Rubén Darío: Emprendedor de palabra impecable
Conferencia
Viernes 16 de noviembre de 2018. 2 – 4 p.m.
Antiguo Convento San Francisco, Granada.
Festival de poesía, Fundación Poesía.
Comienzo citando una frase que está en Prosas profanas, libro publicado por Darío en 1896, en Buenos Aires, en la parte introductoria escribe:
“La palabra tiene un alma. Hay en cada verso, además de la armonía verbal, una melodía ideal. La música es solo de la idea muchas veces.”
Introducción: noviembre para Darío y Nicaragua
Este encuentro poético lo han organizado en noviembre, no sé si fue casual o intencional, porque este mes tiene significado especial, es emblemático y representativo en Darío. Por eso, a manera de introducción, voy a referirme a algunas fechas. Noviembre, desde mi opinión, también un gran significado para Nicaragua en su relación con Darío.
El 5 de noviembre de 1886, murió en León, Manuel García, el papá biológico de Rubén Darío, quien se encontraba en El Salvador. Esa noticia no le impactó porque este hombre no había sido su padre en términos afectivos, pero era el padre que lo engendró. Le provocó a Darío cierta nostalgia por el papá que no tuvo.
El 7 de noviembre, dos días después de la muerte de su padre ese mismo año, aparece, bajo la dirección del joven Rubén Darío, el diario La Unión en El Salvador, un diario que le abre un capítulo importante en su proyección literaria y periodística; además, por las publicaciones del diario conoce la calidad literaria de la joven Rafaela Contreras, ella fue precursora del modernismo en Centroamérica, la primera esposa y madre de su primer hijo. En ese espacio Darío logra expresar su pensamiento unionista centroamericano.
El 12 de noviembre de 1891 es una fecha relevante en su vida personal; después de publicado Azul…, en 1888, ya casado con Rafaela Contreras, se trasladan a Costa Rica después de la crisis del golpe de Estado en El Salvador y de haber salido de Guatemala, nace su hijo primogénito Rubén Darío Contreras, en San José, Costa Rica.
El 27 de noviembre de 1907, hace 111 años, regresa a Nicaragua después de casi 15 años de ausencia, es el reencuentro con la patria, por lo tanto, noviembre es fundamental para Darío y para Nicaragua porque recupera al Rubén Darío que se había ido 15 años antes; produce aquel libro conocido: “El viaje a Nicaragua e Intermezzo tropical”, donde recupera o fortalece la identidad nacional e evidencia su afecto por la patria de origen.
El 21 de noviembre de 1911, Darío otra vez estando fuera, en España y Francia, muere la mamá Bernarda, lo que le afecta profundamente, porque ella fue su verdadera madre, la que lo crio.
En noviembre de 1913, hace 105 años, Darío publica tres obras relevantes en su producción literaria: una de sus novelas El oro de Mallorca, escrita precisamente en Palmas de Mallorca, España; también un emblemático poema que revela la espiritualidad de Darío y los conflictos personales en su búsqueda constante: La Cartuja, “a los callados hijos de San Bruno”, y uno de los poemas más conocidos: Los motivos del lobo. Estas tres conocidas obras surgen (o comienzan a producirse), precisamente en noviembre de 1913.
El 12 de noviembre de 1914, en el penúltimo año de su vida, Darío regresa de Europa a Nueva York, es el mismo día del nacimiento de su hijo primogénito. Viene huyendo, sin opciones, de la Gran Guerra de Europa que lo ha dejado sin empleo cuando estaba en París con las revistas Mundial y Elegancia.
Y el 24 de noviembre de 1915, regresa de manera definitiva a Nicaragua, acompañado desde Guatemala por su esposa Rosario Murillo Rivas, arriban a Corinto; se queda definitivamente en León hasta su muerte.
