Huracán de la Conquista
“Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo,
llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día,
una lluvia de noche”. Popol-vuh (1ra. parte, Cap. III).
Al fenómeno meteorológico tropical que nace al sur del Atlántico y cruza al noroeste, hacia el Caribe, el Golfo de México y Mesoamérica durante la cíclica temporada de junio a noviembre, con vientos impetuosos, aterradores y destructivos que giran a gran velocidad en enormes círculos de densas nubes que arrastran abundantes lluvias y crece a medida que avanza sobre el mar hasta extinguirse en tierra y en el norte, fue llamado por los colonizadores, desde inicio del siglo XVI: “huracán”. A ese episodio recurrente de la naturaleza los pueblos originarios lo conocían como una poderosa y divina manifestación del cielo. La palabra Hurakán proviene de los taínos, pobladores de las Antillas, -pueblo arahuaco procedente de América del Sur-, significa Hura: viento y kan: centro. Ellos tomaron el vocablo de los Mayas quienes lo refieren en el Popol-vuh como el “Corazón del cielo”, relacionado a los grandes dioses de su mitología, “el de una sola pierna”, dios del viento, la tormenta y el fuego, considerado uno de los trece creadores de la humanidad, provocador de la Gran Inundación, quizás la misma que cuenta la Biblia: “Porque dentro de siete días haré llover sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y exterminaré a todos los seres que creé” … “El diluvio cayó durante cuarenta días sobre la tierra. Crecieron las aguas y elevaron el arca muy por encima de las tierras.” (Génesis, 7:4,17).
Los aventureros europeos de fines del siglo XV e inicios del XVI se percataron de este suceso atmosférico que algunos percibieron como el terrible presagio por cruzar las legendarias y mitológicas Columnas de Hércules, -estrecho de Gibraltar- (Non Terras Plus Ultra: No hay tierra más allá) que para los antiguos fenicios, griegos y romanos delimitaba las fronteras conocidas de la inmensidad desconocida. Ese mito fue superado cuando el osado navegante Cristóbal Colón, con patrocinio de la monarquía española y financiamiento genovés, después de zarpar con tres barcos el 3 de agosto de 1492 de Puerto de Palos (Andalucía) y llegar a las islas Canarias, partió de estas hacia occidente por el mar inexplorado el 9 de septiembre. Arribó al final de la temporada de huracanes de 1492 con la primera expedición al Caribe, “el primer viaje a las Indias” (agosto 1492 – marzo 1493). Colón reportó para los europeos, en ocasión del segundo viaje (septiembre 1493 – junio 1496), el primer huracán que observó en Santo Domingo el 16 de junio de 1494 cuando tres embarcaciones fueron hundidas.
Así iniciaba, como describió después el fraile dominico: “la destrucción de las Indias” (1552), el peor y más destructivo huracán de la ambición que nunca antes azotó aquellas costas: “De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefastas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas” (De las Casas).
Al recuperar Colón el favor real después de “tres viajes a las Indias”, a lo que consideraba territorios chinos del Gran Kan –eso murió creyendo-, el 11 de mayo de 1502 inició su cuarto y último viaje con una flota de cuatro barcos, realizando la travesía conocida hasta las Canarias y saliendo de ellas el 25 para arribar el 15 de junio a lo que hoy es Martinica en las Antillas Menores. Dos semanas más tarde el navegante se percató que se aproximaba un huracán a la Española. Pidió permiso al recién nombrado gobernador general del Virreinato de las Indias Nicolás de Ovando (15 de abril 1502 – 10 de julio 1509) para refugiarse en el puerto. Ovando no solo negó el permiso para anclarse en este territorio que le había sido vetado, sino que desconoció la advertencia sobre la amenaza inminente porque sospechaba que era una maniobra mal intencionada. Dos años antes, en agosto de 1500, Francisco de Bobadilla, -enviado por los reyes como juez para investigar las denuncias por abusos-, detuvo a Cristóbal Colón (en diciembre 1499 dijo: “Yo soy pecador gravísimo”; reconoció sus ineptitudes como administrador y aceptó arrepentido que los problemas eran “por su errada codicia mundana”) y a su hermano Diego a quienes envió engrilletados a España para ser juzgados. En 1501 Colón fue sustituido por el Rey como gobernador para designar a Ovando quien llegó con la mayor flota de embarcaciones (32) destinadas al Nuevo Mundo integrada por 2,500 colonizadores, entre ellos Francisco Pizarro, el que sería el despiadado conquistador del Perú, y fray Bartolomé de las Casas, “el Protector de los Indios”; fue una enorme armada colonizadora financiada principalmente con capital privado y alguna participación de la Corona.
