BATALLA DE SAN JACINTO: preámbulo de la victoria en la GUERRA NACIONAL DE CENTRO-AMERICA contra la invasión filibustera
A la memoria del Dr. Aldo Díaz Lacayo (Managua, 1936-2022),
Historiador de la Patria.
Declaración conjunta:
“…Que esta invasión, reprobada oficialmente por el Gobierno de los Estados Unidos,
se está preparando en realidad bajo su patrocinio como medio eficaz de tomar posesión definitiva
de la América-Central, si ésta se niega a entregarse voluntariamente a los Estados Unidos…”.
Presidentes de Nicaragua y Costa Rica: Tomás Martínez y Juan Rafael Mora.
(ciudad de Rivas, 1º. de mayo de 1858).
CONTENIDOS:
I.- La Batalla de San Jacinto
II.- La guerra civil (mayo de 1854 – septiembre 1856): preludio de la Guerra Nacional
III.- La Guerra Nacional de Centro-América
IV.- Acotaciones finales sobre la Batalla de San Jacinto
Desarrollo:
I.- La Batalla de San Jacinto:
La Batalla de San Jacinto, ocurrida en la mañana del domingo 14 de septiembre de 1856, es la operación militar más conocida y conmemorada de la historia nacional del siglo XIX, a pesar que no fue por el volumen de fuego, la cantidad de tropas ni la duración la más grande ni prolongada de los enfrentamientos bélicos de 1856 y 1857. Fue una indiscutible acción victoriosa, heroica y de dignidad patriótica para la defensa de la nación, en una encrucijada decisiva que podría definir el rumbo de los acontecimientos, frente a la expansión filibustera que amenazaba la independencia de la nación centroamericana, en la pequeña pero estratégica posición geográfica de la hacienda ganadera de San Jacinto, propiedad de don Miguel Bolaños, ubicada a 40 kilómetros de Tipitapa, -entonces era parte de la jurisdicción de Granada-, para frenar el avance hacia el norte de los invasores y, en el momento inmediato, impedir el suministro de carne y víveres para los mercenarios norteamericanos de William Walker que ocupaban Granada desde el 13 de octubre de 1855.
El coronel José Dolores Estrada Vado, al frente de una de las cuatro compañías del recién formado Ejército del Septentrión (en el llamado pacto de Matagalpa, el 20 de abril de 1856, unos 800 patriotas, la mayoría segovianos, juraron, desde las filas legitimistas, combatir a los filibusteros con el lema “Somos sangre de Diriangén”), bajo la orden del Gral. Tomás Martínez, líder del partido Legitimista, llegó a San Jacinto con 100 hombres el 29 de agosto de 1856.
El 5 de septiembre unos 120 filibusteros atacaron a la tropa acantonada en la hacienda y, después de dos horas de inesperada escaramuza, sin lograr su objetivo, huyeron dejando a seis de sus muertos. Los patriotas sufrieron la pérdida de un cabo primero y algunos heridos de poca gravedad. Debido a este suceso y ante la amenaza de los invasores, el 11 de septiembre, Estrada recibió, enviados por Martínez y el Gral. Fernando Chamorro, el refuerzo de 60 indios flecheros al mando del Cptan. Francisco Sacasa Méndez. Los indígenas matagalpas de las comunidades de Matapalo, San Pablo y Yucul llegaron a pie desde más de cien kilómetros de distancia.
El 14 de septiembre, según parte de guerra de Estrada enviado (sin indicar nombre) al “General en Jefe del Ejército Libertador de la República” (que no existía), -aunque fue recibido por el Gral. Fernando Chamorro-, y otros testimonios, dan cuenta del ataque durante cuatro horas (7 a.m. – 11 a.m.) a San Jacinto por unos 300 filibusteros, en el que los nicaragüenses iniciaron en desventaja pero que, el heroísmo de los combatientes, en el que menciona entre otros la pedrada del sargento Andrés Castro para derribar a un filibustero, la maniobra de flanquearlos por la izquierda y la retaguardia para sorprenderlos y la desbandada de las yeguas que soltaron de los corrales lo que hizo pensar a los atacantes que se acercaba la caballería, provocando que salieran “despavoridos y en terror”. Estrada informa que “los persiguieron, montados en las mismas bestias que les habían avanzado”, y les provocaron más bajas; también dice al destinatario que “en la lista que le incluyo, constan los muertos y heridos que tuvimos, lo cual es bien poco para el descalabro que ellos sufrieron”, confirmando “el triunfo adquirido en este día sobre los aventureros”. Mientras los atacantes gritaban “Hurra Walker”, los defensores decían “¡Viva Martínez! ¡Viva Nicaragua!”.
