Fecundidad del amor
“Seguir radicalmente a Jesús” Oscar Romero
Frente a la sobria cripta de bronce que guarda los restos mortales del obispo mártir salvadoreño, sacerdote de la verdad y profeta de los pobres, valiente “defensor de los oprimidos”, con el legajo impreso de dieciocho poemas que fray Anselmo Maliaño Tellez, o.f.m. (San Lorenzo, Boaco, Nicaragua, 1970), entrega, bajo el título “Odres para la inagotable cosecha de innumerables testigos”, inicio este prefacio que inaugura un libro para rendir, con los mensajes del texto y las pinturas, un tributo al valor extraordinario de la fe entregada al servicio hasta el extremo.
Es consecuencia de la lectura meditada a la que estuve obligado, ante la profunda significación de las palabras, que en la brevedad necesaria de los versos, se aproximan a una realidad trascendente y reciente, en la que Dios, como a Elías, se nos revela en la suave brisa, a pesar del estruendo del rayo y del temblor terrible de la tierra que le antecede. La Divina Providencia se muestra en el silencio imperturbable que prevalece sobre el altar, -en aquel instante de la tarde en el que “las tinieblas acecharon”, “cubiertos de urgencia malévola”-, anticipó al disparo y prevalece después en la quietud repentina y pasajera que lo precede, cuando la vida, a pesar de la muerte, fluye en un eterno manantial con la ofrenda de sangre que tiñó el piso junto al cáliz y el copón con el contenido sagrado, en el centro del presbiterio de la pequeña capilla del hospitalito, compartiendo la Pasión “y la locura de la cruz”, siguió al Maestro en su fecunda Resurrección de amor… “¿Dónde está muerte tu victoria?”, pronosticó en la homilía del 30 octubre de 1977: “La victoria es de la fe”. Así fue, así será.
Cuando el autor me entregó el contenido del futuro libro, no había cumplido un año la partida de mi hijo Juan José, el tiempo transcurría en el cometido de superar con esperanza el duelo. Al identificar a quien se refería la publicación, confirmé, una vez más, los inexplicables azares recientes que nos vincularon, a él y a mí, con la memoria e intercesión del santo arzobispo de San Salvador. Las casualidades providenciales nos aproximan. Una tarde Juan usó, simultáneamente con sus hermanos, sin haberlo acordado, las camisetas que meses atrás les traje de la capilla de la Divina Misericordia, después de la misa a la que asistí sin proponérmelo, en el aniversario de su martirologio, mientras un amigo salvadoreño enviaba en bus, desde Costa Rica, la reliquia con la oración para pedir su intercesión por mi hijo, incrustrado, un minúsculo trozo de la sotana blanca de Romero, esa noche hubo un sueño que insinuó el acompañamiento del pastor, mi hijo lo percibió y asumió desde aquel momento. Pedimos fuera curado de leucemia, padecimiento que lo sorprendió en la plenitud de la vida, rogamos por la salud del cuerpo y del alma. En la tarde del 25 de diciembre de 2015, después de participar en la eucaristía y recibir la comunión, una visita que no vimos le extendió la mano y dijo: “no tengas miedo, yo estaré contigo”, y así, ante el último llamado a la conversión interior por aquel hombre de oración, inició el fin de sus días para entregarse, reconciliado y sereno, al Señor. Era la madrugada del primero de enero de 2016, Año de la Misericordia. ¡Ocurrió el milagro!, no para quedarse entre nosotros, sino para partir en paz, sin temor y con fe. Debí cumplir el deber de expresar este testimonio como parte de la fecunda cosecha de amor y gratitud que acompañan a estos versos.
Fray Anselmo reitera que Mons. Romero “siempre tuvo una experiencia del Dios de la vida”, sin duda, hubo experiencia del Dios de la vida en su propia vida y en su muerte, como suceso divino, circunstancial y humano impactante, ante el cual, habiendo perdido el miedo, ¡vencedor de miedos! se entregó, sin rendirse, cruzó la puerta angosta, “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”, atravesó hacia el ancho portal del amor misericordioso de Dios quien lo acompaña y espera para llevarlo a su morada…, “junto a los crucificados de hoy”, con quienes supo ver e identificar “los signos de los tiempos”. Según el cardenal Ricardo Ezzati, Arzobispo de Santiago de Chile, enviado especial del papa Francisco a la celebración de los 100 años del natalicio del mártir centroamericano, asumió ser “humilde testigo del Evangelio y defensor de la Iglesia que amó a los pobres”. Bajo el lema episcopal: “Sentir con la Iglesia”, padeció los sufrimientos de su pueblo.
