Managua, 8 noviembre 2018.
Link: https://www.youtube.com/watch?v=IU7Z-K7vaQI
Transcripción corregida y parcial, a partir del minuto 8 al 53.
Entre abril y julio del corriente año, se dio una traumática circunstancia de violencia y de confrontación en Nicaragua, que no podemos obviar. Eso abrió nuevas y viejas heridas. Esas heridas generaron una profunda desconfianza en la relación social: desconfianza de naturaleza política y personal, no es solamente una adversidad política, sino que también se convierte en una adversidad personal, en confrontación personal. Esas heridas están ahí, no se pueden resolver al corto plazo.
Es difícil reconstruir la confianza, es muy fácil destruirla. Podés destruirla con un solo acto, o con una sola acción, en el corto plazo. Pero reconstruir la confianza, recomponer la convivencia y la relación de confianza entre las personas, que es el factor más importante para que una sociedad conviva y se desarrolle, requiere un tiempo mucho más largo, y tiene mayor complejidad.
La desconfianza hacia otra persona, simplemente con una mentira tonta se puede caer, pero recuperarla, reconstruir de nuevo esa relación personal, requiere muchas acciones y más tiempo. De tal forma que abril, mayo, junio, julio, principalmente los meses de la crisis profunda del país: cuatro meses dónde se agudizó la desconfianza, la confrontación, la violencia, el daño humano y material, ¿cuánto tiempo requerirá para componerse? Van a necesitarse dos o tres años para volver a los niveles de confianza de principio del año 2018, porque las heridas son así. Por ejemplo, necesitas días o semanas para curar una herida física y tenés que cuidarte la herida para no seguirla rascando, ni lesionando, porque si no nunca se va a cerrar.
Es lo mismo que pasa en el aspecto moral, social y psicoemocional de la sociedad nicaragüense: las heridas fueron abiertas, heridas y lesiones, donde la piel de las personas se encuentra sensible. No es solo confrontación política, adquiere connotación personal, dentro de la familia, el vecindario, en los colectivos laborales, en las comunidades y barrios, incluso en los grupos religiosos fraccionados. Tenes que comenzar a ajustar los cabos sueltos, a juntar los puntos en común que las personas tenemos, identificar nuestras diferencias para tratar de encontrar soluciones. Eso requiere un plazo mediano y largo.
El escenario que se presentó entre abril y julio pretendió desmontar el sistema político, desplazar al poder político, desplazar al gobierno en el corto plazo: creían que en un mes estaría fuera, que se iba a imponer una nueva fuerza política en el gobierno, en el poder político, imponer nuevas reglas. Eso era indudablemente una fantasía porque no había ningún grupo político organizado, ningún partido político legítimo, no había ningún proceso democrático en marcha, tampoco había un programa claro, convincente, ni formulado.
De tal forma que lo que estaba a la vista era que, si desplazabas al gobierno constituido, lo que venía era caos y anarquía absoluta, era una irresponsabilidad, es decir, el camino no estaba claro desde ningún punto de vista. Pero al final se dan cuenta que el tiempo no fue ese, que las cosas no fueron tan fáciles como algunos creyeron. Algunos líderes religiosos, empresariales, de organización no gubernamentales y políticos, se equivocaron. Los cálculos políticos fueron cortoplacista e irresponsable, no tenían una visión clara y objetiva, un análisis sólido para plantear un escenario, creyeron en un escenario que no era posible. La realidad fue otra.
Podés todavía seguir insistiendo en eso, pero te das cuenta que los tiempos no son como habían esperado. La verdad es que tenés que prepararte a un escenario democrático, a una salida cívica, legítima y política, la puerta es un proceso electoral que está previsto para el año 2021. Ese es el camino, pero las heridas están abiertas: las lesiones están causadas, por muerte, por ofensas, por daño físico, por destrucción material, por una economía que fue frenada en su crecimiento, por la desarticulación del tejido social que fue fragmentado, los daños están ahí.
Aunque como todo, las aguas comienzan a adquirir su nivel, es decir, una tormenta no es eterna, las aguas comienzan a bajar, las olas comienzan a apaciguarse. La gente retoma paulatinamente su actividad económica, social, cultural, política legítima, retoma sus actividades.
El punto clave es la buena voluntad de las personas: del poder político, del estado, de las organizaciones, del sector privado, de las iglesias que puedan abonar por salidas sensatas y responsables, sostenibles. No podés seguir planteando el discurso de barrer todo y que en 15 días cambiarlo todo, desplazando al poder legítimo. Eso es una expresión de la prevalencia en Nicaragua de una cultura que se opone a la cultura de paz.