William Walker en su libro La Guerra en Nicaragua (escrito en 1860 en inglés; traducido al español en 1883 por Fabio Carnevalini), -en donde el filibustero revela su proyecto de apoderarse de la nación centroamericana aprovechando las guerras civiles que aquí sucedían-, sobre la batalla del 14 de septiembre escribió: “La presencia del enemigo en San Jacinto era un serio inconveniente para el abasto de víveres, y cuando fue conocida en Granada, un gran número se presentó voluntariamente para ir a desalojar a los legitimistas de la casa que ocupaban” … “convino en que se organizase un cuerpo de voluntarios para un ataque sobre San Jacinto”… “los voluntarios eran en su mayor parte americanos que habían formado parte del ejército”… “Salieron de Granada en la tarde del 12 de septiembre, y pasando por Masaya, llegaron a Tipitapa en la mañana del 13. Allí ofrecieron el mando de la expedición al Tnte. Cnel. Byron Cole, que había ya recorrido varios puntos de Chontales en busca de ganado para el ejército…” “segundo en el mando fue nombrado Wiley Marshall, ciudadano de Granada…” “Cole y su columna llegaron a la vista de San Jacinto como a las 5 de la mañana del domingo 14 de septiembre. La casa estaba bien colocada para la defensa sobre una pequeña elevación que dominaba el terreno a su alrededor” … “Cole hizo alto por algunos minutos para arreglar su plan de ataque; y dividiendo su fuerza en tres cuerpos, dio el mando del primero a Roberto Milligan, ex teniente del ejército, el del segundo al mayor O`Neal, y el del tercero al Cap. Watkins. El ataque debía hacerse por tres puntos diferentes, …” Agrega: “Así, casi simultáneamente y cuando los hombres se encontraban a pocas varas de distancia de la casa, todos los jefes y casi un tercio de la fuerza, quedaron muertos o heridos. Entonces los demás viendo que ya nada podía hacerse con lo que quedaba se retiraron llevándose sus heridos, y en pocos minutos iban en plena retirada hacia Tipitapa.” … “En la atrevida, pero inútil carga que dio sobre San Jacinto, pereció Byron Cole, cuya energía y perseverancia había contribuido tanto a la venida de los americanos a Nicaragua” … “Ni la pérdida de Cole fue la única de aquel día fatal, Marshall murió de sus heridas al llegar a Tipitapa; y entre los perdidos se notaba Carlos Callahan, nombrado Administrador de Aduana en Granada…” “La retirada de los voluntarios de San Jacinto fue irregular y desordenada, y la llegada de la columna derrotada tuvo un efecto desastroso en las tropas… El pánico fue tan grande, que destruyeron el puente para impedir que sirviese al enemigo que aguardaban a cada instante…” “Pocos días después de la acción de San Jacinto, llegaron a Granada unos doscientos hombres provenientes de Nueva York para el servicio de Nicaragua…”. (pp. 180-182).
El cabo Faustino Salmerón, quien se encontraba de vigía al amanecer del 14 de septiembre, dio el aviso de la presencia, como a dos mil varas al sur del lugar, de tres columnas de filibusteros que se dirigían a la hacienda lo que permitió disponer la defensa para repeler el ataque. Fue uno de los soldados que, ante la huida de los mercenarios, según instrucciones de Estrada, emprendieron la persecución. Dos días después, el 16 de septiembre, en la hacienda San Idelfonso, 20 kilómetros al sur, Faustino Salmerón ejecutó “al filo de machete” a Byron Cole (otras versiones dicen que murió desangrado por las heridas de la batalla del 14; Walker escribe que su muerte ocurrió en el lugar del combate). Cole, no solo era jefe de los filibusteros que atacaron San Jacinto, sino el dueño de la Contrata o “Concesión de colonización” que endosó poco después a su socio Walker, para traer a los filibusteros a Nicaragua; fue firmada en diciembre de 1854 entre el empresario y aventurero norteamericano y Francisco Castellón Sanabria, líder del partido Democrático (liberal), para obtener apoyo externo en la lucha contra los Legitimistas (conservadores).
