van a dejar morirnos tranquilas? Vino la confesión desesperada. Ambos eran hijos de Alcides, aunque fueron reconocidos por el chofer Virgilio Ferrero. Cuando murió la esposa, la madre creyó era su oportunidad después de veinte años de relaciones secretas. Apareció Violeta y quiso irse con el padre. Compartieron el secreto y un día, Amalia tomó la llave del apartamento y colocó en el jarabe para la tos de la mujer las pastillas de cianuro. La encontraron envenenada, declararon suicidio. Alcides supuso que fue Nemesia, guardó rencor contra ella. La mujer escribió varias cartas que introdujo en los libros, confesó la verdad de la hija, eran cartas al borde de la locura. Dionisio descubrió lo que no debía, acusó a la hermana y ella lo apuñaló. Amalia loca, sin herederos, el estado confiscará los libros para la Biblioteca Nacional, la madre deshidratada, estaba amarrada sin comida ni agua. Mario, antes de perder la veta de libros, robó siete consciente que robar libros no es robar.
Aunque el autor cayó en la trillada trama, el patrón se mete con la empleada y carga las consecuencias, con su consentimiento, para cubrir las apariencias, en otro empleado, el relato es fluido y atrapa, recrea con destreza el entorno urbano de La Habana.
El intrincado mundo policial plagado de vericuetos, se mueve entre el fango, prevalece el criterio que todos son sospechosos hasta que no se demuestre lo contrario, es fascinante y riesgoso, puede provocar grandes decepciones, por la vida interna estresante e incomprendida, no ajena a las miserias humanas y por los descubrimientos con los que se topa en donde no hay culpables o todos lo son, donde no hay inocentes o todos lo son, talvez víctimas, aunque el sistema lo ignore y ellos no lo sepan.