Todas las sociedades y todas las personas tienen conflictos, los conflictos son normales. No hay sociedad que no tenga conflictos delictivos, sociales, en las relaciones, porque toda relación genera conflicto. En una pareja va a haber conflicto. Es una casa, en la familia, van a tener conflictos. El problema no es que no haya conflictos, sino la manera que abordas el conflicto, la manera que lo administras.
Cultura de paz lo que dice es que los conflictos se van a abordar y quizás resolver de manera pacífica, cívica y legítima. Pero cuando tenés un conflicto, o lo tiene la oposición política, el sector privado, un partido político, ONG, o un jerarca católico, cuando tienen un conflicto o en la relación con otra iglesia, otra empresa, etc., la solución legítima, cuando prevalece una cultura de paz, es que buscas los cauces cívicos y pacíficos para enfrentarlo y resolverlo. Pero cuando recurrís al mecanismo violento, al “tranque” violento, al uso de la fuerza bruta, a la destrucción del otro (de los bienes públicos o privados), entonces evidentemente lo que estás demostrando es que el pensamiento que prevale en esas personas o grupos, es un pensamiento opuesto a la cultura de paz. Esa es la evidencia que tenés. Nicaragua necesita que se introduzca una cultura de paz, no para eliminar los conflictos, porque vas a seguir existiendo siempre, sino para abordarlos y resolverlos de manera cívica, legitima y pacífica.
A veces tenés que administrar los tiempos del conflicto porque los conflictos requieren tiempo para resolverse. ¿En cuánto tiempo Nicaragua podría imponer una cultura de paz? Son décadas de trabajo, necesitas 10 o más años para que el ciudadano que va creciendo vaya entendiendo que en los conflictos con otros, de cualquier naturaleza, no se resuelve usando la fuerza física, o la violencia, la agresión, la ofensa, el insulto o la mentira. Sino que se resuelve mediante el diálogo, la tolerancia, mediante la discusión cívica y constructiva. Ese pensamiento no se aprende fácilmente, necesitas alimentarlo desde el niño en la escuela.
La escuela puede decir “queremos cultura de paz”, pero vemos los medios de comunicación virtuales y convencionales, plantean un discurso contradictorio, ahí se va formando ese choque, se va alimentando esa contradicción, y se va inclinando para una cosa u otra. Lo mismo pasa cuando vas en la calle, en la vía pública.
¿Por dónde empezamos a construir cultura de paz?
Es modificar comportamientos, actitudes y valores, es modificar la cultura. No es modificar la cultura de una familia, o grupo de personas, sino que de la sociedad porque estás influido por la sociedad, sos influido por la región y el mundo, más en esta era virtual, del Internet, donde todo se conoce y se transmite a través de esos mecanismos.
El tema de cultura de paz, no es muy antiguo en el mundo. El 6 de octubre de 1999, Naciones Unidas emitió una declaración sobre Cultura de paz. Antes hubo esfuerzos diversos, fundamentalmente después del fin de la Guerra Fría. En 2019 se cumplirán 20 años de la resolución de la ONU sobre cultura de paz.
Desde esa fecha, diferentes países han promulgado iniciativas, normas, leyes, políticas, para promover la cultura de paz. Algo se ha avanzado en el mundo, hay que reconocer que hoy existen mecanismos, instancias, para reducir los riesgos de la violencia y la guerra, que no se han podido eliminar. Las diferencias y la confrontación entre las personas están presente; ahí tenés conflictos como el de Siria, lo que pasa en la relación Palestina-Israel, lo que pasó en Libia, es decir, tenés un montón de brotes de conflictos graves, no sólo de naturaleza política, sino también de naturaleza militar muy complejo. Pero hay mecanismos que tratan de reducir los riesgos.
Imponer una cultura de paz en el mundo es un proceso, algunos dicen “utópico”. Pero se puede seguir avanzando: hay ciudades que han logrado mejores resultados que otras, porque la cultura de paz no es solamente un pensamiento, es una actitud y un comportamiento, está ligado a una base económica, porque vos no podés promover cultura de paz, cuando la distribución es tan desigual. No podés imponer cultura de paz cuando el acceso a la educación, a la salud pública, a los granos básicos, está limitado a una minoría. La cultura de paz requiere políticas del estado que permitan el acceso a los medios de subsistencia de la mayoría de la población. Cultura de paz no es solamente un discurso amistoso, sino un acceso real al poder económico, político, de propiedad. Cuando tenés un país con desigualdad: limitaciones en la salud pública y la educación, indudablemente tenés que solventar esa realidad.