Por lo tanto, noviembre es significativo para Rubén Darío y para Nicaragua, es representativo de sus dos grandes reencuentros, en su retorno para ser recibido con grandes honores después de quince años de ausencia, y al final de sus días, después de casi seis años de su última partida (abril 1908- noviembre 1915).
Rubén Darío: emprendedor de palabra impecable
Darío es un artesano de la palabra, pero un artesano Impecable de la palabra. Y cuando me refiero a impecable, voy a tomar en cuenta lo que un autor mexicano escribió hace algunos años, en un libro que me gusta por su brevedad y profundidad, se llama Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruíz, escritor y orador.
Escribe este libro desde la sabiduría tolteca y habla de cuatro acuerdos fundamentales para la vida. El primer acuerdo que enuncia, y que logra identificar de esa cultura tolteca es: Sé impecable en tus palabras. Y es la virtud que quiero señalar en Darío: Impecable en su palabra. Me voy a referir a “la palabra”, en doble sentido: en el sentido de la palabra para anunciar, para asumir, para afirmar, para confirmar un propósito, y en la palabra como instrumento y materia prima para trabajar. Esas dos connotaciones no podemos obviarlas.
Dice Miguel Ruíz en Los Cuatro Acuerdos: “Las palabras no son solo sonidos o símbolos escritos. Son una fuerza; constituyen el poder que tienes para expresar y comunicar, para pensar y, en consecuencia, para crear los acontecimientos de tu vida”.
Valentín de Pedro, un argentino, biógrafo de Rubén Darío, escribió en 1961, la Vida de Rubén Darío, y toma de la autobiografía o La vida de Rubén Darío escrita por él mismo en 1912, un acontecimiento de agosto de 1882, un muchacho de 15 años que por primera vez sale de Nicaragua, llega a El Salvador, y tiene la oportunidad de reunirse con el presidente de El Salvador, Rafael Zaldívar, quien lo recibe, y Darío describe así su encuentro: “El presidente fue gentilísimo y habló de mis versos, y me ofreció su protección; más cuando me preguntó qué era lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas exactas e inolvidables palabras que hicieron sonreír al varón del poder: Quiero tener una buena posición social”, dice Darío, “por tener una posición social, lo sospecho”.
Enfatizo lo dicho y recordado por él: “Quiero tener una buena posición social”, es también: buscar reconocimiento o prestigio social. Esta es palabra afirmativa que confirma una visión, que confirma un enfoque: un muchacho que es capaz de enunciar un propósito con claridad, sin lugar a duda, tiene palabra impecable.
Dice Miguel Ruíz, en el mismo texto que me refería: “Las palabras son la herramienta más poderosa que tienes como ser humano, el instrumento de la magia. Pero son como una espada de doble filo: pueden crear el sueño más bello o destruir todo lo que te rodea. Uno de los filos es el uso erróneo de las palabras, que crean un infierno en vida. El otro es la impecabilidad de las palabras que solo engendra belleza, amor, y el cielo en la tierra. Según cómo las utilices, las palabras te liberarán o te esclavizarán aún más de lo que imaginas. Toda la magia que posees se basa en la palabra.
Y Valentín de Pedro, a quien me refería antes en esta biografía de 1961, cuenta otra palabra precisa, anunciada por Darío con convicción y confianza en sí mismo. Dice una anécdota: “Una noche… Lo cuenta un testigo del hecho: una noche de las de diciembre, después del rezo de la Purísima, en la casa de la tía doña Rita Darío, se entregaron los concurrentes a las delicias del piano. Pedro, hijo de doña Rita, primo hermano de Rubén, era un niño prodigioso en el teclado. Tocaba Pedro, y al terminar saludaban con una salva de aplausos. Rubén estaba en el zaguán con otros niños, y como ya se le echaba de ver que tenía anhelos de conquistar fama, le dijeron los amigos de modo intencional: oye Rubén, los aplausos. Él les contestó: Es cierto, los merece; a Pedro lo aplauden aquí, a mí me aplaudirá el mundo. Segunda palabra fundamental en este joven, aún adolescente, Rubén Darío.
