Aproximaciones a Darío desde el lente de Nydia
La doctora Nydia Palacios Vivas, tiene la notable virtud de la lectura, la observación atenta, el estudio constante, la curiosidad y la elegancia en la simplicidad, cualidades no siempre presentes entre académicos de altas titulaciones, las que, sin embargo, fueron también evidentes en Rubén Darío, quien no obtuvo títulos formales ni fue integrante de ninguna academia -“de las Academias, / ¡líbrame señor!”-, quizás ello le permitió romper los paradigmas, aprovechar su precoz memoria prodigiosa y florecer su rebeldía innovadora para ser el genio literario que venció al siglo XX, traspasó las fronteras territoriales y superó los límites del español –su lengua patria-, que refrescó y actualizó, desde el verso y la prosa. De él, seguro ella habrá aprendido. Ha venido cultivando sus aprendizajes para evitar la imprudente necedad y el temerario señalamiento del que creyendo que lo sabe todo, excluye, minimiza o ignora al resto. No fue ese un defecto de Darío, ni es de esta apreciada escritora y maestra, nacida en “Masaya florida”, la “región hechicera”, según escribió con gratitud, “Por doquiera donde vaya / el recuerdo irá conmigo” el poeta de Hispanoamérica en el retorno a la tierra natal, “tras quince años de ausencia”, en diciembre de 1907, en donde pasó la penúltima Gritería –la última fue en León, en 1915-, de su fructífera aunque a veces incomprendida y con frecuencia dramática existencia, como dirá su principal biógrafo Edelberto Torres Espinosa.
Ella ha sido docente y estudiosa de la obra rubendariana que va inseparable de la vida del fundador del Modernismo, -no escuela de forma, “sino de actitud”, según Juan Ramón Jiménez, su apreciado joven discípulo-, condiciones personales y creación literaria, son dos caras de una misma moneda, del hombre frágil que trasciende, en la genialidad del escritor, la lucidez del poeta dentro de la debilidad humana que lo contiene y empuja, que lo abarca y motiva, que lo sofoca y libera, en esa intrincada, dual y quizás plural condición que no sabemos y apenas sospechamos, entre los miedos y certezas, entre el propósito persistente de un destino –obligación identificada y aceptada-, que se impone y arrastra en sus circunstancias, y la voluntad que se resiste y doblega, cediendo ante lo irremediable, ansiando la serenidad en el origen, para que cesen las tempestades, para llegar al final irreversible. Quizás satisfecho del lugar que guardará sus restos, pero con la profunda soledad y melancolía que le acompañó siempre, por las ausencias, carencias y renuncias insuperables e insustituibles que lo hicieron colapsar.
La vida se va, y al irse, ¿qué queda? Eso que Darío fue dejando de prisa y con creces en el camino recorrido, las experiencias personales en el contexto de su época de la que fue consecuencia, que deberíamos evaluar para acercarnos a comprender su perdurable vigencia, la abundante obra poética, la lúcida prosa, la erudita crónica, la capacidad renovadora y creativa con la que rompió brechas. La obra de Darío se confirma en su connotación clásica después de cien años, sigue intacta, es monumental, incompleta y dispersa, referente indiscutible de un tiempo que trascendió a otros, el silencio y la omisión ante lo que fue, ante lo que es y ante lo será, no existe. Siguen proliferando sus adeptos, quienes lo veneran. Aún subsisten bajo su sombra los que reniegan, hay piedras amontonadas a la orilla que pueden lanzarse, aunque sea imposible derribarlo.