En el interior del mausoleo con el monumento y la cripta en el centro, la abundante cosecha de amor provoca, en cada aniversario de su muerte, un encuentro ecuménico. Católicos, evangélicos, musulmanes, judíos y otros representantes de iglesias y credos diversos, desde su fe, con un mensaje común de paz y buena voluntad, unidos por Dios, inician una tradición como la que hace tres década se realiza en Asís, siguiendo el precedente del encuentro de san Francisco con el sultán Malik Al-Kamil (1219), bajo peligrosas circunstancias de desconfianza, odio y guerra: el cristiano, predicador del evangelio desde la pobreza, le habló a su conciencia y el musulmán comprendió la dulzura de su fe sincera y convincente. Cada encuentro ecuménico es un milagro que abre nuevos caminos fecundados por el amor…
No murió el profeta, no fue eliminado el mensajero, como instrumento de salvación vive en la multitud, en la acción, en la soledad y en el silencio, acompaña en la suave brisa los anhelos de paz, seguridad, solidaridad, equidad, prosperidad y tolerancia de El Salvador, de Centroamérica y del “continente de la esperanza”, al lado de los más vulnerables; escuchó el clamor de su pueblo y en sus últimos días, previo a la “bala certera y asesina / lanzada por el poder de la muerte”, denunció que sus “lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos”.
El religioso franciscano, autor de estos poemas de ofrenda “en homenaje especial a todos los mártires que entregaron sus vidas por amor”, es un hombre sencillo que conversa, predica, ora, lee, estudia y escribe, curioso y acucioso investigador, diestro en la palabra escrita y hábil en la palabra hablada, que lo convierte en un maestro eficaz, virtud no común que comparte con entusiasmo y utiliza con esmero en su vocación de hermano lego, que aunque no parezca, por la simplicidad de sus gestos fraternos, sonrientes y cotidianos, a pesar de los dolores corporales que acompañan sus pasos, es, después de su investidura de fraile, parafraseando el refrán, “hábito que lo hace monje”, un intelectual, que como otros nicaragüenses que escriben, ha caído en el reiterado vicio que no nos deja, quizás un mal genético o consecuencia del inconsciente colectivo que nos arrastra e identifica, además de lo que ha publicado en prosa, también escribe versos, como los que ahora, con acierto poético, no despojado de lo religioso, social y ecológico, inseparables matices de la vocación o del carisma franciscano, nos comparte:
por otras causas ajenas a los pobres
por los dramas humanos y ecológicos
por los muertos que ya están muertos
por el mismo miedo a la cruz
a la libertad vertida en silencio
odres para un pueblo crucificado.
Los poemas reunidos en estas páginas son una oración que proclama en cada línea el mensaje, las actitudes y propósitos imperecederos del Santo de América, la interpretación de su tiempo y las utopías del Reino, “modelo de buen Pastor / que nos conduce al Dios de la vida”. Cada verso enuncia con sencillez evangélica una plegaria, es el eco que resuena y se extiende: “Nos han quedado tus palabras/ amenazadas de silencios”, y la proclama: “Voz de los hambrientos / exilio de la palabra pobres”.
Aquí, bajo el imperturbable rostro de Romero, mártir de la esperanza, don de Dios, “pobreza que alcanza el martirio”, con mirada atenta y profunda, y sonrisa disimulada que modesta insinúa la riqueza de la paz interior, quedan esculpidos en el papel, los poemas de Anselmo Maliaño y le acompañan las pinturas de Francisco Javier Miranda (San Salvador, 1984), de Panchimalco, pueblo de artistas, quien descubre en el lienzo, creativos trazos subjetivos e irreales, con el predominio místico del azul, azur trascendente que insinua en la forma y el color, la sensibilidad de las ideas, el valor del silencio y la permanencia de los actos que surgen repentinos de la confusión y el caos… Este otro fraile de la misma Orden, comparte la virtuosa destreza de imaginar y crear. Son dos talentos franciscanos en la misión regocijante de servir y expresar su espiritualidad comprometida, van por los caminos de Centroamérica, de dos en dos, predicando e ilustrando, sacudiéndose las sandalias y ciñéndose con firmeza al cinto, el cordón blanco de tres sólidos nudos…