INCONCLUSOS: narraciones. Adaptarse y romper los esquemas.
Managua, lunes 22 de abril de 2019.
El escritor Francisco Javier Bautista Lara conversa con estudiantes del Colegio Doris María, lectores del libro INCONCLUSOS
Inconclusos es un libro cuya primera edición la publiqué en 2008, el año pasado creo salió la quinta edición. Reúne 20 narraciones breves de ficción. Es una nueva propuesta narrativa a la que no llamo cuento, sino “inconcluso”. Estos relatos tienen una particularidad, en general, la mayoría son “no terminados”, contados desde distintos puntos de vista sobre un mismo hecho y circunstancia, relatos en primera persona por distintos actores, humanos y materiales, desde cada punto de vista, la única manera de comprender o aproximarnos “al todo”, es a partir de todos. Se van complementando las historias que siempre serán inconclusas desde la multitud cambiante de percepciones.
Quiero comenzar contándoles algo a manera de cuento y sobre el que podrán reflexionar. Cuando nacemos, no sabemos hablar, casi no oímos, casi no vemos, no podemos valernos por nuestra cuenta, somos “una página en blanco”. Somos un pequeño niño o niña que depende totalmente del papá o de su mamá, de los adultos, que ignora todo; que todo lo que le rodea le es desconocido. Ese niño o niña, cuando llega al mundo, no se percata todavía que, en el mundo, ya están muchas cosas, o que “todas las cosas” ya están hechas: el idioma que va hablar está hecho, las casas están construidas, existe un montón de conceptos y sistemas impuestos, es decir, cuando uno llega al mundo, no llega a un lugar vacío. Uno llega como una página en blanco, pero el mundo que nos rodea, el entorno donde nacemos, existe de una forma determinada.
Y entonces, nosotros ¿qué comenzamos a hacer cuando somos niños, desde una cuna? Llorar. Pero no podemos pasar llorando siempre, comenzamos a aprender de manera acelerada, llorar también es un ejercicio físico y emocional que nos ayuda a aprender en esta etapa preliminar de nuestra existencia. La primera práctica fundamental del aprendizaje es escuchar. No sabemos hablar. Para hablar, antes de hablar, tendríamos que escuchar, porque comenzamos a escuchar al papá decir una palabra: “niño”, “niña”, o un nombre, o una expresión; y empezamos a escuchar ese nombre o esa expresión, los ruidos del entorno. Y esos ruidos del entorno, ese niño que está ahí, que es una página en blanco, que no tiene nada escrito en su memoria, comienza a grabar como una grabadora, todo lo que está escuchando, y comienza a interpretar y su cerebro comienza a desarrollarse de manera rápida ante todas las expresiones, antes todas las manifestaciones que en el entorno consume: escuchamos.
Y vemos, y comenzamos a ver y a grabar las imágenes; y comenzamos a observar. Ese niño de un mes, de dos meses, de 1 año, de 6 años, ese niño que fuimos nosotros, comienza a aprender del mundo. Pero ese mundo no lo hicimos nosotros, ese mundo está hecho, ¿saben por qué hablamos español nosotros? Hablamos español porque la gente que nos rodeaba hablaba español. Si nosotros hubiéramos estado rodeados de personas que hablaran chino mandarín, aunque fuéramos morenitos, latinos y nicas, y desde un mes de nacido todo el entorno hablaba chino, el día de hoy hablaríamos perfecto mandarín, sin acento, porque escuchaste desde el principio de la vida. Y si fuera alemán lo mismo, o cualquier otro idioma. Nosotros escuchamos desde niños español, por eso todos lo hablamos con fluidez.
Llega un momento que empezamos a entender ese entorno, y comenzamos a ser conscientes de que hay un conjunto de cosas ahí, y eso no sucede cuando tenemos un año, dos o cinco, puede ser que suceda a los doce, o trece. Nos percatamos del que ya existe, que fue construido, que fue diseñado, y a veces, como decía Saramago, un escritor portugués premio Nobel de Literatura: “a veces nos percatamos y nos preguntamos ¿Quién ha hecho esto por mí?” Ya está hecho. Entonces nos cuestionamos qué es lo que vamos a creer, y qué es lo que vamos a asumir.