Ha publicado ocho libros, cuatro de ellos relacionados a Rubén Darío convirtiéndose en la primera escritora nicaragüense con cuatro obras dedicadas a la vida y obra del más destacado literato, cronista y embajador de Nicaragua en el mundo. La autora nos aproxima otra vez ahora, por medio de estos ensayos, a través de algunos senderos, a Darío. Hay multitud de rutas –algunas por descubrir, otros para volver a recorrer-, por las que podríamos acercarnos, ella explora en parte de los extensos prados de su complejidad y grandeza. En la extensión de sus dominios habrá de todo, mitos y realidades, reinterpretaciones y dudas, acuerdos y desacuerdos, luces y sombras… Podemos incluso asumir lo que él mismo escribió en 1905 en el Prólogo de Los raros: “me he acercado a algunos de mis ídolos de antaño y he reconocido más de un engaño de mi manera de percibirlo”. Él es como es, nosotros lo dibujamos y desdibujamos según nuestro tiempo, nuestras aficiones y prejuicios, desde la subjetividad personal y colectiva, percibimos su subjetividad. Podemos ahondar y perdernos en el detalle o volar sobre lo general para contemplar el bosque de matices distintos que dejó plantado. Darío, a veces, -característica de los ídolos-, puede despertarlos afecto o desafecto, encanto y desencanto, incluso, aunque parezca una herejía, puede ser asunto de fe, creer o no en él. Ante la fe, hay poco que decir, no prevale el razonamiento, sino las emociones, las sensibilidades, las intuiciones, podemos aceptarlo o negarlo. Darío, sin duda, desata aún acalorados debates, despierta pasiones literarias y entusiasmos nacionalistas, podemos afiliarlo a nuestras creencias y posiciones o excluirlo de ellas. Unos muestran un rasgo y otros lo ocultan, hay quienes resaltan una virtud de sus textos y otros, otra, siempre podemos encontrar en su obra, el rostro que buscamos. La universalidad que adquirió lo permite. No es local ni está restringido por la temporalidad.
Palacios nos invita a descubrir en la narrativa y la poesía de Rubén Darío, a Miguel de Cervantes –“Es buen amigo. Endulza mis instantes”-, y a El Quijote, – “Noble peregrino de los peregrinos /que santificaste todos los caminos”-. Hay en su prosa y en sus versos, admiración y fantasía, un rostro emotivo e histórico en su complejidad mestiza, biológica y cultural, reconociendo la herencia indígena y española. Esa novela primigenia de la literatura española moderna, era uno de sus libros predilectos desde los años de su niñez, recurrió con frecuencia a ella para refrescar la memoria, actualizar el humor, motivar la creatividad y serenar el alma agitada por las tempestades interiores y externas.
Explora en algunos de sus poemas, la “dimensión de la mujer y el amor”, la sensualidad, las “múltiples interpretaciones que esconden” sus versos. Hombre sensible y sensitivo, de “vida errante”, cuya esfera amorosa conyugal estuvo “llena de escollos”, afirma Nydia, “todas las mujeres que le atrajeron no fueron más que momentos pasionales a lo largo de su vida”, excepto, -por mi parte diré-, Rafaela Contreras, quien murió prematuramente, y Francisca Sánchez, la única con quien pudo establecer una convivencia cercana a la de un hogar. Para él, escribe Palacios, la mujer es universal, expresa una ambición amorosa sin límites, “un poeta esclavo del erotismo exacerbado, de una adoración inconmensurable de la mujer” identifica en Divagación y Canción de otoño en primavera. El poeta “reclama ser amado”, está “ávido de amor”. Es posible que las carencias de afecto, la ausencia de una madre próxima, -a pesar de doña Bernarda-, condicionó sus emociones, determinó sus miedos, le impuso en parte “esta sed insaciable de amor”.
La autora afirma que “Darío recurre a los mitos helénicos no sólo como recurso estético, sino emocional”. De alguna forma refleja la cultura patriarcal, no es ajeno a los temas predominantes de la época. La belleza femenina se exalta, pero también la percibe como “trampa mortal para el hombre”, allí están Venus, Salomé, Diana… Refleja también el carácter sagrado de la sexualidad, y la dualidad hombre y mujer de la divinidad.
El mensaje de paz y esperanza en El canto errante y otros poemas, son de actualidad en el siglo XXI, afirma Palacios, asumió servir a las grandes causas, a la libertad y al humanismo. Es un centroamericano unionista, cuyo ideal, en el transcurso de su vida no se desvaneció, sus utopías resistieron las adversidades. Es visionario de lo que sucedería en el siglo XX, veamos las quejas expresadas en: ¿Por Qué? Amaba la paz, uno de sus últimos poemas: Pax, expresa la angustia ante la tragedia de la guerra que azota Europa y amenaza con expandirse al mundo. La autora afirma: “no sólo es el gran poeta que renovó la lengua española, sino que fue un intérprete de su tiempo y gran observador de su circunstancia, quien dejó en su obra poética y periodística un legado inolvidable e impresionante…”
A Darío lo obsesionaba el misterio. Palacios sondea este ámbito desde algunas creaciones literarias del poeta. Él no encuentra respuesta en las ciencias, hay cosas que no son demostrables, tiene angustia existencial, se aproximó al concepto de la reencarnación que otras religiones y cosmovisiones enuncian, le aterraba la muerte, busca trascender. Ve la vida como un sufrimiento del que quiere liberarse. Se asomó al esoterismo con sus alternativas, comprendió que nada pasa casualmente, se buscó a sí mismo. Es creyente y supersticioso, incursiona en el misterio y le teme, es una búsqueda desesperada. Según Nydia: “El yo poético oscila entre caos y cosmos, una imagen desintegradora con tono lúgubre y siniestro”.
