¡Don Quijote aún está vivo!
Este particular personaje que inmortalizó Cervantes, o mejor dicho, que inmortalizó a Cervantes, a pesar de los cuatro siglos transcurridos, está vivo, no sólo nace en cada lector, si no que estoy convencido que “los quijotes”, a pesar del mercantilismo que nos convierte en objetos, de la tecnología que nos absorbe y distancia, del dinero que nos contamina, de la intolerancia que nos limita convivir en medio de nuestras diferencias, del atropello a la naturaleza que nos extingue, del egoísmo y la exclusión que generan violencia social, aún deambulan en las calles, nacen en nuestras ciudades y en algunos rincones, nos podemos topar con alguno, casi todos medio locos y raros, como tiene que ser –locura es lo distinto, escribió Machado de Asís-, comprometidos con causas nobles, son indispensables; gracias a ellos un mundo mejor es posible.
En el Día Internacional de Libro en 2016, a un siglo de la muerte de Rubén Darío, tan “quijote” como el Quijote, conmemoramos el IV Centenario del fallecimiento del célebre autor de una de las más memorables obras del castellano y de la literatura universal. Texto obligado y recurrente, que se renueva en el tiempo, que actualiza la memoria y reconforta el espíritu.
Hace un siglo (1916), a pesar que la celebración del tercer centenario de Cervantes y Shakespeare fue ensombrecida por la Guerra Europea que se expandía al mundo (I Guerra Mundial), España rindió homenaje al inolvidable autor. Según el Diario de Centro-América (Guatemala), en Madrid, el 23 de abril: “Ante la estatua de Cervantes frente al Congreso, se verificó un homenaje de 10 mil niños de escuela con sus profesores, que depositaron flores… Los edificios estaban adornados y las bandas de música tocaron el himno de España entre los gritos de: ¡Viva España!, ¡Viva Cervantes!… Con motivo de la fiesta que se verifica en Londres para glorificar la memoria de Shakespeare y de Cervantes, el Rey Alfonso telegrafió al Rey Jorge expresando el reconocimiento de España y enviando saludos”. En Valladolid: “Se verificó la solemne inauguración de la biblioteca pública instalada en la casa de Cervantes, que fue comprada por el Rey y entregada a la ciudad por el Comisario Real, Marqués de Vega Inclán”.
Tres de los libros que Darío descubrió en su niñez y a los que volvía con frecuencia son: La Biblia, Las mil y una noche –corrigió y dijo que debía ser: Las mil noches y una-, y El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes (1616-2016). Antes de escribir Marcha Triunfal (1895), estando en la isla Martín García, Río de la Plata, releyó algunos capítulos de la ejemplar novela del Manco de Lepanto, que inaugura la narrativa moderna española, no para copiarla o referirla, sino para refrescarse y relajarse, con el humor coloquial y la imaginación prodigiosa del inolvidable personaje que superó y se desligó de su autor. Cervantes murió, pero su creación, subsiste y lo supera.
En 1898 Unamuno, en el contexto de la derrota española ante Estados Unidos, pretendió anular la herencia idealista y cultural del Quijote, a pesar que el señor de la Triste Figura reconoció: “mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”, dijo: “¡Muera Don Quijote!”. Darío respondió con un artículo en el diario La Nación (1899): “Don Quijote no puede ni debe morir; en sus avatares cambia de aspecto, pero es el que trae la sal de la gloria, el oro del ideal, el alma del mundo”. Unamuno, así como rectificó la ofensa contra el fundador del Modernismo, – “se le ve la pluma debajo del sombrero”-, años después escribió Vida de Don Quijote y Sancho (1905): “Yo lancé contra ti, mi señor Don Quijote, aquel muera. Perdóname porque lo lancé lleno de sana y buena, aunque equivocada intención, y por amor a ti…”
El autor, estaba obligado a medir expresiones y tramas para no atentar contra “las buenas costumbres”: creencias, dogmas y moral católica española, para salvarse de la censura y evitar la implacable Inquisición. Lo enmendó con humor y en la abundancia de refranes, se burló de todo, con generosidad e imaginación: “¡que nadie ha podido vencer todavía, / por la adarga al brazo, toda fantasía, / y la lanza en ristre, todo corazón!”
Si don Quijote muere, ¡estamos perdidos! Si los quijotes se extinguen, se habrán acabado nuestras esperanzas, ¡sólo quedará la fría e indiferente razón insoportable de los cuerdos, sin solidaridad, ni imaginación, ni humor, llevan irremediablemente al despeñadero! ¡Menos mal que vive, todavía!: “Ruega por nosotros, hambrientos de vida, / con el alma a tientas, con la fe perdida, /llenos de congojas y faltos de sol, /”.