Últimas letanías de Francisco Arellano Oviedo
A la memoria del maestro y amigo
Francisco Arellano Oviedo
(Granada, 14 de noviembre 1941 – Managua, 24 de abril 2021).
“La gratitud es una virtud y, a falta de esta, un deber”
F.A.O.
Le pregunto, don Francisco: ¿cómo se escribe la poesía allá, o tan solo se piensa, siente y transmite sin decir ni escribir una sola palabra? Entonces, ¿la palabra dejó de existir, o la palabra se hizo eterna e infinita? ¿La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y la Palabra se hizo espíritu e inundó la eternidad? Dígame usted que ahora ignora poco y sabe tanto, que superó el sufrimiento y dejó atrás el transitorio dolor humano: ¿cómo se vive y siente la literatura? Si usted tiene un tiempo, en la imprecisión de cómo nosotros concebimos el tiempo, ¿es circular, lineal, inexistente o todo lo contrario?, si tiene permiso para seguir enseñando y compartiendo con el afectuoso carácter solidario que tuvo aquí, cuénteme algo, de la manera que es posible contar por usted y comprender por nosotros esos asuntos que no sabemos y apenas sospechamos…
Mi atrevida ignorancia y estas intermitentes dudas de errático caminante que esperanzado avanza a veces con los ojos vendados y en otras con una luz abrazadora que percibe y guía, o entra a una puerta que se abre, sea uno de esos luceros que alumbran en la noche oscura del alma y el pórtico abierto que ventila y amplía el horizonte para cuando parece que todas las puertas se cierran y se erige un muro –uno mismo- que todo lo frena. Es la plegaria que, en la misma sintonía de Darío en su Melancolía de Cantos de vida y esperanza. Los cisnes y otros poemas (1905) clamamos: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. / Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. / Voy bajo tempestades y tormentas / ciego de sueño y loco de armonía.” ¿Fueron despejadas sus dudas? Entonces, aclare por compasión las nuestras…
Maestro y prologuista de una extensa romería de caminantes, ésta defectuosa, insignificante y a la vez grandiosa condición que dejó atrás, me llevan a pensar que publicó, bajo el título “Versos para loar a nuestra Madre” (ANL – PAVSA, septiembre 2020) las 56 últimas letanías, una especie de epílogo poético y místico de todos sus libros, durante el productivo recorrido por la literatura, en su vocación docente, en el oficio de editor y en el ejercicio de la fe cristiana, de inspiración mariana y salesiana, como hombre bueno e imperfecto que reconoce y pide clemencia por “mis flaquezas diarias, Madre incorrupta, ¡perdona-las!”, de generosidad andante: “Ser loco y ser andante de edad media, / vivir una vida de visionario, resplandecer en la humana comedia, / como los rubíes del incensario.”, escribió el sacerdote y poeta Azarías H. Pallais.
Fue usted sembrador, pasó regando semillas a manos llenas por los múltiples surcos que sobre el campo encontró durante el momento vivido, que es como una chispa (pequeña, fugaz e intensa) en el universo (“en medio de dos grandes oscuridades”, escribió Albert Camus) que se prolongó sin llegar a ocho décadas, si no hubiera sido por que tuvo que acatar con obediente serenidad y paz, el llamado para partir sin demora, en el momento exacto cuando sonó la hora, con el equipaje ligero, sin cargas inútiles ni cabos sueltos, sin asuntos pendientes, para cruzar lo que algunos dicen, el largo túnel en donde al final deslumbra una luz intensa, para refugiarse en la felicidad rebosante e inagotable ante la proximidad del Amor. He allí el milagro inimaginable del universo… Así lo cantó en la visita al Paraíso Dante Alighieri, en la Divina Comedia, hace siete siglos: “¡Oh luz eterna que solo en ti existes, / sola te entiendes, y por ti entendida / y entendiente, te amas y recreas!”.
José Luis Sampedro (1917-2013), académico. escritor y político español, en una de sus humanas elucubraciones literarias (El amante lesbiano, 2000), en el ficticio y verídico diálogo consigo mismo, que es como hablar con otro que está más allá que uno y por encima de todo, pregunta por el “Dios oficial” y “el dios que cada uno imagina y crea” desde las más inverosímiles formas mitológicas que las personas inventan y adaptan a su medida… ¿Qué es la conciencia que permite ver más allá de lo obvio o lo que posibilita entender a partir de lo obvio? “Has logrado al fin comprender mi esencia y aquí me tienes”, “¿Cómo me descubriste?”. En este camino en el que vagamos sedientos de esperanza, ¿es acaso aquí Dios en uno y al irse allá, en donde usted está ahora, es uno en Dios? ¿Cuál es el indescifrable acertijo que nos quiebra la cabeza, nos consume el tiempo y nos expande el alma? –quizás es más simple de lo que parece-, en él se agota todo el conocimiento humano, tanta insistente búsqueda y tanta ansiosa espera.
El arzobispo de Tegucigalpa, cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga (1942), compañero de estudios con quien coincidió en el seminario salesiano de San Salvador, junto con el cardenal nicaragüense Miguel Obando y Bravo (1926-2018), su maestro, aficionados al ajedrez, curiosos en las matemáticas y cómplices en la regocijante incursión musical y literaria, escribió en el prólogo del libro con el que clausuró su estancia temporal e inauguró esa nueva: “En cada pieza el autor expresa una plegaria; su corazón orante ha sabido descubrir la médula de cada invocación de las letanías lauretanas y ha dejado que su corazón embelesado convierta su poema en súplica confiada, en alabanza filial y en devota gratitud”.
“Alabado seas, mi Señor, en todas las criaturas”, cantó el hermano Francisco de Asís, y, en estos confusos tiempos de pandemia que demandan superar el egoísmo, asumir solidaridad y responsabilidad, el papa Francisco elevó su plegaria: “Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y esperanza… Ayúdanos Madre del Divino Amor…”. Y este otro Francisco de corazón sencillo y lucidez literaria, pide: “vení a mi encuentro”, “¡Sé mi faro, en mar embravecido!”, fluye la oración en el verso, entre los colores y luces, desde los retazos poéticos de un paisajista que duerme en el lienzo, con el infinito del cielo, “como el mar y el cielo, el azul / del arte y el azul de los pintores”, el rasgo impecable del amor y el fresco verde de la esperanza, “fragante como lirios de un jardín, / blanca como las calas matagalpas / y fresca cual roció matutino.”, “verdes de alta montaña son tus ojos”, “desde la primera explosión de las galaxias”…, así van brotando en el texto, del manantial interno del viajero errante que transitó por el mundo –cada quien en el suyo-, sus letanías finales ¿No eran aquellas sus últimas letanías, sus alabanzas de cierre?, ¡No! hay otras, dice que son constantes, abundantes y distintas, es la nueva letanía de la devoción y la satisfacción eterna la que ahora clama este Quijote de la caridad y de la oración, del diálogo y del encuentro, del silencio y de la palabra, este franciscano de la sencillez, este salesiano de la enseñanza, este académico de quieto discurso que a veces me parece que escucho cuando no hay nada más qué decir y cuándo escuchar es quizás la única fuente para comprender…
Gracias. Muchas gracias.
Also Guerra
Un saludo cariñoso y fraternal en memoria de lis hijos que tuvimos que enterrar y que descansan en el bondadoso corazón de amor.
Aldo
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