El poema Canto al Argentina, que la autora define como “cívico, patriótico, político y social, una apoteosis de su amado país y con un alto grado de sinceridad”, ocupó tres páginas del prestigioso diario La Nación de Buenos Aires cuando fue publicado el 25 de mayo de 1910, en el primer centenario de esa república que lo acogió y reconoció. Afirma: “la fiesta del centenario fue una magnífica ocasión para demostrar el afecto y admiración de Rubén Darío por Argentina a la que siempre consideró como su segunda patria cuya bandera le recordaba los colores blanco y azul de la de Nicaragua”. Fue allá donde vieron la luz dos de sus grandes libros modernistas: Los raros y Prosas profanas.
Diserta Palacios sobre Darío como personaje de Gabriel García Márquez y del escritor e historiador irlandés Ian Gibson. El primero, no sólo tomó algunas frases de su autobiografía para ubicarlas en Cien años de soledad, sino que también recurrió con abundancia al intertexto en El otoño del patriarca, el autor colombiano reconoció: “este libro tiene versos enteros de Rubén. Fue escrito en el estilo de Rubén Darío”. El segundo publicó en 2002 “una de las creaciones narrativas más excelentes”: Yo, Rubén Darío, memorias póstumas de un rey de la poesía, enmarcada en narraciones testimoniales, biografías y memorias, resalta al eterno viajero de pensamiento aristocrático, autodidacta, entregado a la lectura, “reorganiza la historia y la ficción”, porque ambas pertenecen a la misma estructura narrativa, afirma Palacios, “nada falta en la novela de Gibson” en lo que afirma es “un mosaico de textos” que logran “una creación de alta calidad literaria”.
La vida de Darío transcurre “bajo el celeste imperio de la melancolía”, es “el sufrimiento que aqueja al hombre sensible”, como “un estado de alma”. Comenta Nydia que “usó muchos disfraces para no descubrir su reino interior”, agrega: “La melancolía del poeta se origina en su entorno familiar, en el innegable erotismo de su creación poética y el paso del tiempo. Estas son las fuentes que alimentan su melancolía”. Los sucesos de su existencia están marcados por “sus tragedias familiares”: su madre lejana, su padre irresponsable, la muerte temprana de Rafaela, el fallecimiento de sus hijos… Fue para él “la melancolía una condición existencial que deriva del sufrimiento y la tristeza que emana de la vida misma”, según la concepción budista, comenta que “Rubén es acosado por los fantasmas del tiempo”, es invadido por el Spleen, desde sus primeros poemas, ahonda su melancolía cuando la juventud se va.
Las facetas humanas y literarias que la doctora Palacios muestra en estos ensayos, descubren parte de la vida y personalidad tropical y universal del poeta. A partir de algunas de las creaciones poéticas que desagrega, escarba el contenido profundo de la obra en su vínculo inseparable con la efervescente existencia del hombre imperfecto y genio trascendente, buscador incansable y curioso inagotable.
Ella me ha pedido que escriba un prólogo para el libro en el que reúne estos interesantes escritos que encienden luces y abren nuevas rendijas para colarse a través de ella y asomarse a Darío en esta celebración centenaria, que comparte, con tres siglos de diferencia, con Cervantes y Shakespeare. Debo agradecerle tal consideración, en primer lugar, la oportunidad de leerlos y después de escribir lo solicitado, no sin antes aclarar, que sólo soy un lector curioso y aficionado, uno más que recorre la vida en el tramo que le ha tocado existir, que pretende aprender y que, lo que apenas aprende, trata de compartirlo en los textos que escribe.
Aquí van pues los ensayos que me antecedieron, de la autora detrás de quien, apenas voy…