Ser feliz o ¿pagar costos y emprender tu misión?
El notable escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), nacido el mismo año que Miguel Ángel Asturias, único Premio Nobel de Literatura de Centroamérica, quien precisamente recibió esta distinción en 1967, a un centenario del nacimiento de Rubén Darío, reconoció ese año en su Mensaje en honor de Rubén Darío: “los dones infinitos que nos ha legado con su ejemplo”.
Sin duda Darío es quien es, por las consecuencias inmediatas y actuales de su obra, pero, para construirla, para imponer un estilo literario, para remontarse desde la adversidad, como personaje y/o suceso improbable –necesario para renovar el idioma español, anquilosado y decadente-, se ajusta, -para quienes tengan imaginación poética y flexible-, en la metáfora del Cisne negro, que aproxima la comprensión de lo ocurrido en él y su impacto innegable –inesperado por circunstancias y limitaciones de procedencia-. No podemos obviar al ser humano en su voluntad personal obsesiva, en el esfuerzo constante y la persistencia en una lúcida y ambiciosa visión y misión que intuyó, perfiló y asumió, desde temprano, a pesar de sus flaquezas humanas, melancólico y de muchas carencias –afectivas y materiales-, fue creador e innovador, poeta, cronista y narrador, proveniente de la periferia geográfica, política, económica y cultural de Hispanoamérica de fines del siglo XIX, no del centro ibérico, ni de las urbes principales como Buenos Aires, aunque logró, sin ser de allí, insertarse y crecer. Dijo a Núñez, expresidente de Colombia: “le manifesté que eso sería mi sueño deseado; y al mismo tiempo expresé mis ansias de conocer Buenos Aires”. No le faltaron circunstancias y mecenas providenciales que configuraron la oportunidad de éxito.
Afirma el orgulloso Borges: “su ejemplo”, ello completa una connotación distinta a lo que sería si dijera, como es común: “su obra”, la que ha quedado suficientemente reconocida. En 1980 expresó: “Pienso que uno de los acontecimientos más importantes de la literatura española es el modernismo… Esa libertad de la que gozamos ahora: el hecho de poder elegir metros, vocabularios y metáforas; todo eso procede del modernismo, cuya padre es Rubén Darío. He conversado cinco o seis veces con Leopoldo Lugones… y cada vez que charlamos desviaba la conversación para hablar, con su tonada cordobesa, de mi amigo y maestro Rubén Darío. Con eso reconocía la relación filial que lo unía al nicaragüense”.
Darío tuvo una visión de su vida y asumió su propósito. ¿La alcanzó? ¡Es evidente que sí! Pagó el costo. A pesar del sacrificio personal que implicó, consciente o inconsciente, con elevados daños a la salud, estabilidad familiar y solvencia económica. Fue difícil el balance. Hoy lo diagnosticarían con frecuente estrés, consecuencia de limitaciones que llevan a la ansiedad y a la depresión frente a retos, dificultades y circunstancias diversas que lo superan, situación causante de muchos males.
¿Fue feliz Darío? Todo parece indicar que no, según parámetros de estabilidad familiar, solvencia económica y salud; aunque viajó, estuvo en grandes escenarios y entre las más destacadas personalidades de la época, alcanzó fama y reconocimiento literario en donde incursionó con buen suceso para refrescar la lengua española. ¿Alcanzar visión y propósito, lo que cada persona identifica, causa la felicidad? Puede ser, pero en este caso no, y talvez con frecuencia no será así. Logrará “satisfacción por el deber cumplido”, seguro que, consumar el deber que cada quien visualiza, dará razón a su existencia, aunque sacrificará otros ámbitos de la vida.
En el poema Remordimiento (1976), Borges escribió lo mismo que Darío pudo sentir: “He cometido el peor de los pecados / que un hombre puede cometer. No he sido / feliz. Que los glaciares del olvido / me arrastren y me pierdan, despiadados. – Mis padres me engendraron para el juego /arriesgado y hermoso de la vida, / para la tierra, el agua, el aire, el fuego. /Los defraudé. No fui feliz. Cumplida / – no fue su joven voluntad. Mi mente /se aplicó a las simétricas porfías /del arte, que entreteje naderías.
Pagado el costo del éxito por su misión, quizás satisfecho por la que creyó la tarea cumplida, lamentó al final las renuncias obligadas, los descuidos y desvíos. La felicidad modesta y serena, del silencio y el afecto correspondido, fue sofocada por la vida intensa y la fama que exigió todos los laureles.