Origen y evolución de una novela
Managua, 6 de diciembre de 2018.
En memoria de Fernando Silva Espinoza ,
“El hombre más nicaragüense del mundo”.
En septiembre de 1993 se desarrolló en Nicaragua una huelga general del transporte colectivo en contra de las políticas económicas aplicadas por el gobierno y que estuvo vinculada a otros conflictos sociales y políticos por la creciente inconformidad frente a la privatización. En aquel contexto, estando en la Policía Nacional, a cargo de la Dirección de Investigaciones Económicas, me percaté, más allá de la complejidad del escenario que el país vivía, de la cotidianidad de la gente común que viaja en transporte público y que, durante los días de paro, caminaba en multitud por las calles hacia su casa o centro de trabajo, se aglomeraban en las paradas y aceras en la mañana y en la tarde, abordaban camiones o camionetas que improvisaron para acarrear personal. Fue allí, hace veinticinco años, cuando, en mi afición de lector y escritor, comencé a redactar la versión preliminar de lo que sería la novela titulada Rostros ocultos, que finalmente publiqué con la editorial PAVSA, en noviembre de 2005, a cargo de Francisco Arellano Oviedo, de la Academia Nicaragüense de la Lengua.
Aquel texto rústico que surgió como anotaciones, observaciones, reflexiones, recuerdos y experiencias escuchadas y supuestas, que no pretendía ser un libro, quizás solamente el registro de la memoria que suele llevarse el tiempo si no se captura oportunamente, fue la necesidad de capturar las percepciones que a menudo cambian. Quizás se me ocurrió escribir un ensayo, o un cuento, pero nada de eso fue concretizado porque las circunstancias laborales absorbieron la mayor parte de mi tiempo, y un texto extenso requería, -como los autores saben-, “largo aliento”. Así que, durante los años que siguieron, solo se produjeron narraciones inconclusas y artículos breves, cuya mayoría, una vez concluidos, ha visto la luz a través de otros libros, en suplementos literarios o artículos de opinión.
Sin embargo, eso no quiere decir que la inquietud y la observación despertada y, afortunadamente registrada en texto preliminar, no siguiera su rumbo en la elucubración mental y emocional que no nos dejará en paz hasta que se produzca la narración que debe recogerlo. Se fueron sumando otras anotaciones, apreciaciones y percepciones, que alimentaron el hilo conductor y la trama de lo que fue al final. Con frecuencia, durante once años, decía que iba a buscar espacio para hacerlo con dedicación, pero el espacio no llegó, hasta que, afortunadamente, el presidente Bolaños, cuando era subdirector de la Policía, violando la ley y obviando las resoluciones judiciales respectivas, decidió por prejuicio, mandarme a retiro anticipado, era mediados de abril de 2005, tenía el grado de Comisionado General. Después de aquella decisión arbitraria, entendiendo que, según la ley vigente, me tocaba salir un año y medio después, decidí, a la semana siguiente, no gastar energías en lo que no depende de mí, y enfocarme en el proyecto pendiente que enrumbara mi vida. Desde la última semana de abril, y durante los meses de mayo, junio y julio de 2005, dedicando doce o más horas cada día, escribiendo y reescribiendo, revisando y corrigiendo, observando y reflexionando, obtuve la ansiada oportunidad del largo y dedicado “aliento” y, al concluir julio, la novela, desde mi opinión, estaba lista en contenido y forma para ser entregada al editor. Tres meses después, la primera edición fue presentada en el auditorio del Hogar Zacarías Guerra (Managua), a cuya institución doné los beneficios de esa primera impresión, el tercero de los doce libros publicados hasta ahora. Cada uno, cada creación, tiene su propia historia, motivación y circunstancia que a veces el entorno, y no uno, determina.