Un día de estos, escuchaba a una amiga que tiene un niño de 6 meses, y me decía: no estoy seguro si debo bautizarlo o no, y le pregunto: “¿Vos qué sos?”, “soy católica”, me dijo, “me bautizaron de chiquita, pero no voy a misa. Pero me han dicho que a los niños es mejor esperar que ellos decidan si se quieren bautizar”. “Tenés razón”, le dije, pero, a la vez “no tenés razón”. Porque resulta que, por qué no le dejas a un niño que escoja el idioma que quiere hablar, vos le enseñas el tuyo. ¿Por qué no dejas que el niño que viva en la casa que quiera vivir”, no, vive en la tuya ¿Por qué no le das al niño el nombre que quiera escoger? Le das el tuyo. Entonces el niño es incapaz de hacerlo, por lo tanto, el padre y la madre, le dan al niño lo que tienen: tienen una creencia religiosa se la dan, tienen una nacionalidad se la dan; cuando el niño crezca y tenga 18 o 20 años que él decida lo que quiera asumir, hacer o confirmar.
Alguien puede haber sido criado como católico, y después dice: “Voy a ser musulmán”, que sea, si quiere; pero sus padres son católicos, lo hicieron católico, es normal que ocurriera eso.
Un niño de primer grado, no tiene capacidad de decidir dónde va a estudiar, porque está chiquito, no tiene capacidad de decidir; los padres o tutores deben decidirlo. Son menores de edad, no tienen capacidad plena de decidir, están sujetos a lo que los padres decidan en general.
Después de esa reflexión, voy a otro punto, para entrar al texto que ustedes tienen ahí:
Nuestra vida, nuestra existencia, hasta la muerte, está marcada por tres prácticas necesarias: la primera, escuchar; la segunda, observar; la tercera, ver. Aquí viene una reflexión adicional: Cuando veo, ¿qué veo?; cuando escucho, ¿qué escucho?; cuando observo, ¿qué observo? ¿Saben qué observo? Solamente una parte de la realidad, solo la parte de la realidad que mis prejuicios, mi educación, mi experiencia, mis circunstancias me permiten ver-escuchar-observar. No veo todo, nunca puedo verlo todo. No porque no quiero, es porque el mundo y el entorno me condicionan a ver una parte del todo.
Solo a manera de ejemplo: no sé si ustedes saben que el oído humano, solo es capaz de captar un grupo de sonidos, hay sonidos que nosotros, nuestro oído es incapaz de captar, no escuchamos. Ustedes saben también, que la vista solo es capaz de captar ciertas imágenes, ciertos colores; el espectro de colores que existe, es muy amplio; la mayoría de ese espectro de colores no los vemos porque nuestra vista no está hecha para verlos. Si estoy aquí, a la hormiga que estuviera en aquella esquina, al fondo, no la veo, pero si fuera un águila, vería a la hormiguita caminando por allá. Mi vista no puede ver todo, ni mi oído puede oír todo, desde el punto de vista físico, pero desde el punto de vista mental tampoco logramos ver todo, no logramos entender todo, porque fuimos educados, por ejemplo, con una forma de pensar que nos heredan nuestros padres, aprendimos un idioma determinado, aprendimos una manera de hacer las cosas que es diferente a otros, a pesar de las similitudes transmitidas cultural y socialmente, nuestra herencia biológica y el imaginario colectivo.
Yo tomo cada mañana una taza de café; esta taza de café que tomo ahora, no lo hice a mi gusto, es el que me dieron aquí, a lo mejor es feo, según mi parámetro de preferencias, pero es el que me dieron. Pregunto ¿cómo toman el café ustedes en su casa? ¿cómo acostumbran tomarlo? ¿saben cómo lo toman? Como se lo enseñaron sus padres; ese gusto del café con que lo toman en la mañana, es el referente futuro para saber si un café está rico o feo. De tal forma que, si el café de aquí está amargo, y estoy acostumbrado a tomarlo suavecito, o si el café está azucarado, y estoy acostumbrado a tomarlo amargo, ¿cuál es mi referente para comparar la calidad del café? Mi referente es cómo lo tomaba en casa, desde chiquito, acostumbrado a tomarlo con leche en la mañana, con dos cucharaditas de azúcar, ese es mi referente, lo que tome después siempre lo compararán, porque es el parámetro que aprecian. Lo mismo con los frescos naturales, o con el desayuno, las reacciones emocionales, el tipo de palabras que uso.