Primero, al decir “Es cierto, los merece”, Darío reconoce a su primo, difícilmente descalifica a otro. No es que el primo toque mal, el primo toca bien. Eso es importante en la palabra, una palabra impecable, capaz de anunciar positiva y constructivamente algo, “los merece”. Pero afirma otra cosa, “A Pedro lo aplauden aquí”, “a mí me aplaudirá el mundo”. Es la palabra anunciando un propósito, un fin, una visión que va más allá del corto plazo. Un muchacho, apenas adolescente, capaz de decir eso en aquel momento, me pregunto ¿qué dijeron o pensaron los amigos? “Y a este ¿qué le pasa?, no va a clases casi, no es el mejor alumno, ahí anda en las calles de León con un acordeón y una libreta… Cualquiera diría que “tiene aires de grandeza, de fama, como de conquistador”, sin embargo, Darío afirma con sus palabras: “A mí me aplaudirá el mundo”.
Y cuando le dice a Zaldívar: quiero una buena posición social o reconocimiento social. El Presidente podría pensar que le pediría dinero o algo material, pero Darío no pidió eso. Zaldívar respondió: “Eso no te lo puedo dar yo, tenés que lograrlo vos”. Creo que Darío era consciente de eso, de que esos aplausos que iba a lograr en el mundo no se los iba a dar nadie, los iba a conquistar.
Y vuelvo a Miguel Ruíz que dice en el primer acuerdo: “La mente humana es como un campo fértil en el que continuamente se están plantando semillas. Las semillas son ideas y conceptos. Tú plantas una semilla, un pensamiento, y éste crece. Las palabras son como semillas, ¡y la mente humana es muy fértil! El único problema es que, con demasiada frecuencia, es fértil para las semillas del miedo. Todas las mentes humanas son fértiles, pero sólo para la clase de semillas para la que están preparadas. Lo importante es descubrir para qué clase de semillas es fértil nuestra mente, y prepararla para recibir nuestra semilla del amor”.
Rubén Darío en Dilucidaciones, un ensayo que incluye en el libro El canto errante, en 1907, dice lo siguiente:
“Jamás he manifestado el culto exclusivo a la palabra, por la palabra. Las palabras, -escribe Ortega y Gasset-, cuyos pensares me halagan, las palabras son logaritmos de cosas, imágenes, ideas y sentimientos, por lo tanto, solo pueden emplearse como signos de valores. De acuerdo. Más la palabra, nace juntamente con la idea, o coexiste con la idea, pues no podemos darnos cuenta de la una, sin la otra. Tal mi sentir, a menos que alguien me contradiga después de haber presenciado el parto del cerebro, observando con el microscopio los neurones de nuestra gran Cajal.
En el principio, está la palabra como única representación. No simplemente como signo, puesto que no hay antes nada que representar. En el principio, está la palabra como su manifestación de la unidad infinita, pero ya conteniéndola. Et verbum erat Deum.
La palabra no es sí más que un signo, o una combinación de signos, más lo contiene todo por la virtud demiúrgica (-filosofía que se plantea como creadora del universo o del alma universal…-). Los que la usan mal, serán los culpables si no saben manejar esos peligrosos y delicados medios. Y el arte de la ordenación de las palabras no deberá estar sujeto a imposición de yugos, puesto que acaba de nacer la verdad que dice: el arte no es un conjunto de reglas, sino una armonía de caprichos”.
Esa frase que Darío usa en latín es del Evangelio de Juan 1:1 dice: “En el principio existía aquel que es la Palabra. Aquel que es la Palabra, estaba con Dios, y era Dios”. Y más adelante, en el mismo capítulo, versículo 14 agrega: “Y aquel que es la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros”.
