¿Por qué Mariano Dubón?
10/2/2018
En la presentación de mi último libro titulado: Buen olor del ejemplo: siervo de Dios Mariano Dubón (enero, 2018), preguntaron por qué mi interesé en escribir al respecto. Las razones, no anotadas en la publicación, fueron circunstanciales. Encontré el nombre de este personaje nicaragüense –sobre quien no se había escrito nada-, en cuatro momentos.
Como egresado del Instituto Pedagógico de Managua participé en algunas actividades en ocasión del centenario de la llegada de los Hermanos Cristianos de La Salle a Nicaragua en 2003. Entonces supe que los primeros seis Hermanos vinieron de Francia a León (noviembre, 1903), traídos por el presbítero Mariano Dubón, para el Hospicio San Juan de Dios, fundado por dicho sacerdote para dar hogar, educación y oficio a los huérfanos que deambulaban en León como consecuencia de la guerra, la pobreza, el abandono y las exclusiones. No lo supe antes. ¿Lo habrá dicho algún maestro y no presté atención? Mi memoria no lo registró. En 2013, al conmemorar un siglo de fundación del Colegio que me acogió becado y brindó un aprendizaje fundamental, publiqué: Origen y centenario del Instituto Pedagógico.
El segundo momento fue cuando decidí (2010), por vieja curiosidad de niño, averiguar sobre un extraño personaje de Managua cuyo nombre lleva el Hogar Zacarías Guerra, lugar al que, cuando era vecino de la Colonia Centroamérica, visitaba con frecuencia con amigos del entorno para jugar en los campos deportivos del Centro. Salió Manantial (novela, 2013), para recrear la vida posible del filántropo que dejó su herencia a los huérfanos. En ese contexto, desde la evidencia encontrada y la imaginación que complementó lo desconocido, supe que la obra de Dubón fue elogiada en los periódicos y Zacarías, enterado de tales noticias, se motivó a generar recursos para un hogar para huérfanos; tuvo el antecedente la labor emprendida por el sacerdote leonés.
La tercera ocasión fue cuando emprendí el aprendizaje sobre la vida y obra de Rubén Darío que me llevó siete años (2010-2016) para publicar los libros Último año de Rubén Darío parte 1 y parte 2. El maestro de ceremonia de las honras fúnebres del poeta, acaecidas el domingo 13 de febrero de 1916 en la Catedral de León, fue Mariano Dubón.
Y finalmente, la noticia divulgada en Nicaragua (junio, 2016): la Santa Sede lo declaraba siervo de Dios, por su vida ejemplar, iniciándose el proceso para su beatificación. Aunque el asunto es para la Iglesia Católica de naturaleza canónica, ser santo es, más que una declaración jurídica, vivir en la cercanía de Dios que es la vocación de todo cristiano. En nuestro país han sido reconocidos, además de la beata sor María Romero, fray Odorico D´Andrea, padre Remigio Salazar y Mariano Dubón. La primera, hizo su apostolado en Costa Rica; el segundo, más conocido y venerado gracias al interés de la Orden de Frailes Menores franciscanos, lo reciente de la obra del fraile nacido en Italia que dedicó su vida principalmente a los pobladores de San Rafael del Norte y el hallazgo del cuerpo incorrupto cuando exhumaron sus restos; Remigio Salazar, de El Viejo, vivió en el siglo XIX, poco conocido, y ahora, declarado siervo de Dios junto a este último, Dubón, quien nació en León (1862) e hizo su obra de servicio en El Viejo, El Sauce y León. Otros muchos han sido omitidos, como el obispo mártir fray Antonio Valdivieso, el sacerdote Azarías Pallais,… y una multitud anónima (como debe ser) de santos, olvidada…
Ocurridas estas cuatro circunstancias en el camino de servicio que recorro, pensé que era mucha coincidencia, por lo que opté, con brevedad, averiguar y compartir un poco sobre el destacado y virtuoso compatriota nicaragüense, emprendedor ejemplar de obras sociales, dedicado al servicio de los más necesitados, a quien el poeta Santiago Argüello llamó “San Mariano de Nicaragua” y que en el discurso fúnebre (enero, 1934), el Azarías H. Pallais dijo que fue un “discípulo fiel” que “daba testimonio de la luz” y allí, en el ataúd estaba “el buen olor de su ungüento”.