La realidad que nosotros percibimos de fuera, no es toda la realidad, es parcial, parte de la realidad, del entorno. Por lo tanto, no es cierto que tenemos la verdad cuando vemos un hecho, nuestra interpretación siempre va a ser inconclusa, y será inconclusa porque la verdad total de un hecho solo va a ser posible cuando todas las personas son capaces de complementar el todo.
La primera puerta del aprendizaje es escuchar. Las personas silenciosas que primero escuchan y después preguntan, primero escuchan y después comentan, tienen mayor posibilidad de aprendizaje, y, por lo tanto, mayores oportunidades de éxito. Aquel que con facilidad dice cualquier cosa, cuando no termina el otro de hablar, asalta la palabra, y dice cualquier cosa, esa persona, seguro, tendrá mayor dificultad de aprendizaje, mayor posibilidad de error, menor probabilidad de éxito en su propósito.
Les voy a contar un cuento africano que lo leí hace poco:
Dicen que un campesino, salía al campo con sus animales a pastar, como hubo sequía en su zona, se movió con sus animales a un lugar más lejano, adonde hubiera más pasto. Llegó al borde de una montaña, y vio que había dos aves en el suelo, eran dos pichones de águila; arriba, en la cúspide, estaba un nido; los pichones se cayeron: uno murió, y el otro pichoncito estaba vivo, pero no podía volar ni caminar, entonces, el campesino agarró al pichoncito vivo y se lo llevó a su granja. En su granja lo que tenía era unas vacas y un gallinero. El campesino comenzó a cuidar al ave, el ave no podía comer; él le daba la comida, daba de tomar, y poco a poco se fue recuperando del golpe y estaba creciendo.
El ave se recuperó y desarrolló en aquel ambiente. El campesino no sabía qué hacer con el ave, por lo que decidió, desde su llegada, meterla en el gallinero. El pichón, por lo tanto, no tenía a su mamá águila o a su papá águila, que le enseñaran a ser águila, no había en su entorno águilas a quien imitar. Al principio el campesino dudaba sobre lo que tenía que hacer, pero era consciente que podía darle lo que tenía, un espacio en su gallinero. Al principio, las gallinas se asustaban, pero después de algunos días y meses, las gallinas convivieron con el extraño huésped, y comían con el pichón, maíz y trigo, lo que comían todas las gallinas. El pichón de águila aprendió a convivir con ellas según observaba.
Pasó el tiempo, el águila creció, entonces era grande, y las otras gallinas eran chiquitas, pero ahí seguían juntos; no tenían problemas para llevarse bien, porque seguramente el águila creía que era gallina, y se comportaba como gallina. Y las gallinas, ya habían visto al águila y creían que era una gallina crecida y quizás algo distinta. Un día, caminando por el lugar, llegó una naturista, esos que andan haciendo investigaciones de aves y plantas; llegó a la granja, y vio dentro del gallinero al águila, se asustó y, con mucho interés, fue a hablar con el campesino: “¿qué hace un águila dentro de un gallinero?”. Entonces, el campesino le dijo: “No, es que ahora esa águila es una gallina, se comporta como gallina”. “Pero eso es imposible, esa águila tiene instinto de águila, y todo es cuestión de despertarle el instinto, su memoria biológica de águila para que sea águila”, dice la naturista. “No sé cómo”, comentó el campesino, “tengo a mis gallinas, y puse a el águila ahí para que sobreviviera, se llevan bien entre ellas”. El naturista: “Bueno, entonces, voy a hacer un experimento con el animal”.
Lo agarró y lo tiró al aire, pero la pobre águila-gallina, cayó al suelo y se golpeó. Tambaleando, caminaba como gallina. Entonces quiso buscar mayor altura, subió a una escalera con la gallina-águila, unos 3 metros de alto, y la dejó caer desde arriba, y la pobre ave, cayó muy asustada al suelo, tambaleando cayó al suelo, y siguió caminando como gallina. Entonces dijo el naturista: “Necesito ir al lugar donde nació”. El campesino la llevó al pico de la montaña, trató de subir al ave a la cima, el águila estaba nerviosa, era un lugar desconocido. El sol resplandecía; el naturista puso el águila frente al sol; el águila apartaba, al principio su vista, le molestaba el resplandor. El naturista, la mantuvo frente al sol, y de repente, la empujó al precipicio. El águila caía al vacío, volvió su mirada al sol, extendió sus alas y se levantó a volar. Voló.