Rubén Darío, emprendedor de palabra impecable, en el primer sentido que definí: anunciando positivamente un propósito. Si digo hoy “no puedo”, no podré. Si digo hoy “no se puede”, no se podrá. No hay en la autobiografía de Rubén Darío, en ninguno de los estudios, nunca la afirmación de Rubén Darío que dijera la imposibilidad de hacer algo relativo a su propósito fundamental. Desde niño creyó en él, aunque nadie creyera. Se enfrentó a su realidad con firmeza, y con una palabra impecable, siempre, lo reafirmó. Así es que cuidemos la palabra.
Emprendedor
Se suele referir, con frecuencia, con la palabra “emprendedor”, a un emprendedor de negocio o empresa. Pero eso limita de manera incorrecta el concepto “emprender”. Emprender es palabra hermana de “aprender”. Aprender y emprender van inseparables, son vinculantes. No puedo emprender, sin aprender. El aprender me permite capturar algo. El emprender me permite encaminarme a lo aprendido. Yo pudiera querer emprender: conquistar la literatura, como hijo Darío. O emprender: conquistar la poesía y la prosa, o un proyecto social, o de cualquiera naturaleza, o científico, empresarial, o político. Y el emprender, obliga a usar una palabra impecable; nadie que quiera emprender dirá: “No podré llegar”. Nadie que quiera emprender comenzará diciendo los “peros” de por qué no va a llegar, porque simplemente no llegará nunca a lo que quiere emprender o alcanzar.
Decía Walt Disney, “Si lo sueñas, es posible”. Todo mundo sabe ahora quién es Walt Disney. Si alguien quiere emprender, debe comenzar por el camino de aprender. Una vez alguien me dijo: “Quiero escribir un libro”. Quiero emprender para escribir un libro. La pregunta que haría es: “¿Qué estás leyendo?, ¿Cuánto estás leyendo?” Y me acuerdo que esa persona, al que le hice la pregunta me dijo: “Es que no me ha dado tiempo de leer”, o “no tengo riales para comprar libros”. La respuesta es obvia: Es imposible que escribás un libro, sino aprendés. Es imposible emprender, sino aprendés. El emprender es consecuencia de un proceso de aprendizaje, de un propósito claro de aprendizaje.
Si alguien escribe poesía y no es capaz de decirme cuántos libros de poesía o literatura ha leído, o quiere escribir una novela y no es capaz de decir cuántas novelas ha leído, cuánto está leyendo, simplemente la conclusión es que será imposible tener una producción sensata de poesía o de prosa sin haber emprendido previamente el camino de aprendizaje.
¿Qué hizo Rubén Darío?
¿Cómo lo hizo para que más de 100 años lo sigamos mencionando?
¿A cuántos recordamos 100 años después? ¿10 años después? Muy pocos sobreviven al tiempo. Pero aquí quiero pasar a otro de los puntos que Miguel Ruíz toca en Los cuatro acuerdos. El primer acuerdo que mencionamos con respecto a Darío, “Palabra impecable”. El segundo es: “No tomes nada personalmente”. El tercero: “No haga suposiciones”. Y el cuarto, que quiero vincularlo a nuestro compatriota es: “Haz siempre lo máximo que puedas”. Pienso que Rubén Darío, según las evidencias de su obra literaria, fue capaz siempre de dar lo máximo.
Si ustedes hicieron lo máximo posible, ustedes podrán decir que han dado el 100 por ciento de lo posible. Para escribir esto, por ejemplo, me preparé, organicé ideas, y las trato de compartir de la mejor manera posible en el tiempo disponible. Es decir, estoy tratando de dar lo máximo que puedo en el tiempo y ante las circunstancias que tengo. No sé si van a captar lo máximo, pero eso no depende de mí. ¿Qué depende de mí? Dar lo máximo en cada momento. Creo que Rubén Darío siempre dio lo máximo de él en el ejercicio profesional de la literatura que asumió como propósito.