La Constitución Política de Nicaragua (1987 y sus reformas) reconoce en el Preámbulo: “El espíritu de unidad centroamericana y la tradición combativa de nuestro Pueblo que, inspirado en el ejemplo del General José Dolores Estrada, Andrés Castro y Enmanuel Mongalo, derrotó al dominio filibustero y la intervención norteamericana en la Guerra Nacional”. Los dos primeros fueron partícipes de la Batalla de San Jacinto.
Después del olvido de casi doscientos años, el Estado nicaragüense, como un ineludible acto de justicia histórica, declaró en la Ley 808 del 19 de septiembre de 2012, a los Indios Flecheros Matagalpas como héroes de la Batalla de San Jacinto. Fueron omitidos del informe oficial de Estrada quien se limitó a referirse en general a los valientes soldados victoriosos. Había sido obviada la tradición verbal –según afirma Eddy Kühl- de varias familias de Matagalpa del siglo XIX que hablaban de la participación “de los indios Matagalpa y campistas ladinos”, los testimonios de algunos testigos directos y las evidencias objetivas en el lugar en donde yacen los restos de algunos patriotas, indígenas y mestizos, caídos en aquella heroica defensa.
II.- La guerra civil (mayo de 1854 – septiembre 1856): preludio de la Guerra Nacional.
Trasladémonos algunos años antes para observar el origen y evolución de los acontecimientos:
Conforme la Constitución Política del Estado de Nicaragua del 12 noviembre de 1838, el 1ro. de abril de 1853, el legitimista Gral. Frutos Chamorro, de la aristocracia conservadora granadina, tomó posesión como nuevo Director del Estado según las elecciones poco transparentes en las que derrotó a Francisco Castellón de los democráticos quienes cuestionaron los resultados.
Nicaragua se separó de la Federación de Centro-América el 30 de abril de 1838 asumiendo que “El Estado de Nicaragua es libre, soberano e independiente”. Siete meses después promulgó la carta Magna que en el artículo 1º. indica: “El Estado conservará esta denominación: Estado de Nicaragua, se compone de todos sus habitantes, y pertenecerá por medio de un pacto a la Federación de Centro-América”. Señala que “El Poder ejecutivo se ejercerá por un Supremo Director nombrado por el pueblo del Estado” (arto. 125), quien permanecerá en el cargo (arto. 132) “por dos años, sin poder ser reelecto, sino hasta pasado el mismo periodo”. Este primer artículo de esa constitucional (1838) es similar al de la Constitución del Estado del 8 de abril de 1826 cuando Nicaragua era parte de la República Federal de Centro-América, y fue promulgado en el contexto final de la Revolución Popular, Anti-oligarca y Antiimperialista liderada por Cleto Ordoñez (1822-1826).
Chamorro influyó al convocar a una Asamblea Constituyente para reformar la constitución de 1838, y antes de instalarla, por supuestas conspiraciones de Castellón, Jerez y otros, el cuestionado gobernante ordenó la captura de los principales líderes opositores, por lo que varios fueron al exilio. La nueva Constituyente comenzó sus sesiones en enero de 1854 sin la presencia de los diputados liberales electos, la Constitución fue sancionada sin legitimidad el 30 de abril de 1854, por lo que en realidad no pasó de ser un “proyecto”. Dice que: “La República de Nicaragua se compone de todos los nicaragüenses: es libre, soberana e independiente”, elimina el principio unionista lo que clausura el proyecto histórico liberal revolucionario de la patria centroamericana, establece la figura de Presidente por período de cuatro años, es de naturaleza conservadora y favorece a las clases privilegiadas limitando a la mayoría de los nicaragüenses para ocupar puestos importantes.
En mayo de 1854 el expatriado Gral. Máximo Jerez junto a veinticinco nicaragüenses desembarcó en El Realejo y avanzó a Chinandega en donde aumentó sus fuerzas para continuar hacia León y derrotar a Chamorro que se vio obligado a huir a Granada. Así inició la Guerra Civil de 1854 entre los bandos legitimistas (conservadores) y democráticos (liberales). Jerez, con un ejército de 800 hombres derrotó en Granada a las fuerzas militares de Frutos Chamorro quien huyó de la ciudad y depositó el gobierno en el senador legitimista José María Estrada quien también asumió la jefatura del ejército. Frutos Chamorro, a pesar de lo que dice la historia convencional, fue en realidad fue el último Director del Estado de Nicaragua y no el primer Presidente de la República.
