El fin del mundo: sombras y egos
“Si mueres este año, no tendrás que morir el año que viene” William Shakespeare
Hablar sobre “el fin del mundo”, es recurrente e inagotable, desde la ciencia, la literatura, la filosofía, las religiones y las conversaciones cotidianas, a muchos aterra lo fatal, para otros es esperanza, a veces ilustra o divierte, como cuando se lee la novela del japonés Haruki Murakami (Kioto 1949), –según la traducción al español- : “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” (1985). En la extensa narrativa surrealista del escritor japonés, nominado al Premio Nobel de Literatura en 2014, la imaginación divaga entre dos historias paralelas que se entrelazan, van creando escenarios que configuran mundos distintos y congruentes, en los que el lector –de cráneos y textos-, casi termina creyendo, como suele pasar con las historias que arrastran a numerosos espectadores de películas sucesivas, con multitudes de fans y detractores.
Hay una ciudad, Tokio, controlada por el “Sistema”, en donde “hay una guerra de datos”. “El calculador”, un hombre de treinta y cinco años, entra al laboratorio secreto de un anciano científico, oculto en los subterráneos de un edificio, protegido por pasadizos y medios técnicos. Ayudado por su nieta, una gordita de diecisiete años que despierta el interés del visitante, y que, como parte de los experimentos del abuelo, perdió la audición que el viejo olvidó devolverle; manipula el sonido y descifra el conocimiento. Piensa que “en el futuro, el mundo será insonoro”. Los calculadores codifican y descodifican datos del cerebro. El hemisferio izquierdo efectúa cálculos distintos del derecho; pasar información de un lado a otro es lavado de cerebro. El viejo se enfrenta a los calculadores, colecciona cráneos, acumula y descifra información que guarda, “estoy procesando datos relacionados con la biología”, con la biotecnología: “La ciencia, se utilice para fines malvados o buenos, ha puesto a la civilización contemporánea en una situación crítica”
En las tinieblas de las redes del alcantarillado, por donde se cruza para llegar al laboratorio, viven seres subterráneos con malos olores. Después del trabajo para el científico, suceden cosas extrañas; lleva como regalo el cráneo de un unicornio, busca en los libros de la biblioteca, unos desconocidos saquean su apartamento, huye, esconde el objeto que buscan y por el cual lo interrogan.
“El fin del mundo” es una ciudad amurallada, en cuya entrada, protegida por el guardián, las personas dejan su sombra; hay un “lector de sueños” que se encarga de descifrar los viejos sueños, a partir de los cráneos de los unicornios almacenados en la biblioteca de la ciudad, rodeada de entornos desconocidos y bestias que al morir, el guardián incinera; no son más que los egos humanos acumulados en el interior, “en este mundo, no hay nada más exacto que la inconsciencia”; en el fin del mundo “tendremos que quedarnos eternamente”. Es “la caja negra” en nuestra mente, “esconde un enorme cementerio de imágenes que el hombre jamás ha explorado”. Cuando las bestias mueren, el guardián las decapita porque los cráneos graban los egos de las personas, se limpian y encierran durante un año y cuando sus fuerzas se han aplacado, los colocan en un estante de la biblioteca; gracias al lector de sueños, son leídos, absorbidos por el aire y se esfuman. Poco a poco perdemos la conciencia y llegamos al otro mundo que creamos, el mundo llega a su fin.
Existen “tinieblos” y “semióticos” aliados, los primeros son extremadamente precavidos y los otros lo contrario, la organización de los semióticos es la “Factoría”. Es un sistema bipolar Sistema-Factoría que hay que derrotar, “la parte legal de la información la monopoliza el Sistema, y la parte ilegal, la Factoría”, en realidad, según el viejo científico, los calculadores y los semióticos son como las manos derecha e izquierda de una persona. “Para construir algo se requiere mucho tiempo, pero basta un instante para destruirlo todo”.
“El calculador”, fue parte del experimento con veintiséis hombres seleccionados, era el único sobreviviente. El viejo guardó las imágenes del cerebro de todos, reprodujo “la caja negra de imágenes”, convirtió en imágenes la conciencia de esas personas y a la del único vivo le llamó “el fin del mundo”. El mundo que habita cambia poco a poco, se adecua a una nueva realidad, él realizaba preparativos para trasladarse a otro, “no es más que una posibilidad entre un número infinito de posibilidades”, surge una existencia paralela a partir de sus recuerdos, “todos mis recuerdos habían quedado reducidos al grosor de una tarjeta de crédito”.
La sombra quedó en la puerta bajo control del guardián, se resiste a separarse del hombre quien, en la biblioteca, lee los viejos sueños de los cráneos, traza un mapa de la ciudad, la sombra espera juntársele y salir, pero el hombre, decide quedarse con la bibliotecaria, quien no tiene sombra, ni recuerdos. Al morir la sombra del lector de sueño, este deja de serlo y queda incorporado definitivamente a la ciudad.
Separar la sombra de la persona, es recurrente en la narrativa. Oscar Wilde (Irlanda 1854 – Francia, 1900) escribió en “El pescador y su alma”: “Y tomó el cuchillo con mango de piel de víbora verde, y recortó su sombra alrededor, a partir de sus pies. Y la sombra se irguió, y quedó en pie delante de él y era exactamente igual a él”. El poeta nicaragüense, Octavio Robleto (1910 – 1986) de “pocos versos y muchos valores”, publicó “El asesino de su sombra”: “Todas las noches soñaba que se iba su sombra, que se le desprendía del cuerpo poco a poco, como se deben ir las almas cuando uno muere” … “una víctima de su propio yo… de su alter ego, de su otro yo…/…Se llevaba la mano al puñal y se sonreía. En un callejón estrecho lo desenvainó de pronto y acuchilló a su sombra. La tierra quedó empapada en sangre negra”.
El unicornio vive dentro de la cabeza, absorbe los egos. “El fin del mundo no era la muerte, sino la transformación”, allí podría ser uno mismo. “La evolución siempre es despiadada y triste”. “El ser humano no llega a la inmortalidad a través de la expansión del tiempo, solo puede alcanzarla fraccionándolo”.
La imaginación es irredenta. La novela incursiona con la ciencia ficción en las cavernas humanas, la capacidad de la memoria y la conciencia de crear un particular escenario futuro que cada quien acondiciona a su medida. El entorno urbano que todo lo pretende determinar, en el que se debaten las contradicciones sociales y privadas, concluye; otro distinto que se hilvana en la mente y la conciencia-inconsciencia de cada uno, surge paulatino, lo viejo se extingue, y vamos, desde el “país de las maravillas” al “fin del mundo”, sin sombras, ni egos, ni recuerdos, ni retorno, todo radica en la conciencia. El mundo es aburrido, sería más divertido vivir dentro de la conciencia.