“Haz siempre lo máximo que puedas”, enuncia el cuarto acuerdo, desde la sabiduría tolteca. En Historia de mis libros, -que no fue publicado por Darío, aunque él escribió los ensayos que fueron incorporados en el libro-, dijo: “Siempre tuve pasión por lo elevado y heroico”.
Miguel Ruíz escribe: “Bajo cualquier circunstancia haz siempre lo máximo que puedas, ni más ni menos…/… Si siempre hacer lo máximo que puedas, una y otra vez, te convertirás en un maestro de la transformación. La práctica hace al maestro. Todo lo que sabes lo has aprendido mediante la repetición. Aprendiste así a escribir, a conducir, incluso a andar. Eres un maestro hablando tu lengua porque la has practicado. La acción es lo que importa”. Darío tuvo obsesión por la perfección: siempre persiguió lo máximo y buscó lo más elevado.
En Último año de Rubén Darío, Parte I (2015), recogemos una publicación del 13 de febrero de 1916, un texto que firma Arturo Elizondo, del día siguiente de la muerte de Darío, ensayo titulado: “Nuestro gran duelo”. Fue publicado en la Gaceta, Diario Oficial de Nicaragua, quizás como documento oficial del estado de Nicaragua, frente al duelo ante la muerte de Rubén Darío, ocurrida el día anterior, dice:
“El nombre de Rubén Darío es foco radioso de las bellas letras en todas las naciones de habla española. En España y América, amplios términos de los hemisferios, fueron el campo anchuroso en donde irradió su delicado espíritu, y ahora nosotros, sus compatriotas enorgullecidos, bien podemos exclamar que no se pone el sol en sus dominios…”; “…en nostalgia espiritual, porque este mago del arte nos hace pasar por todos los raros estados del alma: ¡tal poder de representación tiene el numen de los artistas eminentes!…”; “… A tan gran perfección no se llega si no conociendo la técnica con toda minuciosidad: que ser consciente en ello y tener la base de la intuición en la belleza, es estar en actitud de producir obras que se levanten en el cielo del arte para volar entorno de la ansiada perfección…”; “…La cultura de Darío y su feliz disposición para el cultivo de las humanas letras, orgullo y gloria de Nicaragua son, porque esa cultura surge de nuestros propios medios; porque su naturaleza exquisita es resultante de nuestro propio ser. Su gloria es gloria de Nicaragua, que tiene en él una revelación de sus fuerzas, en el cultivo de la belleza, así en la amplia libertar de la prosa, como en lo difícil, restringido y severo de los periodos simétricos”.
Si tuviéramos que preguntarnos sí Darío hizo lo máximo en lo que vino hacer, según la identificación de su propósito de vida, hay multitud de argumentos que nos ayudarían a concluir que no solamente fue de “palabra impecable”, sino que “hizo lo máximo” en lo que tocaba hacer. Era obsesionado con la perfección: obsesionado con la calidad del texto, la profundidad de sus textos, en el contenido y la forma.
En esta primera parte, tenemos estos tres conceptos que hemos compartido: “palabra impecable”, “emprendedor”, “hizo lo máximo”. Pero, ¿En qué hizo lo máximo Darío?
Quiero anunciar siete (7) puntos que, desde mi opinión, son los impactos de Darío en la literatura universal: renovó el español, innovó la poesía, innovó la prosa, impuso una estética, fundó el modernismo literario, es un clásico y es un Cisne negro porque lo hizo desde la adversidad, remontándose desde la imposibilidad de hacerlo. ¿Por qué lo hizo? Palabra impecable, lo anunció y no dudó, e hizo lo máximo; también hay que preguntarse ¿cómo lo hizo? Porque alguien puede decir que el consejo es no estudiar, no matricularse en la universidad, ni cursar la secundaria, no sería malo ¿saben?, las universidades y escuelas normales ponen una camisa de fuerza para la innovación.