Francisco Castellón instaló un gobierno provisional en León en junio de 1854. Mientras los democráticos controlaban occidente, los legitimistas estaban en Granada, Managua, Chontales y Matagalpa. Los bandos en conflicto recibían apoyo de otros Estados de Centro-América: Chamorro de Guatemala (presidente Rafael Carrera, caudillo militar conservador, 1851-1865) y Castellón de Honduras (presidente José Trinidad Cabañas, 1852-1855, militar liberal y defensor de las ideas unionistas, afín a Francisco Morazán).
En este conflictivo escenario Castellón firmó la contrata con Byron Cole (28 de diciembre de 1854) para traer doscientos norteamericanos que prestarán sus servicios durante la guerra, llamó al contingente Falange Democrática. La práctica de contratar militares extranjeros por parte de ambos grupos en conflicto para enfrentar al oponente fue, hasta aquel entonces algo común.
El 13 de junio de 1855 William Walker arribó a El Realejo con cincuenta y ocho hombres. Siete días después se le dio el cargo de coronel y la autorización de la expedición hacia al sur con tropas del Ejército Democrático, en el ataque a Rivas fueron derrotados por los legitimistas. El invasor tenía el propósito claro de apoderarse de la Compañía Accesoria del Tránsito de Cornelio Vanderbilt para asegurarse la ruta de la comunicación interoceánica.
En esa primera batalla de Rivas el 29 de junio de 1855, cuando fueron enfrentados los filibusteros extranjeros junto a sus aliados nacionales, tuvo lugar la acción heroica del maestro Enmanuel Mongalo y Rubio (Rivas, 1834 – Granada 1872) –declarado Héroe Nacional por la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional el 27 de octubre de 1982-.
El 12 de marzo de 1855 había fallecido por enfermedad el Gral. Frutos Chamorro, por lo que los legitimistas nombraron a José María Estrada como presidente interino y al Gral. Ponciano Corral al mando del ejército. Ese mismo año, el 8 de septiembre, falleció Francisco Castellón en León víctima del cólera. Los líderes de ambos partidos en conflicto habían desaparecido del escenario político en el mismo año.
El 13 de octubre de 1855 Walker se tomó Granada entrando por el lago; se hizo nombrar Director Provisorio, fue ascendido (por el mismo) a General de Brigada y contó con el apoyo del embajador de Estados Unidos. Después instaló al liberal Patricio Rivas como Presidente Provisorio, desarticuló los grupos armados legitimistas y democráticos y quedó como única fuerza militar con el control total. Decidió fusilar a Ponciano Corral por traición.
Los gobiernos de Centro América, desde fines de ese año, vieron con preocupación la presencia filibustera y desde principios de 1856 comenzaron a asumir la necesidad de defender la nación Centroamericana. El 26 de febrero de 1856 el Presidente de Costa Rica, Juan Rafael Mora, le declaró la guerra a Walker por considerarlo “enemigo de la Independencia de Costa Rica”. Mora se tomó Rivas, pero se vio obligado a abandonar la ciudad por el cólera que diezmó su tropa.
Ante la evidencia de los acontecimientos, percatándose de la grave amenaza para la independencia, el 23 de junio de 1856, el presidente títere Patricio Rivas, habiendo salido de Granada para León, en un acto de recapacitación patriótica, rompió su alianza con el filibustero y emitió un decreto declarando a “Guillermo Walker enemigo de Nicaragua”, anunció que deberían realizarse elecciones presidenciales anulando las anteriores por las que había sido electo. Hizo un llamado a los nicaragüenses para “ponerse en armas contra el mencionado señor Walker… para defender la libertad, independencia y soberanía de la República” (Guido, 2008, p. 89). La ruptura con el jefe filibustero ubica a los democráticos en contra del invasor y abre las puertas para la unidad.