¿Qué es lo que podemos encontrar aquí?
Si lo que nos rodea, nos enseña a hacer algo, vamos a ser así: llámese idioma, cultura, comportamiento, paradigmas, llámese lo que sea. Efectivamente ustedes pongan a un gatito chiquito, sin conocer gatos, y vive con los perros, se comportará como perro. El gatito tiene su instinto, pero su instinto se ve limitado porque el aprendizaje lo hizo en un entorno social, en un entorno colectivo distinto. Pero también, cada persona es capaz de romper ese condicionamiento, es capaz de ver más allá, y de sacar su potencial natural, según su voluntad y propósito, según la historia que hemos contado, como ocurrió con el águila, que tuvo la oportunidad y decidió ser águila.
Aquí uno se pregunta algo: ¿No será que sos águila y no gallina? O te querés quedar como gallina, pudiendo ser águila. Es decir, querés quedarte como gallinita sin poder volar, pudiendo volar alto. ¿Qué es lo que marca la diferencia entre esa águila que se comporta como gallina? Es que ella creció en ese entorno, pensó que no podía volar, y creyó que era gallina, porque comía como gallina, nunca había visto un águila, su memoria había perdido ese recuerdo; no había visto de frente al sol, como suelen hacer las águilas en las alturas y vuelan. Eso marca la diferencia.
Inconclusos
Este libro que ustedes leyeron, se llama Inconclusos porque son relatos desde distintos puntos de vistas, sobre una historia o acontecimiento igual. Aquí hay un grupo de alumnos y maestros, si después de esta charla, les pido que escriban un resumen, o que escriban un comentario de lo que dije, aquí habrá tantos resúmenes como asistentes, opiniones y comentarios distintos, algunas coincidencias y algunas diferencias, sobre la misma conferencia. Hablé una vez, y dije las mismas palabras a todos ustedes que me están escuchando, pero cada uno interpretó mis palabras, interpretó los conceptos de distinta manera, quizás algunos, con más profundidad, y quizás algunos, con más superficialidad, según los prejuicios, paradigmas, experiencias, de cada uno ¿Qué hace la diferencia?
¿Cuál es la historia real y completa que habría que contar? La historia a contar debería de ser la suma de todas las historias que cuenten, sobre esta misma charla. De tal forma que la historia que uno cuente, es inconclusa, porque necesita la historia de ella, de él, del otro, de todos ustedes, para que pueda ser concluida y quizás completada.
Cuando escuchamos a un prisionero en la celda, según uno de los relatos de Inconclusos, él contará una historia desde ahí, pero el carcelero, quien lo cuida, contará la historia desde otra posición. Lo mismo la víctima, si pudiera, contaría desde un punto de vista distinto. No es lo mismo contar la historia frente a ustedes, que, sentado como alumno o maestro. Cada historia “es correcta y verídica”, pero inconclusa. Cada historia es complementaria a la otra, no puedo desconocerla porque de alguna manera también “es real”, en lo relativo de las “realidades”. ¿Qué es lo que hace la diferencia? ¿Por qué? Porque tengo distinta experiencia y distinta formación, y cuando escuchaba desde chiquito, escuchaba cosas distintas, y a lo mejor el café de mi casa, era sin azúcar y sin leche. Por eso me gusta sin azúcar ahora, pero a lo mejor el café de ustedes, era con leche. A lo mejor, el de otro, no era café, tomaba pinolillo, y entonces, hoy preferís pinolillo o pinol. Eso hace la diferencia, según el origen, la formación y el camino recorrido.
Cuando ustedes ven Inconclusos, esos 20 relatos pueden tener una historia complementaria, distinta. Hay otra cosa que quisiera identificar: la observación. Solamente la observación nos permite interpretar el entorno, solamente la observación nos permite comprenderlo, y reconozco un concepto, es cierto que tenemos que adaptarnos. También quiero cuestionar ese concepto: aquí tenemos que adaptarnos, pero también tenemos que adquirir capacidad de romper los esquemas.
