Reconstrucción del pasado
“No hay mejor sistema para que se desvanezcan los fantasmas que mirarlos a los ojos” Patrick Modiano.
La Academia Sueca otorgó al escritor francés Patrick Modiano (1945) el Premio Nobel de Literatura 2014, entrando a formar parte de los quince premios que ha recibido Francia, entre ellos: Jean-Marie Gustave Le Clézio (2008), Claude Simon (1985), Jean Paul Sartre (1964), Albert Camus (1957), Francois Mauriac (1952) y André Gide (1947). En la última contienda literaria fue favorecido por encima del escritor japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949), autor de la interesante novela postmodernista “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”.
Sobre los galardonados con el Nobel de Literatura en los últimos veinte años, pienso que fue acertada la decisión, por la habilidad de comunicarse en el texto fresco, fluido, sencillo y profundo, por impactar con polémicas opiniones, la del portugués José Saramago, un ser humano comprometido. También he apreciado la obra del italiano Darío Fo (1997), del alemán Gunter Grass (1999), del turco Orhan Pamuk (2006), del peruano Vargas Llosa (2010) y del chino Mo Yan (2012).
Un premio de cualquier naturaleza suele requerir un efectivo cabildeo para incidir en quienes toman la decisión, no es fácil competir con la beligerancia francesa aunque tengamos en Nicaragua dos prospectos, con méritos competitivos, Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez, quienes a pesar que sus obras han traspasado fronteras territoriales e idiomáticas, provienen de un pequeño país de Centroamérica, cuyo nombre y ubicación se confunde en el mapa y que a pesar de eso, engendró a Rubén Darío, la gran omisión del Nobel de Literatura, una deuda impagable. Nicaragua fue visible en la agenda mundial con la Revolución (1979) y quizás vuelva a serlo si el ansiado Canal Interoceánico cambia la historia.
Para comenzar a conocer a Modiano nos referiremos a dos novelas: “En el café de la juventud perdida” (2007) en donde, desde el título, insinúa nostalgia y frustración, y “Villa Triste” (1975), cuyo nombre encierra las características de la anterior. La primera reciente, escrita en su madurez, la segunda de hace cuarenta años, publicada en su juventud. En ambas, a pesar que fueron escritas en tiempos distintos, el aire que respira el lector es similar. Giran alrededor de París y pequeñas poblaciones francesas, los relatos recuerdan el inicio de los sesenta, época caracterizada por la guerra fría, la rebeldía generacional y particularmente la guerra de Argelia por la que la colonia africana logró su independencia (1954-62).
Las historias recorren locales y calles de la capital francesa, lugares que permanecen, que no existen o han cambiado; espacios que guardan recuerdos y son visitados por personas distintas. Persisten en revivir imágenes y sensaciones vagas, requieren de la imaginación para reconstruirse, rehacer el pasado en busca de identidad; para explicar sus circunstancias, entre experiencias personales confundidas con las ajenas y la creatividad literaria con la que el autor llega al público francés y de allí, aprovechando la influencia que Francia tiene en Europa y el mundo, ha catapultado al autor al relevante puesto de los mejores escritores contemporáneos. El rescate del poder de la memoria y el debate por la búsqueda de identidad son ejes de la obra de Modiano.
En “Villa Triste”, Víctor Chmara sale de París a los dieciocho años para vivir en una pensión familiar porque percibe la ciudad peligrosa, con un ambiente policial desagradable. Encontró a Yvonne Jacques en el vestíbulo del hotel en donde se hospedaba mientras rodaban la película en la que actuaba, lo tomó como un hijo de familia millonaria y le presentó a René Meinthe quien decía: “¡Soy la reina Astrid, la reina de los belgas!”. Ella quería ser actriz, nació en Alta Saboya en donde estaban. Chmara dijo pertenecer a la añeja burguesía judía y que su apellido era ruso, que descendía de un conde, lo que la impresionó. Con frecuencia cenaban los tres. Ivonne participó con Meinthe en un evento que premiaba la belleza y la elegancia, la Copa Houligant, ganaron el primer lugar de aquel concurso sin importancia que organizaba uno de los ases del esquí francés Daniel Hendrickx, quien decidía en el jurado. Ivonne siempre quiso vivir por encima de sus posibilidades. Meinthe, tenía a los veinte años un encanto físico y un don de divertir a la gente, entabló una relación con un barón belga millonario que se había enamorado de él y lo alojaba en un hotel. Víctor dijo a Ivonne que se fueran a América, ella, una francesa de provincia, podría ser actriz y él dedicarse a la literatura. Planearon el viaje e hicieron las maletas. La esperó en la estación del tren, no llegó, la buscó; le dijeron que se acababa de ir con Hendrickx.
“El tiempo lo ha envuelto todo en un vaho de tonos cambiantes”. Daniel se mató hace unos años en un accidente de coche. René, a los treinta y siete años, hijo del doctor Henry Meinthe, uno de los héroes y mártires de la Resistencia, se quitó la vida abriendo el gas. Sabía poco de Meinthe, parece pertenecía a las redes clandestinas de agentes en la época de la guerra de Argelia y Ginebra adonde acudía a citas. Por aquel tiempo también murió Marilyn Monroe.
“En el café de la juventud perdida”, Le Condé, entre “apacibles cafés del Barrio Latino”, la mayoría de visitantes tenían entre diecinueve y veinticinco años. Un fotógrafo tomó numerosas fotos que ayudan a recuperar los recuerdos; al igual que muchos, se refugiaba para huir de algo, escapar de un peligro. La mayoría vivían a la sombra de la literatura y las artes, solían tener un libro en las manos. Bowing, apuntaba los nombres de los clientes; antes de irse al extranjero, dio su libreta a Caisley; desde esas anotaciones y fotos, reconstruye la memoria. Entre los asistentes estaba “Louki”, nombre que le pusieron en el café. El misterio de la novela desemboca en esta morena de ojos verdes. Interesado por conocerla, supo que su nombre era Jacqueline Delanque, se casó con Jean–Pierre Choureau, quince años mayor, ella tenía veintidós. Un día se fue de la casa y no volvió. Sabía poco de ella, decía que estudiaba lenguas orientales. En dos ocasiones fue registrada en la comisaría, a los 15 años por “vagancia de menor”, su madre falleció hace cuatro años, trabajaba de acomodadora en Le Moulin-Rouge, su padre era desconocido; identificó su dirección actual sin revelarla al marido abandonado. Pensó que vagaba por las calles de París o volvió a sentarse en una mesa de Le Condé.
Cuando “Louki” tenía quince aparentaba veinte y se escaba de noche. Una noche entró a Le Condé. Roland, Caisley y otros dos cuentan su encuentro con la deseable “Louki”. “Me pregunto si existen aún esas calles y si no se las ha tragado para siempre la materia oscura”. “Me acuerdo de Louki… Sigo sin entender por qué…”, tiene un misterio. Un sábado quedó de encontrarla en Le Condé. Sentados Zacharias, Annet y Jean–Michel, le dijeron: “Louki. Se ha tirado por la ventana”. En su habitación salió al balcón y se dijo: “Ya está. Déjate ir”.
Las dos novelas de Modiano sobre las que hemos conversado, no despiertan el entusiasmo del lector que habita en mí, talvez, como suele suceder, escritor y lector, no pudimos aun encontrarnos en los textos recorridos.