En medio de la intensa jornada de abril a julio de 2005 ocurrió un hecho que siempre, a cualquier edad, nos afectará, falleció mi madre, el 30 de junio, después de treinta días de hospitalización. Esta ocupación fue una distracción que me permitió refugiarme y superar el dolor y quizás, de alguna forma, recogerlo en algunos párrafos de lo narrado. Por eso el libro está dedicado a ella.
La vida, una vez más, frente a la adversidad inesperada, me abrió nuevas y fascinantes oportunidades. Diré: “¡Qué bueno ha sido Dios conmigo!”, repitiendo a José de la Cruz Mena, según “Ruinas: mi incurable tristeza” (A. Zambrana), y a José Zacarías Guerra, según “Manantial” (2013).
Después de siete impresiones, con decenas de miles de lectores, en este año 2018, para conmemorar la versión preliminar, hemos publicado, en formato de bolsillo (PAVSA, Managua, octubre 2018; 352 pp.), una octava impresión (cinco ediciones y tres reimpresiones; además de la versión digital disponible en Amazon), cuyo tamaño facilita que se puede llevar en cualquier espacio y leer en cualquier lugar, mientras viajamos en bus, en las salas de espera, en el aula de clase o el rincón personal que cada quien disponga. Desde un lenguaje coloquial entre personajes sin nombres, en lo cotidiano, la lectura nos adentra en el comportamiento y las percepciones humanas que invitarán a superar la indiferencia ante quien viaja a nuestro lado, no solo en el bus, sino en el camino de la vida en donde unos suben y otros bajan, en donde vamos juntos y a la vez solos, limitados dueños de nuestra propia existencia, compartiendo el mismo “asiento” y que, por diversas circunstancias, nos separamos…
Durante estos trece años, después de haber conversado en múltiples auditorios y aulas de clase con muchos estudiantes y maestros, a través del correo electrónico o con los mecanismos virtuales, y la interrelación directa, -siempre insustituible-, he tenido, gratas e inolvidables experiencias, sobre las apreciaciones, sensaciones y reacciones que la obra ha producido entre los lectores jóvenes y adultos, a veces, -lo reconozco-, más allá de lo que como autor pude imaginar, confirmando una vez más que cualquier texto, una vez producido, sale de nuestras manos, pero se sigue recreando y rehaciendo hasta llegar a ser, en el lector, otro, uno propio y particular para cada uno.
Francisco Arellano Oviedo, -quien mejor conoce la mayoría de libros que he publicado-, la refirió como “la calidad de la nueva novela nicaragüense” (2005); para el poeta y escritor Luis Rocha, a propósito del libro de breves ensayos literarios Entre autores y personajes (mayo 2005), dijo que el autor “se consumaba como uno de los novelistas allí estudiados” (2005); el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal comentó: “es una novela democrática: el pueblo común y corriente tiene ya su novela” (2008). El maestro y poeta Guillermo Rothschuh Tablada escribió el prólogo para la segunda edición (2006): “Los usuarios de buses ya tienen su novelista”, en él escribe: “Entran al túnel los buses –amarillos como la muerte, según Rubén Darío- con los rostros ocultos por el peso de la multitud. Sin embargo, bajo una luminaria sin luz se yergue un rostro más –Bautista Lara- asomándose a nuestra propia identidad”.
El poeta y narrador Dr. Fernando Silva Espinoza, desde su máquina escribir, tecleó (2005), con su particular narrativa, las impresiones de la lectura: “es la novela de uno mismo también, porque nos lleva envueltos en el mismo papel donde envuelve el mismo relato”. Silva fue, -él lo supo-, debo decirlo una vez más, el autor de dos de los primeros libros que, en primer año de secundaria, en el Instituto Pedagógico de Managua, despertaron en mí el insaciable interés por la lectura que, desde aquel entonces, afortunadamente, no he dejado. Esos libros: “El Comandante” y “De tierra y agua”, están aquí en los estantes de mi biblioteca. Por eso la dedicatoria obligada de este breve escrito, por la complicidad en el oficio que, sin saberlo, me insinuó.
Gracias a todos y todas. Muchas gracias.
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