Vean el caso del águila, cuando era un pichoncito, tenía que adaptarse, sino moría. Y debió comer maíz y trigo, como comían las gallinas, porque si el ave decía: “¡No! Si no comía ese alimento, irremediablemente moriría. Hay disponible maíz y trigo, entonces el águila comió eso, se adaptó y sobrevivió.
¿Saben que es ser inteligente? Dicen que ser inteligente no es saberse de memoria muchas cosas, ni haber leído muchos libros; ser inteligente es tener la capacidad de adaptarse al entorno, es tener la capacidad de adaptarse a los cambios, si pasa cualquier cosa, me adapto, sobrevivo y lo supero, eso es ser inteligente. Aunque hayan leído cien libros, si no adquieren esa capacidad para la adaptación, no habrán conquistado la inteligencia. Si ustedes observan el águila, debemos reconocer que fue inteligente, porque con su instinto de animal, se adaptó a aquel entorno, no estaba en su nido en la cúspide de una montaña, no tiene a mamá águila para que la cuide, no hay carne para alimentarse, vive en un gallinero entre gallinas, y debe comer de los granos que comen las aves de corral y comportarse como ellas.
Si el águila dice: “No hago eso”, muere. También vamos al caso: una vez que tuvo la oportunidad de recuperar su memoria, viendo el sol desde la cúspide, y ante el peligro cuando la lanzan desde la altura, inmediatamente recupera en su memoria su capacidad instintiva, extiende sus alas y vuela. Es decir, es cierto que tenía que adaptarse, pero también es cierto que tenía que romper el esquema en el que estaba viviendo para ser águila, porque si te adaptás y acomodás, y te quedás donde estás, simplemente porque has sido pobre, y seguirás siendo pobre; simplemente por ser “bruto”, porque te han dicho eso, seguirás siendo bruto; o por soy feo, o porque nadie te quiere; o seguir siendo gallina, estás mal, podés ser águila para volar alto. Eso es Inconclusos.
¿Qué es bueno o malo?
Para mí lo bueno, es lo que hace bien, y lo malo, es lo que hace mal, así de simple; algo es bueno si construye, algo es malo si destruye, ese es el principio general que asumo. A mí me lo dijo un amigo sacerdote franciscano, Mauro Iacomelli, italiano, aún vive, es maestro de novicios, pasó los ochenta años, cinco décadas en Centroamérica. ¿Qué hago para saber si algo es bueno, o es malo? ¿El café es bueno o malo, por ejemplo? Primero decime si te hace mal, porque si el café te hace mal, para vos es malo. ¿Correr es malo o es bueno? Si vos tenés las rodillas con problemas, ¿es bueno correr para vos? Por lo tanto, no corras, es malo correr. Creo que muchas cosas son relativas.
Lo bueno, es lo que hace bien, y lo malo, es lo que hace mal. Si entendés este concepto, sin lugar a dudas, vas a tener una perspectiva distinta de la vida. La capacidad de discernir, es importante. ¿Qué es lo que suele ocurrir? Los parámetros de lo bueno y malo, ¿cuándo los aprendimos? Chiquito, cuando crecías, en tu familia, y quizás, también en tu escuela, cuando querías preguntar algo, te decían “Chavalito, preguntón, no seas necio”. Cuando el maestro, tu papá o tu mamá te da esa respuesta, está marcando un parámetro, de tal forma, que en el futuro vas a tener miedo de preguntar, porque como dijeron que eras chavalo necio y solo tonteras preguntabas, eso marcó tu vida sin que te dieras cuenta, entonces, en el futuro, cuando estés en secundario, o en la universidad y o en tu vida laboral, si no lográs vencer ese remanente del pasado, cuando tengas una duda, mejor no preguntarás, te quedarás con el montón de lagunas y asumirás un actitud de suponer sin evidencias, de creer a partir de tus supuestos. Porque te marcaron, entonces, lo bueno y lo malo, fue impuesto, distorsionado por los mensajes que, desde niño, tu mamá o tu papá, o el maestro, te dijeron, de manera implícita o explícita.
