Recuerdos del paso de Darío por Olominapa
Managua 18 de febrero de 2020
Regresando de un motivador conversatorio en el auditorio de la biblioteca Municipal de Estelí: Rubén Darío: rostro humano y emprendedor de éxito, donde compartí con una multitud de estudiantes de secundaria y maestros de institutos públicos, como parte de las actividades del 1er. Festival Internacional de las Artes Rubén Darío, me desvié un kilómetro al este de la carretera, por el kilómetro 64.5, unos veinte km. al S.E. de Ciudad Darío, Matagalpa -antes Chocoyo y Metapa, era parte de Nueva Segovia-, sobre un rústico, empinado e irregular camino de piedra y polvo, para llegar al valle de Olominapa. El nombre Olominapa, expresa Eddy Kühl, proviene de la extinta lengua de los matagalpa, según lo refiere el escritor Fernando de Espino, nacido en Jalapa, siglo XVII, quien estudió sobre el habla de los pueblos originarios en la región; es “peñón de los pescaditos”, viene de olomín: pescadito y apa: peñón. Carlos Alemán Ocampo dice que en la lengua Ulúa-Matagalpa apa significa “piedra” y en la lengua nahualt o mexicana es “lugar”, por lo que el nombre del valle podría significar: “lugar de pescaditos”.
Aquí, en el contorno de la hacienda de aquel entonces, en donde solo quedan casas de piedras cantera, de adobe y teja, permaneció, durante un mes, un desconocido recién nacido con su madre, que llegó a ser un ilustre personaje de la literatura universal, probablemente, entre el 26 de enero y el 26 de febrero, después de pasados ocho días del nacimiento el viernes 18 de enero, hasta regresar a León, en donde fue bautizado el domingo 3 de marzo de 1867, en la parroquia El Sagrario de la Santa Iglesia Catedral, por el presbítero José María Ocón, como Félix Rubén García Sarmiento, hijo de Manuel García y Rosa Sarmiento. Fue, según registro, el padrino, su tío abuelo político, -esposo de mamá Bernarda-, el coronel liberal Félix Ramírez Madrejil, por quien le pusieron el primer nombre. El poeta, años después, en: La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (1912), comentó que su padrino fue Máximo Jerez “célebre como hombre político y militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se encuentra en el parque de León”.
Edgardo Buitrago, José Jirón Terán, Alfredo Barquero Brockmann y Jorge Eduardo Arellano mencionan, con sus particulares detalles, que Rosa iba a dar a luz a una finca en el valle de Olominapa, que, por allá, doña Josefa Sarmiento, tía de Rosa, tenía un negocio de abarrotes o pulpería. Eddy Kühl retomó el asunto en el libro Rubén Darío según un paisano Matagalpa (2014). El relato de José Floripe Valdivia sobre el nacimiento, conservado por el Dr. Alejandro Dávila Bolaños, fue reproducido en Último año de Rubén Darío, II Parte (Bautista, 2017).
Dice don Bienvenido Loásiga (Olominapa, 1934), que su papá le contaba lo que transmitió su abuela: “doña Rosa, venía de León para acá a tener al niño, pero se le adelantó el parto en lo que ahora es Ciudad Darío. Cuando se alivió, a los pocos días, se vino donde mi bisabuela Caledonia Abarca, en donde estuvieron hospedados un mes. Mi bisabuela tenía hacienda, era una mujer rica, conocía a Rosa porque eran amigas y ambas venían de León” (Bautista, 14.2.2020). Ella murió viejita, aunque no la conoció. Comenta emocionado con sencilla elocuencia: “Él es un gran hombre en todo el mundo”, “poetas pueden haber, pero como Darío de poeta no habrá”. Afirma orgulloso: “fue vecino de nosotros aquí, cuando era chiquito”.
La larga y cansada jornada emprendida en carreta por Rosa en avanzado estado de embarazo, junto a sus acompañantes, en los caminos rústicos de la época, desde León hasta el accidental lugar del parto, fue para recorrer unos 140 kilómetros y podría hacerse en dos jornadas de ocho horas. Del lugar donde nació hasta la hacienda en la que permaneció cuatro semanas, la madre, el niño con algunos otros, posiblemente se hizo en 2.5 horas.
En los contornos del vecindario donde estuvo la antigua finca, no existe referencia física que indique el paso efímero y circunstancial del Padre del Modernismo Literario y Prócer de la Independencia Cultural de Nicaragua en el apartado caserío rural. Tiene ahora veinticuatro viviendas dispersas en el valle, con ochenta habitantes y una escuela multigrado.
La tradición popular oral preserva a su manera la memoria que el anciano de 85 años repite a sus vecinos-parientes y a los ocasionales visitantes.
Mientras el viejo, de mediana estatura, delgada figura, lánguido rostro, ojos claros, piel blanca ajada, escasa dentadura, ralo cabello blanco y corto que cubre con una gorra, habla, varios niños que jugaban en los abiertos solares del entorno, entre ellos sus nietos, se acercaron curiosos por la visita del extraño que conversaba con el abuelo. Escuchan las preguntas y comentarios, observan y ríen. Entre ellos su nieta, Mayerlis Salalí Loásiga, de 13 años, estudia 8vo grado, dice saber varios poemas, declamó frente a todos Cantos de vida y esperanza. Aplaudieron, querían seguir escuchando y declamando…
Bienvenido atento y motivado a continuar hablando, contó anécdotas o coplas, cosas que dice un amigo, desde el imaginario colectivo que la tradición inventa, recrea y repite: “dicen que Rubén iba por la calle y una doctora le preguntó ¿para dónde vas?, y él respondió: de atrás vengo, para adelante voy, Rubén Darío me llamo, de Nicaragua soy” … Cuando uno conversa con la gente común abundan cuestiones así, es fácil percibir que, aparte de los versos o poemas que con frecuencia repiten a su manera, hay en todo lugar y en todo tiempo, afecto sincero y devoción popular por el distinguido “compatriota indispensable”.