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La Cruz del Paraíso, Managua, 18 de abril de 2018.
Día Internacional del Libro 2018
“Carecer de libros propios es el colmo de la miseria”
Benjamín Franklin.
En ocasiones encuentro, a más de alguno, que comenta querer escribir y publicar un libro. Frente a esa intención, no pregunto sobre cuál asunto pretende hacerlo, me intereso por saber cuáles y cuántos libros leyó durante el último año. Me percato con frecuencia que, la mayor parte de quienes expresan esta particular, -aunque aún no sustentada-, inclinación literaria, no logran referir ningún texto leído en el período inmediato. Recurren a reiteradas excusas: falta de tiempo y/o dinero para leer o comprar libros. Entonces comparto un consejo derivado de la experiencia personal, y aprendido de muchos otros que han incursionado en este atrevido oficio: lee y lee primero, debes leer sobre los temas que te interesan, para divertirte y aprender, alrededor de los asuntos que te motivan escribir. Diré: “somos lo que leemos” y de cada quien, con mayor razón un maestro y un escritor, preguntaremos: ¿de cuántos libros estás hecho? Jorge Luis Borge escribió: “Uno no es lo es por lo que escribe, sino por lo que ha leído”. Inseparablemente: escucha con atención y observa el entorno. Es la ruta ineludible que debes seguir para escribir, no hay atajos seguros. No existe otro camino que te permita llegar a buen fin. Compartiré mi modesta experiencia que quizás pueda serte útil.
¿Has tenido la inquietud de ser escritor o escritora? Sea para emprenderlo con dedicación exclusiva y profesional –debes estar claro que es difícil vivir de la literatura a pesar de las satisfacciones personales que provoca-, o como aficionado(a) para compartir ideas –según el derecho que tenemos- y permitir a la creatividad un divertido y útil espacio de expresión –no faltará algún académico o literato consagrado que te descalifique-. Sobre Rudyard Kipling, autor de El libro de la selva dijeron: “no sabe usar el inglés”; en 1907 fue el primer británico en obtener el Premio Nobel de Literatura. Comenzarás temprano o en el camino de la vida –nunca es tarde para emprender lo que sueñas-. Mientras algunos escritores fueron tardíos como el Marqués de Sade (primera obra Justine, a los 51 años) y Daniel Defoe (Robinson Crusoe, a los 59), otros: Ernest Hemingway y Thomas Mann, a los 25 años ya eran reconocido por algunas obras. No importa cuándo. Aunque el esquema de mi primera novela Rostros ocultos es de 1993, el texto en su versión final fue escrito durante tres meses de mediados de 2005 publicándose ese año (cumple 25 años en 2018).
Empezar. Todo inicia con la decisión de escribir. Desde el comienzo suele verse lejos el final. No es suficiente la intención. Dice el refrán: “el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”. Así que supera las intenciones, hay que asumir la decisión y ponerla en marcha con persistencia. Requiere ser precisa para no divagar ni permitir que se diluya en el tiempo. No se puede escribir en abstracto sin saber qué, necesitas identificar un tema (el tiempo irá delimitando alcances en los que te interesa adentrarte cada momento), sea poesía o prosa, ficción o no. ¿Cuál? Será consecuencia de lo que percibas en el camino de la vida, desde el interior y el entorno, lo que mueve la necesidad de expresar a través de la literatura: pensamientos, emociones y percepciones, liberar fantasías, capturar ilusiones y compartir. Si no lo sientes, ni piensas, ni crees, no será posible. Dice con certeza un refrán chino: “un largo camino comienza con un paso breve”, así es también en este asunto.