Pedagogía rubendariana: ruta de aprendizaje para emprender
Entonces, ¿cómo lo hizo? Si no iba clases ¿Cuál fue el camino recorrido? Aquí enuncio un termino que llamo “pedagogía rubendariana”, ¿Cuál fue esta pedagogía? Creo que en Nicaragua tenemos que replantearnos cómo estudiamos a Darío y lo que queremos aprender de él, y puedo decir: si soy ingeniero o médico ¿qué me importa la poesía? Puede ser que aburra, que a algunos les parezca una atracción absurda, sin sentido, ¿Por qué a todos nos tiene que gustar la poesía, el derecho o la ingeniería? ¿Es malo o bueno? ¿Es malo que no me guste la poesía? ¿Quién dice que es malo? ¿Es malo que no me guste leer novelas? ¿Por qué una cosa va a ser buena o correcta? Y ¿Por qué otra cosa va a ser mala o incorrecta? No es cierto, tienen razón.
Y alguien puede decir que de Darío le aburre la poesía, esa Marcha Triunfal, ése Caupolicán, los mismos poemas de todos los años, repitiendo y repitiendo, puede que las personas tengan razón. Aquí viene un punto importante, podríamos estudiar lo que hizo, que innovó la prosa, la poesía, el idioma y la estética española, el movimiento modernista, etc. Puede ser que me gusta la literatura y profundizo eso. Pero podría aprender del hombre, del individuo, saber cómo lo hizo, porque lo hizo mas allá si escribís poesía o querés ser ingeniero, escritor, médico, abogado o científico. Va mas allá, es el método del genio literario que permite conquistar, desde la adversidad, la altura, eso camino de Darío, podríamos observarlo y aprenderlo, pero ¿creen que en las escuelas se dice eso? No se dice así.
Estudié primaria, secundaria y universidad, nunca me dijeron eso, me gusta la literatura, pero conozco compañeros que les aburría, les parecía tedioso e improductivo y tienen razón; la pregunta es ¿Cuál es la ruta? ¿Por qué esa ruta es válida para cualquiera, en cualquier circunstancia?
Eescuchar, primer aprendizaje de Darío. ¿Seguimos escuchando? Fue la tertulia de León su primera gran escuela, donde otros hablaban y él escuchaba. El segundo aprendizaje fue leer, lector incansable. Tercero: observador acucioso. Éstos tres elementos: escuchar, leer y observar lo convirtieron en un autodidacta que organizaba su propio aprendizaje, establecía sus prioridades de aprendizaje. ¿Qué movía al autodidacta? Cuarto: la curiosidad lo llevó a escuchar, leer, observar… En Darío es aprender a escuchar y escuchar siempre, aprender a leer y leer siempre, observar y no perder la curiosidad; curiosidad que lo llevó a viajar, a conocer personas, conocer libros, personas, países, lugares, curiosidad por descubrir. Quinto: tenía visión. La curiosidad requiere un sentido, elemento fundamental, una orientación, una visión. En León, en 1907, cuando regresó a Nicaragua, hace 111 años, dijo: “Yo vine en un momento en que era precisa mi intervención en el porvenir del pensamiento español en América. ¡Yo soy un instrumento del Supremo Destino, y bien pudo nacer en Madrid, corte de los Alfonso; en Buenos Aires, tierra de Mitre, en Bogotá o Caracas, el que nació en la humilde Metapa nicaragüense”. Sexto: persistente, no faltaron obstáculos externos e internos; es imposible que lograra el propósito trazado sin ser persistente.
Logró su propósito
Finalmente pregunto, ¿lo logró? La respuesta es obvia, ¡claro, lo logró!, este muchacho lo logró desde la adversidad.