La reducción de pobreza extrema es un factor fundamental para construir una verdadera cultura de paz. Nicaragua tenía ese mérito importante, esperamos que logre restablecer el ritmo de reducción de pobreza. Reducción de pobreza permite a las personas mejorar su acceso a las cosas básicas de subsistencia: a la salud, a la educación, a la alimentación, al trabajo, a la seguridad social, eso permite que se trabaje en la construcción de una cultura de paz.
Llama la atención que se piense en la cultura de paz, como un tema estrictamente de información o educación; esa es la manifestación más externa de la cultura de paz. Es loable el esfuerzo que ha hecho el Instituto Martin Luther King de la UPOLI, tienen una revista periódica que se llama Cultura de Paz. Es una de las organizaciones no gubernamentales que sistemáticamente ha estado poniendo el tema sobre la mesa. Creo que deberían de ser más organizaciones, escuelas, universidades privadas y públicas, que deberían de asumirlo como una política educativa. También creo que el estado está obligado a trabajar de manera sistemática en crear programas que abonen a ese pensamiento, actitud y práctica que implica mejorar la equidad y la solidaridad. No hay cultura de paz sin equidad ni solidaridad.
El estado es el primer responsable para administrar la sociedad. Está obligado a desarrollar mecanismos, las políticas públicas y las leyes son responsabilidad del estado. Los particulares inciden, promueven, insisten y como ciudadanos demandan al estado que asuma ciertas acciones y cumpla ciertas responsabilidades. La seguridad ciudadana es responsabilidad del estado, la salud pública y la educación pública, la seguridad social. La gestión pública es una ineludible responsabilidad estatal. Por eso cuando ocurre un problema del orden público, de desorden público, el primero que tiene que reestablecer el orden es el estado a través de sus mecanismos legítimos. Cuando se produce un problema de desastres naturales: inundaciones, terremotos, cualquier caos de ese tipo; el primero que debe asumir las acciones de prevención, de mitigación de los desastres, es el estado. Alrededor del estado, las organizaciones, la sociedad, el sector privado, las iglesias, deben involucrarse, según su propia iniciativa, y participar.
De tal forma que una política pública en el ámbito de la cultura de paz, es necesaria en Nicaragua. Debe ser vista como una política de mediano a largo plazo, hay que apostar a 10 años o más para que ese proceso avance, y que tenga instrumentos educativos, de comunicación, de información pública, pero también de equidad y solidaridad. La tolerancia por ejemplo es un factor clave: aceptar las diferencias del otro, diferencias múltiples: políticas, religiosas, étnicas, culturales, lingüística, diversidad sexual, todas esas diferencias son legítimas, y tenés que aceptar que conviven dentro de una sociedad. No hay una sociedad homogénea. Existen personas que son nicaragüense, somos todos, y principalmente nos une: 1. somos seres humanos, y 2. somos ciudadanos nicaragüenses.
Primera diferencia importante: somos hombres y mujeres, hay una diversidad sexual, es una realidad. Pero también tenemos creencias religiosas distintas: católicos, evangélicos, musulmanes, ateos, judíos, ¿cuál es el problema? La coincidencia de todos es que somos seres humanos y nicaragüenses. Pero también hay diferencias de pensamiento político: hay gente que es de este, o del otro, y tenemos indiferencias políticas. También hay diferencias hasta de simpatías deportivas y preferencias culturas. Todas esas diferencias son legítimas, hay que tolerarlas.
Uno de los elementos de la cultura de paz está vinculado a respetar las reglas del juego: político, cívico, religioso, deportivo… Es decir, las reglas del juego en los escenarios que vivimos. Esas reglas tenés que respetarlas. Tenés reglas en el tránsito, en el vecindario, hasta para proteger las áreas verdes. En la sociedad afortunadamente, algunos dirán desafortunadamente, estamos amarrados a una multitud de reglas para todo. Sobre esas reglas podemos decir: “pero nosotros no las hicimos ni las aprobamos”. Es cierto, la mayoría, cuando nacemos, ya estaban aprobadas, y otra gran mayoría fueron aprobadas por otros que no fui yo. Y en muchos casos, ni opiné. Pero hubo actores políticos o religiosos que aprobaron las normas. Desde el momento que yo me afilio a la religión católica, por ejemplo, al partido político X, a la organización, asumo las reglas que ese partido, u organización tiene.
¿En qué se diferencia el mundo de hoy?