El usurpador extranjero designó presidente provisional a Fermín Ferrer (20 de junio al 12 de julio 1856), otro títere, ahora de origen legitimista, convocó a ilegales y fraudulentas elecciones y el 12 de julio de 1856, nombrándose presidente (su auto designación como presidente es un acto de usurpación, es ilícita e inexistente), prestó juramento en la plaza de Granada con la presencia del Ministro norteamericano John Wheeler, quien reconoció al gobierno el 19 de julio, aunque sabía que esa no era la intensión del secretario de Estado William L. Marcy. Antes, cuando Rivas fungía como presidente interino: “El padre (Agustín) Vigil fue recibido como Ministro de Nicaragua por el presidente de los Estados Unidos el 14 de mayo” (Wheeler, pp. 5, 161). Entre 1853 y 1857, periodo que incluye la guerra civil de 1954 y la Guerra Nacional, asumió la presidencia de los Estados Unidos Franklin Pierce quien reafirmó la Doctrina Monroe.
Frente a la grave situación, los restos de los dos partidos políticos, los legitimistas (del sector moderado) representados por Tomás Martínez, -salió de Matagalpa en donde tenía sede con el Ejército del Septentrión-, y los democráticos por Máximo Jerez, -permanecía en León ahora también con Patricio Rivas-, que estaban en guerra desde 1954, lograron firmar un Acuerdo de paz en León el 12 de septiembre de 1856 con la presencia del Gral. Ramón Belloso de El Salvador y el Gral. Mariano Paredes de Guatemala, en representación de los centroamericanos que asumían participar activamente en la expulsión de los filibusteros. La historia convencional en Nicaragua lo ha llamado “Pacto providencial”, los salvadoreños y guatemaltecos lo nombraron “Acuerdo de reconciliación”, oficialmente se llamó “Convenio”.
Dos meses antes, el 18 de julio de 1856 en Guatemala, representantes de Honduras, El Salvador y Guatemala firmaron un Tratado de Alianza para “la defensa de la soberanía e independencia”, reconocían a Patricio Rivas como Presidente e iniciaban la expulsión de los intrusos.
El Acuerdo del 12 de septiembre en León fue condición de los ejércitos Aliados de Centro-América para actuar en conjunto con Nicaragua en contra de los filibusteros; acepta como Presidente Provisorio a Patricio Rivas en el mando Supremo de la República quien deberá convocar a elecciones con arreglo a la Constitución de 1938, ocho días después de arrojados los filibusteros del territorio nicaragüense, Tomás Martínez quedó prácticamente a cargo del Ejército, habrá olvido general de lo pasado y de cualquier acto de hostilidad que se hubieran hecho los partidos; los generales de Guatemala y El Salvador fueron garantes.
III.- La Guerra Nacional de Centro América:
Aunque es el tema y el período más estudiado de la historia nacional y sobre el que más se ha escrito en Centroamérica, incluso desde la ficción, es el que también tiene más omisiones e interpretaciones encontradas desde distintas fuentes y puntos de vista. Sobre el acontecimiento y en memoria de los que ofrendaron su vida en esa fatídica agresión, hay monumentos en todas las capitales centroamericanas, con la especificidad que en Costa Rica la llamaron Campaña Nacional por cuanto el vecino del sur se involucró desde sus particulares intereses, aunque también asumió el propósito común de expulsar la amenaza filibustera a la nación-centroamericana que ponía en grave peligro la independencia.
Es a partir del acuerdo político del 12 de septiembre cuando inicia la Guerra Nacional, el conflicto asume un nuevo carácter y hay una nueva manera de enfrentarlo y asumirlo con éxito. Se prolongará hasta la capitulación y expulsión de Walker de Nicaragua el 5 de mayo de 1857.
Es un pacto político-militar centroamericano que implicó la unidad nacional y centroamericana frente al invasor que amenazaba la independencia de la nación, no de la nación nicaragüense, sino de la nación centroamericana. Por primera vez, desde el efímero proceso por constituir la República Federal de Centro-América con la Provincias Unidas de Centro-América el 1ro. de julio de 1823, Centro-América, desde Nicaragua, al borde del precipicio, fue capaz de asumir una decisión nacional fundamental.
La identidad centroamericana arraigada como conciencia nacional en la primera mitad del siglo XIX y la posibilidad del proyecto unionista que defendieron, entre otros Francisco Morazán y Cleto Ordoñez, cuya esperanza se abrió en aquella fecha histórica de 1823 al finalizar la anexión al Imperio Mexicano, fue clausurada, por mediación-imposición norteamericana, con el Tratado de Paz y Amistad firmado en Washington en diciembre de 1907 entre los gobiernos de Guatemala, Costa Rica, Honduras, Nicaragua y El Salvador poniendo fin de manera definitiva a las aspiraciones de la unión. El federalismo centroamericano fracasó en el siglo XIX por el predominio conservador opuesto al proyecto unionista, la preponderancia de la Iglesia cuya mayoría jerárquica era conservadora, pro-monárquica y pro- imperialista y la intromisión imperial externa de británicos y norteamericanos imponiendo sus intereses.