En el prefacio de Cantos de Vida y Esperanza; Los cisnes y otros poemas publicado en Madrid,1905, escribe: “¡El movimiento de libertad que me tocó iniciar en América se propago hasta España y tanto aquí como allá, el triunfo está logrado!”. Es consciente de que logró el triunfo, nadie se lo tiene que reconocer, él tiene la convicción, y en la Historia de mis libros cuando se refiere a Azul…, publicado en La Nación de Buenos Aires, dice: “Esta mañana de primavera me he puesto a hojear mi viejo libro, el libro primigenio, el que iniciara un movimiento mental que había de tener después tantas triunfales consecuencias”.
Alcanzó lo que emprendió; nada es gratis hay costo para aprender, hay costo para emprender ¿Qué tan alto es tu emprendimiento? Va a ser igualmente alto el costo, el sacrificio, el esfuerzo. Alguien dice que quiere escribir un poema o un libro, tiene un costo, no justamente económico, hay costo de tiempo, de prioridades, hay costo de motivaciones, rechazos, todo tiene costo; pienso que Darío pagó tres grandes costos.
Pagó tres grandes costos
El primer costo gran costo es que no pudo lograr una familia estable, Darío renunció a la familia, sacrificó a la familia, a los hijos ¿Cuántas veces chineó o durmió a sus hijos? Pocas veces. No pudo consolidar un hogar estable. Ése Darío “patita de perro”, le gustaba andar acá para allá, pónganse a pensar en lo siguiente. ¿Qué mujer aguanta ese ritmo? Tenés que renunciar a algo. ¿Podrías hacer las dos cosas? no es tan fácil, ubiquémonos en el contexto, en las características y en el balance emocional de Darío, esas carencias de afecto se manifiestan nuevamente en la imposibilidad de construir una familia estable. Es uno de los grandes costos de Darío, no pudo consolidar una familia estable.
Hay un segundo costo que también es otro ¿Dónde está el capital económico de Darío? No hay dinero, siempre andaba ajustado, ahora diríamos que no tenía inteligencia financiera, no tenía criterio del costo, de la economía, del dinero. Lo que le entrara poco o mucho se iba con facilidad porque tenía un nivel de desprendimiento a veces irresponsable, ¿cuántos activos materiales dejó a sus hijos? Sobrevivieron sus obras, esos son sus activos. Hoy son de Nicaragua, de la humanidad.
Tercero: quería ir a León, ciudad a la que le tenía profundo afecto, pero también resentimiento por circunstancias políticas, sociales, etc. Renunció a la patria en términos fìsicos, nunca dejó de ser nicaragüense; regresó al final de su vida; pudo haberse quedado viviendo en León, bachillerarse, después cursar su universidad, casarse con Rosario o venirse con Rafaela, tener una familia, un hogar estable, llegar diariamente a la cada a las cinco de la tarde ¿Pudo haberlo hecho? Talvez, pero significaba que hacía eso o lo otro, eran circunstancias difíciles, tomó su decisión, pagó el costo, sacrificó la salud física y emocional.
¡Lo hizo!
¿Ustedes qué quieren lograr? Sepan que lo que quieren lograr tienen un costo y deben estar dispuestos a pagarlo; me pregunto ¿Darío era consciente de los costos? Tal vez no, pero era consciente de su visión y esa visión obsesiva y clara lo llevó a sufrir y padecer todo lo que sobre el camino iba ocurriendo. En Cantos de vida y esperanza, en el ensayo que incluye en Historia de mis libros dice: “Si, más de una vez pensé en que pude ser feliz, si no se hubiera opuesto ante el rudo destino”.
Quizás le faltó equilibrar todos los ámbitos de su vida; es fácil decirlo desde fuera y después, hay que ponerse en su camisa; ¿quién se atreve a juzgar a éste “artesano de palabra impecable” que pagó sus costos? Que dio lo máximo en lo que logró emprender con éxito lo que se propuso; a nadie le queda duda ahora: lo logró de manera evidente e indeleble.
¡Muchas Gracias!