Darío es de Centroamérica
“…Yo he sido acogido en diferentes naciones como si fuese hijo propio de ellas.” Rubén Darío, (1909).
Darío (1856-1916), no es solo de Nicaragua en donde nació y vivió su niñez y temprana adolescencia, circunstancia que no fue su decisión, sino el azar inexplicable de la vida, él confiesa (1907): “soy un instrumento del Supremo Destino, y bien pudo nacer en Madrid, corte de los Alfonso; en Buenos Aires, tierra de Mitre, en Bogotá o Caracas, el que nació en la humilde Metapa nicaragüense”. Aquí regresó en la cumbre de su fama y en la decadencia de su existencia humana. Fue también de El Salvador, primer país al que viajó y en donde conoció el verso alejandrino francés a través del poeta salvadoreño Francisco Gavidia, aprendió del amigo y después, con habilidad, superó al maestro e innovó la poesía española a partir de Azul… En El Salvador dirigió el periódico La Unión, fue entusiasta promotor de Centroamérica, allí conoció los escritos de Stella, Rafaela Contreras, pionera del modernismo, su primera esposa, nacida en Costa Rica, precursora de la literatura femenina costarricense, madre del primogénito Rubén Darío Contreras, quien vio la luz en San José y vivió en El Salvador y Guatemala.
Guatemala lo acogió al salir de El Salvador, cuando el golpe de Estado del general Ezeta contra Meléndez, allí contrajo matrimonio eclesiástico en la capilla de la Catedral, continuó su labor periodística, dirigió otro periódico, El Correo de la Tarde, desde donde escribió al cerrarse (1891), Hasta Luego: “es mi propósito servir al país en lo que esté al alcance de nuestros esfuerzos”; colaboró con el Diario de Centro-América, aquí publicó la segunda edición de Azul… y, casi al final de su tiempo (abril, 1915), regresó enfermo, fue hospedado durante siete meses por el gobernante Estrada Cabrera, acogido con entusiasmo por intelectuales, escritores y gente común que lo trataba con veneración, entre ellos, estrechó la mano al joven de dieciséis años, quien recibió en 1967 –año del primer centenario de su natalicio- el único Premio Nobel de Literatura de la Región, Miguel Ángel Asturias.
La madre de Rafaela era costarricense, el padre hondureño, tuvo cercana comunicación con el poeta hondureño Froylán Turcios, quien fue secretario de Sandino en su lucha antiimperialista. Por Honduras, San Marcos, pasó durante corto tiempo, cuando fue llevado por su madre recién nacido hasta retornar a León, con sus padres adoptivos, Félix Ramírez y la mamá Bernarda, su tía abuela.
En Costa Rica escribió: Una Tarea, cuando fue editor de La Prensa Libre (1891): “Poder servir al país que hoy me acoge y me hospeda es mi mejor deseo”. Aquí, al igual que en El Salvador, cuando permanecía en Guatemala, lo esperaban, aunque fuera unos días, antes de partir a Argentina o a Nicaragua según se especulaba.
Fue de Guatemala, de El Salvador, de Honduras y Costa Rica, de ningún lugar específico y de todos, un centroamericano destacado que no perdió de vista su origen y siempre volvió aquí sus ojos, en sus escritos, en la distancia daba seguimiento a los acontecimientos de la gran patria lejana, a la que estaba unido en los recuerdos infantiles y de juventud, en las raíces de su emotividad tropical.
Los presidentes Cárdenas, Zavala, Sacasa, Zelaya, Madriz y Díaz, de Nicaragua, a pesar de los conflictos nacionales, de las afinidades liberales de Darío, de incomprensiones, de la habilidad del poeta de expresarse, más allá de la política partidaria, con respeto, le tuvieron siempre reconocimiento y aprecio; Zaldívar y Menéndez lo acogieron en El Salvador, al último le dedicó Unión Centroamericana (1889): “Unión, para que cesen las tempestades; / para que venga el tiempo de las verdades; para que en paz coloquen los vencedores / sus espadas brillantes sobre las flores; / para que todos seamos francos amigos, / y florezcan sus oros los rubios trigos, /…”; a Rufino Barrios, de Guatemala, le dedicó (1883): “¡Centro América espera / que le den su guirnalda y su bandera!…”, y a pesar de las manipulables circunstancias, también Estrada.
Darío escribió en El viaje a Nicaragua (1909): “esas cinco patrias pequeñas que tienen por nombre Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, han sido y tienen necesariamente que ser una sola patria grande”. Todo Centroamérica tiene calles, plazas, monumentos, edificios y escuelas con su nombre, jóvenes lo declaman, escritores lo refieren y académicos lo estudian. Darío unió y continúa uniendo Centroamérica. Es nombre, herencia, pensamiento y afecto que aproxima, por su vida, su trabajo y la actitud cercana que le permitió sentirse en casa en cada país, aunque al concluir sus días, empujado por sus realidades, optó volver a León, para quedarse, según cuenta Santiago Argüello: “Lo agradezco. Pero quiero que mis despojos sean para Nicaragua, ya que mi patria no me guardó vivo, que me conserve muerto”.