DE TRAIDORES Y TRAICIONES ¡LÌBRAME SEÑOR! Judas: con un beso lo entregó
Managua, última semana de Cuaresma, abril 2022.
La traición supone una cobardía y una depravación detestable
Paul von Holbach, filósofo de la ilustración francesa
Judas Iscariote, uno de los doce, el tesorero (“tenía la bolsa de dinero”, Juan 13:29), es el vergonzoso referente de la traición y los traidores . El teólogo y sacerdote ortodoxo Jean-Yves Leloup escribe: “Los personajes bíblicos no son sólo históricos: también son imágenes interiores y universales del hombre. Judas es un personaje histórico, pero también es el arquetipo del traidor”. Se ofreció y vendió, es “el hijo de la perdición” (Juan 17:12): “fue a los principales sacerdotes, y dijo: ¿Qué está dispuesto a darme para que yo os lo entregue? Y ellos le pesaron treinta monedas de plata. Y desde entonces buscaba la oportunidad para entregarle” (Mt. 26, 14-16).
¿Fue necesario su acto traidor para la captura, pasión, muerte y resurrección de Cristo? ¿Necesitaba el Sanedrín judío que alguien lo entregara? Un hombre tan conocido y seguido por la multitud después de tres años de vida pública, que no se escondía, era fácil de identificar; la utilidad real, aunque descartable y perecedera del traidor no es la de señalar al traicionado, sino pretender descomponer al grupo del que era parte , desmoralizar al Maestro, evidenciar la fragilidad de los discípulos a los que es posible comprar, mostrar que la fidelidad a la doctrina que profesan y difunden es vulnerable a halagos, amenazas y riquezas. En Realidad,el propósito es descalificar, socavar, fraccionar y descomponer para impedir que la nueva fe, que es una manera distinta de creer, pensar y hacer, se expanda.
¿Jesús no hubiera llegado a la cruz, -no como instrumento de muerte, sino como camino de salvación-, sin la impía actuación de Judas? No es cierto. Esa traición no era indispensable, pero ocurrió, es, junto a muchas otras de antes, ahora y siempre, expresión de la lesión humana . Es una adversidad producto de la frágil humanidad de quien era su discípulo cercano y, como diría Montesquieu repitiendo a Terencio, poeta latino: “soy hombre, nada humano me es desconocido”. El Salmo 41:10 dice: “Hasta mi amigo seguro / en el que yo confiaba, que mi pan compartía, / se ha vuelto en contra mía.”. Jesús dijo en la última cena con sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará” (Juan 13:21). “El que me va a entregar es uno de los que moja su pan conmigo en el plato” (Mt. 26:23).
Transformar la traición, la adversidad, el obstáculo y el error en oportunidad de salvación, en aprendizaje y prosperidad, es obra de la misericordia divina y de la buena voluntad de las personas que laboran por el bien del prójimo que es el bien común: solidaridad , equidad y esperanza… Aquella dolorosa, desafortunada y horrenda alevosía contra el Camino del Bien, se agrega como instrumento del propósito de resurrección: origen y sustento esencial de la fe cristiana , más allá de la multitud de iglesias que lo asumen desde sus prácticas y formalidades institucionales: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros” (Juan 13:34). Jesús dijo: “-Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26).
¿Por qué traición? Es insuficiente deducir que fue por ambición económica. Se encargó de llevar a cabo los ingresos y gastos comunes del círculo de seguidores de Jesús. Manejar dinero era lo suyo, quizás lo administraba según su interés indolente, nada indica que el Maestro revisara las cuentas o que alguno de los otros arqueaba los fondos. Sospecho que se aprovechó de ello para su beneficio, en la proximidad contaminante del dinero que pudo engendrar corrupción por la disfunción interna que cultivó: “Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, sustraía de lo que se echaba en ella” (Juan 12:6).