Supongamos que sos de una religión en concreto, católico, vas a misa los domingos, y tenés un vecino o compañero de clase, un amigo, que es musulmán, sin embargo, si tu papá te dice: “No andés con él, porque es musulmán, es malo”. Esa respuesta, esa indicación de tus padres, te va a marcar porque de repente, vas a entender que no te podés juntar con alguien de religión distinta, o que los seguidores de Mahoma son malos. Lo mismo puede pasar con una opinión política: supongamos mi padre sea liberal, y el vecino sandinista, y los hijos, amiguitos, se juntan, porque cuando uno es pequeño, no le importa que el otro crea en A o en B, a un niño de 6 años no le importa eso. A un adulto de 30 si le importa, pero es problema del adulto que ya fue contaminado por su entorno. Entonces, el niño juega con el otro que es sandinista, y los padres liberales, le dicen: “No te juntés con ese niño sandinista, esos son malos, no te juntés con ellos”. El niño no sabe, porque es su amigo, y se separa, pero ese niño quedó marcado por un criterio de bueno o malo, de lo incorrecto, él va a entender en el futuro que no se va a juntar con gente que tenga una opinión política distinta, eso construye un pensamiento y un comportamiento social y personal.
Aquí es donde viene la capacidad que ustedes tienen para romper esos esquemas heredados e impuestos: no es un problema solo de adaptarse, de ser inteligente y adaptarse al cambio, sino la capacidad de romper, como el águila, que sale del gallinero y es capaz de volar e identificar nuevas perspectivas. Ustedes, si salen del gallinero, serán capaces de volar.
¿Quiénes de ustedes piensan que son gallinas siendo águilas? ¿Qué te impide ser águila? ¿Qué le impedía al águila, ser águila en el gallinero? Hay que salir del gallinero para ser águila, tenía que arriesgarse y alguien lo empujó, porque esa aguilita no lo iba a ser sola, pero la empujaron, se arriesgaron, y entonces, el factor instintivo cuando el águila viene en picada, o extiende las alas, o se mata y vuela. Extendió las alas, y la aguilita-gallina, comenzó a volar. Dejó de ser gallina empujada por las circunstancias a las que supo sacar provecho.
Los temores y los miedos que tenemos, ¿saben dónde los aprendimos? En casa, en la escuela, en el entorno social. Ahí te dijeron, por ejemplo, cómo tenés que comportarte, si sos bonita, o fea, ahí te dijeron si sos inteligente o brutita, ahí te dijeron si sos competente o incompetente, qué creer y que no creer, cómo interpretar las cosas y cómo comportarse. Cada quien deberá de eso asumir algo y dejar algo, para superarse.
A veces no sabemos qué somos, porque el condicionamiento quedó tan arraigado que perdiste de vista eso, ¿el águila que estaba en el gallinero, ustedes creen que sabía y era consciente de que era águila? Hasta que tuvo la oportunidad que la sometieran al estrés, o confrontar la realidad, entonces, viendo el sol, se dio cuenta que podía ver el sol, y desde el despeñadero, se dio cuenta que podía abrir y extender las enormes alas sostenerse en el aire de las alturas. Una vez volando, dejó de ser gallina.
Inconclusos, ¿por qué? porque cada historia puede ser contada desde distintos puntos de vista, y ninguna historia es concluida, porque solo es posible construirla con las versiones de todos. Y cada versión es distinta, porque cada uno, tiene un punto de vista distinto, una experiencia de vida distinto, un conjunto de parámetros mentales distintos.
¿Qué pasaría, con esta historia que les conté, si el granjero contara su historia? La contaría de una forma. ¿Si el naturista contara la historia? La contaría de otra forma. ¿Si las gallinas contaran la historia? La contarían de una forma. ¿Y si el águila gallina contara la historia? ¿Y la mamá águila? La contaría de otra forma. Todas las historias son parte de un mismo hecho, son válidas pero distintas en su interpretación.
Rosario Fiallos Oyanguren
Muy interesante el artículo.
La vida mientras una vive está inconclusa. Concluye cuando una muere. Ya está. Fin. Porque aún una hora antes de morir algo inesperado puede
pasar.
Francisco Javier Bautista Lara
saludos. Estimada Rosario, todo puede ser visto de múltiples formas y múltiples lados!
un abrazo, gracias.