Segundo: construcción mental. Identificado el tema viene –es mi caso-, un tiempo, cuya duración no es posible precisar, puede ser breve o largo, cada quien y cada asunto tendrá su momento, particulares intensidades y pausas. El tema da vueltas en la cabeza alimentado de imaginación y experiencias propias y ajenas, reelaborado en la mente y las sensaciones. Está incubándose y armándose paulatinamente. Ya sea que pretenda ser novela o relato, artículo o ensayo, uno lo tiene presente y vinculará con lo que lea, encuentre, observe, recuerde y escuche. Esta etapa fascinante de creación se disfruta con curiosidad y ansias por descubrir, aún no existe el texto, solo la imagen que se expande, en la que comienzas a vivir y actuar. Buscas sentido al escrito inexistente. Surgen circunstancias, metáforas, conceptos, experiencias, personajes, confusiones, encrucijadas, soluciones, preguntas, respuestas, dudas, certezas, … Va saliendo la historia, el tema o la formulación conceptual –en su forma o expresión mental-, a partir de agudizar los sentidos y juntar cabos sueltos.
Tercero: leer libros y más libros, buscar artículos y más artículos, impresos y digitales, escucharás comentarios y opiniones. Comenzarás a buscar sobre la temática de interés lo que encuentres, prestar atención a cuanto se refiera a ello. Aunque parece lógico enfocarse en contenidos similares, la vida enseña que, leer con amplitud sin restringirte al ámbito del texto por escribir, traerá complementaria y útil información. Te percatarás que, cuando leas al mismo tiempo, un libro de filosofía, un ensayo de historia, un poemario y una novela urbana, encontrarás referencias para tu tema, las ideas proliferarán diversas y flexibles, no distraerán tu atención si tienes el propósito claro, dinamizan la mente y activan la creatividad. Miguel de Cervantes insiste: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.
Cuarto: marcar los libros y realizar anotaciones. Amontono los libros y artículos leídos sobre una mesa, ordenados según convenga, con separadores; registro abundantes anotaciones impresas o electrónicas, las clasifico con alguna lógica particular y allí van, acumulándose sin cesar. Es un inmenso rompecabezas de citas, referencias y fuentes que, aunque parezca imposible juntar, llegará el momento oportuno para integrarlas.
Quinto: escribir versión inicial del texto. Ocurre lo que pretendías: escribirás a partir del hilo conductor de la temática perfilada durante el proceso. Es interesante, el texto, mientras se elabora, da la impresión que adquiere dinámica propia, las ideas e información se ordenan y fluyen, los personajes se confabulan por su cuenta, se produce un fenómeno fascinante, parece que la computadora o un agente exógeno, ordenan las palabras desde una decisión autónoma y uno, como escritor, llega a sentirse casi un actor externo que observa y, en ocasiones, participa en el mágico proceso de elaborar, transformar y crear a partir de letras y frases que articulan ideas, metáforas, escenas…
Cada asunto sobre el que se escriba tendrá un cómo, a la medida de cada quien, debiendo soltar sin ataduras, el flujo del texto. El miedo frena, el temor puede inmovilizar, el riesgo existe, según lo que se escriba y cómo se haga, según a quien se refiere, a cuáles sucesos reales o ficticios, a qué personajes imaginados o capturados, en alguno de sus rasgos, de algún contemporáneo, para continuar mitos o desmitificar. Pueden existir algunas aproximaciones a temáticas sensibles, según la época y la cultura, según las circunstancias políticas, sociales, económicas y religiosas, todo puede tener consecuencias, podrá ser aceptado o rechazado, elogiado o descalificado, no solo el texto, sino también el autor. Tratar que nada te perturbe, es la dificultad a superar.
Sexto: dejar reposar el texto y mientras tanto, seguir leyendo libros con criterio diverso, a veces recurrir al silencio de los pensamientos y sentimientos, y otras veces provocarlos. La duración de esta etapa es imposible de determinar porque cada uno y cada texto tienen su tiempo particular. El escrito espera, pero la historia continúa elaborándose en la mente. Sigue viva, a veces se ausenta y vuelve. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr Hyde fue escrito en una semana por Robert Louis Stevenson, mientras El señor de los anillos tomó dieciséis años a R.R. Tolkien y Los miserables de Víctor Hugo, doce. Encuentro (2015), la tercera novela que publiqué, requirió esperar nueve años.
