¿Para qué morir antes de tiempo?
“Asignó a los hombres días contados y un plazo fijo” Eclesiástico (17; 2)
Hay una certeza, -aunque pasemos la vida sin aceptarlo-: al nacer, un día moriremos. Realmente comenzamos a morir, poco a poco, desde que nacemos. Se consumen los días, los meses y los años, transcurre el tiempo que recibimos al momento de ver la luz. ¿Cuánto dura y cuanto debería durar? ¿Qué propósito debe cumplir cada uno? Es un hecho afortunado: somos perecederos. No es fatalidad. La novela Las intermitencias de la muerte (Saramago, 2005), muestra con humor lo terrible que sería si la “hermana muerte” –como la llamaba san Francisco-, se resistiera a cumplir su digna y necesaria labor. Según el cristianismo el pecado trajo la muerte. El Nuevo Testamento dice: “Si el grano de trigo no muere, no da fruto”. ¿Qué la provoca? Cuatro circunstancias:
- La del tiempo disponible que se vence, llegada la vejez el cuerpo se cansa.
- Los fenómenos o desastres naturales (erupciones volcánicas, terremotos, inundaciones, epidemias, etc.), algunos propiciados por el comportamiento humano.
- La violencia humana en su diversidad (guerras, delincuencia, accidentes, contaminación, exclusión, etc.)
- La irresponsabilidad o descuido personal, consciente o inconsciente, la manera de enfrentar las circunstancias, la época que nos toca, desgastando, destruyendo o dejando pasar, poco a poco, o de una vez, la salud o la maravillosa oportunidad de vivir…
La esperanza de vida (media que pierde de vista los extremos): en el mundo es 71 años, mientras en África 49, en Europa 80, en Nicaragua 75 y en El Salvador 73. ¿Por qué la diferencia? Distintas condiciones de desarrollo humano, múltiples injusticias, riesgos y vulnerabilidades… Esa esperanza de vida, a pesar que algunos dicen que “todo tiempo pasado fue mejor”, se ha duplicado en menos de un siglo. Todo tiempo futuro siempre será mejor.
A Jesús, cuyo mensaje ha tenido una ineludible, profunda y prolongada influencia universal (más allá si eres creyente o no), lo mataron, -en su connotación humana-, a los 33 años. ¿Y si no lo hubieran crucificado (obviando la fe que un tercio de la población del planeta compartimos), hasta qué edad hubiera vivido? ¿Cómo habrían transcurrido los últimos dos mil años de la historia humana? Francisco de Asís, santo de la pobreza y la ecología, murió de diversos padecimientos, tenía 44 años. Alejandro Magno vivió 33 años, formó uno de los imperios más extensos y poderosos de la historia antigua; enfermó después de una comida, padeció dos semanas hasta morir, especulan que lo envenenaron, otros dicen que fue por malaria, tifoidea o un virus. ¿Qué pasaría si hubiera prolongado su existencia y dominio en Macedonia, Grecia, Persia, Siria y Egipto? El pintor Vincent van Gogh se suicidó a los 37 años, y Adolfo Hitler lo hizo a los 56 años frente a la derrota por la tragedia bélica que desencadenó; a Kennedy lo asesinaron siendo presidente de Estados Unidos, tenía 46 años. José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, murió lúcido por el peso de 88 años y Gabriel García Márquez se fue al cumplir 87 años, vencido por demencia senil… El emblemático Che Guevara fue muerto en Bolivia a los 39 años. A Sandino lo asesinaron antes de cumplir esa misma edad. Carlos Fonseca cayó en combate a los 40 años. ¿Cuál sería el curso de la historia de Nicaragua si la vida de estos últimos no la interrumpiera la violencia? Rubén Darío murió de 49 años, vencido por la manera de enfrentar sus carencias de origen ¿qué más hubiera generado su genio literario?
Deberíamos finalizar nuestro tiempo solamente cuando deba terminar, en el justo momento en el que la fuerza de la naturaleza agote su aliento (divino, creemos muchos), sin que la violencia humana lo interrumpa, sin que nuestros actos u omisiones, por la forma de comer, beber y vivir la deterioren, sin perder el propósito de la existencia, cuestión que cada quien debe enfrentar. ¿Saben cuál pienso es nuestra primera obligación al nacer? Muy simple: cuidar y desarrollar la vida que hemos recibido, la nuestra y la de quienes nos rodean, hacer que dure el tiempo para el que nos fue dada, sin interrupciones anticipadas, ¿para qué morir antes si habrá un momento para que ocurra? ¡Vivamos la vida mientras exista! Eso decía y cantaba mi hijo que se me adelantó inexplicablemente. Hay, seguros y sin prisa: “un tiempo para nacer, y un tiempo para morir”.