Azul… revela a Darío
“En las pálidas tardes / yerran nubes tranquilas / en el azul; en las ardientes manos / se posan las cabezas pensativas.” Autumnal.
En Azul… Rubén Darío se revela a sí mismo; no solo es autor, es personaje principal de sus cuentos, identificándose con las breves historias que relata, como poeta y hombre, en el que ambas naturalezas se complementan y contradicen, incomprendido y rebelde, difícil de restringir, necesitado de reconocimiento, amante de la belleza, la elegancia y la apariencia, a pesar de su sencillez humana, hombre generoso y honesto, convive en la multitud de yoes que inseparables le acompañan.
Puede verse desde distintos puntos de vista, al releerse, en la brevedad de su extensión (primera edición, 133 páginas, Valparaíso, Chile, 1888), es posible descubrir la intensidad del autor en once (11) cuentos, narraciones de exquisita prosa poética, y seis (6) poemas, de “El año lírico”, en los que modifica la métrica del verso castellano, introduce palabras casi olvidadas, imágenes fantásticas e inesperadas, frescas construcciones, renovados verbos y adjetivos. En la segunda edición (Guatemala, 1890) y posteriores, agrega 4 cuentos, 7 poemas y varias notas.
Texto primaveral, preciso, florido y musical, lleno de fantasía lírica, no ajeno a la sensibilidad y preocupación social del poeta que contaba apenas 21 años y se revela innovador, se presentía predestinado para transformar las letras, a pesar de sus circunstancias, la “orfandad”, la incomprensión, la soledad y la búsqueda de reconocimiento e identidad, enredado en sus decisiones presentes y futuras, con la vista fija en un propósito, ávido por leer, aprender y conocer, por viajar y explorar, por fugarse, por elaborar con belleza y perfección, autodidacta ejemplar e insaciable, bohemio, desordenado, miedoso, ansioso… Ideas e imágenes le abundan, salen a borbollones…
Azul…, aunque no fue su primer libro -antes “Primeras Notas” y “Abrojos”-, comienza a confirmarlo como quien trae a la lengua castellana una nueva propuesta, que después se instala, en Argentina, con Prosas Profanas: el Modernismo.
Lo dedicó, por recomendación de sus amigos a Federico Varela (1826-1908), político y empresario chileno, para contar con un padrino y que, según Rubén confiesa: ni siquiera se dignó en acusar recibo. El extenso Prólogo, desplegado con generosidad por Eduardo de la Barra (1839 – 1900), escritor y diplomático, miembro de la Real Academia Española, le descubre: “Qué libro tan hermoso!”, aunque identifica algunos errores gramaticales del texto del joven poeta nicaragüense, no se limita en contemplar “la amplia luz de la síntesis artística” para “comprender la idea y el sentimiento que inspiraron al autor”, elogia la forma y fondo de la obra primigenia.
De la Barra lo identifica como “un poeta de exquisito temperamento artístico que aduna el vigor a la gracia: de gusto fino y delicado, casi diría aristocrático: neurótico y por lo mismo original”, que “esmalta y enflora demasiado sus bellísimos conceptos, abusa del colorete, del polvo de oro, de las perlas irisadas, de los abejéos azules… y sin necesidad…” Reconoce que “Darío tiene bastante talento para escapar a la Sirena de la moda que le atrae al escollo”, y que “No se abandona a su talento, busca el efecto, busca el éxito en la novedad…”, además “siente las atracciones de la forma, como todas las imaginaciones tropicales: porque tiene fiebre de originalidad”, entonces “va en busca de lo bello, del encaje, del polvo áureo, quiere juntar la grandeza a los esplendores de la idea…”, siente “admiración por los primores y rarezas de la frase, su inclinación y gusto por los pequeños secretos del colorido de las palabras y armonías literales…”, el libro, según el prologuista, “proclama la estirpe de su autor, y prueba que no es él un decadente”. Es un “soñador incorregible” que “tiene el don de la armonía bajo sus formas”. Concluye: “La envidia se pondrá pálida: Nicaragua se encogerá de hombros, que nadie es profeta en su tierra: pero, el porvenir triunfante se encargará de coronarlo.”
El Prólogo no solo introduce el libro que interpreta preliminarmente, sino que describe, con breves trazos, la personalidad del autor, que se evidencia, como anticipo, a lo que será en los veintiocho años de vida que le siguieron a la publicación.
¿Qué descubrimos en sus cuentos? En el “Rey burgués”, el poeta de la historia, obligado a dar vueltas al manubrio de una caja de música para comer, escribe: “…ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tendido mis alas al huracán,… He abandonado la inspiración de la ciudad malsana… y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma…”. En “La Ninfa”, el poeta vaga por el parque del castillo, con aire de soñador empedernido. En “El fardo”, escucha del padre la tragedia del hijo que muere aplastado por el inmenso fardo en el puerto, quizás el único día que fue a la Aduana de Valparaíso en donde pasó como fugaz empleado. “El velo de la reina Mab”: “penetró en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas”. “La canción de oro”, hay “un harapiento, por las trazas un mendigo, talvez un peregrino, quizás un poeta…”, y más adelante: “Eh, miserables, beodos, pobres de solemnidad,… y vosotros los holgazanes, y sobre todo, vosotros, oh poetas!”. En “El pájaro azul”, dice: “-Camaradas: habéis de saber que tengo un pájaro azul en el cerebro… Era un ingenio que debía brillar… dentro de la jaula de mi cerebro está preso un pájaro azul que quiere libertad…” Al final: “García, el hijo pródigo, busca a su padre, el viejo normando…”. ¿A quien llamó su Garza morena? Fue su segunda esposa, amor de adolescente, Rosario, uno de sus tormentos. ¡Aquí escribió “Palomas blancas y garzas morenas”, y estaba “a la luz de una luna argentina, dulce, una bella luna de aquellas del país de Nicaragua!”. En “Álbum porteño”: “Sin pinceles, sin paleta, sin papel, sin lápiz, Ricardo, poeta lírico incorregible, huyendo de las agitaciones y turbulencias, de las máquinas y de los fardos, del ruido monótono de los tranvías…” Repite: “Donde estaba el soñador empedernido, casi en la más alta del cerro…” porque “andaba a caza de impresiones y en busca de cuadros…” y “el poeta incorregible, buscó los labios de donde brotaba aquella risa” y “Resonaban en las concavidades de aquel cerebro martilleos de cíclope, himnos al son de tímpanos sonoros, fanfarrias bárbaras, risas cristalinas, gorgojeos de pájaros, batir de alas y estallar de besos, todo como en ritmos locos y revueltos”.
Carente de recursos, siempre ajustado, ambicioso, busca libertad, no puede vivir enjaulado en categorías convencionales; extravagante, ingenuo a pesar de su lucidez intelectual y prodigiosa memoria; sensitivo, romántico y triste, frágil, obsesivo, meditabundo y necesitado de afecto, es un poeta obstinado y soñador cargando en sus hombros el peso de lo que percibe su destino ineludible. Es viejo y contemporáneo, clásico y vigente, añejo e imperecedero.