Por encima de eso, esta indignación traición es consecuencia de la incredulidad y la duda, de no comprender, creer ni aceptar el mensaje que difundían. Carece de convicción en la doctrina que predican, no ha calado en él la Buena Nueva del Mesías; engaña con sus apariencias, está cerrado y endurecido, imbuido en la superficialidad y en las formas, no ve más allá, no asume la visión salvífica del Amor: “Y Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que le iba a entregar dijo: ¿Por qué no se vendió el perfume por trescientos denarios y se dio a los pobres?” (Juan 12:3-5), eso fue cuando, según narra el evangelista, María ungió los pies de Jesús y se los secó con los cabellos.
Quienes reclutan y compran a los traidores saben que existen solo para atacar las causas nobles que requieren largo aliento, exigen sacrificio y compromiso, tienen la fortaleza de las revoluciones sociales en su opción preferencial por los pobres para expandir la prosperidad y devolver la dignidad de los hijos de Dios ¿Por qué asustarse? Traidores que se venden habrá, aquí y allá, ahora y siempre. Judas, antes de ser traidor, fue uno de los doce discípulos. Se traiciona a las personas que te han apoyado y acompañado, a las familias, grupo social del que procede y eres parte, a las instituciones que integras, de las que te ha beneficiado o por las que tiene jurado lealtad, para el traidor pueden ser entregados y vendidos los amigos, la patria, los ideales, las doctrinas y creencias “asumidas”, el bienestar y la prosperidad pública para provocar mal, empujado por motivos múltiples o excusas que van desde el miedo, la cobardía, la ignorancia y la confusión , hasta la ambición por dinero, poder y prebendas particulares, la traición se sustenta en la ausencia o fragilidad de principios que con facilidad se derrumban o esfuman, o nunca existieron por la prevalencia de intereses egoístas y oportunistas. La traición se alimenta de maldad, tiene aliento destructivo, calumnioso, pecaminoso, delictivo y antipatriótico. Es oscura y teatral, manipuladora y denigrante. “El traidor les había dado esta señal: Al que yo dé un beso, ese es: deténganlo y llévenlo bien custodiado” (Mc. 14:44).
El poeta latino Virgilio y el italiano Dante Alighieri, en la Eneida y la Divina Comedia respectivamente, ubican en los lugares más terribles del infierno a los traidores que se consumen en el tormento eterno del olvido y del desprecio. Los que fueron provocados por el maligno virus de la traición (única vacuna efectiva son los principios), yacen en la imperecedera condena del Averno o Infierno (lo que está debajo, inferior o subterráneo): “En este lugar se lloran las maldades” ( XIII). “El último círculo está desalojado de todo amor; es el más pequeño y en él se asienta el centro del Universo y el trono de Lucifer, y lo ocuparon los traidores que se consumen eternamente”, junto a Judas, “gimen los traidores, en consunción, perdida la esperanza” (XI); “los traidores sumergidos en el hielo eterno” (XXXIV).
Judas, junto a todos los nombres y disfraces que asumen, actúa, según su contexto, conforme al distorsionado “libre albedrio”, provoca el acto infame y denigrante que es una adversidad traidora de vigencia efímera y de la que, por la fuerza misteriosa del Amor y del Bien que todo lo puede, supera y sana, de lo que parece intenta destruir y atacar, continúa y surge fortalecida la esperanza, se impone la victoria sobre la destrucción y la muerte, prevalece la vida con abundancia.
La traición deja en el traidor una inagotable desolación moral que lo extingue , -se vuelve caricatura, nunca volverá a ser él-, perenne desconfianza e imperecedera duda que le carcome el alma, es una penosa e insoportable auto exclusión de lo que fue parte quedando aislado como indeseable y devaluado advenedizo entre quienes lo compraron oa quienes, arrastrado, se ofreció. “El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él; pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido” (Mt 26,24).Deshonrado y rebajado, el traidor se ahoga en angustia, sufre la pena que lo destruye, es condenado y dicta su propia sentencia: “Y él, arrojando las piezas de plata en el santuario, se marchó; y fue y se ahorcó” (Mt 27,5). Por eso la sabiduría popular enuncia un acertado refrán: “Con los judas no se pelea, ellos se ahorcan solos”.