Del 11 al 13 de octubre se concentraron los ejércitos aliados de Centro-América en Masaya, incluido el batallón San Jacinto que consolidó José Dolores Estrada después del 14 de septiembre. Walker atacó la ciudad sin poder tomarla. También estaba siendo rodeado en Granada en donde redujeron su espacio de operaciones, por lo que, bajo la presión de la ofensiva militar de los ejércitos Aliados, decidió concentrar sus fuerzas en Rivas. Entre los días 23 y 24 de noviembre, los filibusteros optaron por abandonar la ciudad por el lago, y antes de retirarse, incendiarla.
En diciembre de 1856 Costa Rica se reincorporó a la Guerra Nacional de Centro-América incursionando por el Río San Juan y San Carlos, cortó la Ruta del Tránsito de Walker quien permanecía atrincherado en Rivas.
Desde la historiografía costarricense, incluso en los planteamientos de Máximo Jerez que firmó, el 15 de abril de 1857, el Tratado Jerez-Cañas (definió límites; cedió definitivamente el territorio de Guanacaste), se difunde erróneamente el rol protagónico del Ejército de Costa Rica en la expulsión filibustera y en la victoria durante la Guerra Nacional que ellos llaman Campaña Nacional, sobredimensionan su participación y liderazgo con respecto al resto, que, aunque fue relevante, no fue menos determinante que la acción militar y política de los vecinos del norte. La evidencia confirma que la acción de los Aliados al ocupar Masaya y Granada, arrinconó al invasor en Rivas, permitió a las tropas costarricenses –con alianzas británicas e intereses de expansión- actuar al borde de su frontera, y con su incursión en el Río San Juan, al cortarle los suministros, frenar a los filibusteros. La victoria es centroamericana como lo demuestran los centenares de patriotas que entregaron su vida en el territorio nicaragüense en defensa de la nacionalidad centroamericana.
Walker, al final de su libro confiesa su posición racista, esclavista, discriminadora y guerrerista: “Los que hablan de establecer relaciones duraderas entre la raza americana pura, como existe en los Estados Unidos, y la raza mezclada Indo-Hispana, como existe en México y la América Central, sin el empleo de la fuerza, no son más que visionarios. La historia del mundo no ofrece el hecho utopista de una raza inferior cediendo mansa y tranquilamente a la influencia preponderante de un pueblo superior. Doquiera que se encuentren frente a frente la barbarie y la civilización, o dos formas diferentes de civilización, el resultado debe ser la guerra”. Anima a sus seguidores a continuar: “Por las cenizas de los que murieron en Masaya, en Rivas y en Granada, os conjuro que no abandonéis nunca la causa de Nicaragua. Vuestro primero y últimos pensamientos de cada día, sea buscar los medios de regresar al suelo de donde injustamente nos han arrebatados…”. (pp. 264-265)
La batalla que los Aliados iniciaron en Rivas el 11 de abril llevaría a la capitulación final del jefe filibustero el 1ro. de mayo, quien, con unos pocos hombres cansados, con dificultad para caminar, salieron de Rivas. Walker y sus oficiales se entregaron al norteamericano Charles Henry Davis, Capitán del barco USA, St. Marys, anclado en San Juan del Sur, embarcándose el 5 de mayo de 1857 con destino a Panamá. A su regreso a Estados Unidos fue recibido en Nuevo Orleans como héroe, continuó persistiendo en el propósito obsesivo de invasión a Centroamérica hasta que, en uno de sus intentos, fue capturado, condenado y fusilado el 12 de septiembre de 1860 en Trujillo, Honduras.
Al concluir el dramático episodio de la historia, Centro-América, y en particular Nicaragua, a pesar de la esperanza y la independencia que se recuperaba, quedaban desbastados y endeudados, con el doloroso duelo de los daños humanos irreparables y la grave destrucción material.
