La Cruz del Paraíso, Managua, 11/4/2018
Al fallecer, -más allá de la fe que profesas-, lo único que se anota en la lápida que cubre los restos mortales es: nombre, fecha de nacimiento y deceso, algunos agregan un epitafio, nada más. La vida se ubica en un rango de tiempo, es el criterio de medición. No escriben: número de hijos, títulos, viajes, capital, cuentas de banco, premios, carros, trabajos desempeñados, propiedades o sociedades que tuvo, porque al irse, nada le pertenece, solo quedará la huella durante el tiempo transcurrido, que se agotó… Queda algo simple y breve: nombre propio registrado y dos fechas que delimitan el período vivido.
Así que, si resumimos la magnitud de la existencia personal, hay dos categorías. La primera, precisa: tiempo vivido, medido en años, meses y días –unidad básica-. La segunda, -relativa e imprecisa-, intensidad del tiempo, es cuestión de actitud, es decir provecho, rendimiento o calidad que obtuvimos con el principal recurso que nos pertenece, mientras dure, y que, cada día de veinticuatro horas, es igual para todos. Aunque pudo prolongarse setenta años, la intensidad o calidad vivida pudo ser penosa y desafortunada, sin nada que dejar, sin nada que decir; o a la inversa, pudo ser corto, pero con grandes satisfacciones y un legado que recordar (desde la óptica humana) –propósito divino cada quien identifíquelo según su conciencia-. ¿En qué difiere el día para uno y otro? Si habitamos la misma ciudad, tendrá idénticas condiciones medioambientales, si somos de igual vecindario o casa, compartiremos espacios comunes…
¿Tenemos convicción que el tiempo es lo que disponemos desde que nacemos? ¿Nos percatamos o pasa –por comodidad o ignorancia-, como agua que se filtra entre los dedos? La diferencia fundamental de nuestra existencia, la que le dará sentido, es la utilización del tiempo de vida con que venimos –sin acortarlo o desgastarlo por irresponsabilidad-, un referente que a veces ignoramos pero que está en cada amanecer, como oportunidad irrepetible, que podríamos obviar sin percatarnos o tomarla con gratitud, entusiasmo y decisión para nuestro propósito. El tiempo requiere vivirse, usarse y disfrutarse constructivamente, sigue sin detenerse aunque pretendamos verlo pasar, lo útil es el presente. El pasado ¿dónde quedó, cómo lo usaste? Sirve para aprender. Y el futuro ¿qué esperas ser? No te detengas frente a lo inexistente, el enfoque es hoy, qué hacer con lo tuyo, desde tu visión personal, ¿qué cambiar, innovar, construir, evitar, dejar, superar, olvidar, perdonar, agradecer? Ahora, el día que vivimos, común y particular, del que cada quien es propietario, es plataforma, instrumento o medio, estés donde estés y como estés por consecuencia del pasado, de errores, fracasos y frustraciones, éxitos, satisfacciones y circunstancias acumuladas, de lo pendiente que deberás resolver, sin posponerlo indefinidamente, lo que dependió de vos, no de otros.
Si aceptamos que es así ¿A qué y a quién cedes tu tiempo? ¿Qué sentido tiene desperdiciar o matar el tiempo? ¿Qué o quiénes nos hacen perderlo? Quizás no solo deprecian el propio sino también el ajeno, o, aprovechando el propio, roban el de otros. Los impuntuales e indecisos, los anclados en el pasado, miedosos, rencorosos, resentidos y eternos inconformes, los que se culpan por todo y los que culpan a otros de los males propios sin “tomar el toro por los cuernos” ni asumir la responsabilidad por el tiempo recibido y que, si están vivos, siguen teniendo sin usarlo. ¿Cuándo te darás cuenta? Hagamos nuestro tiempo útil y saludable.
Los talentos y circunstancias favorables o desfavorables en las que nacimos, virtudes y defectos que disponemos, solo tendrán sentido si durante el tiempo gratuito recibido, somos capaces de desarrollarlos y hacerlos rendir, convirtiendo cualquier condición o suceso en oportunidad, sin detenernos, lamentarnos o acomodarnos frente a la abundancia o escasez, comprendamos que, vivir nuestro tiempo, aprender y disfrutarlo, durante el proceso de la vida, sin esperar el fin, ni quedarte viendo el principio, es lo que hará la diferencia para alcanzar tu propósito y aproximarse, en la búsqueda inagotable que concluirá con la vida, a la felicidad.
¿Qué es ser feliz? ¿Qué es la verdad? Ni Jesús le contestó a Pilatos, ¿saben por qué? Porque no hay respuesta única para todos, cada uno tendrá una particular que debe ser capaz de percibir, identificar, asumir y alcanzar.