Cartas de Carlos Martínez Rivas a Evelyn
“Y quise echar suspiros / muy hondos desde / adentro…” (CMR, 1940)
Fueron publicadas por la destinataria Evelyn Martínez Orozco, cartas y manuscritos que el destacado poeta le envió cuando compartieron espacios en el vecindario común de Managua.
Carlos Martínez Rivas (1924 –1998) todavía ronda las calles. Pasa por la Centroamérica y sigue desde el Registro Público hacia el lago, cruza por la que fue su casa en Altamira D´Este; es posible topárselo de repente, por lo que se cuenta y lo imperecedero de sus versos profundos y a veces tristes. Dejó de andar por allí hasta que perdió “capacidad motora para salir y exponerse a caer en el espacio abierto y ventoso, y la irregularidad de la aceras y cruces en las esquinas de las calles” (30/1/97). Caminó durante sus últimas décadas sobre las aceras el poeta solitario de la “Insurrección solitaria”, buscando recobrar el “Paraíso Perdido”, desde la desesperanza de Milton: “porque el doble pensamiento de la felicidad perdida y de un dolor perpetuo le atormentaba sin tregua”. En su existencia de enamorado y sensitivo, que sin saber qué hacer con el amor que le brotaba incansable, “hizo de él una canción”, lo escribió en versos con “palabra magnífica y rebelde” que reunió Pablo Centeno. Confesó conflictos e inquietudes amorosas en anotaciones espontáneas y cartas anónimas y públicas, olvidadas y guardadas, como las que comparte la destacada actriz nicaragüense. Culpó del recuerdo y los sueños, a sus ojos “porque en el hombre, lo primero en perderse son los ojos. Yo siempre culparé los ojos míos” (31/1/97). Hubo fatalidad en la vida de CMR, se declara un sentimental irremediable.
Carlos buscaba el amor en sus imprecisiones, para ahogar la soledad que le quemaba el alma, le impresionó una imagen de televisión que pasó con rapidez y quedó resplandeciendo en su memoria, se turbó ante la joven actriz en un estudio de grabación de Radio Sandino y después la soñó siempre: “llevando unas botas negras de charol demoníaco. Botas mefistofélicas dominadoras y asoladoras de indefensas ciudades…” (31/1/97).
Se descubre “en la anormalidad del amor”, que llega sin esperarlo y sin permanecer en él, sin pretender nada, se confiesa ante quien ha sido un motivo de inspiración y consuelo: “un amor que sabemos no es, ni será, correspondido…” Reconoce que: “me vi forzado a lo largo de mi existencia –desde temprana edad, pasando por la flor de la juventud a la edad madura, y de ésta al presente arribo de la vejez- a extinguir amores.” (15/10/84). Expresa su íntima sensualidad a “ese cuerpo que, mi imaginación en sueños, y mis sentidos despiertos, han recorrido y acariciado…” (23/1/91). Le muestra reverencia: “soy su entusiasta a distancia”, es solidario ante las lágrimas que la actriz vierte por la muerte de su madre (22/11/90).
La mujer a quien reclama “menospreció mis imploraciones de amor genuino” (18/11/92), “fue la inspiración más punzante que hirió mis sentidos” durante los últimos años (10/8/92), es también su confidente para desahogar sus penas. Reconoce las culpas y olvidos por sus hijos en la distancia: “me duelo y desespero de saber que no hice todo lo posible que podría haber hecho por estar al lado de ellos cada día de mi existencia” (18/11/86). Entrampado en sus propias circunstancias ve el pasado irreversible como una carga que lleva a cuestas en un presente que le atormenta y se le viene encima.
Subsiste con los emolumentos de la Cátedra literaria de la UNAN, que ha interrumpido por los “impedimentos diversos y graves crisis” por la deteriorada salud física y moral (30/1/97). Cuando la aridez envolvió su cuerpo y su alma, durante su último año, agradece a la amiga la “asistencia en mis peores momentos de mi vida: pobreza, enfermedad, y, sobre todo una honda tristeza que no me abandona un solo momento; una angustia sin respiro…” (24/1/97).
Recorre la distancia que los separa en los extremos del vecindario, continua: “visitándola amistosamente; disfrutando de su casa y gentileza suya de recibirme con su hospitalidad proverbial” (23/1/91). Le deleita la música, la compañía de los amigos para superar el olvido, sufre los males del tiempo que le derrumban, se ahoga en recuerdos y conflictos, escribe en las paredes blancas y sucias de su casa los últimos versos que le provoca el alma angustiada, con la mano temblorosa, sentado en una silla de ruedas, moviéndose con lentitud, contempla el espacio vacío y desordenado de la sala y la habitación por donde el aire queda atrapado, le consume el interior profundo en donde solo uno mismo puede salir y entrar, desesperadas salen las palabras que construyen los versos desalineados e inconclusos…
Evelyn ha compartido los manuscritos de su correspondencia, textos impresos y mecanografiados que el poeta le ha dirigido. Me pide unos comentarios, los que con mucho gusto escribo como un modesto homenaje al ilustre y lúcido poeta nicaragüense, “cuya obra se defiende sola” y a quien invité, por sugerencia del poeta y promotor cultural Isidro Rodríguez Silva, a inaugurar la biblioteca que lleva su nombre en la Academia de Policía Walter Mendoza Martínez el 24 de julio de 1997 cuando fui Director. La Academia incorpora el recuerdo del héroe sandinista caído a los 21 años en El Coyotepe (7/7/1979), hermano de Evelyn, hijos del mismo padre, Ernesto Martínez Robelo. Su primo era el poeta Raúl Orozco (1946 – 2009), de quien escribí: “Letra buena, cuidada; palabra precisa / surgida del caos, / exacta voz brotando del laberinto azul / y la fresca brisa, /”. Familia de artistas y luchadores, tercos, persistentes, de rostro erguido y uniforme.