IV.- Acotaciones finales sobre la Batalla de San Jacinto
- Aunque cronológicamente la Batalla de San Jacinto ocurre dos días después del acuerdo entre Martínez, Jerez y con los generales de Guatemala y El Salvador, dice Aldo Díaz Lacayo y otros historiadores, no fue parte de la Guerra Nacional; las tropas legitimistas instaladas en la hacienda, aunque eran conscientes de la amenaza filibustera que trajeron sus enemigos democráticos, actuaban todavía por su cuenta, con visión partidaria del conflicto. Martínez, que representaba el sector moderado de los conservadores, fue a asumir el acuerdo apelando a su autoridad y prestigio, aun percibiendo que no contaba con el consenso de sus partidarios. Por otro lado, José Dolores Estrada, parte del sector conservador extremista, actuaba, estando en San Jacinto, desde esa visión fragmentada, que, por fortuna, era patriótica.Este acontecimiento puede identificarse como preámbulo (o prolegómeno, según Díaz Lacayo), de esa inminente etapa histórica que inicia con el acuerdo de unidad nacional-centroamericana para vencer y expulsar al invasor.
Estrada, al enterarse del pacto asumido por Martínez, “lo repudió visceralmente”, “por razones político-ideológicas”, incluso desde la investidura de héroe a la que lo elevó el resultado de la batalla. “Querían desde el poder político total liquidar definitivamente y para siempre a los democráticos” –liberales-, ellos demandaban de manera ineludible el principio de legitimidad al que no estaban dispuestos a renunciar en ningún acuerdo (Díaz Lacayo, pp. 145-146).
- La importancia estratégica de la operación militar conocida como Batalla de San Jacinto radica, no en la magnitud bélica de lo ocurrido, que algunos incluso califican de escaramuza, sino en “las consecuencias subjetivas” en dos sentidos:
a). en las fuerzas filibusteras que, como el líder filibustero reconoce “tuvo un efecto desastroso en las tropas”, se sintieron vulnerables y percibieron el incremento de la resistencia contra la presunta superioridad que ostentaban; aunque trata de disminuir de manera insólita el impacto negativo de la derrota al señalar que Cole no tenía experiencia militar, que el contingente enviado a San Jacinto eran voluntarios norteamericanos recientemente llegados y que no fue un operativo orgánico de su Ejército sino una iniciativa de ellos.
b). entre la resistencia nacional que comenzaba a organizarse e integrarse para vencer y expulsar al invasor, sintieron que podían lograrlo, que el enemigo no era invencible, lo que les permitió incrementar su capacidad ofensiva.
- Los contingentes militares de El Salvador, Guatemala y Honduras, iniciaron operaciones militares en concordancia con el acuerdo del 12 de septiembre después de la Batalla de San Jacinto. El Ejército Aliado y el del Estado de Nicaragua se moralizaron por aquellos resultados y “cambió en el imaginario militar la correlación de fuerzas”.
- Quizás el suceso no hubiera tenido el impacto contundente, ni se hubiera difundido la noticia con tanta rapidez si, entre los muertos, no hubiera estado el jefe de la tropa filibustera, el norteamericano que gestionó y firmó la Contrata que trajo a los invasores: Byron Cole. Ello significó un duro golpe moral para su socio William Walker.
- El escritor conservador Luis Alberto Cabrales (1901-1974) escribe: “el valor de San Jacinto es eminentemente psicológico: la derrota de un pequeño contingente filibustero no hubiera pasado a más si el saldo de bajas no hubiera incluido la muerte de Byron Cole de inmenso valor simbólico para ambas partes. Una baja que produjo automáticamente el entusiasmo y el envalentonamiento del ejército Aliado (…) Entonces, aun considerando su radical militante legitimista hasta su muerte, José Dolores Estrada es Héroe Nacional a pesar de él mismo” (Aldo Díaz Lacayo, Prólogo a la Guerra Nacional, 2006).
- Es razonable, desde el análisis histórico, establecer una identidad diferenciada para la Batalla de San Jacinto, un hecho concreto con importantes consecuencias en sí mismo, y la Guerra Nacional, un proceso prolongado durante 237 días (12 de septiembre 1856 – 5 de mayo 1857) en el que se produjeron acciones militares de mayor envergadura en Masaya, Granada, Rivas, Río San Juan y otros lugares.
