Historias de siempre
“Bien se explica el querer de Stendhal, que deseaba:
olvidar dos cosas: ´Don Quijote´ y ´Las mil y una noches´,
para cada año experimentar al releerlas una voluptuosidad nueva”.
Rubén Darío, 1908.
¿Quién no ha escuchado o visto diversas versiones de algunos cuentos –aunque distorsionados por los agregados y variantes del mundo contemporáneo occidental-, sobre Simbad El Marino, Alí Babá y los cuarenta ladrones, y Aladino y la lámpara maravillosa? Seguramente todos. Son parte de las 26 narraciones de Las mil y una noches, libro de autor anónimo, que Rubén Darío reconoció fue uno de los primeros que leyó en su niñez en León, en la biblioteca de su padre adoptivo, el coronel Félix Ramírez. Años después, en París, cuando accedió a la versión en francés, y profundizó sobre el origen del texto, escribió un artículo incluido en el libro de crónicas que tituló Parisiana (1908), dijo que debería llamarse: “Las mil noches y una noche”, para ser fiel a la traducción del árabe –idioma intuitivo, afinado y exquisito-, asumido desde la edad media: “Alf Layla wa-Layla”, a partir de un antiguo libro persa: “mil leyendas”. Refirió: “Hermosa y gloriosa tarea la que acaba de concluir el Dr. J. C. Mardrus: la traducción completa de El libro de las mil noches y una noche, hecha literalmente del texto árabe”. El poeta centenario indicó que el erudito traductor francés es un arabista y que el origen del referido libro es una antología persa, el Hazar Afsanah. Las versiones que conocíamos en español, son traducidas de la traducción francesa de Galland. En 1704, este arqueólogo francés aficionado a Oriente, encontró unos manuscritos árabes en Siria, los que estudió y adaptó publicándolos en París en doce entregas, entre 1713 y 1717; corresponden a relatos entre los siglos VIII y XVI, no escritos en un solo documento, sino producto de múltiples tradiciones orales.
He vuelto al texto en español, una de la multitud de traducciones del antiguo y fascinante libro, lleno de fantasía oriental, reflejo de una época, con su cultura, leyendas, religión e historia. Los invito a leerlo, descubrir su originalidad, en donde cada relato despierta inagotable la creatividad y hace volar sin límites la imaginación. No es un asunto de niños, sino de adultos, son historias de siempre, depende con qué óptica y profundidad quieran estudiarse, encontraremos en ellas riqueza sociocultural extraordinaria para descubrir un mundo y adentrarnos a una época que parece distante, pero que, por la ocupación de los moros en la península Ibérica durante casi ocho siglos, ha influido en nuestra genética, historia, lengua y cultura, y en las convulsiones de las últimas décadas, desde la Guerra del Golfo, las intervenciones militares de Europa y Estados Unidos en Irak, Afganistán y Libia, la crisis de Egipto y Turquía, la actual crisis Siria y el terrorismo de ISIS, conflictos diversos en los que los nombres de Bagdad, Basora –puerto de salida y llegada de los siete viajes de Simbad-, Damasco, El Cairo, los ríos Tigris y Éufrates, y otros emblemáticos lugares, escenarios de aquellos cuentos maravillosos, y de numerosos relatos bíblicos y del Islam, resuenan ahora como campos de guerra, saqueo, destrucción y desintegración, por la intransigencia extremista y la intromisión ambiciosa externa, despertando o exacerbando incomprendidos conflictos.
¿Cuántas palabras que usamos en español tienen origen árabe? Mencionaré una de las muchas que encuentro en el texto: “zalamen”, es la “obligada reverencia que los súbditos y creyentes dan al rey, al sultán y a las altas autoridades”. Solemos decir que alguien es “zalamero”, cuando “demuestra cariño de manera empalagosa”, en el español de Nicaragua, decimos que es “cepillo”. Abundan los versos y cantos de la tradición árabe y quizás persa; particularmente refranes: “Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido”, “No hables nunca de lo que no te importe, si no, oirás cosas que no te gusten” …; muchos heredados en nuestra comunicación coloquial, como los que utiliza en exceso y gran sabiduría popular Sancho Panza y don Quijote de la Mancha, en el clásico castellano de Miguel de Cervantes. Están, en la brevedad amena de Las mil y una noches, junto a los personajes y acontecimientos fantásticos, también las enseñanzas de la fe musulmana y las tradiciones árabes religioso-culturales.
Scherezada, “hija de la ciudad”, pidió a su padre autorización para casarse con el obsesivo y desconfiado rey Schahriar, quien, por la traición que descubrió de su esposa, “ordenó a su visir que cada noche le trajera a una doncella para desposarla, a quien hacia matar una vez transcurrida la noche de bodas, pues estaba convencido de que no existía en el mundo mujer alguna digna de confianza”. Así lo hizo durante tres años provocando muchos lamentos, su pueblo vivía horrorizado, las pocas doncellas que quedaban huyeron lejos. La bella joven, hija del visir, agradable, inteligente, bien educada, gran conversadora e incesante lectora de libros, ofreció a su padre ser la esposa del rey, “para librar de la muerte a muchas hijas de musulmanes”. Su estrategia era contar cada noche un cuento que al amanecer dejaba inconcluso, para que el monarca, en la noche siguiente, continuara intrigado escuchando. Lo logró, él dijo: “tras haberte escuchado durante estas mil y una noches, salgo con un alma intensamente cambiada, alegre e impregnado del gozo de vivir”. Durante aquellos tres años, la hábil mujer, también concibió tres hijos, un par de gemelos.
En una de las narraciones iniciales, en las primeras noches, refiere: “Hubo una vez un hombre sirio al que Alá concedió el don del ingenio tardo y la sangre pesada, como a todos los sirios, puesto que es bien sabido que Alá repartió entre todos los países diferentes cualidades y virtudes para sus hombres, las cuales pasan por herencia a los hijos de los hijos. Así, a los habitantes de El Cairo les concedió el don del ingenio y la finura, a los del Alto Egipto los dotó de una gran potencia para copular, a los árabes les dio la virtud de saber hacer poesía, a los habitantes del desierto les dio el valor, a los de Iraq sus buenas maneras, a los beduinos les hizo ser hospitalarios y así, a muchos otros países les concedió diferentes dones. Sin embargo, a los sirios únicamente les dio amor al dinero y su facilidad para el comercio, puesto que se olvidó de ellos cuando repartió las numerosas y bellas virtudes. Es por eso que un sirio, de cualquier parte de ese país, será siempre un necio de sangre pesada y únicamente podrá entender de dinero y de comercio”. Sea este antiguo párrafo de fantasía e intensa tradición, una breve mención para el pueblo Sirio que se desangra inmisericordemente ante la expectación y atrevida intromisión mundial.
Esa expresión frecuente en Las mil y una noches, tan necesaria en nuestro mundo y en nuestro tiempo, realmente válida para todas las épocas: “La paz esté contigo” (Assalam Alykum), es el saludo musulmán desde el siglo VII, el que tenemos los cristianos: “La paz sea contigo” y los judíos dicen también lo mismo: Shalom alejem (La paz sea con nosotros).