El puente Milvio, sobre el río Tíber, en Roma, podría ser el emblemático punto de inflexión de la historia occidental, cuando, el 28 de octubre del año 312, Constantino I venció a Majencio en la disputa por el imperio. La leyenda atribuye la victoria a “la intervención divina”, quien dice que Constantino vio la señal de la cruz en el cielo con la leyenda: “por este signo vencerás”, lo que llevó, -quizás por conveniencia para unificar el imperio-, a declarar el cristianismo como religión oficial, cesando la persecución y, por lo tanto, expandiendo en el mundo la nueva fe. Hay aquí, en este antiguo puente construido en el año 206 a. C., un antes y un después.
¿Si Majencio hubiera vencido? ¿Si el cristianismo no hubiera sido permitido o instaurado? ¿Si se hubiera expandido solo desde la vida comunitaria y en la periferia, sin imponerse desde la cúspide imperial ni asumir algunos ritos, símbolos, jerarquías y formalidades? ¡Otra historia seria!
El mismo puente, debajo del cual “mucha agua ha pasado”, y sobre el cual, múltiples sucesos han ocurrido, fue destruido parcialmente el 13 de mayo de 1849 por tropas de Giuseppe Garibaldi, -uno de los líderes de la unificación de Italia-, para impedir el paso de la invasión francesa.
Este “puente”, infraestructura para superar obstáculo geográfico y metáfora con múltiples sentidos, para unir lo que esta separado, para permitir el paso de un lugar a otro, para juntar, unir lo que era dos, para comunicarnos y encontrarnos, ha sido, durante las últimas décadas llamado “el puente del amor”, porque miles de parejas enamoradas colocan en sus cadenas, faroles y laderas un candado como símbolo de amor eterno, a pesar de los inconvenientes urbanos por el peso que implica, por lo que la municipalidad se ve obligada a retirar y prohibir.
Al final de la hermosa y majestuosa estructura curveada, de piedra y arcos, de columnas y baldosas, hay una escultura de marmolina blanca, con las marcas del tiempo, no tan antiguo, una mujer, viendo al cielo, cubierta por un manto, juntas sus manos y a sus pies, la media luna, en el pedestal una inscripción en latín: “MACULA NON EST IN TE”. Es la imagen de la Inmaculada Concepción de María, puente entre creyentes y no creyentes, erigida al final del milenario puente, porque: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1:14), según creen cristianos y musulmanes, porque “el Amor -dijo Francisco de Asís al sultán de Egipto en 1219- debe ser amado”.
Desde Roma, en la Gritería del año 2020:
devoción popular de arraigo histórico y cultural en Nicaragua.