- Dado que el 13 de agosto de 1856, José María Estrada (fue presidente de la Junta de gobierno legitimista instalada en disidencia en Somotillo donde decidieron la conformación del Ejército del Septentrión: la fuerza militar que aglutinó la participación nicaragüense durante la Guerra Nacional), presidente provisional a la muerte de Frutos Chamorro, fue asesinado en Ocotal, José Dolores Estrada consideraba descabezado el gobierno legitimista, no reconocía a Patricio Rivas según el acuerdo del 12 de septiembre, por lo que el parte de guerra del 14 de septiembre no va dirigido con nombre a nadie, aunque lo recibe Fernando Chamorro en Matagalpa. Menciona en el destinatario “Sr. Ministro de la Guerra del Gobierno Constitucional. Del General en Jefe del Ejército Libertador de la República”. Ello confirma el carácter con el que ocurre la defensa de San Jacinto.
- La omisión de los indios flecheros, actores claves en el resultado de la Batalla de San Jacinto, es la manifestación de la exclusión formal para influir en el imaginario colectivo que muestra la manera en que ha sido contada y repetida la historia.
- La narrativa histórica ha olvidado y descalificado al líder de la Revolución Popular Anti-oligarca y Antiimperialista Cleto Ordoñez, quien desde su origen de mulato y excluido, inauguró la demanda liberal revolucionaria y unionista para romper paradigmas de dependencia y sumisión que impuso el modelo colonial. Encabezó un movimiento militar, político y social que se tomó, tres meses después del primer intento el 8 de octubre de 1822 (hace 200 años), el cuartel de Granada el 16 de enero de 1823, en abierto desafío a la oligarquía criolla: “depuso a las autoridades monárquicas y proclamó la formación de un gobierno republicano basado en la igualdad absoluta de todos los ciudadanos” (Kinloch).Unificó las voluntades políticas de León y Granada. Conformó una Junta Patriótica con progresistas de las clases medias y algunos criollos liberales que lo respaldaron, “abolió el derecho testamentario, así como los títulos, tratamientos y privilegios de la aristocracia criolla”, el grito: “¡Se acabaron los dones!” contagió al pueblo con un sentimiento anti-nobiliario, repudiaron y se enfrentaron, como nunca había ocurrido, a los serviles autócratas. La gente iba por las calles arrancando de las fachadas de las casonas señoriales los escudos nobiliarios que simbolizaban el viejo orden oligarca y colonial. Ordoñez estuvo comprometido con la unión de Centro-América hasta el fin de su vida.
La guerra civil de 1854 que evolucionó en Guerra Nacional tiene, como una de sus causas, el propósito conservador de desmontar la aspiración liberal unionista de la Patria Centroamericana.
- Otro olvido es el cabo Faustino Salmerón, quien debería considerarse Héroe Nacional. Diversos testimonios afirman que en la madrugada del 14 fue quien divisó la llegada de las tropas filibusteras. Y, más relevante aun, fue uno de los enviados en persecución de los atacantes que huían despavoridos y, alcanzando en la hacienda San Idelfonso a Byron Cole, ejecutó al invasor.Si valoramos la dimensión de lo ocurrido por sus consecuencias: la ejecución de Cole “es el principio del fin de la invasión filibustera en Nicaragua”, podría ser equivalente, -con la diferencia histórica y circunstancial que corresponde-, como fue “el principio del fin de la Dictadura” cuando Rigoberto López Pérez se inmoló el 21 de septiembre de 1956, exactamente un siglo después, poniendo fin al fundador de la Dinastía Somocista (quien siete días antes -14.9.1956- había conmemorado de manera ostentosa, con invitados centroamericanos, desde la visión consensuada conservadora bipartidista, el Primer Centenario de la Guerra Nacional en la Hacienda San Jacinto), el asesino a traición de Sandino, el primer marine que dejó en Nicaragua la ocupación americana que enfrentó en la Guerra Antiimperialista (1927-1933) el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.
Principales fuentes bibliográficas:
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- Arellano, Jorge Eduardo. (2012). Granada de Nicaragua: crónicas históricas. Academia de Geografía e Historia de Nicaragua.
- Bautista Lara, Francisco Javier (2006). A 150 años de la Batalla de San Jacinto. LEA Grupo Editorial, 1ra. edición. Managua.
- Díaz Lacayo, Aldo. (2015). La Guerra Nacional. Omisiones históricas. Aldilà Ediciones, Managua, Nicaragua.
- Esgueva Gómez, Antonio. (2000). Las constituciones políticas y sus reformas en la historia de Nicaragua. Tomo 1. Introducción, recopilación y notas de Antonio Esgueva Gómez. Editorial IHNCA (UCA).
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