Mensajes en una portada
La elocuente y sobria portada del Último año de Rubén Darío fue diseñada por mi hijo Benjamín. Sobre ella alguien preguntó, y traté de explicar con brevedad, en las numerosas conferencias y conversatorios, que más que presentar el libro, fueron una jornada de diálogo y reflexión de cinco meses (enero-mayo), para compartir, –mientras vivía el duelo por la partida anticipada de mi hijo Juan José-, lo que aprendí durante cinco años de lecturas y búsquedas, al descubrir parte del rosto oculto del Darío que ignoraba. Fue una jornada, enriquecedora y regocijante, hubo treinta encuentros o eventos (cuatro fuera de Nicaragua), con la asistencia de casi cinco mil personas, organizados por instituciones diversas, culturales y educativas, públicas y privadas, además de numerosas comparecencias en programas televisivos, radiales, opiniones y reportajes escritos, comentando lo que recogen las 690 páginas (288 piezas de 27 diarios y revistas centroamericanas, enero 1915 – marzo 1916; 522 pie de página), reunidas en la portada que refiero.
Es negra por la elegancia del color, misterioso y sofisticado, por el duelo centenario que es conmemoración solemne. Negro, y no blanco como los cisnes blancos que utilizó como símbolo del movimiento que fundó. Negro, porque Darío “es un Cisne Negro”: la ocurrencia de un suceso impredecible, era imposible concebir que el renovador de la prosa y el verso español de fines del siglo XIX e inicios del XX iba a ser nicaragüense. Desde la visión eurocentrista no se aceptaba, por eso es que este Cisne Negro, no fue miembro de la Real Academia de la Lengua ni reconocido por la Academia Sueca con el Premio Nobel de Literatura en las primeras quince ediciones (1901-1915), ignoraron la resonancia de Darío, los reconocimientos (algunos olvidados), fueron para europeos (excepto Tagore, 1913, de India, bajo control Británico).
En la portada la imagen muestra sólo medio rostro porque no hemos terminado de conocer el rostro completo del poeta, prosista y cronista, Padre del Modernismo. No sólo desconocemos su obra que sigue dispersa e incompleta, sino que hemos obviado identificarlo en su naturaleza humana y sensitiva, en la diversidad y profundidad de su pensamiento, en la grandeza personal y los méritos particulares de los que podríamos aprender, que fue lo que hizo sobresalir a pesar de su fragilidad y defectos. ¡Apenas lo conocemos, falta descubrirlo! Es el rostro del hombre meditabundo, observador, atento, pensativo, elegante y sencillo, que descubre detrás de lo obvio, que persigue una forma, y va más allá. Fue un pensador relevante que influyó en su época y en las siguientes. En la contraportada, -pocos lo notan-, se perfila la silueta completa del rostro, es una insinuación tenue, que apenas sobresale del fondo negro. Ello complementa el sentido de lo incompleto e inexplorado en medio de la noche de nuestros desconocimientos.
La imagen de medio rostro está conformada por letras, palabras de sus libros, fue precisamente la palabra la que configuró su relevancia, “mi patria –dijo-, es la lengua patria”, su incursión en la literatura, en las letras españolas, es indiscutible y trascendente, venció al siglo, subsiste, traspasó fronteras.
¿Y el título? “Último año de Rubén Darío”, es apenas el tramo final de su vida, pero es el epílogo, cuyos resultados son vinculantes a su pasado, obligan a referirnos a los antecedentes, y proyectar en el futuro sus consecuencias. Hay todavía mucho por decir. Eso ha quedado claro, Rubén Darío, como tema de estudio, es inagotable, estemos o no de acuerdos con él.
La primera página, la que aparece al abrir la tapa negra de la portada, hay una página azul. Inauguró con Azul… una etapa literaria y personal. Escribió: “mi amado viejo libro, un libro primigenio, el que iniciara un movimiento mental que había de tener después tantas triunfantes consecuencias”. Un color, como dijo Miguel Ángel Asturias, que le recordaba el azul del cielo y de los lagos de su tierra natal, el azul de la bandera de Nicaragua, y el azul-celeste de Argentina, las dos patrias (“no hay Modernismo sin Argentina”), a las que dedicó Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas (Madrid, 1905), una de sus obras cumbres. Una página azul abre el libro y una página azul lo cierra, es el retorno definitivo al azul del origen.
Finalmente, una curiosa travesura del autor. Dado que la publicación conmemora el centenario de la muerte de Darío, el cuerpo central del libro, los capítulos I, II, III y IV (Guatemala, El Salvador, Costa Rica y Nicaragua), tiene 191,600 palabras, es decir 1916 (año de muerte), multiplicado por 100 (centenario).
Gracias a Benjamín por lograr expresar en el diseño elocuente estos mensajes. He allí pues, nuestra modesta contribución para quien hoy apreciamos mejor, aunque conocemos apenas, un poco más. Sea este libro, desde mi vocación de lector y escritor, un deber de servicio para compartir el limitado y útil aprendizaje que no me pertenece.