Ovando, al ignorar el peligro por suponer que el propósito era evitar que enviara a España la flota con la mayor remesa de lingotes de oro extraídos de la isla jamás vistos, no atrasó el despacho de la flota de veintiún barcos con la numerosa tripulación. La tormenta fue implacable, se hundieron diecinueve naves y murieron más de quinientos hombres azotados por el viento, la lluvia torrencial y el mar embravecido. El fondo de las aguas del Atlántico guarda aquel enorme tesoro producto del saqueo y el atropello imperial. Entre los fallecidos estaba Francisco de Bobadilla. Paradójicamente, el único barco que llegó a la península era el que transportaba las ganancias del almirante genovés.
En las dos décadas siguientes, desde 1494, algunos cronistas y otros mencionan de manera somera unos quince huracanes o fuertes tormentas tropicales por los daños materiales y humanos provocados, en el mar y en tierra, a los conquistadores y en las recién instaladas colonias.
En la última travesía, -el atrevido almirante que abrió brecha para la exploración de los mares y para la expansión imperial española-, estaba en decadencia, entre desafortunadas circunstancias, la confusa ilusión providencial y sin haber obtenido las riquezas que esperaba, arribó a mediados de agosto a tierras centroamericanas, a las costas de Honduras, tomó rumbo este amenazado por fuertes vientos y corrientes, hasta que, el 12 de septiembre de 1502, dobló hacia el sur en un cabo que nombró Gracias a Dios porque el tiempo volvió a la calma, divisaron tierras de Nicaragua. Continuó al sur bordeando la costa nicaragüense, Costa Rica (la llamó Costa de Oro), hasta Veragua (Panamá), en donde permaneció varios meses porque, como escribió en una ilusa carta a los reyes: “Y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en cuatro años… De allí sacarán oro… El oro es excelentísimo… y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, …”. Después de unos meses, navegó hacia Jamaica (junio 1503) en donde un naufragio lo ancló casi un año. Al salir de la Española (septiembre 1504) en donde se alojó, y desde donde por fin zarpó superando la tempestad llegó a España el 7 de noviembre de 1504, apremiado por el tiempo, exhausto y enfermo, para morir en Valladolid, dieciocho meses después (20.05.1506).
Francisco de Bobadilla, víctima del naufragio del 1ro. de julio de 1502, -juez que investigó y envió prisionero a Colón de Santo Domingo a España-, era padre de Isabel de Bobadilla y Peñalosa, esposa de Pedrarias Dávila (Segovia 1440 – León Viejo, 1531), que a una edad octogenaria fue el primer gobernador de Nicaragua (1528-1531). Isabel y Pedrarias llegaron al Darién –Castilla de Oro- en 1514. La hija de Pedrarias e Isabel, de nombre Isabel, se casó con Hernando de Soto, -el “descubridor” de la Florida (mayo 1539)-, quien participó en la expedición de Francisco Hernández de Córdoba en Nicaragua (1523), -bajo órdenes de Pedrarias- y acompañó a Pizarro en la incursión en los territorios Incas en donde acumuló considerable riqueza. Córdoba, fundador de las ciudades de León y Granada en 1524, fue decapitado (1526) por decisión de Pedrarias. Los restos de ambos fueron identificados en el año 2000, yacían juntos bajo las ruinas de León Viejo, ciudad que había sepultada bajo las cenizas por la erupción del volcán Momotombo el 11 de enero de 1610.
Principales fuentes bibliográficas
- Cervantes, Fernando. (2021). Una historia diferente. Turner Noema, Editorial Turner de México, S. A. de C.V. Ciudad de México, junio de 2021.
- Colón, Cristóbal. (1985). Diario de abordo. Edición de Luis Arranz. Crónicas de América 9. Historia 16 Información y revistas S.A. Madrid.
- De las Casas, Bartolomé. (2004). Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Introducción de Miguel León-Portilla. Diciembre 2004. Editorial EDAF, S. A. Madrid. Impreso en España.
- Díaz del Castillo, Bernal. (1999). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Castalia didáctica, editorial Castalia. Impreso en España.
- Incer Barquero, Jaime. (2002). Descubrimiento, Conquista y Exploración de Nicaragua. Crónicas de fuentes originales seleccionadas y comentadas por Jaime Incer Barquero. Colección Cultural de Centro América. Serie Crónicas No. 6, 1ra. edición. Managua. Impreso en Colombia.
- Popol-Vuh. Las antiguas historias del Quiché. (2002). Décima segunda edición 2002, Hermanos Recinos Palomo, Talleres de IMPREX, Guatemala, Centro América.