Séptimo: retomar el texto, para corregir y ajustar, eliminar, agregar o replantear. Pasado el tiempo justo, al retomarlo, percibirás los desajustes, te sentirás en distinto grado identificado o no con lo escrito y, es posible que vuelva a reposar en un estante o archivo digital para retomarlo una u otra vez después, hasta que, no sé por qué, ni cuándo, sentirás qué es lo que pretendías. Intuirás que el texto está logrado. Conviene cerrar el ciclo; suele ocurrir que, cada vez que regreses a él habrá algo que quitar o agregar, será interminable.
Octavo: edición. Un lector calificado sugerirá correcciones, quizás replanteos o reorganizar algún contenido, precisar título u asuntos de forma. Debemos escuchar y acatar con humildad los criterios de este minucioso lector. A veces sucede que el autor, al sentir que su obra está concluida, la comparte con amigos a quienes pedirá opinión.
Noveno: versión editada y publicación. Nace el libro, ve por fin la luz. La principal diversión ocurrió en el proceso, el camino recorrido dará profundidad y sentido al resultado. Más allá que encuentre o no lectores, para el escritor el trabajo ha concluido, parece que arribó al final, pero no es así.
Un asunto que no podemos obviar es la dificultad para financiar la publicación. Marcel Proust, pagó de su bolsillo En busca del tiempo perdido por falta de interés de las editoriales. Rubén Darío buscó apoyo para Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas, tuvo que recurrir a sus siempre insuficientes y tardíos honorarios como Ministro de Nicaragua en España para financiarla. John Kennedy Toole, autor de La conjura de los necios, se suicidó en 1969; por insistencia de su madre la novela fue publicada con éxito hasta 1980. La era de la información electrónica ofrece nuevos escenarios, una amplia oportunidad, además del impreso -cuyos lectores disminuyen-, proliferan las opciones digitales.
Si has llegado a este punto con dedicación, a pesar de las restricciones que encontrarás para publicar, debes confiar que ocurrirá. Si lo crees y sos persistente, será posible.
Décimo: interpretación y reelaboración desde cada lector. Viene una etapa que puede prolongarse más allá del autor. La obra se recrea, reinterpreta y reelabora desde cada lector, disímil y cambiante y, cuya interacción, enriquece al autor. El contacto directo genera coincidencias e inquietudes. A veces nos sorprenden las interpretaciones que hacen, los hallazgos, los aprendizajes o recreaciones percibidos, más allá que fuera nuestra intención al escribir. Si la obra circula, sigue viva, continúa redescubriéndose. Es una de las razones por las que insisto en el carácter inconcluso de cualquier narración o poema.
Enfrentar y superar los miedos a equivocarte y a la descalificación, la preocupación por lo que dirán o pensarán, la falta de confianza en uno, la duda sobre si serás capaz de escribir, ser leído y aprobado, la necesidad humana de ser aceptado, son los comunes e iniciales conflictos que cada quien debe resolver en este y cualquier oficio a emprender, pero particularmente en aquellos que por su naturaleza esencial expresan ideas, sentimientos, inconformidades y otra manera de ver las cosas de su tiempo.
Jane Austen, como muchas otras, escondía sus escritos por la vergüenza social impuesta que condenaba a una mujer por escribir. Rebelión en la granja de George Orwell fue rechazada porque dijeron que era “imposible vender historias de animales en Estados Unidos”. C.S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, recibió varios centenares de rechazos antes que su obra pudiera publicarse. Agatha Christie esperó cuatro años para que su primera novela fuera publicada. Será necesario enfrentar los prejuicios de cada época y lugar.
Un escritor o escritora exterioriza lo que ha logra interiorizar, interpretar y proponer sobre un entorno, época y circunstancia, desde su visión particular, muestra, a través del texto, parte de él, y eso conlleva riesgos objetivos y subjetivos, temores por el terreno que pisas, pero, es verídico que cada quien es “dueño de su propio miedo” y de su propio texto.
Vale la pena intentarlo, sin esperar nada más que lograrlo.
(Este texto no se publicó en fecha prevista, en ocasión del Día Internacional de Libro, debido a los dramáticos sucesos de violencia que enlutaron Nicaragua entre abril y julio de 2018. Los nicaragüenses podemos y debemos vivir en paz, en el tiempo y territorio común que nos acoge. La paz es el camino. Paz y bien.)
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