Antes había menos reglas. Casi cualquiera hacía lo que quería, era un escenario distinto al de hoy.
Hoy hay muchas más reglas, y tiene su lógica, porque somos más habitantes, y sí no creamos normas, las posibilidades de que uno atropelle al otro, de que uno afecte al otro, suben, porque somos más. Ya no es una ciudad donde viven 10 mil habitantes, Managua, por ejemplo, es una ciudad donde vive millón y medio de personas. El tránsito, los vehículos: en esa calle pasaba un vehículo cada dos horas, ahora pasan cienes de vehículos. Entonces esa cantidad de vehículos que pasa requieren una norma, una regla. Pero hay una consecuencia de la regla, de la norma, y es una sanción, o acción coercitiva. Todas estas reglas tienen una contra parte de sanción, de coerción para el que no cumpla. Es parte de las reglas del juego.
Una condición básica para la cultura de paz es entender que hay reglas y estoy obligado a cumplir esas reglas, y que, si no cumplo las reglas, me pueden imponer una sanción.
Hay un segundo punto importante, y es que, como toda regla, siempre habrá alguien o algunos que quieran evadirla, violarla, desconocerla, con buena o mala intención. Es una realidad: alguien botará basura donde no corresponde, alguien irá contra la vía, alguien se tirará la luz roja, alguien alterará una norma o una regla que está aprobada, que existe.
Tercer elemento: Ante el no cumplimiento de una norma por el otro, o los otros, ante la violación, alteración, etc., tenés que recurrir a un mecanismo; la cultura de paz dice que el mecanismo es cívico, porque si no, caés en un círculo vicioso desafortunado: “vos me tiraste la basura en mi vecindario”, eso lo prohíbe la norma; podría recurrir a una queja ante la instancia correspondiente, pero no quiero recurrir al mecanismo que la norma dice, entonces agredo al otro, porque me tiró basura. Justifico que me tiraste la basura, por lo tanto, me atribuyo el derecho y la libertad de agredirte. Eso es falso, no es cultura de paz.
Independientemente que hayas violado la norma, tengo un mecanismo; ese mecanismo es cívico y legítimo; debe ser pacífico para resolver el conflicto que ocurrió entre una persona u otra, entre un grupo u otro, entre una organización u otra, entre los particulares y el estado, entre el estado y los particulares, es decir, el camino es ese y no otro.
Vamos a suponer que hay un gobierno que no me gusta. ¿Es legítimo que no me guste un gobierno? Sí, es legítimo. Vamos a suponer que hay una dirigencia religiosa que no me gusta, ¿es legítimo que no me guste? Sí, es legítimo. Todos esos disgustos son legítimos. Sin embargo, yo estoy ahí, podría decir: “Si no me gusta el líder religioso, yo podría agredirlo”, no lo puedo hacer. Debe haber un mecanismo. No podés recurrir a mecanismos confortativos, agresivos, violentos, no solamente porque contradice la cultura de paz, es porque me pone en frente a una norma, y a una ley que me va a exigir responder con responsabilidad penal, cívica o administrativa frente a los actos en contra de esa persona, que digo que no me gusta o que ha violado una norma, pero no tengo por qué decidir desde mi el mecanismo de mi preferencia, desde mi perspectiva, debo recurrir a la norma.
Hay connotaciones que mencioné:
- Respetar las reglas del juego, en todos los juegos;
- Si irrespetás las reglas asumís consecuencias, en todos los ámbitos;
- Si crees que el otro ha irrespetado las reglas, estás obligado a recurrir al mecanismo cívico y legítimo para exigir reestablecer lo que crees ha sido irrespetado.
¿Cómo trabaja la mentira en la cultura de paz?
La mentira exacerba la desconfianza. La desconfianza predispone, despierta odio y rencores, desencadena violencia. ¿Cuál es el propósito de mentir? Es mantener un estado de confrontación. Sin embargo, pienso que la mentira no es sostenible en el mediano o largo plazo. Tarde o temprano se desvanece.
La multitud de fotos y mensajes que surgieron desde el 18 de abril: un muerto en la UCA que nunca hubo, el tanque del ejército en la Avenida Bolívar que había salido, que nunca salió… De ahí se desencadenaron miles de “informaciones” que fueron magnificadas por las redes sociales y por las grandes agencias noticiosas internacionales; esas desinformaciones llegaron a muchas personas, los llevaron a asumir posiciones personales y políticas basadas falsedades o alteraciones a la verdad.
Creo que la cultura de paz requiere un elemento fundamental: la verdad, la veracidad de la información, la exactitud de la imagen, una imagen que no pretenda manipular sentimientos ni emociones, sino que invite a la razón humana, a identificar las connotaciones reales del hecho. Cuando alguien hace una afirmación, preguntémonos ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿qué?, ¿en qué circunstancia? Fácilmente te puedo poner una foto con una mujer golpeada, “Miren, esta mujer la golpeó X”, pero diría primero ¿Quién es ella? ¿Cuándo la golpeó? ¿Dónde? ¿Quién la golpeó? ¿En qué circunstancia?, y cuando alguien no te puede responder ninguna de esas preguntas, indudablemente esa foto fue sacada de cualquier página de internet, o cualquier circunstancia del entorno, alimenta la especulación.
Otro elemento importante en los que menciona Daniel Kahneman: “El efecto Halo”. Los cometas cuando viajan en el espacio, dejan una cola de luz. Ya el cometa pasó, pero va quedando la cola de luz. Eso se llama halo. El efecto Halo no es más que el prejuicio, la predisposición que una persona tiene sobre otra; le lleva a sacar conclusiones falsas o erróneas simplemente por la deducción simplista de que “nada de lo que hace esa persona es bueno” o que “todo lo que hace esa persona es malo”. “Me cae bien Manuel Espinoza”, por lo tanto, todo lo que diga Manuel, es correcto. No me tomo el tiempo de verificar con exactitud lo que dijo o hizo, sino que simplemente porque creo en Manuel Espinoza, porque tenemos la misma opinión política, religiosa o familiar, entonces, todo lo que diga, lo doy como verídico o correcto. Pero viceversa también. Me cae mal un personaje político, entonces dice algo y sin tomarme la molestia de verificar y comprobar la veracidad de su información, la descalifico y la desconozco inmediatamente, de hecho.
Hace poco el gobierno habló de una política de cultura de paz. Lo que me parece bien, sin embargo, hay personas que, sin conocer la norma, ya la descalifican anticipadamente. Eso es un típico “efecto Halo”. Simplemente porque el gobierno no me gusta, no me cae bien la autoridad gubernamental, descalifico todo lo que diga y haga. Aunque lo que diga sea que va a regalar casas: “Esas casas no sirven, se van a caer”. Y si dice que va a reparar escuelas: “Va a reparar mal las escuelas porque no está usando buen material”. Es “efecto Halo”, o sea, no nos detenemos en el argumento, solo descalificamos “a priori”, sin conocer el texto ni los alcances del documento, descalificas sin conocer. Eso se opone a la cultura de paz.
Ejemplo de que Nicaragua requiere una cultura de paz:
La prevalencia de una cultura de paz se opone a esa actitud frecuente del “efecto Halo”. Somos muy dados culturalmente a generalizar, descalificar por nuestros prejuicios a las personas, o grupos religiosos o políticos, sin analizar la evidencia del hecho concreto que puede ser bueno o malo. Eso es un factor que atenta contra la construcción de una cultura de paz y demuestra que hay que trabajar en ese tema.
El segundo punto clave que podés encontrar cotidianamente, es que cuando tenés un conflicto con otro, lo ligero, lo inmediato, es que buscás el atajo para imponerte, para descalificarlo, la mentira y la ofensa. Eso demuestra que hay que trabajar en una cultura de paz. Una cultura de paz que tiene que comenzar en una política de estado, a la cual deben participar los medios de comunicación, los espacios de publicidad de las empresas, el sector privado, las iglesias, ¿qué mensaje y práctica reproducen?
En los Cinemas de Galerías Santo Domingo, Managua, hasta hace pocos días había un mensaje, al inicio de la película que decía: “Apague el celular”. Mensaje correcto. Pero la imagen que presentaba era un monstruo, en caricatura, que como el otro no había apagado el celular, que era un chiquitín, entonces agarra una piedra pesada y se la deja caer. Ese mensaje que trasladaban en todos los cines, a muchos les puede parecer “normal”, a algunos les provocaba risa, pero esa risa estaba calando en la mente y aceptando como válido que ante el otro que no cumplía la norma, tenías todo el derecho de imponérselo por la violencia y dejarle caer una piedra. Eso es agresión, es ilegítimo, se opone a la cultura de paz. Eso para decir que los medios de comunicación y la publicidad deben tener tacto y cuidado con los mensajes sutiles que transmiten. Es cierto, la sociedad está plagada de mensajes, subliminales a veces, que abonan a una cultura de violencia, a una cultura de confrontación e intolerancia.